Como se apuntó en anteriores entregas, la editorial de «El Viejo Topo», en traducción de Antonio Antón Fernández y con prólogo de John Prados, ha publicado recientemente Los ejércitos secretos de la OTAN. La operación Gladio y el terrorismo en Europa Occidental. El autor del estudio, Daniele Ganser, es investigador en el Centro de Estudios […]
Como se apuntó en anteriores entregas, la editorial de «El Viejo Topo», en traducción de Antonio Antón Fernández y con prólogo de John Prados, ha publicado recientemente Los ejércitos secretos de la OTAN. La operación Gladio y el terrorismo en Europa Occidental. El autor del estudio, Daniele Ganser, es investigador en el Centro de Estudios para la Seguridad en el Instituto Federal de Tecnología de Zurich, el mismo instituto donde Einstein se formó como físico entre 1896 y 1900.
En la magnífica cronología de las páginas 341-346 hay dos referencias a las actuaciones de estos ejércitos secretos otánicos en España. No serían las únicas probablemente. Son las dos siguientes:
1970. En España, terroristas de extrema derecha, incluyendo a Stefano delle Chiaie, de Gladio, son contratados para la policía secreta de Franco. Habían volado desde Italia tras un golpe de Estado abortado durante el cual el ultraderechista Valerio Borghese había ordenado al stay-behind ocupar el Ministerio de Interior en Roma.
1977. En España, el stay-behind, con el apoyo de los terroristas ultraderechistas italianos, lleva a cabo la masacre de Atocha en Madrid; en un ataque a una oficina de abogados, vinculada al Partido Comunista, asesina a cinco personas.
Dos personajes, dos fascistas italianos, destacan en la trama Gladio española: Stefano Delle Chiaie, nacido en 1936, el más conocido miembro terrorista de los ejércitos secretos que luchó clandestinamente contra el comunismo en Europa y fuera de ella durante la guerra fría, y Carlo Cicuttini. André Moyén, por su parte, señala Ganser, un agente retirado de la CIA, declaró a los 76 años al diario comunista belga Drapeau Rouge que los agentes españoles, la policía política del fascismo español, había jugado un papel destacado en el reclutamiento de agentes de Gladio. Los primeros contactos de Moyen con la rama española tuvieron lugar en 1948 cuando una célula de Gladio ya operaba en Las Palmas de Gran Canaria.
La dictadura de Franco, ese Régimen clerical-fascista tan añorado por el señor Mayor Oreja, sirvió de refugio, como es sabido, durante la guerra fría a muchos terroristas de extrema derecha que habían tomado parte en la guerra anticomunista en Europa. Marco Pozzan, un miembro de la organización de extrema derecha italiana Ordine Nuovo, reveló en 1984 al juez Casson, el juez que desvelaría posteriormente la existencia de Gladio, que toda una colonia de fascistas italianos se habían instalado en España durante los últimos años de la dictadura de Franco. Más de cien golpistas huyeron de Italia después de que el Príncipe Valerio Borghese intentara derrocar el gobierno italiano el 7 de diciembre de 1970. Entre estos extremistas estaban el mismo Borghese, así como a Carlo Cicuttini y Mario Ricci. Todos ellos se reagruparon en España bajo el liderazgo de Stefano Delle Chiaie. Este último, durante el intento golpista, había ocupado con sus hombres el Ministerio de Interior italiano.
En España, Delle Chiaie se vinculó con miembros de extrema derecha de países europeos. Con Otto Skorzeny, un antiguo nazi, y con Yves Guérain Serac, un antiguo oficial francés de la ilegal Organisation Armée Secrète (OAS) y el responsable, también vinculado a Gladio, del frente de la CIA en Portugal. Skorzeny trabajó para el servicio secreto de Franco como «consultor de seguridad» y contrató a Delle Chiaie para perseguir a los opositores a Franco tanto en España como en el exterior. Ganser asegura que así fue como Delle Chiaie llevó a cabo más de mil ataques sangrientos. Resultado estimado: 50 asesinatos (De hecho, los miembros del ejército secreto de Delle Chiaie, confesaron más tarde a los magistrados italianos que durante su exilio español habían perseguido y asesinado a antifascistas por órdenes del servicio secreto español, por órdenes de la BPS y cuerpos afines).
Marco Pozzan, que había huido a España en los primeros años setenta, reveló que «Caccola», el nombre de guerra de Delle Chiaie, había sido bien remunerado por sus servicios en España. Colaboradores suyos, se infiltraron en ETA como agentes provocadores. Pozzan declaró que durante la manifestación en Montejurra de 1976, Caccola y su grupo organizaron una provocación fascista. «Para que la policía española no pudiese ser acusada por una intervención violentamente represiva e injustificada, Caccola y su grupo tenían la tarea de provocar y crear desórdenes». Hubo varios asesinatos
Tras la muerte de Franco, Delle Chiaie decidió que España ya no era un lugar seguro y se fue a Chile. El dictador Pinochet le reclutó para cazar y asesinar a los opositores chilenos en la «Operación Cóndor». Después se mudó a Bolivia, donde organizó los escuadrones de la muerte para proteger al gobierno reaccionario y se implicó en «asesinatos ilimitados». Después de salir de España volvió sólo contadas veces a Europa. La excepción: 1980, cuando la policía italiana sospechó que pudo volver a Italia para llevar a cabo la masacre de la estación de Bolonia. A los 51 años, Delle Chiaie fue finalmente arrestado el 27 de marzo de 1987 en Caracas por el servicio secreto local. Solamente unas horas después, agentes del servicio secreto italiano y de la CIA estaban presentes. Caccola no expresó remordimientos por sus actuaciones. Llamó la atención sobre el hecho de que en sus guerras secretas contra la izquierda había sido protegido por numerosos gobiernos que, en compensación, le pedían que llevase a cabo ciertas acciones que él cumplía encantado.
La transformación del terrorífico aparato de seguridad fascista, apunta Ganser, resultó un poco complicada. El SECED, el Servicio Central de Documentación de Defensa, el más destacado servicio secreto militar español, pasó a ser el CESID, el Centro Superior de Información de Defensa. Su primer Director, el general Jose María Burgón López-Doriga, vio que había sido construido básicamente por ex miembros del SECED.
De este modo, la guerra secreta en cooperación con los derechistas italianos pudo continuar como informó la prensa durante el descubrimiento de los ejércitos secretos de Gladio en 1990. Por aquellas fechas, la prensa informó del último vínculo conocido entre España y la red secreta. Carlo Cicuttini, vinculado a Gladio, había tomado parte en la masacre de Atocha, en enero de 1977. Un comando de extrema-derecha atacó un despacho de abogados del Partido Comunista de España, asesinando a cinco personas.
Cicuttini había volado a España a bordo de un avión militar tras los atentados de 1972 en Peteano, que años después fueron adjudicados a Vincenzo Vinciguerra y el ejército secreto por el juez Casson, cuando se inició el descubrimiento de Gladio en toda Europa. En España, Cicuttini se implicó en la guerra secreta para Franco. Este, a cambio, le protegió de la justicia italiana.
En 1987, Italia condenó a Cicuttini a cadena perpetua por su participación en la masacre de Peteano. Pero España, con gobierno PSOE de mayoría absoluta, en un ejemplo de la persistente influencia del aparato militar, apunta Ganser, «rechazó extraditarle, puesto que el ultraderechista se había casado con la hija de un general español, y se había convertido en ciudadano español». En 1998, a la edad de 50 años, Cicuttini fue arrestado en Francia y extraditado a Italia.
Ganser destapa también otro nudo.
Como el resto de ejércitos secretos en Europa occidental, la red española anticomunista cultivó contactos estrechos con la OTAN. El general italiano Gerardo Serravalle, que dirigió el Gladio italiano desde 1971 hasta 1974, tras el descubrimiento de la red en 1990, escribió un libro sobre la rama italiana del ejército secreto. En su libro relata que en 1973, los comandantes del ejército secreto se reunieron en Bruselas, en una reunión extraordinaria, para discutir la admisión de la España de Franco en el CPC. El servicio secreto militar francés y la CIA, en posición dominante, habrían pedido la admisión de la red española mientras que Italia, representada por Serravalle, se habría opuesto a la sugerencia, puesto que era bien conocido que la red española protegía a terroristas italianos de extrema-derecha buscados por la justicia italiana. En una segunda reunión del CPC en París, los miembros del servicio secreto fascista español estuvieron de nuevo presentes. Defendieron la inclusión de España en el centro de mando de Gladio como miembro oficial: «España había permitido durante mucho tiempo a los Estados Unidos el derecho a estacionar misiles nucleares norteamericanos en su suelo, así como admitido a buques y submarinos norteamericanos en sus puertos, pero no estaba obteniendo nada a cambio de la OTAN». Los agentes del servicio secreto español estaban interesados en tener una red secreta para combatir a los comunistas y socialistas antifraquistas españoles.
Ganser cuenta un nudo decisivo: «En todas las reuniones hay una hora de la verdad’, uno debe sólo esperar», comentaba Serravalle en su libro. «Es la hora en la que los delegados de los servicios secretos, relajados con una bebida o un café, se ven más propensos a hablar sinceramente. En París esta hora llegó durante la pausa del café. Me acerqué a un miembro del servicio español, y comencé diciendo que su gobierno había quizás sobreestimado la realidad del peligro de la amenaza que venía del Este. Quería provocarle. Él, mirándome completamente sor prendido, admitió que España tenía el problema de los comunistas (los rojos). Ahí la teníamos, la verdad.»
Gladio siguió su historia en España. El poderosísimo general Manglano, pese a la petición del legislativo, hacer declaraciones sobre el tema en 1990. Antonio Romero, entonces diputado de IU, concluyó razonablemente que en España también «el personal militar de alto rango está implicado en el caso Gladio».
Tras el supuesto e inverosímil fracaso del gobierno del PSOE para hacer declarar a Manglano, cuenta Ganser, la prensa española preguntó sobre el asunto Gladio a Calvo Sotelo. El ex primer ministro desde febrero de 1981 hasta diciembre de 1982, el presidente de gobierno que durante su mandato había nombrado al general Alonso Manglano Director del CESID, afirmó que Gladio no existió en España. Estas son las palabras que Ganser recoge: «No tengo ningún conocimiento acerca de que algo parecido haya existido nunca, y sin ninguna duda, lo habría sabido si hubiese existido aquí». Los periodistas insistieron en que los ejércitos de Gladio habían existido en toda Europa. Sotelo explicó que la red Gladio era ridícula y criminal, y añadió que «si me hubiesen informado de tal locura, habría actuado». Sin embargo, un oficial italiano implicado en los ejércitos secretos testificó que soldados del ejército secreto de la OTAN se habían entrenado en España durante el período de 1966 hasta mediados de los años setenta. Él mismo, junto con otros cincuenta agentes, había recibido instrucción en una base militar en Las Palmas. Los instructores eran principalmente agentes de los Estados Unidos.
Javier Rupérez, el primer embajador español en la OTAN desde junio de 1982 hasta febrero de 1983, declaró que él no tenía conocimiento de Gladio. Rupérez, cuando era Director de la Comisión de Defensa por el PP, declaró: «Nunca he sabido nada de este tema. No tengo las más vaga idea acerca de lo que estoy leyendo ahora en los periódicos.»
Fernando Morán, el ministro de exteriores del primer gobierno PSOE, afirmó que no sabía nada tampoco sobre Gladio: «Ni durante mi tiempo como ministro, ni en ningún otro momento, tuve la más mínima información, indicación o rumor sobre la existencia de Gladio o algo similar.»
El 15 de noviembre de 1990, Antonio Romero solicitó al gobierno español, al Presidente Felipe González y al ministro de Defensa Narcís Serra, que explicaran qué rol, de haber alguno, había jugado el país respecto a la Operación Gladio y los ejércitos secretos de la OTAN. Un día antes de su intervención parlamentaria Felipe González afirmó que España «nunca ha sido siquiera considerada» a la hora de tener un papel en Gladio». Romero planteó tres preguntas parlamentarias. La primera decía así: «¿Pretende el gobierno español pedir a la OTAN, como miembro de derecho, explicaciones sobre la actividad y existencia de una red Gladio?» En la segunda, Romero quería saber si el ejecutivo español comenzaría «un debate y una clarificación sobre las actividades de Gladio al nivel de los ministros de Defensa, los ministros de Exteriores, y los Primeros ministros de los países miembros de la OTAN?» Finalmente Romero quería saber si el gobierno español consideraba la posibilidad de una deslealtad a la OTAN.
Calvo Sotelo confirmó que cuando España se embarcó tras la muerte de Franco en su nuevo experimento democrático, existieron temores acerca de lo que haría el PCE. «El modesto resultado del PCE en las primeras elecciones, y el aún más modesto resultado de las siguientes, calmaron los temores». Calvo Sotelo, que era en aquel momento un destacado promotor de la entrada de España en la OTAN, destacó que España en el momento de su entrada no fue informada, al firmar, de la existencia de una red secreta Gladio.»No ha habido correspondencia escrita sobre el asunto y por tanto no había necesidad de hablar sobre ello, si de eso se hubiera hablado».
¿Supo el PSOE de la existencia de estas redes secretas cuando accedió al gobierno del país? Serra lo negó: «cuando llegamos al poder en 1982 no encontramos nada parecido». No es imposible que Serra no dijera toda la verdad y que durante el referéndum convocado años más tarde para permanecer en la alianza atlántica militar se ocultara ese lado oscuro del poder militar.
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