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Historia, paralelismos, hipocresías (dos miradas)

Fuentes: La Jornada

Al parecer la historia no enseña nada; no es ninguna «maestra vitae«. No ayuda a sacar las lecciones y evitar los horrores y errores del pasado. Sirve solo para los fines (geo)políticos inmediatos: más burdo su uso, mejor. ¿Un ejemplo? El conflicto en Ucrania y la insoportable avalancha de paralelismos y comparaciones sin ningún rigor […]


Al parecer la historia no enseña nada; no es ninguna «maestra vitae«. No ayuda a sacar las lecciones y evitar los horrores y errores del pasado. Sirve solo para los fines (geo)políticos inmediatos: más burdo su uso, mejor.

¿Un ejemplo? El conflicto en Ucrania y la insoportable avalancha de paralelismos y comparaciones sin ningún rigor histórico.

«La invasión a Crimea es igual al Anschluss de Austria (1938) o a la invasión hermana del Pacto de Varsovia a Checoslovaquia (1968), e incluso que Ucrania en 2014 es como Polonia en 1939″ (¡sic!), decía la dictadura mediática global al servicio de la propaganda euro-atlántica.

¿Y no se parecía tal vez más, por ejemplo, a la invasión polaca a Zaolzie (1938), una parte de Checoslovaquia habitada por la población polaco-hablante, que Varsovia, encendiendo la flama nacionalista y tratando de «dignificar a la nación» en las vísperas de una inminente guerra que íbamos a perder, ocupó aprovechando el caos causado por Hitler en Sudetenland, «aliándose» de facto con él?

Igual tampoco era exactamente lo mismo, pero no de exactitud se trataba; cualquier comparación, aún la más absurda, cabía solo que hablara mal de Rusia y bien de «nosotros».

Zbigniew Brzezinski, ex-asesor de Carter y el principal estratega e ideólogo de Obama, usando el título de Vladímir Illich Uliánov (Lenin) -«¿Qué hacer?«, ¡sic!- en unos pocos párrafos tildaba a Vladímir Vladímirovich Putin de «Hitler» y «Mussolini» juntos, (Washington Post, 3/3/14).

Y añadía: «¡Actuemos, porque en unos años vamos lamentar, tal como lamentamos después de Múnich en 1938 y luego en 1939!» -¡sic!-, (CNN, 2/3/14).

Putin se volvió un «nuevo Hitler», cualquier negociación con él era un «nuevo Múnich», y en general el putinismo = hitlerismo + estalinismo…

¿Suena conocido? Es la misma estrategia de demonización que la misma dictadura mediática global empleaba por años a Hugo Chávez que era «Hitler, Mussolini y Stalin a la vez».

«Las comparaciones no explican nada, pero ayudan a entender», reza la vieja fórmula, solo que estas comparaciones ni explican, ni ayudan a entender. E igual precisamente por eso -de manera bastante hipócrita- son usados.

Pero cuando no se sabe de qué se trata, se trata de… geopolítica: el bloque euro-atlántico (EU/OTAN/UE) quiere «despedazar a Eurasia» («doctrina Brzezinski») y poner sus bases; Rusia, conservar el «búfer» en sus fronteras y mantener las suyas (Sebastopol).

Aquí no hay lugar a ninguna política emancipadora y la izquierda no tiene que escoger los lados en esta disputa.

Existe vida inteligente más allá de las narraciones de «apretarle el tornillo a Putin» o «abrazarlo como un peacemaker» (su propaganda y objetivos son igualmente sospechosos).

Para estar escuchada la izquierda no tiene que tocar en una orquesta o en la otra.

Hace exactamente unos 100 años (el paralelismo con 1914 sí puede ayudar), la gran revolucionaria Rosa Luxemburgo con agudeza describió la locura nacionalista que corría por el continente a punto desangrarse en la Primera Guerra Mundial y que infectó a una buena parte de la izquierda (principalmente a la socialdemocracia alemana).

Pero a la vez no sentía ninguna necesidad de abrazar al Imperio ruso, ni al zar Nicolás II (del que Putin es un heredero político).

¿Y los ucranianos?

Igual -si ya se trata de seguir comparando- marginalizados con sus aspiraciones como los yugoslavos en la rivalidad entre Rusia y Austro-Hungría. Siempre atrapados en medio de las potencias e instrumentalizados.

***

Hace unos siglos Ucrania -antes la cuna de la cultura rusa- formaba parte de la Mancomunidad Polaco-Lituana (República/Rzeczpospolita de las Dos Naciones), llegando a ser un eslabón clave para su economía exportadora de trigo (s. XVI-XVIII).

Un proceso estudiado por los grandes historiadores polacos como Witold Kula o Marian Malowist, cuyos trabajos enriquecieron el debate sobre la división de trabajo internacional, las relaciones centro-periferia, desarrollo dependiente y polarización de la economía mundial capitalista (e influenciaron, por ejemplo, junto con la escuela de los Annales, a Immanuel Wallerstein y su teoría de «sistema-mundo»).

La clave de esta empresa productiva fue la superexplotación del campesinado ucraniano y panszczyzna, un tipo de servicio feudal casi indistinguible de la esclavitud, opresivo e inhumano.

Polonia, con Ucrania de granero, era una perversa «república biopolítica triguera».

El sociólogo Jan Sowa: «No hay que pensar en Auschwitz para entender lo que querían decirnos Foucault o Agamben escribiendo de biopolítica. Miremos a Polonia dónde se vendía y compraba los campesinos y dónde el amo decidía de todos los aspectos de su vida: el consumo, la reproducción, el matrimonio, etc.«, (Znak, 2/11).

Si bien así fue la suerte de todos los campesinos en la República de las Dos Naciones, estas prácticas fueron más opresivas en el este, dónde dominaban las relaciones de tipo colonial (tal como lo postula el historiador francés Daniel Beauvois), con los «latifundios trigueros» más parecidos a la realidad de América Latina que de Europa, y con el peso del yugo comparable por ejemplo con lo que hacían los ingleses en Irlanda.

Además la política de la nobleza polaca de usar a los judíos como intermediarios económicos, fue también un caldo de cultivo sistémico para el antisemitismo ucraniano.

La visión de Ucrania «supeditada» y de los ucranianos como «inferiores» llegó a ser parte de la mitología nacional polaca -viva hasta hoy- plasmada en su forma más pura en las novelas de Henryk Sienkiewicz (Premio Nobel de Literatura, 1905).

Finalmente la insurrección de Bohdán Jmelnytsky (1648), el «padre de la nación» de los ucranianos -y un «asesino en serie de judíos» (sic), como recuerda, ya sabemos por qué, Uri Avnery (Counterpunch, 7-9/3/14)- arrancó a Ucrania de Polonia, precipitando la desaparición de Primera Rzeczpospolita (1795).

Los ucranianos ya preferían ir con los rusos que igual los trataban con bastante hipocresía y como peones en juego con Polonia y Lituania, pero a la vez veían como «hermanos» (Tratado de Pereyasláv, 1654), que seguir de esclavos con los señores polacos.

(Continuará).

*Periodista polaco

Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2014/03/28/opinion/024a2pol