Pier Paolo Pasolini es el gran critico de la cultura capitalista, del siglo XX como del siglo XXI. Nadie como él ha analizado y revelado los mecanismos por los que el poder capitalista produce y reproduce la sumisión. La lectura de sus escritos más directamente «políticos» (y hay que utilizar las comillas porque toda la […]
Pier Paolo Pasolini es el gran critico de la cultura capitalista, del siglo XX como del siglo XXI. Nadie como él ha analizado y revelado los mecanismos por los que el poder capitalista produce y reproduce la sumisión. La lectura de sus escritos más directamente «políticos» (y hay que utilizar las comillas porque toda la obra de Pasolini es política: sus poemas, su cine, sus artículos, sus novelas…) debería ser obligada, y grata, para la gente de izquierdas: por ejemplo, las Cartas Luteranas, editadas hace tiempo por Trotta, o los Escritos corsarios, de Ediciones del Oriente y el Mediterráneo.
Una de las metáforas más conocidas de Pasolini es llamar al Poder Il Palazzo, que expulsa al exterior a Il Paese. El Palacio contra el país -o mejor, contra la gente, que aquí eso de «el país» en sentido popular, suena raro- es una imagen fiel de lo que está sucediendo no sólo en Italia, sino en toda la Unión Europea.
Escribía Pasolini en un artículo llamado: «Habría que procesar a los jerarcas democristianos»: «Nunca ha sido tan grande la distancia entre el poder (al que en un artículo he llamado «El Palacio») y el País. Se trata, decía, de una auténtica diacronía histórica según la cual en Palacio se reacciona a estímulos que ya no se corresponden con las causas reales en el País. Las decisiones políticas del Palacio siguen una mecánica enloquecida….» Es un texto de agosto de 1975. Podría haber sido escrito ayer.
Porque ayer el presidente de la República italiana, el incombustible navegante en todos los mares de Il Palazzo, Giorgio Napolitano, no se anduvo por las ramas, y reclamó la dimisión del hasta ahora todopoderoso Berlusconi, con el único mandamiento que obedecen todos en la Unión Europea: «Frente a la presión de los mercados financieros, en mi cargo de jefe del Estado…».
¿Hemos oído bien? ¿«Jefe» de qué? Los «mercados financieros» han elaborado las bases del presupuesto que, sin conocerlo aún, el Parlamento italiano se ha comprometido a aprobar antes del próximo domingo. Previamente, los «mercados financieros» decidieron sacrificar la cabeza de uno de los suyos, que le ha rendido servicios inmensos durante años (¿de dónde vienen, a dónde se han ido los 1.900 millones de euros de deuda soberana italiana?), porque no es ahora suficientemente fuerte para ser eficaz.
Es descorazonador ver a un personaje como Berlusconi derribado por los «mercados». Suena lejanamente a aquello del «dictador que murió en la cama». Y anuncia un tiempo oscuro en Italia, porque ya sabemos que la caída del Berlusconi puede significar la continuidad del berlusconismo.
¿Cuál es la alternativa que Napolitano ha encontrado para intentar evitar que Berlusconi imponga como sucesor a uno de sus agentes? Pues la alternativa se llama Mario Monti, y dicen que está apoyado por «la oposición». Monti tiene en su curriculum algunos datos sin mayor importancia, por ejemplo, fue comisario de Mercado Interior, y posteriormente de la Competencia, en la Comisión Europea. Pero tiene una medalla imbatible: es asesor de Goldman Sachs desde el año 2005, es decir, incluyendo el período de quiebra y rescate del banco, banco que por cierto vuelve a estar bajo amenaza de quiebra.
En esas estábamos cuando un banco estadounidense ha reclamado un presidente de Italia que sea «una personalidad externa y capaz».¿Adivinan ustedes cual es ese banco? Pues efectivamente, Goldman Sachs.
A la vez, parece que se ha llegado a un acuerdo sobre el sucesor de Papandreu. Y resulta ser Lukas Papadimos, exvicepresidente del Banco Central Europeo y exgobernador del Banco de Grecia. Otra personalidad «externa y capaz». Un «técnico independiente» dicen algunos. ¿Independiente de quien? Pues de la gente, del pueblo griego. Un servidor de los mercados con una hoja de servicios inmaculada, dispuesto a aplicar con toda la brutalidad necesaria el tercer plan de ajuste ahora, y el cuarto cuando éste se agote.
Por una feliz casualidad, ayer en el debate a cinco de TVE, el representante del PSOE, Jáuregui, anunció un cambio próximo en la política de la UE -«brotes verdes» que diría Zapatero- por las posibles victorias electorales de Hollande en Francia y de una alianza SPD-Verdes en Alemania.
Ambas están por ver. Pero ni el más ingenuo y amnésico ciudadano de la UE puede creerse que supuestos gobiernos «socialistas» en Francia y Alemania vayan a suponer un cambio mínimamente significativo en la política europea, y menos aún en los «rescates» y «ajustes» que constituyen la base de la estrategia capitalista actual, y no sólo en la UE.
Hasta aquí hemos llegado, hoy 10 de noviembre. Mañana ya veremos.
Tiene sólo un interés relativo ese proyecto que, se dice, tienen Merkel y Sarkozy de la UE a «dos velocidades». Llevamos años hablando de esto, con unos y otros gobernantes, y nunca se concreta porque el balance de pérdidas y ganancias no está nada claro, en cualquiera de sus posibles versiones, ni para sus propios promotores.
Sobre todo, hay que pensar en el futuro de esta UE, más allá de la ingeniería institucional. No cabe la menor duda de que las relaciones de fuerzas para «los de abajo» son más desfavorables aún en el marco europeo que en marcos nacionales. Es un problema enorme, porque tampoco cabe la menor duda de que las batallas más importantes hay que darlas en el marco europeo. Pero no se ven apenas experiencias comunes (el 15-O estuvo muy bien, pero hay que ir mucho más allá para hacerles frente), ni herramientas eficaces y con autoridad social para la coordinación y la convergencia.
En situación de debilidad, la prudencia aconseja no plantearse objetivos demasiado ambiciosos. Pero ante la UE realmente existente, esa «corte de los milagros» que se está forjando día a día y cada vez más amenazadoramente ante nuestros ojos, ¿cabe una política de reformas?
Mas allá del debate sobre el euro -que por cierto, es el tema de un excelente conjunto de artículos que publicamos en el próximoVIENTO SUR- ¿qué hay «reformable» en el poder establecido, Il Palazzo, de esta UE? ¿Quién podría ser el bloque sociopolítico que sirviera de base a esas reformas? ¿Qué gobiernos, actuales o que puedan llegar a serlo en el marco político actual de la UE, las aplicarían?
No es probable, pero es posible que la UE explote (o implote, ahora eso es lo de menos), en un próximo futuro. Pero lo que me parece indudable es que esta UE es estructuralmente incapaz de tolerar que en cualquiera de los países que la integran, se realice no digo una política anticapitalista; simplemente una política socialdemócrata en el sentido serio del término; digamos, la política que defendió ayer Llamazares en el debate de TVE al que me referí antes (y no utilizo ahora «socialdemócrata» en sentido peyorativo, sino descriptivo).
Estas consideraciones no cambian las condiciones inmediatas para una acción de la izquierda social y política. Es un objetivo urgente, tendría que ser unitario, no debería estar condicionado por problemas ideológicos o estratégicos y vale cualquier contenido que cree una dinámica de movilización sostenida continental: la deuda podría ser excelente, y podrían ser otros.
Pero en el curso de la acción, y en el marco de un debate pluralista, habría que considerar que es lo que viene después, es decir, qué ocurriría si tuviéramos éxito. Entonces en mi opinión, aplicando por una vez el copyleft al lema de Equo, en sentido radical, habría que reiniciar.
Miguel Romero es el editor de VIENTO SUR
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