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Ingeniería electoral en Alemania

Fuentes: Rebelión

No había que ser un lince para interpretar los resultados de las últimas elecciones alemanas como un giro a la izquierda de los votantes. La coalición democristiana CDU/CSU perdía 22 escaños y, si bien los liberales del FDP ganaban 14 respecto de las elecciones de 2002, la vencedora de las elecciones en términos relativos resultaba […]

No había que ser un lince para interpretar los resultados de las últimas elecciones alemanas como un giro a la izquierda de los votantes. La coalición democristiana CDU/CSU perdía 22 escaños y, si bien los liberales del FDP ganaban 14 respecto de las elecciones de 2002, la vencedora de las elecciones en términos relativos resultaba la coalición de izquierdas PDS/WASG, que ganaba 52. Si se suman los escaños en el Bundestag de los socialdemócratas, los verdes, y esta última coalición de izquierdas (liderada por el ex -comunista Gysi y por el que fuera por un brevísimo lapso de tiempo Ministro de Finanzas durante el primer mandato de Schröder, Oskar Lafontaine), se tienen 327 escaños; si se suman los votos de los socialdemócratas y los liberales, se tienen 287. 40 escaños de diferencia sobre un total de 614.

A lo largo de los dos últimos años el SPD había ido perdiendo fuerza política al caer derrotado en la práctica totalidad de las elecciones que se fueron desarrollando en los Bundesländer. Los resultados de cada una de estas elecciones iban variando la composición de fuerzas en el Bundesrat, la cámara alta alemana, cuya composición depende de las elecciones regionales. Esto abocó a la coalición en el poder a una situación de ingobernabilidad, al tener que enfrentar muchas de sus políticas el veto de la cámara alta, propiciado sobre todo por los democristianos. Estos, aunque no se oponían a la reforma del mercado laboral propiciada por el gobierno de Schröder, intentaban aprovecharse de las situaciones obtenidas en las elecciones de los Länder con la vista puesta en las siguientes elecciones para el Bundestag. Tras conocerse el resultado de cada una de estas elecciones regionales la respuesta del gobierno de Schröder era siempre la misma: se reconocía la impopularidad creciente del programa de reformas que estaban desarrollando, pero se negaban a detener su implementación apelando a un sentido de la responsabilidad sobre la buena marcha de la economía alemana.

La coalición PDS/WASG, en cambio, se presentaba a las elecciones con un programa económico de corte nítidamente keynesiano (haciendo hincapié en la necesidad de incentivar la demanda volviendo a considerar al Estado como un actor económico fundamental) y con una serie de propuestas sociales enfocadas a garantizar la continuidad del estado del bienestar. Ello suponía una oposición a las reformas de la llamada «Agenda 2010» desarrollada en la última legislatura por la coalición del SPD y Los Verdes, cuya intención era aplicar los objetivos de la Agenda de Lisboa mediante el abaratamiento del despido, la disminución de las prestaciones sociales, la reducción de la carga impositiva sobre las empresas, y otras medidas del mismo corte.

Pero cuando el ex – canciller Schröder anunció la disolución del parlamento y la convocatoria de elecciones anticipadas, la dirección del discurso del SPD cambió radicalmente. Entendiendo que la insistencia en su programa de reformas era una manera de regalar votos a los democristianos (pues, al fin y al cabo, muchos de los votos que perdían hacia la CDU/CSU eran de votantes que pensaban que, ya puestos a acabar con el estado del bienestar mejor que lo hagan los conservadores de toda la vida), Schröder se puso a buscar votos en el caladero de la izquierda. El SPD asumió una retórica antiempresarial intentando volver a su tradicional línea socialdemócrata, y sus dirigentes comenzaron a acusar a los empresarios de no crear puestos de trabajo a pesar de sus espléndidos beneficios. De esa manera abandonaban su estrategia de búsqueda de los votos del centro político, y pasaban a dedicarse a los votos inaccesibles para la CDU/CSU, los de los votantes de izquierdas.

Pero la izquierda del SPD ya estaba ocupada por dos partidos: sus socios de gobierno, Los Verdes, y la nueva coalición de izquierdas PDS/WASG. Las encuestas auguraban un 12% de votos para ésta, y el SPD inició una durísima campaña para conseguir arrebatárselos. A la vez que Schröder se expresaba con la retórica más izquierdista que nadie le había escuchado, dedicaba una buena parte de sus discursos a acusar a Gysi y Lafontaine de ser unos populistas cercanos al totalitarismo. Ante las propuestas del PDS/WASG de proteger a los trabajadores alemanes de los problemas que ocasiona la competencia con la fuerza de trabajo barata de los países del este, se les acusó de mantener un peligroso nacionalismo más propio de otros tiempos. Incluso el diario español El País les acusaba de filonazismo (véase por ejemplo el artículo de Hermann Tertsch «El nuevo Oskar rojipardo» en la edición del 7 de Julio de 2005).

Nada más conocerse los resultados electorales, lo primero que dijeron los líderes socialdemócratas, en sintonía con la campaña que habían desarrollado, fue que descartaban completamente participar en un gobierno en coalición con el partido de Gysi y Lafontaine, con lo que se volvía imposible la coalición de los tres partidos más a la izquierda del espectro político alemán. Los Verdes se negaron a formar gobierno con los liberales del FDP, por lo que la única opción que quedaba abierta era la de formar una «gran coalición» del SPD con la CDU/CSU.

Esto resultaba, cuando menos, paradójico, pues Schröder sólo había podido contener la debacle electoral del SPD a base de hacer una campaña en la que, por primera vez en 3 años, había alertado de los peligros del libre mercado y defendido el estado del bienestar alemán. El SPD había conseguido retener votos volviendo a mostrarse como el paladín de la clase trabajadora y no había dejado de insistir en que si la CDU/CSU llegaba al gobierno, arrasaría con todas las conquistas sociales de los últimos 60 años. Los medios de comunicación alemanes (así como los occidentales en general y los españoles en particular) señalaron inmediatamente que si los democristianos no habían logrado ganar las elecciones, era porque su líder, Angela Merkel, no era suficientemente carismática, dejando prácticamente de lado la cuestión de si los alemanes estaban ya hartos de quedarse sin estado del bienestar.

Pero al SPD en seguida le han empezado a surgir los problemas desde dentro. Y es que, aunque el ala más radical del partido (en realidad sólo unos poquitos) se fue con Lafontaine, sigue quedando dentro del partido una facción que cree firmemente en todo lo que ha estado defendiendo Schröder durante la campaña electoral. Así, la parlamentaria Andrea Nahles (conocida en el SPD por sus reiteradas críticas a la «Agenda 2010» de Schröder y por representar al ala más izquierdista del partido), tuvo la osadía de presentarse a secretaria general del partido. Nahles resistió a todas las presiones para que retirara su candidatura, se presentó y ganó, mostrándose que el partido socialdemócrata alemán está tan dividido como lo estaba el socialdemócrata francés ante la Constitución Europea, y que muchos de sus miembros no quieren acabar con el estado del bienestar que es la base sobre la que se construyó la república federal alemana desde el 45.

Inmediatamente después de este resultado presentó su dimisión el presidente del partido, Franz Müntefering (que parecía hasta el momento que iba ser el nuevo Vicecanciller y Ministro de Trabajo), rechazando con ello la posibilidad de formar parte del nuevo gobierno. Al día siguiente se produjo la renuncia del líder democristiano Edmund Stoiber (la cabeza de la CSU de Baviera que representa al sector más conservador de los democristianos). Todos los medios empezaron a alertar del peligro que corría la formación de gobierno y esto en un país donde el que se pueda o no formar gobierno siempre recuerda a los problemas de no-gobernabilidad que ocurrieron durante la República de Weimar. No podemos saber qué presiones han debido ejercerse sobre Andrea Nahles, pero dos días después de su victoria ha declarado que renuncia al cargo, e inmediatamente han aparecido dos políticos «centristas» del SPD para rellenar los huecos de presidente y secretario general del partido. Se ha cerrado así a toda velocidad la brecha interna del partido que había trascendido a la opinión pública y se han reanudado las negociaciones para la formación de la «gran coalición».

Con ello, las élites políticas alemanas parece que van a conseguir cuatro años más de tiempo para seguir implantando todas las medidas que exigen las grandes empresas y para seguir desmontando el estado del bienestar. La victoria electoral de la izquierda alemana no va a servir para corregir el rumbo de las reformas, sino que estas van a proseguir imperturbables hacia adelante como si no hubiera pasado nada.

Lo inquietante de todo este proceso es que el sistema electoral alemán (como el de la práctica totalidad de las democracias occidentales) establece un hueco entre los resultados de una votación y la interpretación de esos resultados que lleven a cabo las élites políticas. Aprovechándose de estos huecos es posible proceder a una suerte de ingeniería electoral que interprete el resultado de una elección de tal manera que en vez de darse un giro a la izquierda, se dé un giro a la derecha. Está claro que no hay ninguna interpretación de los resultados de una elección que sea la interpretación correcta, pero habría que elaborar mecanismos de participación democrática que diesen la posibilidad al electorado de tomar también parte en la interpretación de su propia voluntad. Porque si esto no se hace, surge la posibilidad de que por ese hueco que hay entre la voluntad popular y su interpretación, empiecen a colarse todo tipo de intereses espurios que orienten los resultados de las elecciones según les convenga. Sería conveniente, por ejemplo, la introducción en los sistemas democráticos occidentales de la posibilidad de revocación de los mandatarios, tal y como ya ocurre en algunos estados norteamericanos (como California) o en Venezuela, de tal manera que si el electorado no estuviese contento con el modo de proceder de sus representantes pudiera obligar a una nueva votación una vez que se hubiese recogido un número significativo de firmas. Mientras tanto, al igual que pasó con los resultados del referéndum francés sobre la Constitución Europea, esta brecha entre el resultado de una votación y su interpretación, produce la alarmante sensación de que las élites políticas respaldadas por los grandes capitales cuentan con mecanismos para hacer valer su voluntad con independencia de los resultados electorales.

Mucho depende en Alemania en este momento de luchas de poder en el seno de los partidos que poco tienen que ver con la voluntad popular expresada en las urnas. Quizá el ala izquierda del SPD logre adquirir un mayor peso dentro del partido, de manera que sea posible la formación de un gobierno de izquierdas en Alemania, pero esto no depende del electorado sino de la dinámica interna del SPD. Y mientras tanto, el gigante de las telecomunicaciones alemán Deutsche Telekom ha anunciado el despido de 32.000 trabajadores más a pesar de contar con los mayores beneficios de su historia.