En la mayoría de los países europeos se ha verificado la convergencia de partidos de extrema derecha con partidos anti-inmigrantes logrando hasta este año buenos resultados electorales. Desde el avance del Partido de la Libertad en Austria, el triunfo electoral del DDP en Dinamarca, la consolidación en Noruega del Partido del Progreso, el alarmante segundo […]
En la mayoría de los países europeos se ha verificado la convergencia de partidos de extrema derecha con partidos anti-inmigrantes logrando hasta este año buenos resultados electorales.
Desde el avance del Partido de la Libertad en Austria, el triunfo electoral del DDP en Dinamarca, la consolidación en Noruega del Partido del Progreso, el alarmante segundo puesto para Le Pen en las elecciones francesas 2002, el efímero pero significativo fenómeno Pin Fortuyn en Holanda, la tendencia ha sido alterada sólo por los triunfos de la socialdemocracia en Alemania y Suecia y este año en España.
La socialdemocracia de los dos países de Europa del Norte después de asegurarse las reelecciones ha cumplido la tendencia histórica de adoptar la agenda del centro derecha para la política inmigratoria. La España de Zapatero anuncia una regularización de su población inmigrante pero limitada para no producir el efecto «invasión/llamada» de otros irregulares de Europa, curiosa incorporación del lenguaje de la derecha en los que hasta hace pocos meses execraban a Aznar. El mismo gobierno que está rechazando la regularización de los familiares de las víctimas del atentado del 11 de marzo en Madrid y que mantiene ese oprobio a los derechos humanos que son los centros de recepción (detención )de refugiados e ilegales)de Canarias y Ceuta.
En Europa se observa:
– una relación directa entre el alto porcentaje que gana la Derecha y la priorización del tema inmigratorio en las campañas electorales.
– una correlación entre el crecimiento de la Extrema Derecha y el vía libre a los medios de comunicación para el tratamiento sensacionalista de la presencia inmigrante en Europa, vinculándola al aumento del crimen, la prostitución, la droga y la inseguridad en general.
– el aumento significativo del caudal de votos de la Extrema Derecha seguido por el triunfo electoral del Centro Derecha que ejecuta en el gobierno una versión suavizada de la retórica anti-inmigratoria más extrema.
– los partidos socialdemócratas logran éxitos electorales cuando acentúan posiciones progresistas y limitan la distorsión del tema inmigratorio. En el ejercicio del poder muestran ambigüedad y doble discurso.
La situación en Italia
En las elecciones del 2001 que resultaron en el segundo gobierno del Cavaliere Berlusconi el tema de la inmigración y de los refugiados alcanzó niveles prioritarios. La posición más estridente protagonizada por la Lega del Nord, racista con los extranjeros, secesionista en su desprecio a los italianos en el sur.
La izquierda italiana a fuer de ser europea compartía y comparte con la socialdemocrática del continente su discurso: la obsesión por la presencia de los clandestinos, la obsesión por la violencia y el riesgo urbano, la obsesión por la competencia en el mercado de trabajo y la amenaza sobre el salario, la obsesión por conservar las tradiciones políticas democráticas y la «superioridad» cultural, blandiendo el status de mayor autonomía de las mujeres europeas como esencia occidental más que el resultado de un proceso histórico.
La izquierda moderada – en su pragmatismo político – ha reemplazado los principios de solidaridad y de internacionalismo produciendo un enorme daño ético a sus sociedades.
Estas obsesiones introducidas por la derecha le han costado a los sindicatos y partidos de izquierda una lentitud en la incorporación de los trabajadores extranjeros (clandestinos o regulares) a sus filas. Incluso ha ofuscado la percepción de la realidad italiana aceptando la retorsión del lenguaje: la «deportación» de extranjeros se presenta como «rimpatrio» y los centros de detención de clandestinos, – especie de limbo donde no rigen los derechos -, son «centri di accoglienza» (centros de recepción sic!!).
Los inmigrantes empeñados políticamente (latinoamericanos, marroquíes, tunecinos, bengalíes, senegaleses, etc) han buscado afiliación y participación en los sindicatos autónomos, en la Cgil, en Rifondazione Comunista y especialmente en la amplísima gama de los Centros Sociales, en el Foro Social, los Comitati Stranieri per Stranieri, con los Girotondi y los Disobedienti.
El gobierno Berlusconi ha incorporado al gabinete a tres notorias figuras del fascismo, Fini como vicejefe de gobierno, Bossi como Ministro de Reformas Institucionales y Mirko Tremaglia en el cargo de Ministro de los Italianos en el exterior. Precisamente el tandem Bossi-Fini introdujo en el 2002 una ley en el Parlamento que ha reducido los derechos de los inmigrantes a la reunificación familiar, permite la expulsión inmediata de los extranjeros ilegales y favorece el vil negocio de venta de contratos de trabajo falsos. Mirko Tremaglia, quien participó en primera persona en la defensa del gobierno Mussolini, desde su ministerio contribuye a derechizar las colectividades de italianos emigrados. Su acción es deleterea fuera y dentro de Italia.
Alleanza Nazionale y la Lega Nord han realizado una ofensiva parlamentaria y mediática denunciando a todos aquellos que sostienen una política de mayor apertura y respeto a los derechos humanos, sean estos partidos de izquierda, centroizquierda, sectores católicos progresistas o los movimientos laicos y ecuménicos.
El endurecimiento de las fuerzas policiales en las ciudades y en las fronteras es evidente. Prueba irrefutable es la ampliación de poderes a la Armada Italiana (febrero 2002) para patrullar las aguas territoriales con el derecho de abordar los barcos sospechosos y destruir las naves que operen ilegalmente.
Desde marzo del 2002 comienza a observarse un crecimiento de la oposición al gobierno Berlusconi desde los sindicatos y las organizaciones de la sociedad civil en el marco de un insuceso económico que ha sensibilizado en forma positiva con respecto a la situación de explotación, discriminación y violencia de los inmigrantes en Italia.
Las marchas antiracistas y por la Paz en Irak volcaron a las calles millones de manifestantes, observándose la presencia masiva de jóvenes que, rescatando del aislamiento a los militantes del setenta, sacudían el sopor antipolítico del conformismo postcraxiano.
Junio del 2004 presenta el derrumbe electoral de Berlusconi, en una Italia que parece querer sacudirse la vergüenza de estos últimos años.
«Lamentablemente propio en el interior del mundo occidental
( el antiglobal ) se han levantado críticas al modo de vivir y
de pensar del mismo Occidente, se ha buscado y se intenta
culpabilizarlo, como si fuera su culpa y de su economía
la pobreza que sufre tanta parte del mundo».
Berlusconi, setiembre 2001
Inmigrantes en Italia
La autorepresentación de los italianos de ser un país de emigrantes se complementaba con la autoimagen de país abierto e intocado por el racismo y los prejuicios étnicos. Se producía entonces una remoción del antisemitismo italiano, de la política colonial en Africa y de los componentes filofascistas de la Italia piccolo borghese de la postguerra.
El mito de esta Italia indemne al odio racial y la violencia discriminatoria resiste hasta fines de la década del 80, cuando comienzan a revelarse los primeros crímenes racistas contra extranjeros. En el verano del 1989, el año de la caída del muro, se produce el crimen de un refugiado sudafricano que trabajaba de jornalero agrícola. Se inauguró así una etapa de agresiones racistas contra ciudadanos extranjeros.
En los noventa se incrementa en Italia la presencia pública y desafiante de los grupos neofascistas en una estrategia de incremento de la tensión y de inculcación de miedo y amenaza para los que pretendan construir una política alternativa mediante el aglutinamiento de fuerzas políticas y sindicales del área de centro izquierda, izquierda, los verdes, católicos y judíos progresistas, partigiani, ex – deportados, asociaciones de inmigrantes, jóvenes no global, centros sociales, etc. El uso de la fuerza (ataque y palizas a inmigrantes indefensos) y la ostentación de camisas negras, bastones, cruces celtas, estandartes con inscripciones «Inmigrazione cimiterio dei popoli» y «Non passa lo Straniero», son formas gravemente intimidatorias para toda la población y especialmente para los sectores más vulnerables, los inmigrantes y refugiados.
Para la conmemoración del ochenta aniversario (2002) de la Marcha sobre Roma de Mussolini, los fascistas mostraron su odio a una sociedad multicultural ocupando el Esquilino, el sector más multicultural y multiétnico de Roma, defendido por una manifestación antifascista.
Esta autorepresentación complaciente por parte de la sociedad italiana, la remoción de la memoria histórica, los profundos cambios políticos de la Italia de los ochenta con la tácita alianza entre la Democracia Cristiana y el Partido Socialista craxiano con la «svolta» del partido comunista y el proceso de inserción plena de Italia en la Unión Europea, impidieron una consideración realista y responsable de la presencia crecientemente masiva de ciudadanos del Tercer Mundo y del este europeo en búsqueda de trabajo y refugio político.
En los años 80, el afán europeísta de una sociedad made in Italy fascinada por el consumo frena la revisión crítica del pasado colonial y fascista. Los llamados Años de Plomo (1978-1983) con la lucha antiterrorista suspendieron ese proceso de reconstrucción y elaboración histórico-político que se había iniciado a fines de los años 60 y que había enriquecido la política, el sindicalismo, la cultura y la vida académica. La Italia de los Años 60 y 70 no era famosa por los Armani, los Pucci o por la cocina mediterránea, sino por la calidad de sus pensadores, sus cineastas y escritores (Galvano
Della Volpe, Pratolini, Umberto Cerroni, Monicelli, Rossana Rossanda, Ernesto Ragioneri, Moravia, Pasolini, Francesco Rossi, Carlo Levi, Leilio Basso, etc) que iluminaron a jóvenes de Europa y del Tercer Mundo en la toma de conciencia de una realidad a cambiar.
La decadencia del pensamiento y del hacer político en Italia va a pari passu con el retardo de la visualización de la presencia inmigrante y con una subvaloración de lo que esta presencia significaría en la cultura, la política y la economía de esta nueva Italia, país de inmigración.
De la «invisibilidad» de la presencia de los inmigrantes en la década del 80, se pasa a la obsesión por la invasión en los noventa, la paranoia de la pérdida de la identidad cultural.
La manipulación de los medios de comunicación y de los partidos políticos con cifras falseadas sobre la presencia extranjera favorece la concatenación inmigrante/clandestino, inmigrante/inseguridad, inmigrante/delito. Es el caldo de cultivo de la xenofobia y el racismo. Bossi defendía las medidas de expulsión contra los inmigrantes porque desde su perspectiva la mayoría de los inmigrantes en Italia son delincuentes.
Una particularidad de la presencia inmigrante en Italia es que se radica en un país cuya identidad se había fabricado sobre la «emigración» que el fascismo demagógicamente había declarado la vergüenza de Italia. En Basilicata, región emblemática de pobreza campesina y éxodo hacia las Américas, Mussolini proclamaba «qualche intelligente dice «siamo in troppi», gli intelligente rispondono «siamo in pocchi»».
El modelo industrial italiano consolidado en la década del 90 puede considerarse errático, affaristico. Desde la derrota obrera del 1980, la burguesía italiana ha desplegado un modelo degradado de industrialización basado en la flexibilidad y la mano de obra a bajo precio. En este tipo de industrialización, la mano de obra inmigrante, precaria, flexible, poco costosa, es requerida y encuentra su nicho. Se acentúa la tendencia a utilizar trabajadores inmigrantes en respuesta a la demanda de trabajo inestable o estacional (agricultura, pesca, construcción, hotelería, etc) y en el amplio sector de servicio a domicilio.
La toma de conciencia de la necesidad demográfica de la inmigración (crecimiento cero, incluso negativo en algunas regiones, envejecimiento poblacional) y de su aporte a la economía nacional ha ganado consenso en los últimos años.
La presencia masiva de una inmigración femenina (filipinas, ucranianas, caboverdeanas, eritreas y latinoamericanas) para la atención familiar de niños y ancianos ha encajado perfectamente en una sociedad atrasada en la construcción de estructuras sociales y asistenciales que acompañasen la entrada al mercado de trabajo y la profesionalización de las mujeres italianas de los sectores medios en los últimos veinte años.
La presencia inmigrante ha servido para suplir un estado social de bienestar «inexistente» y compensado las necesidades de ascenso social (simbólico) para los sectores medios ante una economía caracterizada por la fuerte concentración de la riqueza, la desjerarquización de la justicia y la burla de cualquier mecanismo meritocrático de movilidad social y laboral.
En la sociedad italiana, especialmente en los sectores medios, se aprecia actualmente una aceptación pragmática de la presencia inmigrante. Los medios de comunicaciones, la televisión, incluyen figuras individuales de inmigrantes y refugiados, siempre cumpliendo tareas de servicio, devaluadas, y ansiosos/ansiosas de aceptación y ser «como los italianos». Paradigmática de esta deformación interesada es el film de Bernardo Bertolucci «Refugiados del Amor» (L’assedio.1998) donde el personaje femenino, una refugiada africana y estudiante de medicina, se enamora del pianista europeo, bello y generoso habitante de Piazza Spagna. Ni un atisbo de sufrimiento racista, la universidad italiana un círculo de ángeles custodios. El crescendo hipnótico del film lleva al espectador a desear que el marido africano, maestro torturado por sus ideas en las cárceles del continente negro, se quede sufriendo en su país y permita la coronación de un amor tan sublime y ……. mixto.
El círculo se cierra y las premisas se aclaran. Lo que se auspicia desde los sectores hegemónicos de la economía, la política y la industria cultural no es una «inmigración cero» que sería irreal y pondría sobre el Estado y las empresas demandas de mejoras salariales y de gasto social (escuelas, jardines de infantes, hogares para ancianos, mayor asistencia hospitalaria, etc) que el neoliberalismo ha abolido, sino la existencia de una inmigración contenida, regularizada por la ley del mercado e inserta en un mercado informal.
Una presencia inmigrante dócil, que no pretenda su inserción como sujetos en igualdad de derechos y libertad para la construcción conjunta de una sociedad democrática.
El racismo y la xenofobia no disminuyen con el pragmatismo de la aceptación del inmigrante como «mal necesario». Es ahí donde siguen enquistadas las características insidiosas del fascismo: el odio hacia el distinto, la violencia abierta o larvada contra los trabajadores – sin diferencia de nacionalidades – y las clases populares para «rendere la vita difficile» disciplinando a todos los que sueñan con una vida de iguales y solidarios.
Cuando falta el consentimiento
debe venir la fuerza ……
La violencia es moralísima,
sacrosanta y necesaria.
Benito Mussolini