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Integración para la soberanía y por el avance político

Fuentes: Rebelión

La Organización de los Estados Americanos, OEA, no es un espacio de integración regional, sino un organismo que la derecha continental utiliza para apuntalar el atraso político.

Los presidentes latinoamericanos que recientemente han cuestionado la razón de existir de la OEA deben abonar la labor realizada en el pasado por dirigentes como Hugo Chávez y Fidel Castro y dar un paso adelante en la construcción de un liderazgo regional efectivo.

Es urgente fortalecer la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, CELAC, e insertarla de manera efectiva en el esquema global.

América Latina y el Caribe necesitan un mecanismo de integración que no esté encabezado por dos grandes potencias del orden imperialista como son Canadá y Estados Unidos.

Las grandes potencias quieren una América dividida para saquearla y someterla como lo han hecho durante muchas décadas.

Andrés Manuel López Obrador, Luis Arce Catacora y Alberto Fernández, tras reconocer que la OEA está en contra del avance político, están comprometidos a impulsar un movimiento continental para desautorizar las decisiones de su secretario general, Luis Almagro, denunciar como imposición de la derecha regional las resoluciones contra los gobiernos progresistas y presentar como ofensa la intromisión imperialista.

Para impulsar el avance político, es preciso crear fondos de cooperación regional, fortalecer el organismo político por excelencia (la CELAC) y crear mecanismos de apoyo en áreas específicas de acción diplomática, comercial y política.

Esto hará posible asumir como región la lucha por un orden global que garantice la soberanía y la autodeterminación de los pueblos

La OEA surgió por la necesidad de Estados Unidos de adaptar al orden establecido después de la Segunda Guerra Mundial su ejercicio de dominación.

Si para implantar el orden de dominación hubo acción en todas las direcciones (se creó el Banco Interamericano de Desarrollo, se concibieron proyectos económico dirigidos por Estados Unidos ), lo mismo hay que hacer para derrumbarlo.

Se puede citar el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), impuesto a finales de la década de 1940, un pacto militar que condiciona las políticas de defensa y seguridad nacional del continente a las necesidades de Estados Unidos.

A estos y otros organismos regionales, se suma otro con alcance global, y es la siniestra Agencia Central de Inteligencia, CIA.

Apañar las tropelías cometidas por la CIA en América Latina (recién creada asesinó en Colombia a Jorge Eliécer Gaitán) fue tarea impuesta a la OEA desde su surgimiento.

Se hace larga la lista de invasiones que la OEA ha tenido por misión disfrazar, apoyar y legalizar (Santo Domingo 1965, Panamá 1989…). Es larga también la lista de golpes de Estado dirigidos a frenar el avance político (contra Jacobo Arbenz en Guatemala en 1954, contra Juan Bosch en República Dominicana en 1963, contra Salvador Allende en Chile en 1973…).

Muchos otros hechos podrían citarse antes de llegar al 2019, cuando se produjo el golpe de Estado en Bolivia. Y no es necesario enumerarlos para afirmar que, en la historia y en la crónica noticiosa, la OEA debe ser presentada como lo que es: un organismo al servicio del neocolonialismo.

LA DERECHA EN SU QUEHACER

En la lucha contra el avance político las facciones de la derecha echan a un lado sus desacuerdos.

Las protestas en Cuba en julio pasado, por ejemplo, contaron con el apoyo de Donald Trump y con el de Joe Biden, y es obvio que no solo de palabra.

Las nuevas sanciones impuestas por la Casa Blanca y la reunión de Joe Biden con los jefes de la mafia anticubana de Miami son señales elocuentes.

Se destaca en el concierto de la derecha el papel del poder mediático.

Las burdas manipulaciones y las falsas noticias (incluso las fotos de represión en Egipto presentadas como tomadas en Cuba) han sido aportes importantes de un poder mediático que ha calificado con sobrenombres como ‘partidario del terrorismo’ o ‘antiguo terrorista’ a cualquier funcionario nombrado por el nuevo presidente de Perú, Pedro Castillo Terrones.

Carecerían de importancia los sobrenombres, pero se utilizan para crear una imagen y para explicar ante el mundo acciones golpistas y maniobras de guerra no convencional.

Prueba de ello es que los medios controlados por el gran capital no califican al gobierno colombiano como exportador de mercenarios y a figuras como Mario Montoya, Álvaro Uribe, Juan Manuel Santos o Iván Duque, no les colocan los epítetos que puedan indicar que aplicaron la política de asesinar a civiles con el único propósito de presentarlos como bajas a los grupos guerrilleros. No se antepone a esos nombres el epíteto ‘genocida’, ¡ni ‘mentiroso’ siquiera!

Ese es el retorcido concepto de objetividad que manejan los servidores de la derecha.

El imperialismo (el poder estadounidense junto a sus socios) prefiere una América dividida, donde una base militar yanqui pueda servir de cárcel temporal a un presidente secuestrado en su residencia a medianoche como ocurrió en Honduras en el año 2009, y la embajada yanqui pueda dar apoyo logístico y dotar de recursos a golpistas como los que derrocaron a Fernando Lugo en Paraguay y a Evo Morales en Bolivia.

Una América donde la embajada yanqui pueda apadrinar la contratación de mercenarios como ocurrió en Haití con militares entrenados en Estados Unidos a quienes el Estado colombiano despojó del uniforme sin impedirles ejercer el sicariato.

Una América en la cual los presidentes de derecha (el dominicano Luis Abinader, por ejemplo) proyecten alzar muros y formar guardafronteras en lugar de combatir la desigualdad.

La derecha se une para la preservación de la sociedad de clases, un objetivo contrario a las aspiraciones de bienestar de las mayorías.

La integración de América y la sustitución de la OEA por un organismo realmente democrático pasa por la desobediencia ante las órdenes que emanan desde el Norte.

Los gobernantes que cuestionan a la OEA están compelidos a impulsar el ejercicio de la soberanía nacional y regional y a velar porque los recursos de la región sean destinados al desarrollo económico y social y no a satisfacer el apetito imperial.

Para vencer las dificultades y dar respuesta a las agresiones, es preciso fomentar la organización y la toma de conciencia de las mayorías, pues en los pueblos reside la fuerza.