Resulta penoso recordar hoy que, en vísperas de las elecciones estadounidenses, algunos sectores anti-imperialistas apostaron por Donald Trump, al que consideraban enfrentado al establishment y del que esperaban un golpe de timón contra el Pentágono en política exterior. Algunos temían incluso que no llegara a jurar su cargo, hasta tal punto lo consideraban un outsider […]
Resulta penoso recordar hoy que, en vísperas de las elecciones estadounidenses, algunos sectores anti-imperialistas apostaron por Donald Trump, al que consideraban enfrentado al establishment y del que esperaban un golpe de timón contra el Pentágono en política exterior. Algunos temían incluso que no llegara a jurar su cargo, hasta tal punto lo consideraban un outsider beneficioso para las luchas populares y amenazador para el sistema. No eran capaces de admitir que el golpe de timón, tan audaz como se lo permitían los apretados lazos que atan las manos a todo presidente de EEUU, lo había dado Barack Obama, decepcionante en política interior pero realmente lúcido y atrevido -que no justo- en su visión geopolítica de los intereses de su país. Obama, en efecto, aceptó la decadencia imperial de EEUU en Oriente Medio, comprendiendo que toda tentativa de frenarla sólo podía acelerar el proceso y de manera catastrófica para toda la región. Así que hizo dos cosas insólitas: firmó un acuerdo con Irán y se alejó unos pasos de Israel, cuyo gobierno hizo todo lo posible para obstaculizar su labor, desacreditar su mandato y facilitar una transición de vuelta al pasado.
Ese pasado es Trump, que recupera ahora y enfatiza -con su peculiar estilo tuitero- la política neocón de Rumsfeld y Bush. Puede que haya siempre motivos para oponerse a la Casa Blanca, pero es muy poco inteligente considerar que Washington tiene una clase dirigente homogénea y una sola política para todas las coyunturas y todas las épocas. En política exterior Obama y Trump coincidían en su renuencia a la hora de derrocar el régimen de Bachar Al-Asad e intervenir en Siria, que han entregado a Rusia e Irán, pero Trump ha volteado la visión de su predecesor en los dos puntos -los más explosivos- donde Obama demostró más prudencia y más coraje: Irán e Israel. En los últimos días Trump ha anulado el acuerdo nuclear con Teherán y ha cumplido su promesa de trasladar la Embajada estadounidense a Jerusalén. Ya vemos las consecuencias. Israel, crecido y envalentonado, buscó la semana pasada una escaramuza militar directa con Irán en la devastada y multi-intervenida Siria y ayer recobró en Gaza la normalidad interrumpida en 2014 y mató e hirió a centenares -miles- de palestinos. Volvemos, pues, al pasado, pero en un presente peor, en medio de un avispero de guerras frías cruzadas, batallas inter y sub-imperialistas y realineamientos arenosos de todas las alianzas.
Trump y Netanyahu son sin duda los dos gobernantes más peligrosos del mundo en un mundo donde no es fácil encontrar refugio, ni siquiera mental. Netanyahu porque representa a un Estado ideológico -a igual título que Corea del Norte, Arabia Saudí o Irán- y está dispuesto a sacrificar la vida misma en el planeta Tierra con tal de ganar tiempo y no hacer concesiones. Trump porque pone la decadencia imperial de EEUU al servicio de un Estado ideológico dispuesto a sacrificar la vida misma en el planeta Tierra con tal de ganar tiempo y no hacer concesiones. Por contraste, Kim Jon Un nos parece ya un dirigente pragmático, prudente e inofensivo. Que un fanático ideológico y un chiflado sicodélico, dueños de los mayores arsenales de armas del mundo y rodeados de otros autócratas locos también ferozmente armados (Rusia, Irán, Siria, Turquía, Arabia Saudí), decidan cogerse de la mano con un cinturón de explosivos atado al pecho debería preocuparnos a todos.
Lo malo -lo paradójico- es que nos preocupa a todos. No sólo a los que sufrimos viendo sufrir a los palestinos (o a los sirios, los yemeníes o los egipcios). También a los que juegan al ajedrez con el dolor de la gente. Todos saben que Israel y Netanyahu son mucho más peligrosos para la paz mundial que Kim Jon Un o Jamenei, peligrosos sobre todo para sus propios pueblos (o para los pueblos vecinos). Todos lo saben. Incluidas las cancillería europeas. Los peores gobiernos del mundo, indiferentes al sufrimiento de los pueblos, saben el daño global que están haciendo Trump y Netanyahu. Lo sabe la ONU; lo dice en voz baja la CIA; lo acepta el Foro de Davos. No hace falta estar a favor de la justicia para tomar una posición. Bastaría pensar en los propios intereses, e incluso en la propia supervivencia como proyecto, para que Europa, por ejemplo, cambiara de política frente a Israel. Hay algo onírico y fatal, por tanto, en esta contradicción entre la conciencia unánime del daño -con la preocupación aparejada- y la incapacidad para mover un dedo. Hay algo hipnótico, sí, en el apoyo europeo a un Estado ideológico del que se sabe que está socavando toda posibilidad de estabilidad y democratización -que es lo mismo- en la región más volátil y explosiva del planeta. Si Europa no se sacude la hipnosis no sólo la paz en Palestina estará cada vez más lejos y la vida de los palestinos cada vez más amenazada (¡qué importa eso!); la propia Europa volverá, inútil y en añicos, a su peor pasado en un mundo devastado por la guerra y la violencia fanática.
Apostemos. No se la sacudirá.
Fuente: http://www.cuartopoder.es/ideas/2018/05/15/israel-y-la-hipnosis-de-europa/
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