Aclarados los resultados electorales, la atención política se centra en cuatro pasajes fundamentales para la consolidación del giro político-institucional hacia el centro-izquierda: la elección del Presidente de la República por parte de las cámaras, la formación del nuevo gobierno, las elecciones en varias ciudades importantes y el referéndum sobre la reforma constitucional. Al mismo tiempo, […]
Aclarados los resultados electorales, la atención política se centra en cuatro pasajes fundamentales para la consolidación del giro político-institucional hacia el centro-izquierda: la elección del Presidente de la República por parte de las cámaras, la formación del nuevo gobierno, las elecciones en varias ciudades importantes y el referéndum sobre la reforma constitucional.
Al mismo tiempo, más allá de la coyuntura, es necesario leer en el proceso electoral una serie de desafíos que atraviesan pero rebasan la dimensión institucional. Una hipótesis siniestra rodea el análisis: si bien el proyecto de Berlusconi fue frenado por un frente de oposición, la cultura de derecha mostró ser persistente y arraigada mientras que la de izquierda aparece diversa y dispersa y no permite la emergencia de un proyecto de igual fuerza ideológica.
Italia siempre fue un país donde las mayorías silenciosas fortalecieron la conservación y, eventualmente, impulsaron revoluciones pasivas en la arena electoral y, al mismo tiempo, ha sido un país de minorías activas de derecha y de izquierda que promueven proyectos presionando las instituciones desde las opuestas trincheras de una sociedad civil polarizada.
Lo que se evidencia en este momento de la historia italiana es el conflicto político-social que atraviesa el país. Las elecciones fueron el espejo cuantitativo político-institucional de un hecho cualitativo político-social: la disputa entre dos visiones de sociedad, una real y tangible, otra potencial y difusa.
La derecha deja el gobierno pero no el poder: el poder económico, el poder mediático y el poder cultural. Su ascenso en estos terrenos tiene raíces profundas: desde la retirada paulatina del Partido Comunista en los años setentas hasta la disolución y la deriva socialdemócrata; el reflujo de la movilización en estos mismos años; la substición de la tradición demócrata cristiana por el nuevismo empresarial berlusconiano; la reconstrucción de la derecha más dura desde las cenizas del fascismo.
La fuerza de la derecha y la correspondiente debilidad de la izquierda pueden medirse en el terreno del sentido común. Las clases medias, decisivas en toda disputa política en un país del primer mundo, expresan posturas que no tiene nada que ver con las coordenadas ideales clásicas -y por lo tanto actuales- de la izquierda.
Una lectura del programa de la coalición armada por Prodi resulta ilustrativo de una tendencia general: la derecha propone y la izquierda matiza.
Dicho esto, en el inframundo de la política de los subalternos no deja de gestarse el antagonismo. El rechazo a Berlusconi expresa el malestar social frente a contenidos y formas de hacer política y abre la posibilidad de fortalecer y construir otros contenidos y otras formas. La izquierda social difusa que atraviesa la sociedad italiana puede liberarse del chantaje frentista antiberslusconiano y abrir debates, proponer soluciones a los problemas más álgidos e impulsar procesos políticos que permitan realizar y, al mismo tiempo, rebasar el programa de gobierno de la centro-izquierda. Para esto cuentan con la presencia política del Partido de la Refundación Comunista que supo abrirse a la presencia de los movimientos sociales y abandonó todo resabio de estalinismo y de centralismo democrático. Sin bien el PRC, queriendo ser partido de lucha y de gobierno, pone en tensión su identidad, abre el juego político a las luchas sociales.
Al contrario de lo que piensan los moderados que pululan en la coalición ganadora, un proyecto de izquierda en Italia puede generarse solamente en y desde el conflicto, en la emergencia y la irrupción política de sujetos sociales que han estado en la penumbra del eclipse berslusconiana.
Una victoria claroscura, aparentemente pírrica, despejó el horizonte y abrió posibilidades que parecían negadas.