Traducido para Rebelión y Tlaxcala por Juan Vivanco
Por fin ha despertado la Bella Durmiente. Mañana [10 de diciembre] Trieste se echa a la calle con coros, fanfarrias y tambores, no por la italianidad ni por los recortes presupuestarios, sino por los bancos. Simples bancos públicos, que la ciudad quiere recuperar y el ayuntamiento ha arrancado de dos parques, no vaya a ser que a tres escuálidos vagabundos y algún que otro zopenco se les ocurra sentarse allí estas fiestas. Hasta ahora la ciudad «de nuestro corazón» había dejado que le hicieran de todo, limitándose a refunfuñar. Le quitaron el Lloyd, la más gloriosa compañía de navegación italiana, que ahora es una sucursal china. El puerto, en pésimas manos, dejó que unos vecinos menos ilustres le robaran tráficos punteros.
También la capitalidad empezaba a perder puntos a favor del Friul, más próspero, allende el río Isonzo. Pero Trieste siempre había callado.
Esta vez algo se ha quebrado. Después de la primera incursión de guardias armados con sierras, hace un mes, en la plaza Venezia, una de las más antiguas del centro, los vientos han cambiado. Al periódico local llegó un aluvión de cartas indignadas llenas de palabras como «rabia» y «vergüenza». Surgieron movimientos, el tam tam se propagó y llegó a oídos de los viejos de la ciudad, usuarios habituales de los bancos públicos. Una asociación juvenil compró un banco nuevo y lo fijó con cemento en el lugar del «delito»; el alcalde, en venganza, además de denunciarlos les ha desahuciado. Cuando el ayuntamiento de centroderecha, sin inmutarse, ha hecho otra razia en un parque de las afueras, se ha pasado del enfrentamiento a la guerra abierta.
Es la réplica, en versión centroeuropea, de la «guerra bancaria» que estalló hace tres años en Treviso, cuando el alcalde Gentilini, de la Lega Nord, el mismo que quería cazar inmigrantes con perdigones como si fuesen pajaritos, dejó una plaza sin asientos de ningún tipo en su cruzada antiextracomunitaria. El actor véneto Marco Paolini le respondió regalando un banco al ayuntamiento. La oposición de izquierda se desmarcó, temerosa de desencadenar una revuelta del pobrerío. No así en Trieste, donde toda la oposición se ha unido y los triestinos reclaman «sus» bancos, no en nombre de los vagabundos sino de la cosa pública. Por cuestión de principios.
De modo que mañana por la tarde, bajo las lucecitas navideñas, se concentrarán en la plaza que han escogido como símbolo del «vandalismo institucional». Fanfarrias balcánicas, actores de cabaret, tamborileros, actores callejeros, corales llegadas del Véneto y un invitado especial, Vinicio Capossela, el cantautor italiano del momento, enamorado de la tenue atmósfera fronteriza de Trieste. «El domingo estaré ahí y por una vez no jugaré en ataque, sino que me quedaré en el banquillo por solidaridad», bromea, en vísperas de su gran gira italiana de Navidad. «Dirigiré mi ‘Marcha del camposanto‘ para enterrar con todos los honores los gloriosos bancos triestinos, jubilados tras medio siglo de honrado servicio».
Desde Treviso, el sheriff Gentilini lanza anatemas y recuerda que pertenece a la generación «que liberó Trieste de las hordas de Tito».
«No quisiera» amenaza «verme obligado a liberar Trieste por segunda vez de estas nuevas hordas bolcheviques empujadas por el viento gélido de la estepa». Pero el actor Marco Paolini anima a los ciudadanos a que se pongan un número 13 en la espalda para este segundo tiempo del partido de Treviso, como hacían antes los futbolistas cuando tenían que quedarse fuera del campo como reservas. «Con ese número diréis que todos estáis en el banquillo».
El banco público, afirma, es el último símbolo de algo que no se compra, de un pasatiempo gratuito: «Estamos rodeados de gentuza dispuesta a sacarte de debajo del culo el banco gratis para ofrecerte mil alternativas de pago. No es ninguna casualidad que quiten los bancos de las plazas y pongan otros en los centros comerciales».
«¿En qué cabeza cabe quitar los bancos?» se indigna el escritor Claudio Magris, triestino de pro, que pasa continuamente por esta plaza para ir a la cercana universidad. «Los bancos son esas cosas donde casi todos, gracias a dios, hemos pasado momentos felices, y no precisamente en compañía de concejales o escritores» dice, remitiéndose a una vieja canción de Georges Brassens, Les amoureux des bancs publics, en la que se dice que «los bancos verdes» no están ahí, como creen algunos, «para los impotentes y los gordos» sino, como es notorio, «para cobijar durante un rato los amores principiantes».
Es una Kulturkampf, una guerra cultural en toda regla también para el germanista más conocido del mundo.
El concejal responsable de esta medida, Franco Bandelli, no da el brazo a torcer, asume toda la responsabilidad de la «tala» e insiste en que los vagabundos apestaban. «Quienes han sacado a relucir los bancos que Gentilini quitó en Treviso podrían haberse acordado del muro que levantó el ayuntamiento de izquierdas de Padua hace poco para separar el barrio de los inmigrantes del de los italianos. Por no hablar de Cofferati, el [ex sindicalista y actual alcalde] de Bolonia, que lanzó las excavadoras contra los asentamientos gitanos, entre llantos de niños. Porque frente a ciertos problemas nadie tiene soluciones indoloras en el bolsillo». Mientras tanto, con permiso municipal, el vendedor de inocentes árboles de Navidad acaba de ocupar la mitad de la plaza en disputa, tapando milagrosamente -justo la víspera de la fiesta- el único banco que han vuelto a colocar los «subversivos».
Los viejos del barrio bromean, haciendo honor a la locuacidad secular de esta ciudad de los Habsburgo.
Piensan acudir a la fiesta, no quieren perderse el espectáculo: «Nos traemos de casa un banco con ruedas» en vista de la falta de espacio, propone una señora con la bolsa de la compra. «En los otros parques, cuando la gente ve llegar a los guardias se agarra al banco, porque nunca se sabe…», dice riendo un hombre canoso con jersey que está junto al quiosco. «Esos culos del mal asiento del ayuntamiento» bromea una señora deslenguada con bastón, «en cuanto ven que te sientas vienen detrás con la sierra». Otro, muy encorbatado, no traga: «Los que molestan no son los vagabundos. Somos nosotros, porque queremos sentarnos gratis, sin consumir». Parece que a los vecinos les gusta la guerra «bancaria», con su séquito de trompetas y marchas, mientras en otras plazas el alcalde y los concejales encienden árboles de Navidad e inauguran belenes al son de músicas celestiales, rodeados de mercadillos.
También le gusta a la oposición de izquierdas, que últimamente parecía incapaz de indignarse y hasta de divertirse. Bruno Zvech, secretario regional de los DS [antaño comunistas]: «Más que oposición a una medida ridícula, esta es una defensa de la plaza pública como lugar accesible, espacio de democracia y libertad». «Nuestras plazas son un símbolo de un gran pasado de tolerancia», le apoya Cristiano Degano, de la Margherita. Sandro Metz, de los Verdes -que participaron en la última batalla de Treviso-, ha sido uno de los primeros en rebelarse aquí en Trieste: «Están cambiando los atributos de la ciudad, empezando por las plazas. Esa gente no entiende nada de nuestra historia».
Para asistir a la fiesta de los bancos bajará de las montañas de Vajont el escritor-hombre de los bosques Mauro Corona. «Estoy alucinado» brama desde su cubil de Erto, «quitar los bancos es algo vergonzoso y bárbaro… No es sólo la faena que les hacen a los vagabundos. ¡Es que además el banco es mío! ¡Quiero sentarme cuando vaya a Trieste! ¡Valiente estupidez, ponerse a imitar a Gentilini! ¡Se les podía haber ocurrido algo original! ¡El alcalde de Trieste ha perdido puntos con esta historia!». Pino Roveredo, premio Campiello, triestino defensor de los «últimos», está aún más enfadado: «Que la gente vaya a sentarse al teatro romano, a ver si lo talan también».
Fuente: http://www.repubblica.it/2006
Traducido por Juan Vivanco, miembro de Rebelión y Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística. Esta página se puede reproducir libremente con fines no lucrativos, a condición de respetar su integridad y de mencionar a sus autores y la fuente. URL de esta página: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=42809