Después de una noche de incertidumbre, los votos de los italianos en el extranjero resolvieron el empate electoral en favor del centro-izquierda encabezado por Romano Prodi. La ley electoral que la derecha hizo a su medida se revirtió en su contra y ahora Berlusconi, que ya había ventilado la hipótesis de un fraude, pide la […]
Después de una noche de incertidumbre, los votos de los italianos en el extranjero resolvieron el empate electoral en favor del centro-izquierda encabezado por Romano Prodi. La ley electoral que la derecha hizo a su medida se revirtió en su contra y ahora Berlusconi, que ya había ventilado la hipótesis de un fraude, pide la revisión de los votos anulados a pesar de que, según parece, las pocas irregularidades fueron realizadas a favor de la derecha.
Más allá de la reducida victoria numérica del centro-izquierda, la reflexión debe centrarse en el balance de la campaña electoral y los escenarios políticos que se desprenden de la elección.
Un país dividido llegó al día de la votación después de una campaña áspera caracterizada por una paradoja: a la seriedad moderada y responsable de las propuestas de la oposición, la coalición gobernante contrapuso el extremismo y el terrorismo verbal.
Una vez más Berlusconi atacó para defenderse. El hombre más rico de Italia no dio importancia a las acusaciones y los juicios en su contra, esgrimiendo que el poder judicial actuaba políticamente, ni reconoció los cuestionamientos sobre el conflicto de intereses entre su calidad de gobernante y de propietario de la casi totalidad de la televisión privada y de un gran número de periódicos. Por otra parte, evadió las críticas sobre el desempeño económico del país que evidenciaban la ausencia de crecimiento y el aumento del endeudamiento público, a pesar de que fueron sus banderas cuando se presentaba como un empresario y no un político, prometiendo que la concentración de la riqueza iba a fomentar el espíritu empresarial de los italianos y el famoso «goteo». En relación con el tema álgido de los impuestos, Berlusconi no dudó en reforzar su postura «clasista» en defensa de los propietarios, inventando una amenaza comunista hacia la clase media. Por lo demás, volvió a esparcir promesas demagógicas como si no hubiese gobernado por cinco años y los resultados no estuvieran a la vista.
Aunque parezca absurdo, el anticomunismo fue el centro de la estrategia electoral del primer ministro y sus aliados para invertir la tendencia de los sondeos que atribuían una ventaja al centro-izquierda. No sólo acusó a Prodi de ser el «útil idiota» al servicio de los comunistas, sino que describió al país como un país controlado por comunistas que realizaron exitosamente la «estrategia planteada por Gramsci» y lograron infiltrarse en la sociedad civil, controlando en particular la educación pública y todos los ganglios de la producción cultural, incluidos los medios de comunicación y hasta los periodistas de las televisoras de propiedad del mismo Berlusconi. Este aparente delirio -en el cual aparecía como mártir y salvador- ideologizó y radicalizó la campaña, evitando el debate sobre las políticas emprendidas por el gobierno, marcando una raya de clase para espantar a las clases medias y ganar el voto de los indecisos. Así que, el resultado electoral se transformó, dramáticamente, en un examen de la inteligencia colectiva italiana en torno a la ficción armada por Berlusconi. Esta radicalización verbal conducida en primera persona por el primer ministro movió a grupos de temerosos y alcanzó un empate político sin lograr que la mitad de los italianos votaran en su contra.
Más allá de las obvias críticas de contenido que evidenciaron los rasgos neoliberales y neoconservadores de las derechas italianas, la oposición se alimentó del antiberlusconismo, un odio hacia un personaje que gran parte de los italianos perciben como hipócrita, ignorante, arrogante e inmoral. Nanni Moretti, director de cine de fama mundial, expresó este sentimiento difuso en una película sobre Berlusconi que fue estrenada en plena campaña electoral, «El caimán», cuyo final es inquietante: Berlusconi cae por mano de los tribunales y apela a la violencia neofascista contra el régimen comunista que lo derrocó.
Efectivamente, junto con el anticomunismo, el tema del fascismo ronda los procesos políticos italianos. Por una parte, aparece en el populismo mediático del primer ministro, su actitud mesiánica, el mito del hombre infalible, obscenamente rico y exitoso que evoca un «italian dream» explícitamente formulado al estílo de Guizot cuando el Rey Silvio invita a los italianos a enriquecerse. Por la otra, se manifiesta por la presencia en la coalición de derecha de un partido postfascista, Alleanza Nazionale, y de otros grupos menores de clara y violenta orientación fascista, que reivindican a Mussolini y se unen al frente anticomunista armado por Berlusconi y su partido-empresa, Forza Italia. No escapa a estas reminiscencias históricas el estilo político que caracteriza a otro aliado del Rey Silvio, la Liga Norte, una organización que une el rechazo hacia el sur («parasitario») de Italia, el racismo hacia a los migrantes que llegan del mediterráneo y del este europeo y el odio hacia China y los chinos por la competencia comercial «desleal» -paradoja de liberales que se quejan de la liberalización de los mercados mundiales. Cierra el cuadro de la Casa de la Libertades, un partido centrista que colora de catolicismo conservador a la coalición cubriendo un flanco y garantizando los votos de un electorado moderado menos dispuesto a votar por partidos que se proclaman de derecha. Finalmente el fantasma fascista pasa, además que por la obsesiva retórica anticomunista, por la actitud reaccionaria que el gobierno asumió agregando al neoliberalismo económico (contrarreformas de las legislaciones sociales y del trabajo), dosis de represión social (ley sobre drogas, sobre migración, etc.) y criminalizando la protesta.
Frente al extremismo de las derechas italianas y de cinco años de gobierno de Berlusconi, el centro-izquierda se convirtió en el lugar de la razón y de la resistencia. La coalición encabezada por Prodi, sin representar ninguna novedad política ni proponer cambios radicales, se presentó como una alternativa. Una alternativa civilizada, de restauración y de recuperación de principios morales y valores constitucionales que Prodi sintetizó en la propuesta de un gobierno de reconstrucción nacional, para recomponer los daños del régimen berlusconiano, anunciando inclusive la abrogación de una serie de reformas.
Berluconi dijo textualmente que los que votan por Prodi son unos «pendejos» porque no cuidan sus intereses, suscitando una irónica respuesta en carteles, mensajes y playeras que dicen: «arriba los pendejos».
En este clima exacerbado, toda la izquierda social -altermundistas, desobedientes, movimientos sociales y organizaciones civiles- decidió votar por el centro-izquierda. Y, según indican las cifras, el voto de los jóvenes fue decisivo.
En el último debate en televisión, al mismo tiempo que acusaba a Prodi de querer aumentar los impuestos y prometía la eliminación del impuesto sobre la vivienda, Berlusconi -para demostrar su carácter comunista- dijo que el centro-izquierda quería igualar el hijo del obrero al hijo del profesionista. Prodi, un católico moderado, reinvindicó esta intención aclarando que se trata de igualdad de oportunidades frente a la «carrera de la vida». Es decir que nadie pretende garantizar un punto de llegada igualitario. El supuesto comunismo de Prodi no es otra cosa que la recuperación de un precepto constitucional formulado en el articulo 3 que recita: «es tarea de la Republica remover los obstáculos de orden económico y social que, limitando de hecho la igualdad entre los ciudadanos, impiden el pleno desarrollo de la persona humana». En tiempos de extremismo neoliberal y neoconservador, la restauración de los valores constitucionales se convierte en algo subversivo.
El carácter moderado de la coalición que sostiene Prodi es incuestionable cuando se revisa su composición: Democráticos de Izquierda (socialdemócratas), la Margherita (liberaldemocráticos y católicos), el Ulivo (católicos progresistas), los Verdes, los Comunistas Italianos y la Rosa nel Pugno (liberales que rompieron con Berlusconi), además de otras formaciones menores.
El único componente claramente ubicado a la izquierda es el Partido de la Refundación Comunista que fue responsable de la caída de Prodi en 1998 y siempre crítico hacia la moderación de los planteamientos de la alianza de centro-izquierda. Siendo que los votos de Refundación eran indispensables para ganar las elecciones, Prodi logró acordar un programa de gobierno que incluyera varias propuestas de claro corte progresista. Entre ellas destacan las siguientes: una decidida intervención publica en la economía, una política de desarrollo para el sur, el aumento del gasto social en particular a favor de desempleados, aumentos salariales conforme a la inflación real, extensión de la escuela obligatoria, reforma de la ley del trabajo para eliminar la precariedad de los contratos, progresividad de la imposición fiscal, lucha contra la evasión fiscal, impuestos sobre rentas y patrimonios, rechazo a la política bélica de Estados Unidos, flexibilización de las políticas migratorias, reconocimiento de la uniones homosexuales.
A pesar del fin del régimen berlusconiano, será difícil realizar este programa desde el gobierno. El centro derecha obtuvo una ligera mayoría de votos aunque éstos resultaron en un número menor de escaños. Esto confirma la fuerza política de la derecha italiana y, en particular, la popularidad de Berlusconi cuya estrategia logró mover, a último momento, un número importante de votos. Además, este dato cuantitativo enturbia la legitimidad del futuro gobierno encabezado por Prodi y ofrece a la derecha un argumento para pedir elecciones inmediatas, un desempate. Además Prodi deberá mantener el acuerdo sobre el programa electoral, cuyos contenidos generales deberán precisarse, entre partidos muy diversos entre sí. El fin de la era Berlusconi está simplemente empezando con un pequeño paso institucional, el proceso deberá pasar por la movilización y la presión social, por el fortalecimiento de los tejidos y las redes que en Italia se generaron a pesar del entorno político y que hoy tienen la posibilidad de moverse con mayor libertad y al mismo tiempo tienen una responsabilidad más grande: reconstruir un sentido común de izquierda después de años de hegemonía derechista.
Come diría Brecht: beato un paese che non ha bisogno di Prodi, afortunado un país que no necesita valientes….