La gravedad de la crisis que agobia hoy a la sociedad peruana exige de la Izquierda y del movimiento popular en su conjunto, una muy madura reflexión. Ella, debiera partir de dos consideraciones esenciales: La corrupción no es consustancial al ser humano ni ocurre por fatal designio divino. Es la consecuencia de un «modelo» social […]
La gravedad de la crisis que agobia hoy a la sociedad peruana exige de la Izquierda y del movimiento popular en su conjunto, una muy madura reflexión. Ella, debiera partir de dos consideraciones esenciales: La corrupción no es consustancial al ser humano ni ocurre por fatal designio divino. Es la consecuencia de un «modelo» social que desbarata los valores, e impone el consumismo y la competencia como esenciales formas de vida.
Pero también debe llevarnos a considerar que la lucha por erradicar esa lacra implica un proceso de cambio en todas las áreas de la vida humana. Desde las reglas de la economía, hasta las normas del comportamiento personal, pasando por cierto por los más diversos planos: legal, moral, formativo y administrativo.
Y todo eso, no se inscribe como patrimonio de un hombre, o un Partido. Forma parte de la conciencia de un pueblo en la medida que éste percibe la necesidad de forjar un orden social nuevo, más humano y más justo. En otras palabras, se sostiene en la suma de dos elementos básicos señalados por Mariátegui como banderas de lucha: el pan y la belleza.
Cuando hizo crisis la «carga de Odebrecht» y asomaron nítidamente perfiladas las responsabilidades de cuatro de los últimos 5 Mandatarios peruanos Fujimori, García, Toledo y Humala; la Confederación General de Trabajadores del Perú -retomando añejas banderas de clase- resolvió promover la realización de una gran concentración ciudadana, y la fijó para el próximo jueves 16 de febrero.
A partir de allí se generaron dos procesos encontrados. Por un lado, diversas organizaciones y colectivos sociales se sumaron a la idea, y le dieron forma; hasta lograr la integración de una Coordinadora de Lucha contra la Corrupción, que asumirá la orientación de esa jornada. Por otro, las fuerzas más reaccionarias vinculadas al sistema de dominación vigente, buscaron desacreditar la iniciativa recurriendo a distintos procedimientos. Hoy operan activamente.
Para el movimiento popular está cada vez más claro el hecho que la corrupción forma parte del sistema de dominación capitalista y se nutre de él. Esa idea la confirman personalidades progresistas de distintos matices, que han evolucionado hasta reconocer esa evidencia. Artículos recientes publicados en algunos medios de la «prensa grande», confirman ese avance. Él, suma a la causa que enarbolan los trabajadores, y que forma parte de su esencia de clase.
Para la reacción, por el contrario, la corrupción tiene un sesgo partidista. Y por eso busca usarla con fines logreros. Aprovechando que Odebrecht es un consorcio brasileño, acusa a Lula, a Dilma y el Partido de los Trabajadores de ser los impulsores de la Mafia; y extiende sus cargos contra la Argentina de los Kichner, el Ecuador de Correa y la Venezuela Bolivariana. En otras palabras, busca enlodar al proceso liberador latinoamericano porque sabe, a ciencia cierta, que es éste, el que realmente pone en peligro sus privilegios y sus intereses.
Los editoriales de «Perú 21», las columnas de Aldo M. y las entrevistas que conceden día a día Becerril, Lourdes Alcorta, Del Castillo y otros; no hacen sino confirmar ese derrotero que, en el fondo, no tiene más propósito que «blindar» a Fujimori y a García, comprometidos con la corrupción hasta los huesos.
En ese contexto, la lucha contra estos latrocinios adquiere una doble dimensión: es la denuncia contra quienes -como Toledo o Humala- asoman severamente comprometidos en acciones dolosas; y es la batalla contra la Mafia que, en todos los planos, busca estabilizar y consolidar los espacios que les permiten digitar y manipular la corrupción a su antojo.
Por esa razón, los medios de comunicación al servicio de la clase dominante buscan ya desacreditar, y aislar, la Marcha del 16 de febrero pretendiendo presentarla como «una iniciativa de la Izquierda», interesada en «capitalizar» esta lucha.
Más allá de especulaciones baratas, resulta absolutamente comprensible que organizaciones de izquierda y fuerzas progresistas del país, se sumen a esta convocatoria, y hasta tomen la iniciativa de fortalecer esta lucha. No podría de de otro modo. Sería inconcebible que sectores de este signo salieran como Becerril -por ejemplo- a limpiar el rostro de Fujimori, cubierto de fango y mugre; o que -como Mauricio Mulder. «pusieran las manos al fuego» por Alan García, el más comprometido de los tres Jefes de Estado recientemente investigados.
Una posición natural de quienes buscan liberar al país de las inmundas lacras del pasado; es precisamente denunciar y combatir a la Mafia que opera en el empeño de perpetuar su dominio sobre el escenario nacional. Porque -hay que decirlo- si de ella dependiera, el Perú sería siempre nido de ratas, expresión de víboras y apetecible carne para aves de rapiña.
Por eso, la movilización del 16 de febrero no es -ni podría ser- patrimonio de nadie, ni «bandera» exclusiva de la Izquierda. Levanta un estandarte muy amplio, y tendrá que ser bandera de todo el pueblo.
Sectarizar la marcha, pretender convertirla en expresión de sólo un segmento de la sociedad, aislarla por razones de orden partidista o puntuales intereses electorales; sería, objetivamente, hacerle el juego al enemigo.
En ésta, como en todas las luchas populares, la Unidad, es la palabra de combate: la bandera de todos; la exigente demanda de hoy, y de mañana.
Gustavo Espinoza M. Colectivo de dirección de Nuestra Bandera
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