La antigua Federación Yugoslava perece finalmente tras el triunfo independentista en el referéndum de este domingo. La independencia de esta pequeña república, que daba salida al mar a la federación de Serbia y Montenegro, acaba, tras quince años, con lo que quedaba de Yugoslavia, pasando por varias guerras tras las que, aún hoy, siguen sin […]
La antigua Federación Yugoslava perece finalmente tras el triunfo independentista en el referéndum de este domingo. La independencia de esta pequeña república, que daba salida al mar a la federación de Serbia y Montenegro, acaba, tras quince años, con lo que quedaba de Yugoslavia, pasando por varias guerras tras las que, aún hoy, siguen sin estar claros los intereses de cada parte y los apoyos con los que contaron.
Montenegro, república apenas más grande que la Comunidad de Murcia o Navarra, parece que ha decidido seguir el paso de sus hermanas, con un 56 % de los votos emitidos y una participación superior al 80 % del censo electoral. Esta misma mañana, el representante en el exterior de la UE, Javier Solana, quien fuera máximo representante de la OTAN durante los bombardeos que esta organización perpetró en Yugoslavia durante el intento de secesión de la región de Kosovo, ha felicitado al pueblo montenegrino de la decisión adoptada y ha apuntado que no deben trazarse paralelismos en otros países, en clara referencia a España, donde ERC y otros partidos nacionalistas ven una situación parecida, elogiando la política del gobierno serbio alentando el referéndum y respetando su resultado.
Un intento por crear una nueva vía hacia el socialismo La antigua Yugoslavia, que nace tras la II Guerra Mundial y la victoria del ejercito popular partisano, de carácter comunista, comandado por el general Tito, intentó aunar en su seno a diferentes pueblos eslavos y centroeuropeos con una identidad propia que les facilitara superar la total dependencia de aquellas pequeñas repúblicas con los imperios europeos que desaparecen al principio del siglo XX, encaminando sus pasos a un nuevo experimento social de corte socialista pero donde el Estado pasaba a tener un papel menos predominante que en el bloque soviético y se intentaba crear una economía social con un componente autogestionado fuerte.
Esto le granjeó su enemistad con Moscú durante varios años y un cierto trato de favor de los países capitalistas hacia el nuevo estado. Esta situación permitió que Yugoslavia fuera permeable, sobre todo a partir de los años 80, a la política del FMI, que recomendaba ir abandonando el experimento socioeconómico yugoslavo en favor de un mayor peso de la economía de mercado.
La situación generada a partir de estas políticas comienza a provocar el cierre de un buen número de empresas en las que los y las trabajadoras tenían un peso en su gestión, traduciéndose al principio de los 90 en una situación de crisis que acaba desembocando en un auge del nacionalismo y regionalismo en detrimento del proyecto común socialista que había conseguido, si bien es verdad que sin un pleno desarrollo de los derechos de libertad individual, aunar a las pequeñas repúblicas en una federación estable. Esta situación, alentada por varios países europeos en un intento de incrementar su influencia tras la caída de la Unión Soviética, desemboca en una cruenta guerra regional en la que la federación prácticamente desaparece así como el modelo social que la sustentaba.
Fruto de ello es el renacimiento de diversas repúblicas, muy marcadas por el nacionalismo religioso de distinto signo, de las que tan sólo Eslovenia, y en menor medida Croacia, consiguen avanzar hacia estándares de vida parecidos a los de la Europa Occidental, gracias al apoyo de Alemania. El resto nacen dentro de una situación de crisis económica acentuada por la guerra, tal y como ha ocurrido con Serbia, Bosnia y Macedonia o la propia Kosovo, acabando muchos de sus ciudadanos nutriendo las filas del crimen organizado internacional.
Las heridas de la guerra siguen abiertas y la solución de estos conflictos, en los que occidente tuvo mucho que ver, está lejos de llegar, teniendo además en cuenta que en Yugoslavia había un porcentaje de población musulmana importante que, tras la guerra de Bosnia, parece girar hacia un radicalismo religioso, al igual que el resto de comunidades, ortodoxa y católica, que tras el 11-S pone en entredicho a muchos países que lo alentaron, entre ellos los propios Estados Unidos de Norteamérica. Nunca se sabrá exactamente cuales fueron los intereses que primaron en la decisión, más o menos consciente, de acabar con la Federación Yugoslava, pero es seguro que el resultado fue que el modelo socialista, alejado del soviético, que podía haber explorado nuevas vías frente al neoliberalismo europeo acabó por desaparecer casi a la par que la propia URSS o la experiencia eurocomunista.