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Las dos caras de un energo-fascismo emergente

La carrera energética mundial y sus consecuencias

Fuentes: Znet

Una vez más se ha puesto de moda entre el grupo cada vez más reducido de partidarios de la inútil guerra del presidente Bush en Irak hacer hincapié en el peligro del «islamo-fascismo» y la supuesta ambición de los seguidores de Osama bin Laden de establecer un régimen monolítico, al estilo Talibán, un «Califato», que […]

Una vez más se ha puesto de moda entre el grupo cada vez más reducido de partidarios de la inútil guerra del presidente Bush en Irak hacer hincapié en el peligro del «islamo-fascismo» y la supuesta ambición de los seguidores de Osama bin Laden de establecer un régimen monolítico, al estilo Talibán, un «Califato», que se extienda desde Gibraltar hasta Indonesia. El presidente mismo ha usado este término ocasionalmente durante estos años, utilizándolo para describir los intentos de los extremistas musulmanes de crear «un imperio totalitario que niega toda libertad política y religiosa». Aunque quizá haya cientos, incluso miles de individuos perturbados y suicidas que comparten esta visión ilusoria, el mundo en la actualidad se enfrenta a una amenaza más sustancial y universal que podría ser denominada: energo-fascismo, o la militarización de la lucha mundial por los siempre menguantes suministros energéticos.

Al contrario que el islamo-fascismo, el energo-fascismo, con el tiempo, acabará afectando a todas y cada una de las personas en este planeta. O bien nos veremos obligados a financiar o a participar en guerras en el extranjero para asegurar suministros vitales de energía, como el conflicto actual en Irak, o bien nos veremos a merced de aquellos que controlen el grifo energético, como los clientes del monstruo energético ruso Gazprom en Ucrania, Bielorrusia y Georgia; o bien, más pronto o más tarde nos encontraremos en constante vigilancia por parte del estado, no sea que consumamos más de nuestra parte asignada de gasolina o nos dediquemos a transacciones ilícitas con la energía. Esto no es simplemente una pesadilla de ciencia ficción, sino una realidad que potencialmente abarca todos los aspectos de la vida y cuyos rasgos básicos, que están pasando ampliamente inadvertidos, se están revelando hoy en día:

Entre estos rasgos se incluyen:

  • La transformación del ejército de EE.UU. en un servicio mundial de protección del petróleo cuya misión principal es defender las fuentes de suministro de petróleo y gas natural de EE.UU. en el extranjero, mientras vigilan los principales gaseoductos y rutas de suministro del mundo.
  • La transformación de Rusia en un superpoder energético , con control sobre los mayores suministros de petróleo y gas natural de Eurasia y con la determinación de convertir estos recursos en una fuerza creciente de influencia política sobre los estados vecinos.
  • La pelea despiadada entre los superpoderes por las reservas de petróleo, gas natural y uranio que queden en África, América Latina, Oriente Medio y Asia, acompañada de cada vez más frecuentes intervenciones militares, la constante instauración y cambio de regímenes clientes, corrupción y represión sistemática, y el continuo empobrecimiento de la gran mayoría de los que tienen la mala suerte de vivir en esas regiones ricas en energía.
  • Creciente intromisión y vigilancia de la vida privada y pública al crecer la dependencia de la energía nuclear, que trae consigo un aumento de la amenaza de sabotajes, accidentes y el desvío de materiales que se pueden fisionar a manos de proliferadores nucleares ilícitos.

Juntos, estos fenómenos y otros relacionados, constituyen las características básicas de un resurgente energo-fascismo mundial. Aunque puedan parecer dispares, todas ellas comparten una característica común: una creciente participación del estado en la obtención, transporte y asignación de suministros de energía, acompañado por una mayor inclinación a emplear la fuerza contra aquellos que se resistan a las prioridades del estado en estas áreas. Como en el fascismo clásico del siglo veinte, el estado asumirá un control cada vez mayor sobre todos los aspectos de la vida pública y privada buscando lo que se dice ser un interés nacional esencial: la adquisición de energía suficiente para mantener la economía y los servicios públicos funcionando (incluyendo el ejército).

El interrogante de la demanda / suministro

Tendencias como éstas, poderosas y que, potencialmente, pueden cambiar el mundo no ocurren porque sí. Los rastros del ascenso del energo-fascismo se pueden encontrar en dos fenómenos principales: un choque inminente entre la demanda y los suministros de energía, y la histórica migración del centro de gravedad de producción energética planetaria del norte al sur.

Durante los últimos 60 años, la industria internacional de energía ha conseguido con éxito satisfacer la creciente sed de energía mundial en todas sus formas. Sólo en lo referente al petróleo, la demanda mundial pasó de 15 a 82 millones de barriles al día entre 1955 y 2005, un aumento del 450%. La producción mundial creció en una cantidad similar en esos años. Se espera que la demanda mundial siga creciendo en la misma proporción, si no más rápido, en los años venideros, impulsada en gran medida por la creciente influencia de China, India y otros países en desarrollo. No hay, sin embargo, ninguna esperanza de que la producción mundial pueda mantener ese ritmo.

Muy al contrario: un creciente número de expertos en energía creen que la producción mundial de crudo «convencional» (liquido) pronto alcanzará un cenit quizá tan pronto como en 2010 o 2015, y entonces comenzará una disminución irreversible. Si esto resulta ser verdad, ninguna cantidad de arenas de alquitrán canadienses, esquistos bituminosos, u otras fuentes «no convencionales» podrán evitar una escasez catastrófica de combustible-líquido al cabo de una década más o menos, lo que producirá un trauma económico general. El suministro mundial de otros combustibles primarios, como el gas natural, el carbón y el uranio no disminuirán tan rápidamente, pero todos estos materiales son finitos y en un momento dado serán escasos.

El carbón es el más abundante de los tres; si se consume al ritmo actual, se puede esperar que dure quizás otro siglo y medio más. Sin embargo, si se utiliza para reemplazar al petróleo (en varios proyectos ‘carbón a líquido’), desaparecerá mucho más rápido. Por supuesto esto no tiene en cuenta la contribución desproporcionada que tiene el carbón en el calentamiento global, si no se cambia la forma en la que se quema en las centrales eléctricas, el planeta será inhabitable mucho antes de que se agote la última mina de carbón.

El gas natural y el uranio sobrevivirán al petróleo en una década o dos más, pero finalmente, también alcanzarán su cenit de producción y comenzaran a disminuir. El gas natural simplemente desaparecerá, como el petróleo; cualquier escasez futura de uranio se puede, en alguna medida, superar mediante una mayor utilización de reactores generadores, que producen plutonio como producto derivado; esta sustancia puede, a su vez, ser usada como combustible en un reactor. Pero cualquier aumento en el uso de plutonio puede también incrementar ampliamente el riesgo de proliferación de armas nucleares, creando un mundo mucho más peligroso y el correspondiente requerimiento para que los gobiernos descuiden todos los aspectos de la energía nuclear y su comercio.

Dichas posibilidades futuras están generando una gran ansiedad entre los funcionarios de las principales naciones consumidoras de energía, especialmente los EE.UU., China, Japón y los poderes europeos. Todos estos países han llevado a cabo grandes revisiones en su política energética durante los últimos años, y todos han llegado a la misma conclusión: ya no se puede depender sólo de las fuerzas de mercado para satisfacer los requisitos energéticos esenciales nacionales, y por eso, el estado debe asumir cada vez más responsabilidad para llevar a cabo la tarea. Ésta fue, por ejemplo, la conclusión fundamental de la Política Energética Nacional adoptada por el gobierno de Bush el 17 de mayo de 2001 y que se ha seguido servilmente desde entonces, igual que la postura oficial del régimen comunista chino. Cuando se encuentra resistencia a esas políticas, además, los funcionarios del gobierno ejercen el poder del estado con más regularidad y con más mano dura para conseguir sus objetivos bien a través de sanciones comerciales, embargos, arrestos e incautaciones, o bien a través del uso de la fuerza directa. Esto forma parte de la explicación de la aparición del energo-fascismo.

Su crecimiento también está impulsado por el cambio geográfico de la producción de energía. En una época, la mayoría de los pozos más importantes de petróleo del mundo se encontraban en Norteamérica, Europa y los sectores europeos del Imperio Ruso. Esto no era una casualidad. Las compañías energéticas más importantes preferían operar en países hospitalarios, cercanos, relativamente estables y sin inclinaciones a privatizar los depósitos energéticos. Pero estos depósitos hace tiempo que han sido mermados y las únicas áreas todavía capaces de satisfacer la creciente demanda mundial están en África, Asia, América Latina y en Oriente Medio.

Casi todos los países en estas regiones han estado sujetos al dominio colonial y todavía abrigan una profunda desconfianza hacia la implicación extranjera; algunos también albergan grupos étnicos separatistas, insurgencias, o movimientos extremistas que los hacen poco hospitalarios para las compañías petroleras extranjeras. Por ejemplo, la producción de petróleo en Nigeria ha sido reducida bruscamente durante los últimos meses debido a una insurgencia en el empobrecido Delta del Níger. Ha sido dirigida por miembros de los grupos tribales pobres que han sufrido terriblemente por la devastación medioambiental causada por las operaciones de la compañía petrolera en su medio, mientras recibían pocos beneficios tangibles resultado de los ingresos del petróleo; la mayor parte de los beneficios que se quedan en el país son robados por las elites gobernantes en Abuja, la capital. Si combinamos esta clase de resentimiento local con una falta de seguridad y, a menudo, grupos gobernantes inestables, no es sorprendente que los lideres de las principales naciones consumidoras hayan tomado cartas en el asunto cada vez más a menudo, preparando acuerdos preferentes con las obedientes autoridades locales y facilitando protección militar, donde sea necesario, para asegurar una entrega segura del petróleo y del gas natural.

En muchos casos, esto ha resultado en el establecimiento de unas relaciones benefactor-cliente impulsadas por el petróleo, entre las principales naciones consumidoras y sus principales suministradores, similares al hace ya tiempo establecido protectorado de EE.UU. en Arabia Saudita y el más reciente apoyo de EE.UU. a Ilham Aliyev, el presidente de Azerbaiyán. Tenemos ya el comienzo del equivalente energético de la clásica carrera armamentística, combinado con muchos de los elementos del «Gran Juego» que una vez jugaron los poderes coloniales en algunas de las mismas partes del mundo. Militarizando las políticas energéticas de las naciones consumidoras y aumentando las habilidades represivas de los regímenes clientes, se está comenzando a colocar los cimientos para un mundo energo-fascista.

El Pentágono: Un Servicio de Protección de Petróleo Mundial.

La expresión más significativa de esta tendencia ha sido la transformación del ejercito de EE.UU. en un servicio mundial de protección de petróleo cuya función principal es proteger los suministros de energía en el extranjero junto con su sistema mundial de distribución (oleoductos y gaseoductos, buques cisterna y rutas de suministro). Esta misión conjunta se articulo en un principio por el presidente Jimmy Carter en enero de 1980, cuando describió el flujo de petróleo del Golfo Pérsico como un «interés vital» para los EE.UU., y afirmó que este país emplearía «cualquier medio necesario, incluyendo la fuerza militar» para vencer cualquier intento de bloquear este flujo por parte de un poder hostil.

Cuando el presidente Carter emitió este edicto, pronto llamado la Doctrina Carter, los EE.UU. no poseían ninguna fuerza capaz de llevar a cabo esta tarea en el Golfo. Para llenar este vacío, Carter creo una nueva entidad, el (RDJTF en sus siglas en inglés), una mezcla de fuerzas con base en EE.UU. creadas especialmente para su posible empleo en Oriente Medio. En 1983, el presidente Reagan transformó el RDJTF en el Comando Central (Centcom), que es el nombre que lleva en la actualidad. El Centcom ejerce el mando sobre todas las fuerzas de combate de EE.UU. desplegadas en la zona del Golfo Pérsico, incluyendo Afganistán y el Cuerno de África. En la actualidad, el Centcom está principalmente ocupado con las guerras de Irak y Afganistán, pero nunca ha dejado de lado su papel original de vigilancia del flujo de petróleo del Golfo Pérsico de acuerdo a la Doctrina Carter.

En la actualidad, se dice que el mayor peligro para el flujo de petróleo del Golfo Pérsico proviene de Irán, que ha amenazado con bloquear los envíos de petróleo a través del vital Estrecho de Hormuz (el estrecho pasaje en la entrada al Golfo) en caso de un ataque aéreo estadounidense en sus instalaciones nucleares. Como posible anticipación a un movimiento de tales características, el Pentágono ha ordenado recientemente el envío de fuerzas aéreas y navales adicionales al Golfo y ha sustituido al General John Abizaid , Comandante del Centcom, quien estaba a favor del compromiso diplomático con Irán y Siria, por el Almirante William Fallon, Comandante del Mando del Pacífico (Pacom) y un experto en operaciones aéreas y navales combinadas. Fallon llegó al Centcom justo cuando el presidente Bush, en un discurso a la nación televisado el 10 de enero, anunció el despliegue un grupo de batalla de portaaviones en el Golfo y advirtió de duras acciones militares contra Irán si no dejaba de apoyar a los insurgentes en Irak y no cesaban sus intentos de adquirir tecnología para enriquecer uranio.

Cuando la Doctrina Carter se promulgó por primera ven en 1980, iba dirigida principalmente al Golfo Pérsico y a las aguas circundantes. En los últimos años, sin embargo, los políticos estadounidenses han llegado a la conclusión de que EE.UU. debe extender esta clase de protección a todas las regiones productoras de petróleo importantes en el mundo subdesarrollado. La lógica para una Doctrina Carter de escala global se describió por primera vez en un informe de un grupo de trabajo bipartito, «La Geopolítica de la Energía», publicado por el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS), con sede en Washington, en noviembre 2000. Debido a que los EE.UU. y sus aliados son cada vez más dependientes de los suministros de energía de proveedores extranjeros inestables, el informe llegaba a la conclusión, «Los riesgos geopolíticos que acompañan a la disponibilidad de energía no parece que vayan a corregirse». Bajo estas circunstancias, «los EE.UU., como único superpoder en el mundo, deben aceptar sus responsabilidades especiales para salvaguardar el acceso a los suministros de energía en todo el mundo».

Esta manera de pensar, adoptada por Demócratas y Republicanos por igual, parece haber gobernado el pensamiento estratégico de EE.UU. desde finales de los 90. Fue el presidente Clinton el primero en poner esta política en funcionamiento, extendiendo la Doctrina Carter a la cuenca del Mar Caspio. Fue Clinton quien declaró originalmente que el flujo de petróleo y gas del Mar Caspio hacia Occidente era una prioridad de seguridad para EE.UU., y quien, con esos objetivos, estableció lazos militares con los gobiernos de Azerbaiyán, Georgia, Kazajstán, Kirguizistán y Uzbekistán. El presidente Bush ha mejorado estas relaciones considerablemente, estableciendo de esta manera una buena base para la presencia permanente del ejercito de EE.UU. en la región, pero es importante considerarlo como un intento bipartito, de acuerdo con la creencia compartida de que la protección del flujo de petróleo mundial es cada vez más que una función vital, es la función vital del ejercito estadounidense.

Más recientemente, el presidente Bush ha extendido el alcance de la Doctrina Carter al oeste de África, en la actualidad una de las fuentes principales de petróleo para los EE.UU. Se ha dado especial énfasis a Nigeria, donde las tensiones en el Delta (donde se encuentran la mayoría de los campos petrolíferos tierra adentro del país) han ocasionado un descenso importante en la producción. «Nigeria es la quinta fuente más importante de petróleo para EE.UU.», según la Justificación de Presupuesto del Congreso para Operaciones en el Extranjero del Departamento de Estado del Año Fiscal 2007 «y una interrupción en el suministro de Nigeria representaría un duro golpe para la estrategia de seguridad petrolífera de EE.UU.». Para prevenir dicha interrupción, el Departamento de Defensa está proporcionando al ejercito nigeriano y a las fuerzas de seguridad internas numerosas armas y equipo con la intención de sofocar las tensiones en la región del Delta; el Pentágono también está colaborando con el ejercito nigeriano en un número de patrullas y vigilancia con el objetivo de mejorar la seguridad en el Golfo de Guinea, donde se encuentran la mayor parte de los campos marítimos de petróleo y gas del oeste de África.

Por supuesto, los oficiales de alto rango y la elite de la política exterior generalmente odian reconocer estas motivaciones tan insensibles para la utilización de la fuerza militar; prefieren hablar de extender la democracia y luchar contra el terrorismo. Pero de vez en cuando, una pista de esta profunda convicción basada en la energía sale a la luz. Especialmente revelador es un informe de la fuerza operante del Consejo de Relaciones Exteriores sobre «Consecuencias para la Seguridad Nacional de la Dependencia en el Petróleo de EE.UU.» . Copresidido por el antiguo Secretario de Defensa James R. Schlesinger y el antiguo director de la CIA John Deutsch, y aprobado por un grupo de políticos de elite de ambos partidos, el informe proclamaba las típicas llamadas a ignorar sobre eficiencia energética y conservación, pero luego terminó con la nota militarista, manifestada por primera vez en el informe CSIS de 2000 (también copresidido por Schlesinger): «Varias operaciones de rutina del ejercito de EE.UU. desplegado regionalmente (presumiblemente por el Centcom y Pacom) han realizado contribuciones importantes para mejorar la seguridad energética, y la continuación de dicho trabajo será necesaria en el futuro. La protección de vías de transporte por mar del petróleo por parte del ejercito naval de EE.UU. es de suma importancia». El informe también exige una intensificación del compromiso naval de EE.UU. en el Golfo de Guinea en la costa de Nigeria.

Cuando expresan esas opiniones, los políticos estadounidenses adoptan a menudo una postura altruista, proclamando que los EE.UU. están llevando acabo «un bien social» cuando protegen el flujo de petróleo global en nombre de la comunidad mundial. Pero esta postura altiva y altruista ignora aspectos cruciales de la situación:

Primero, los EE.UU. son el primer «devorador» de petróleo mundial, consumiendo uno de cada cuatro barriles de petróleo que se consumen al día en el mundo.

Segundo, los oleoductos y rutas navales que protegen los soldados y marines estadounidenses poniendo en peligro sus vidas y su integridad física son principalmente aquellas orientados hacia los EE.UU. y aliados cercanos como Japón y los países de la OTAN.

Tercero, son, a menudo, las compañías con base en EE.UU. las que son protegidas por el ejército estadounidense en operaciones en el extranjero en áreas peligrosas, de nuevo con un gran riesgo para el personal militar implicado.

Cuarto, el Pentágono es en sí mismo el mayor «devorador» de petróleo en el mundo, consumiendo 134 millones de barriles de petróleo en 2005, tanto como Suecia.

Así que aunque es verdad que otros países puedan obtener algunos beneficios de las actividades militares estadounidenses, los principales beneficiarios son la economía estadounidense y las corporaciones gigantes de EE.UU.; los primeros perdedores son los soldados estadounidenses que arriesgan sus vidas cada día para proteger los oleoductos y las refinerías, los pobres en esos países que ven poco o ningún beneficio de la extracción de sus reservas naturales, y el medio ambiente mundial en general.

El coste de esta empresa gigante, tanto en sangre como material, es enorme y sigue subiendo. Para empezar, hay una guerra en Irak que puede haberse comenzado por varios motivos, pero que, al final, no se puede separar de la histórica misión, en un principio dispuesta por el presidente Carter, para eliminar cualquier amenaza potencial al libre flujo de petróleo desde el Golfo Pérsico. Un ataque a Irán también podría tener una serie de motivos, pero, también, estaría ligado a esta misión en un análisis final, incluso si tuviese el efecto perverso de bloquear los suministros de petróleo, elevando los precios de la energía, y llevando a la economía mundial a caer en picado. Y es seguro que habrá más guerras sobre el petróleo después de éstas, con más victimas estadounidenses y más victimas de mísiles y balas estadounidenses.

El coste en dólares también será grande. Incluso si la guerra en Irak queda excluida de la cuenta, los EE.UU. gastan más o menos un cuarto de su presupuesto de defensa, unos 100 mil millones de dólares al año, en gastos relacionados con el Golfo Pérsico, aproximadamente el precio anual para aplicar la Doctrina Carter. Se puede discutir sobre qué porcentaje del aproximadamente billón de dólares de coste de la guerra de Irak se debería añadir a esta cuenta, pero seguramente estamos hablando de un mínimo de muchos cientos de miles de millones sin un final a la vista. La protección de oleoductos y rutas navales en el Océano Indico, Pacífico, el Golfo de Guinea, Colombia y la región del Mar Caspio añaden otros miles de millones adicionales a la cifra.

Estos costes crecerán en un futuro ya que los EE.UU. serán, previsiblemente, cada vez más dependientes de la energía que proviene del sur, y la resistencia a la explotación de sus campos petroleros por parte de Occidente crezca, y cuando se acelere la carrera energética contra las recientemente ascendentes China e India, y según las elites de la política exterior dependan cada vez más del ejercito estadounidense para superar esta resistencia. Al final, la subida de estos costes necesitará elevar los impuestos o reducir los beneficios sociales, o ambas cosas, y en algún momento, la creciente necesidad de recursos humanos para vigilar estos campos petrolíferos, refinerías, oleoductos, rutas marítimas podrían suponer la reanudación del servicio militar obligatorio. Esto generará resistencia generalizada a estas políticas internas, y esto, a su vez, puede desencadenar toda clase de medidas represivas del gobierno que podrían arrojar una sombra mucho más oscura de Energo-fascismo sobre nuestro mundo.

No será el «Islamo-fascismo» sino el «Energo-fascismo», la lucha mundial fuertemente militarizada por los cada vez más escasos suministros de energía, el que dominara los asuntos mundiales (y ensombrecerá las vidas de la gente corriente) en las próximas décadas. Esto es así porque los principales mandatarios gubernamentales están cada vez menos dispuestos a confiar en las fuerzas de mercado para satisfacer las necesidades nacionales de energía y están asumiendo la responsabilidad directa de la obtención, entrega y asignación de los suministros de energía. Los líderes de los principales países son cada vez más propensos a usar la fuerza cuando lo consideran necesario para superar cualquier resistencia a sus prioridades energéticas. En el caso de los EE.UU., esto ha obligado a reconvertir nuestras fuerzas armadas en un servicio mundial de protección del petróleo (http://www.tomdispatch.com/index.mhtml?pid=157241) ; otras dos muestras significativas del emergente Energo-fascismo son: la llegada de Rusia como un «superpoder energético» y las implicaciones represivas a los planes para confiar en la energía nuclear.

Los Ricos y los Pobres en Energía

Con la demanda mundial de energía en crecimiento constante y unos suministros que disminuyen (o al menos no aumentan al mismo ritmo), el mundo se está dividiendo incluso más que antes en dos clases de naciones: los que tienen energía propia y los que no la tienen. Los que la tienen, son países con suficientes reservas domésticas (alguna combinación de petróleo, gas, carbón, energía hidráulica, uranio y fuentes alternativas de energía) para satisfacer sus propias necesidades y poder exportar a otros países; y los que no la tienen carecen de dichas reservas y deben compensar este déficit con importaciones caras o sufrir las consecuencias.

De 1950 al 2000, cuando la energía era abundante y barata, la distinción no era tan obvia mientras los pobres en energía poseían otra forma de poder: inmensa riqueza (como Japón), armas nucleares (como Gran Bretaña y Francia); o amigos poderosos (como los países de la OTAN y del Pacto de Varsovia). No hace falta decir que para los países pobres que no poseían ninguna de estas ventajas, ser un país sin energía propia era una carga incluso entonces, contribuyendo poderosamente a una crisis en su deuda externa que todavía afecta a muchos de ellos. En la actualidad, estas otras muestras de poder han pasado a ser menos importantes y la distinción entre los que tienen energía propia y los que no la tienen es mucho más significativa, incluso para países ricos y poderosos como EE.UU. y Japón.

Sorprendentemente, hoy en día hay muy pocos países con energía propia en el mundo. Los más notables entre estos pocos privilegiados son Australia, Canadá, Kazajstán, Kuwait, Nigeria, Qatar, Rusia, Arabia Saudita, Venezuela, Irán, Irak (si estuviese libre de conflictos) y unos pocos más. Estos países están en una posición envidiable ya que no tienen que pagar precios astronómicos por petróleo y gas natural importados y sus élites gobernantes pueden exigir toda clase de beneficios, políticos, económicos, diplomáticos y militares, a los lideres extranjeros que llaman a la puerta para comprar grandes cantidades de sus productos energéticos. De hecho, pueden dedicarse al delicioso juego de enfrentar a un líder extranjero contra otro, juego al que el presidente de Kazajstán, Nursultan Nazarbeyev, un invitado regular en Washington y Pekín, es muy aficionado.

Yendo un poco más lejos, esta búsqueda de favores puede llevar a un intento de dominio político, haciendo de la venta de petróleo y gas natural un contingente que hará consentir al receptor sobre ciertas demandas políticas expuestas por el vendedor. Ningún país ha abrazado esta estrategia con mayor vigor y entusiasmo que la Rusia de Vladimir Putin.

El Nacimiento del Superpoder Energético

Al final de la Guerra Fría, parecía como si Rusia fuese un ex superpoder desolado y echado a perder, empobrecido de espíritu, riquezas e influencia. Durante años, los políticos norteamericanos le trataron con desdén. Sus líderes fueron forzados a aceptar acuerdos humillantes como la expansión de la OTAN a antiguos satélites de Moscú en Europa del Este y la abolición del Tratado Anti Mísiles Balísticos. A muchos en Washington debía de parecerles como si Rusia fuese solo una reliquia histórica, una ex potencia que ya no iba a desempeñar un papel importante en la política mundial.

Hoy en día, Moscú y no Washington, parece ser quien ríe el último. Con el control sobre las mayores reservas en Eurasia de gas natural y carbón así como enormes reservas de petróleo y uranio, Rusia es el nuevo mandamás, un superpoder energético en vez de uno militar, pero un superpoder después de todo.

Primero, echemos un vistazo al panorama general: Rusia es el rey absoluto de los productores de gas natural. Según BP (antiguamente British Petroleum), este país solo posee 1,7 cuatrillones de píes cúbicos de reservas de gas fehacientes, o lo que es lo mismo un 27% del total de reservas mundiales. Esto es incluso más significativo de lo que puede parecer ya que Europa y la antigua URSS dependen más del gas natural para sus necesidades totales de energía, un 34%, que ninguna otra región en el mundo. (En Norteamérica, donde el petróleo es el combustible dominante, el gas natural supone sólo un 25% del total). Ya que Rusia es, con mucha diferencia, el principal suministrador del gas de Eurasia, disfruta de una posición de dominio en el suministro sin igual entre otros suministradores de energía, excepto Arabia Saudita con al petróleo. Incluso en eso, Rusia es el segundo principal productor del planeta, sólo 1,4 millón de barriles menos que los 11 millones de barriles diarios de Arabia Saudita a principios del 2006. Rusia también posee las segundas mayores reservas de carbón del mundo (después de los EE.UU.) y es el principal consumidor de energía nuclear, con 31 reactores operativos.

Poco después de asumir el cargo de presidente en 1999, Vladimir Putin se dispuso a convertir esta superabundancia de energía, el equivalente económico a un arsenal nuclear, en una forma de influencia política que devolvería a Rusia su estatus de superpoder. Al controlar el flujo de energía a otras partes de Eurasia desde Rusia y las antiguas republicas soviéticas como Kazajstán y Turkmenistán (cuya energía se exporta a través de oleoductos rusos), dedujo que podría ejercitar la clase de influencia política que disfrutaron los mandatarios soviéticos durante el apogeo de la Guerra Fría. Para conseguirlo, sin embargo, tenía que dar marcha atrás a la amplia privatización de la industria del petróleo y gas que ocurrió a principios de los 90 después del desmantelamiento de la URSS y devolver elementos vitales de la industria energética privada en Rusia a manos del estado. Como no había ninguna forma legítima de hacer esto bajo el sistema legal post comunista en Rusia, Putin y sus asociados se valieron de métodos ilegítimos y autoritarios para desprivatizar estos valiosos recursos. Aquí, podemos ver otra cara emergente del Energo-fascismo.

Es llamativo que el mismo Putin hubiera detallado hacia tiempo las razones para concentrar el control sobre las fuentes de energía en Rusia en manos del estado. En un resumen de 1999 de su tesis de doctorado sobre «Materias Primas Minerales en la Estrategia para Desarrollar la Economía Rusa», afirma que el estado ruso debe supervisar la utilización de las materias primas minerales del país, incluyendo los campos petrolíferos en manos privadas, por el bien de la población rusa. «El estado tiene el derecho a regular el proceso de adquisición y uso de las materias primas, y particularmente de las materias primas minerales, independientemente de quien sea el propietario», escribió. «En este sentido, el estado actúa en el interés de la sociedad en general.» No se puede imaginar una mejor justificación para el Energo-fascismo.

La expresión más famosa de esta opinión ha sido el llamado Asunto Jodorkovsky. En 2003, Mijail Jodorkovsky, el consejero delegado de Yukos, entonces el principal productor de petróleo de Rusia, fue arrestado acusado de fraude y evasión de impuestos. Había ido en contra de Putin buscando toda clase de acuerdos energéticos independientemente del estado, incluyendo posibles empresas conjuntas con Exxon Mobil, y apoyando a las fuerzas políticas contrarias a Putin en Rusia; cualquiera de las dos cosas podía haber sido suficiente para ganarse la ira del Kremlim.

Sin embargo, ahora está claro que el objetivo último de Putin al preparar la detención fue ganar el control de Yuganskneftegaz, principal activo de Yukos, que suponía un 11% de la producción petrolera rusa . Con Jodorkovsky y sus principales asociados en la cárcel esperando juicio, el gobierno subastó Yuganskneftegaz a una compañía tapadera, la cual después la revendió a la compañía estatal Rosneft a un precio más bajo que el del mercado. De un solo golpe, Putin se las arregló para desbaratar Yukos y convertir a Rosneft en la principal productora de petróleo del país.

El presidente ruso también ha buscado extender el control estatal a la distribución y exportación de petróleo y gas bloqueando cualquier intento de compañías privadas para construir oleoductos que puedan competir con los que pertenecen y son operados por Gazprom , el monopolio de gas propiedad del estado, y Transneft , monopolio estatal de oleoductos. Los EE.UU. y otras naciones consumidoras llevan tiempo presionando a favor de la construcción de oleoductos y gaseoductos privados en Rusia para aumentar la salida de energía a Europa y otros mercados extranjeros y también para diluir el poder de Gazprom y Transneft. El Kremlin, sin embargo, ha frenado sistemáticamente dichos intentos.

Si la concentración de propiedad de los recursos en manos del estado por medios dudosamente legales es una dimensión del energo-fascismo emergente en Rusia, una segunda es la utilización de este poder para intimidar a estados sin recursos energéticos propios en las fronteras rusas. La expresión más notable de esto hasta la fecha ha sido el corte de suministro de gas natural a Ucrania el 1 de enero de 2006. En apariencia, Gazprom cortó el flujo por una disputa sobre los precios del gas ruso, pero la mayoría de los observadores creen que la acción tuvo la intención de amonestar al presidente de Ucrania, prooccidental, Victor A. Yushchenko. Recuerden, esto sucedió justo en invierno, y el gas natural es la principal fuente de calor en Ucrania, al igual que en la mayoría de países de Europa del Este y la antigua URSS. Grazprom reanudó el suministro después de un compromiso de última hora sobre los precios y siguiendo grandes quejas de clientes de Europa occidental que estaban sufriendo sus propias perdidas (ya que los ucranianos desviaron el gas que se dirigía a Europa para su propio uso). Este fue el momento cuando quedo claro para todos que Moscú estaba totalmente dispuesto a abrir y cerrar el grifo de energía como una herramienta en la política exterior.

Desde entonces, Moscú ha empleado esta táctica en varias ocasiones para intimidar a otros estados vecinos en lo que denominan su «extranjero cercano» (como los EE.UU. solían hablar de América Latina como su «patio trasero»). El 29 de julio de 2006, alegando un escape, Transneft paró los envíos de petróleo a la refinería de Mazeikiu en Lituania después de que sus propietarios anunciaran su venta a una compañía polaca, no a una rusa. Los observadores de esta acción especulan que los políticos rusos intentaban forzar una absorción rusa de la refinería.

En Noviembre, Gazprom amenazó con multiplicar por más de dos el precio del gas natural al antiguo miembro de URSS, Georgia, pasando de 100$ a 230$ los 1.000 metros cúbicos. La alternativa que se ofrecía era un cese en los envíos. De nuevo, la presión política se cree que fue por lo menos una parte del motivo ya que el gobierno prooccidental de Georgia ha desafiado a Moscú en una amplia variedad de temas. En diciembre, Gazprom utilizó el mismo truco con Bielorrusia, exigiendo un mayor reajuste de precios de un aliado cercano (y empobrecido) que recientemente había mostrado signos de independencia.

Ésta es pues otra cara del energo-fascismo en Rusia: el uso de su energía como un instrumento de influencia política y de coerción a estados vecinos debilitados y sin energía propia. «No es que la energía sea una nueva arma atómica», dijo Cliff Kupchan, asesor del Grupo Eurasia al Financial Times, «pero Rusia sabe que el petro-poder, aplicado agresivamente y con inteligencia, puede dar réditos diplomáticos.»

El Gran Hermano y el Renacimiento Nuclear

La última cara del energo-fascismo que se va a comentar aquí es el aumento inevitable de la vigilancia y represión estatal atendiendo a un esperado incremento en la energía nuclear. Al comenzar a escasear el petróleo y el gas natural, los líderes de gobiernos e industria sin duda presionarán para conseguir una mayor dependencia de la energía nuclear para obtener energía adicional. Este es un programa que posiblemente ganará impulso con la creciente preocupación por el calentamiento global, principalmente como resultado de las emisiones de dióxido de carbono procedente de la combustión de petróleo, gas y carbón. El presidente Bush ha hablado repetidamente de su deseo de fomentar una mayor dependencia de la energía nuclear y el Decreto de Política Energética de 2005, apoyado por el gobierno, ya provee una variedad de incentivos para empresas eléctricas para que construyan nuevos reactores en EE.UU. Otros países como Francia, China, Japón, Rusia y la India también planean aumentar su dependencia de la energía nuclear, incrementando ampliamente la expansión de reactores nucleares en el mundo.

Numerosos problemas obstaculizan este llamado renacimiento, entre ellos los gastos astronómicos que implica y el hecho de que no se haya ideado todavía un sistema seguro para almacenar a largo plazo los deshechos nucleares. Además, a pesar de las mejoras en la seguridad de las centrales nucleares, persisten las preocupaciones sobre el riesgo de accidentes nucleares como los que ocurrieron en Three Mile Island en 1979 y en Chernóbil en 1986. Pero éste no es el lugar para valorar estos temas. Déjenme que me centre en dos aspectos especialmente preocupantes de un futuro crecimiento de la industria de la energía nuclear: la posible federalización de la ubicación de los reactores nucleares en EE.UU. y las implicaciones represivas mundiales de una mayor disponibilidad de materiales nucleares que podrían caer en manos de terroristas, criminales y estados «canalla».

Actualmente, las municipalidades, condados y estados en EE.UU. todavía ejercen un control considerable sobre la concesión de permisos para la construcción de nuevas centrales nucleares, concediendo a los ciudadanos en estas jurisdicciones la oportunidad de resistirse a la ubicación de un reactor en «su patio trasero». Durante décadas, éste ha sido uno de los principales obstáculos para la construcción de nuevos reactores en EE.UU. junto con el costoso y duradero proceso jurídico necesario para meterse en el bolsillo a legislaturas estatales, juntas de condados y agencias medioambientales. Si prevalece esta práctica, posiblemente nunca veremos un verdadero «renacimiento» de la energía nuclear aquí, incluso si se construyen unos pocos reactores nuevos en áreas rurales pobres donde la resistencia ciudadana es mínima. Por lo tanto, la única manera de aumentar la dependencia de la energía nuclear es federalizar el proceso de permisos dejando a las agencias locales de lado y concediendo a los burócratas federales el poder sin restricciones para conceder permisos para la construcción de nuevos reactores.

¿Le parece improbable al lector? Bien, consideremos lo siguiente: la Ley de Política Energética de 2005 estableció un precedente importante para la federalización de dicha autoridad privando a los funcionarios estatales y locales de su poder para aprobar la ubicación de plantas de «regasificación» de gas natural. Se trata de plantas enormes que se utilizan para reconvertir el gas natural líquido, transportado en barco desde suministradores extranjeros, en gas que se puede distribuir por tuberías a los clientes en EE.UU. Varias localidades de las costas este y oeste han luchado contra la construcción de dichas plantas en sus puertos por miedo a que puedan explotar (no es una preocupación nada rebuscada) o se puedan convertir en objetivos terroristas, pero han perdido el poder legal para hacerlo. ¡Pues vaya con la democracia local!

Esta es mi preocupación: que un gobierno futuro apruebe una enmienda a la Ley sobre Política Energética dando al gobierno federal la misma autoridad para la ubicación de reactores nucleares que la que ahora tiene para las plantas de regasificación. Los federales entonces anunciarán planes para construir docenas o incluso cientos de nuevos reactores en o cerca de lugares como Boston, New York, Chicago, San Francisco, Los Ángeles, Denver y lugares parecidos, argumentando una necesidad urgente de energía adicional. La población protestará en masa. Los funcionarios locales, comprendiendo a los manifestantes, se negaran a detenerlos en masa. Pero ahora estamos hablando de desafiar ordenes federales, no estatales o municipales. Después de esto, se envía a la Guardia Nacional o al ejército regular para sofocar las protestas y proteger la construcción de los reactores: energo-fascismo en acción.

Finalmente, existe otro peligro de la proliferación de la energía nuclear: habrá que aumentar sistemáticamente la vigilancia estatal de todas las personas incluso remotamente relacionadas con el comercio de energía nuclear. Después de todo, cada planta de enriquecimiento de uranio, cada reactor nuclear, cada almacén de desechos nucleares, y cualquiera de los pasos intermedios entre ellos, es una fuente potencial de materiales fisionables para terroristas, traficantes del mercado negro, o estados «canalla» como Irán y Corea del Norte. Esto significa, por supuesto, que todo el personal empleado en estas plantas, y todos sus contratistas y subcontratistas (y todos sus familiares y contactos) tendrán que ser constantemente investigados por posibles conexiones ilícitas y ser mantenidos bajo estricta vigilancia todo el tiempo. Cuantos más reactores haya, más plantas y más contratistas tendrán que estar sujetos a esta clase de vigilancia, y cuanto más, los empleados de seguridad también tendrán que estar sujetos a unos niveles incluso más altos de vigilancia por parte de las agencias de seguridad del estado. Es una fórmula para Gran Hermano a una enorme escala.

Y luego está el problema especial de los reactores generadores. Estas plantas generan más material fisionable que el que consumen, a menudo en forma de plutonio, el cual, a su vez, se puede someter a combustión en reactores para generar electricidad pero también se puede usar como combustible de armas nucleares. Aunque esta clase de reactores están actualmente prohibidos en EE.UU., otros países, incluido Japón , están construyéndolos para rebajar su dependencia de los combustibles fósiles y el uranio natural, también un recurso finito. Al aumentar la demanda de energía nuclear, más países (incluso, posiblemente, EE.UU.) tendrán que construir reactores generadores. Pero esto aumentará inmensamente el suministro global de plutonio listo para las bombas, lo cual obligará a un aumento incluso mayor de vigilancia estatal sobre la industria de la energía nuclear en todos sus aspectos.

El Puño de Hierro del Estado

Todos los fenómenos discutidos en estos dos artículos, la transformación del ejército de EE.UU. en un servicio mundial de protección de petróleo, el crecimiento del equivalente energético de una gran carrera armamentista, la emergencia de Rusia como un superpoder energético y la necesidad de un aumento de la vigilancia a la industria de la energía nuclear, son manifestaciones de una única tendencia que abarca estos diversos aspectos: la tendencia de los estados a extender su control sobre cada aspecto de la producción energética, compra, transporte y ubicación. Esto, a su vez, es una respuesta al agotamiento de los suministros energéticos mundiales y un desplazamiento en la ubicación de la producción de energía, del norte al sur. Todo esto lleva ya tiempo ocurriendo, pero esta destinado a ganar un mayor impulso en los años venideros.

Muchos ciudadanos y organizaciones preocupadas, el Apollo Alliance , el Rocky Mountain Institute , y el Worldwatch Institute , por nombrar unos pocos, están tratando de desarrollar respuestas democráticas razonables a estos problemas derivados del agotamiento de la energía, inestabilidad en zonas productores de energía y el calentamiento global. La mayoría de los líderes de los gobiernos, sin embargo, parecen tener la intención de enfrentarse a estos problemas mediante un aumento del control estatal y una mayor confianza en el uso de la fuerza militar. Si no nos resistimos a esta tendencia, el energo-fascismo puede ser nuestro futuro.

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Michael T. Klare es Catedrático de Estudios sobre Paz y Seguridad Mundial en el Colegio Hampshire y el autor de Blood and Oil: The Dangers and Consequences of America´s Growing Dependence on Imported Petroleum (Sangre y Petróleo: Los Peligros y Consecuencias de la Creciente Dependencia de EE.UU. del Petróleo Importado) (editorial Owl).

Este artículo apareció primero en Tomdispatch.com, un weblog de Nation Institute, que ofrece un suministro continuo de fuentes alternativas y de opinión de Tom Engelhardt, durante largo tiempo redactor editorial, cofundador de The American Empire Project (El Projecto del Imperio Norteamericano) y autor de The End Of Victory Culture (El final de la Cultura de la Victoria, una historia del triunfalismo norteamericano en la Guerra Fría), una novela, The Last Days of Publishing, (Los Últimos Días del Mundo Editorial) y Mission Unaccomplished (Misión Incumplida), (Nation Books), la primera colección de entrevistas de Tomdispatch.

Traducido por Eva Calleja y revisado por Miguel Montes Bajo