El 25 de agosto último, cuando servidor con-memoraba los 60 años de la liberación de París del yugo nazi –republicanos españoles en cabeza de la división blindada de Leclerc, llegando los primeros al Ayuntamiento, forzando las puertas del hotel Meurice, puesto de mando del general Von Choltitz– leí en prensa una entrevista con el indómito […]
El 25 de agosto último, cuando servidor con-memoraba los 60 años de la liberación de París del yugo nazi –republicanos españoles en cabeza de la división blindada de Leclerc, llegando los primeros al Ayuntamiento, forzando las puertas del hotel Meurice, puesto de mando del general Von Choltitz– leí en prensa una entrevista con el indómito Jean-Pierre Chevènement, gaullista de izquierda, socialista, y sobre todo «republicano». Varias veces ministro (de Investigación, Industria, Educación, Defensa, Interior), líder del Mouvement Républicain et Citoyen, empeñado en «hacer política digna y moralmente» (¿es posible tal?, uno también lo intenta, ¡mas qué difícil!). Chevènement, que dimitió de Defensa por no comulgar con la primera guerra del petróleo.
Insiste de continuo Chevènement en oponerse a una Europa «caballo de Troya de la globalización imperial» de EEUU, denunciando «la estrategia de la tensión permanente, que el imperio necesita para mantenerse y extenderse». Mas vamos a la entrevista del 25-8-04 en Le Figaro, referente al híbrido de Tratado (entre Estados) y Constitución con aromas de Carta otorgada, no elaborada por un Parlamento en debate abierto también a los partidos menores (vean: representantes del Parlamento español en la «Convención»: Borrell y G. Cisneros; suplentes: López Garrido y Muñoz Alonso. Representantes de Aznar: A.Dastis(¿)/Ana Palacio), sino por un comité de notables o sabios, sonando menos a proyecto de la ciudadanía que a un cierto neodespotismo ilustrado. Extraigo citas de la entrevista, ustedes juzguen: la «Constitución» es un carcan (picota, collar de hierro) de ortodoxia liberal asfixiante, y, en materia de política exterior y defensa, un instrumento de vasallaje respecto a EEUU. De ser aprobada, impediría toda política de defensa autónoma (su texto la obliga a vincularse a la OTAN). La Comisión europea, desde Maastricht, puso encima de todo otro principio el de la competencia (el dios o becerro supremo del mercado, uno diría). Una Europa con 25 miembros hace mayoritarios a los Gobiernos más enfeudados con USA, y la última gran ampliación trae no poca causa de la propia influencia americana. En fin, Chevènement propugna un «no» positivo, para renegociar un mejor Tratado.
Les diré, muy resumido, mi análisis: quiero una Europa que sea un actor estratégico mundial, mas no subordinada a EEUU y enfeudada a la NATO. Quiero una Carta europea que no huela tanto a neoliberalismo conservador, a dinero y propiedad, que no sitúe la inflación o la ganancia tan por encima de los derechos laborales y sociales. Deseo una Europa que no propugne el negocio y la carrera de armamentos (los Estados deben «mejorar sus capacidades militares», dice el Proyecto a votar), y que, en cambio, impulse la desnuclearización. Una Europa más volcada hacia lo ecológico, con más sensibilidad hacia la emigración, más de los pueblos que de los gobiernos, ¡ay! (y con una Constitución menos tecnocrática, más entendible para el ciudadano; y no imposible, casi, de reformar). El Proyecto que se votará el día 20 responde más al mundo de los que mandan que al de los que sufren.