Bastante bien asesorado debió estar el Presidente Ollanta Humala cuando recientemente, y en una rueda de prensa con corresponsales extranjeros, aseguró que el fujimorismo salió de una cloaca. Probablemente, para tener la certeza de usar debidamente el vocablo, el ex comandante consultó a la Academia Peruana de la Lengua, porque, sin duda, se valió de […]
Bastante bien asesorado debió estar el Presidente Ollanta Humala cuando recientemente, y en una rueda de prensa con corresponsales extranjeros, aseguró que el fujimorismo salió de una cloaca. Probablemente, para tener la certeza de usar debidamente el vocablo, el ex comandante consultó a la Academia Peruana de la Lengua, porque, sin duda, se valió de la expresión más precisa y en su más cabal sentido.
El Diccionario General Ilustrado de la Lengua Española editado en Barcelona, con prologo de Ramón Menéndez Pidal y en versión corregida y ampliada por Samuel Gili Gaya, sostiene, que la cloaca «es el conducto subterráneo por donde van las aguas sucias, o las inmundicias de los pueblos».
Con tan trasparente definición, seguramente la inmensa mayoría de los peruanos coincidirá en admitir que el fujimorismo es ciertamente una excrecencia de las cloacas, como lo aseguró, con gesto adusto, el mandatario nacionalista.
No se trató del un adjetivo orientado a descalificar, ni degradar, a nadie. Fue un muy preciso uso de un vocablo sustantivo, porque el fujimorismo es una de las inmundicias que produjo el pueblo en una determinada etapa de su crisis.
No olvidemos en efecto, que Alberto Fujimori apareció, en 1990 como el candidato del «No-Shock». Cuando en representación del FREDEMO, Mario Vargas Llosa ofertaba la Apocalipsis, y amenazaba a los peruanos con cerrar las empresas públicas, despedir a millones de trabajadores, eliminar puestos de trabajo a borbotones, disolver los programas asistenciales, liquidar las pensiones de jubilación y cesantía, destruir los derechos laborales y acabar con los beneficios reconocidos por ley ; arguyendo que era indispensable un «programa de shock» para salir del 7,000% de inflación al que nos había llevado el primer gobierno de García; el chinito de la yuca aseguraba simplemente que él «no haría eso» .
Asumió su gestión gubernativa el 28 de julio de 1990 bajo la batuta del Fondo Monetario y el Banco Mundial y, atenazado por los Servicios Secretos de los Estados Unidos que lo coparon de inicio, el 8 de agosto de ese año, bajo la inspiración de su flamante ministro de economía Juan Carlos Hurtado Miller, lanzó el «shock» de ese entonces que cayó como un verdadero mazazo sobre la cabeza de los peruanos.
A los que dicen esporádicamente que «la izquierda apoyó a Fujimoriri» en esa circunstancia, cabría recordarles que la única voz que se alzó en contra de ese llamado «programa reactivador» fue la CGTP, que convocó un Paro Nacional el 16 de agosto, y que, aunque se cumplió «a medias», concluyó en una trifulca en la Plaza Dos de Mayo cuando a represión policial buscó disolver a los dirigentes de entonces que, encabezados por Valentín Pacho y Pedro Huilca, se disponían a protestar.
Lo que vino después, es más conocido: la guerra sucia, el exterminio de las poblaciones originarias, la esterilización forzada de mujeres, la institucionalización de la tortura, la habilitación de centros clandestinos de reclusión, desaparición forzada de personas, ejecuciones extrajudiciales; el establecimiento de tribunales secretos, jueces sin rostro y el dictado de sentencias anónimas e inicuas; la creación de grupos de exterminio -Colina, fue el ejemplo- y el castigo a todos los segmentos de la sociedad: médicos, maestros, trabajadores, campesinos, mujeres y jóvenes; fueron e pan cotidiano durante diez años.
Pocas veces la perversidad se hizo más patente en política que en aquellos años, en los que 3 de cada 4 víctimas de la violencia integraban poblaciones originarias, vivían en zonas rurales o eran simplemente quechua-hablantes.
Despoblar las aldeas, era la consigna dictada y cuyo cumplimiento debía ser asegurado por doce mil oficiales de las Fuerzas Armadas lanzados al campo con el propósito genocida a acabar con las poblaciones. Y todo eso, bajo el pretexto de «pacificar el país y acabar con la subversión» Fue esa la «escuela de fascistización» por la que pasó la Fuerza Armada de arriba abajo bajo el dictado de la CIA.
A estos elementos gráficos de descomposición, hay que añadir el hecho que, en forma paralela, los máximos exponentes del régimen: Fujimori, sus ministros y colaboradores cercanos, a más de la Cúpula militar de entonces liderada por Nicolás Hermoza, Elesván Bello, Antonio Ibárcena, y los generales Chacón, José Villanueva, Cesar Saucedo, Víctor Malca y otros; amasaron inmensas fortunas robándose desde partidas presupuestales hasta lingotes de oro, pasando por cierto por la «adquisición de armas», el contrabando y otros procedimientos dolosos aún insuficientemente ventilados.
A todo eso se sumó el manejo nauseabundo de una prensa «chicha» y una TV «basura», compradas ambas con dineros públicos, y encargadas de echar lodo y piedras sobre el honor y el prestigio de connotadas personalidades de la vida peruana como Gustavo Mohme Lloma, paradigma de decencia y dignidad.
Que la perversidad del régimen de entonces no tuvo miramientos, lo confirma el que centenares de personas inocentes fueron condenadas por «terrorismo», a cadena perpetua o largos años de cárcel; a sola condición que fueran señaladas como tales por otras, capturadas sorpresivamente y sometidas a apremios inauditos, a fin que «señalaran» a supuestos «senderistas».
El emparedamiento y las torturas a las que fuera sometida Susana Higushi, por orden de su esposo y mandatario Alberto Fujimori, y los cables eléctricos atados a sus articulaciones, así como su destitución y reemplazo por su hija, la hoy candidata Keiko Fujimori: no fue sino la tapa de la bombonera en la que -cual Caja de Pandora- estaban encerrados todos los vicios y degradaciones del régimen de entonces, el más nefasto de la historia social del Perú.
A ella representa hoy Keiko Fujimori que, aliada con Alan García encarna La Mafia que busca obsesivamente volver a la conducción del Estado con el avieso propósito de «vengar» la condena que le fuera impuesta a su padre en un juicio legítimo y público, desarrollado con garantías de ley.
Es curioso: cuando Humala habló de «La cloaca». Keiko aseguró que había «injuriado» a su padre haciendo uso de «un lenguaje chavista».
Recordemos: nunca Hugo Chávez aludió directamente a Fujimori, tal vez porque pensó no inmiscuirse en asuntos netamente peruanos. Sí lo hizo, en cambio, cuando habló de García en un contexto muy concreto: lo comparó con Carlos Andrés Pérez, el ADECO que fuera Presidente de Venezuela. Aludiendo a ambos, dijo que eran «caimanes de un mismo pozo«, y a García específicamente lo calificó, con precisión innegable, cono «ladrón de cuatro esquinas«. Certero, el Comandante, sin duda.
En otras palabras, el «lenguaje chavista» fue contra AGP, y no contra Fujimori. Si Keiko lo «deplora», es porque caracterizó a quien es hoy su «mejor aliado». Se siente en el deber de defenderlo. Podría ser su garantía de victoria el 2016.
En España, la cantante y artista Isabel Pantoja, acusada por delitos menores, y sentenciada a dos años de cárcel; finalmente aceptó ir a prisión con un mínimo de dignidad y de decoro. En cambio aquí, Alberto Fujimori llora a moco tendido cada día pidiendo que lo devuelvan a su casa, cuando él mismo no ha sido capaz de devolver un solo centavo de todo lo que se robó impunemente.
El chinito de la yuca no está en prisión. No estuvo allí ni un solo día. Fue instalado, desde un inicio, en el Centro Recreacional de la Policía, en el ex fundo Barbadillo, donde vive dedicado a cultivar las flores que él mismo sembró. En el lugar, recibe desde visitas personales hasta políticas y7 desarrolla una campaña abierta y sediciosa, aplicando su propia estrategia.
Como se recuerda, no hace mucho, s le privó del uso de un teléfono celular, del que se valía para brindar «declaraciones exclusivas» que trasmitía su amigo del alma, Raúl Vargas por las ondas de Radio Programas del Perú. El hecho, lo puso al borde de la histeria y lo llevó a acusar a las autoridades de «tramar su muerte a cuenta gotas, haciendo que una a una mueran sus neuronas».
Se puede disentir del Presidente Humala. Incluso, se puede cuestionar su gestión arguyendo una u otra variante de política, y hasta su propia inconsecuencia. Pero, en buen criterio, no se puede negar que ésta, su declaración en torno a la cloaca, fue su mejor definición de los hechos en sus tres años en la conducción del Estado. Un acierto en toda la línea.
Gustavo Espinoza M. es miembro del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera. http://nuestrabandera.lamula.