La división del partido y la oposición a su liderazgo son los principales obstáculos con los que se ha encontrado el primer ministro británico, Gordon Brown, en el segundo congreso del Partido Laborista. Su discurso, una llamada a la unidad, y la crisis económica, frente a la que ofrece su experiencia al frente de las finanzas británicas, le han hecho ganar tiempo, sino seguridad, para su gabinete.
Normalmente, un primer ministro se regocijaría de los avances económicos de su país, pero la política es, en muchas ocasiones, el mundo al revés. En el caso del británico Gordon Brown, la recesión es bienvenida, porque ni su visión de futuro ni sus políticas innovadoras le ayudarán a mantener su liderazgo. Lo que sí tiene a su favor es la idea de que «más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer».
Por supuesto, Brown no empleó dicha expresión en el Congreso Anual del Partido Laborista, sino que se escudó en la experiencia y en la necesidad de «un hombre serio para tiempos difíciles». Con ello se ganó a la audiencia.
Con su advertencia de que «este no es el momento para un aprendiz», se quitó de un plumazo no sólo a la oposición conservadora encabezada por David Cameron sino a algunos opositores en las filas de su propio partido.
Ésta era la oportunidad para que Brown reafirmara su autoridad sobre el partido y pusiera fin a la revuelta que durante meses ha amenazado su liderazgo. Por ello, recordó al Partido Laborista que su «deber» es centrarse en los desafíos que encara el país, más que embarcarse en luchas internas.
Un discurso clave
En las últimas semanas, los medios han resaltado que en el contexto actual -su Gabinete le ha dado un plazo de seis meses para que demuestre que puede darle la vuelta a la opinión pública o, de lo contrario, le habrá llegado el momento de dimitir-, el discurso de ayer era clave para su supervivencia política. Una posición triste para un hombre que ha esperado diez años para ver que su más ansiado sueño se ha transformado en una pesadilla.
La leve recuperación de la situación económica y la decisiva intervención del Gobierno británico a la hora de sanear la actuación de algunas entidades financieras, le han valido a Brown un pequeño voto de confianza por parte de la ciudadanía.
Habla de experiencia
Ésa ha sido, precisamente, la inversión de Brown, que quiere validar su experiencia en las finanzas del gabinete durante el «reinado» de Blair como credenciales para dirigir el estado en estos malos tiempos.
En su intervención ante los delegados, ante quienes fue presentado por su esposa Sarah, Brown retomó algunos de los errores y críticas contra su Gobierno.
Como no hay mejor defensa que un buen ataque, anunció que a partir de 2009, los enfermos de cáncer o aquellos con enfermedades crónicas, no tendrán que pagar sus medicinas; las guarderías serán gratuitas para todos los niños de dos años en los próximos diez años, y cumplirá con la promesa laborista de acabar con la pobreza infantil. Su plan de facilitar a las familias con menos recursos el acceso a la red de ordenadores para que los jóvenes puedan integrarse en el mercado laboral, está muy lejos de sus pretensiones de acabar con la pobreza.
La idea más destacable de su comparecencia fue la de una sociedad justa, y su promesa de crear «una Gran Bretaña de oportunidades justas para todos y de reglas justas para todos». Su discurso fue acogido con agrado por los medios y lo que es más importante por los delegados y sindicatos.
Incluso el que se perfila como su posible alternativa dentro del partido, el ministro de Exteriores David Miliband, calificó el discurso de «excelente», mientras que su hermano Ed Miliband, ministro en el Gabinete de Brown, afirmó que era «el discurso de su vida».
Brown puede haber ganado tiempo para su Gobierno, aunque nadie sabe cuánto.
Miliband acecha al primer ministro desde la sombra
Gordon Brown apenas ha tenido tiempo de ser un César, pero ya le ha salido su Bruto, que, desde un puesto de primera línea en su Gabinete, le acecha para hacerse con el liderazgo del Partido Laborista y del Gobierno británico.
David Miliband, un joven diputado que ha visto su carrera progresar a pasos agigantados bajo la dirección de Brown, que le confió la cartera de Exteriores a los 41 años, -convirtiéndole en la persona más joven en ocupar esa cartera en los últimos 30 años-, se perfila como el candidato preferido de los opositores de Brown dentro del partido.
Sin embargo, Miliband todavía no le ha dado la puñalada por la espalda. En vez de ello, ha preferido dedicar la Conferencia del Partido Laborista, que comenzó el sábado en Manchester, a afilar su cuchillo mientras espera el momento propicio para asestarle el golpe de gracia a Brown, que hasta ayer por lo menos, caía en picado en las encuestas de popularidad.
Miliband se adivina como un nuevo Tony Blair en lo que se refiere a su ambivalencia ante los servicios públicos, aunque se sitúa a la izquierda del proyecto del Nuevo Laborismo.
En su discurso del lunes ante los asistentes al Congreso, Miliband alabó a Brown en dos ocasiones, y recalcó la necesidad de liderazgo para su partido. El ministro se desvivió pidiendo a los laboristas unidad y apoyo para Brown, una constante en las intervenciones de los líderes laboristas ante los delegados tan sólo días después de que trece diputados -incluyendo un ministro- pidieran unas primarias en el seno del partido.