En la primera parte de la primavera de 2010 han aparecido elementos novedosos en el desarrollo de la crisis capitalista desencadenada en septiembre de 2008 que parecen representar un nuevo giro en dicho desarrollo. El objetivo de este artículo es justamente evaluar si nos encontramos en lo que podría tratarse de una segunda etapa después […]
En la primera parte de la primavera de 2010 han aparecido elementos novedosos en el desarrollo de la crisis capitalista desencadenada en septiembre de 2008 que parecen representar un nuevo giro en dicho desarrollo. El objetivo de este artículo es justamente evaluar si nos encontramos en lo que podría tratarse de una segunda etapa después de la de septiembre de 2008. Pero antes de referirnos a lo más característico de la fase que se está abriendo es necesario dejar constancia de la incapacidad de previsión de la mayoría de la ciencia social oficial para enfrentar los diferentes aspectos de esta crisis. La improvisación y el estupor son las notas dominantes. La izquierda puede que no esté a la altura del reto, pero los enormes recursos humanos, económicos y materiales de los que dispone la sociedad burguesa no están sirviendo para mucho, como se puede apreciar a la vista de lo que viene sucediendo en estos casi dos años.
Toda la arquitectura levantada a nivel internacional desde después de la segunda guerra mundial, y reformulada tras la debacle del comunismo eurosoviético y el transformismo del comunismo asiático, muestra síntomas de agarrotamiento. La desregulación promovida por el neoliberalismo, entendida como la cesión de las normas reguladoras al mercado1, es decir, a los actores privados económicos fundamentales a nivel global, ha generado un caos sistémico qué está mostrando graves dificultades para ser controlado. Cada vez de manera más evidente afloran a la superficie las contradicciones que la crisis genera, contradicciones sociales, entre zonas económicas y países, entre las principales mega-corporaciones económicas y financieras. Por una coincidencia, que tampoco puede achacarse al azar, el desastre ecológico provocado por la marea negra que golpea las costas de Estados Unidos en estos momentos refleja claramente el rostro más visible de la crisis. Los gobiernos haciendo continuamente, y de manera impotente, de bomberos de los desastres provocados sin tregua por poderosos intereses privados cuyos objetivos de maximización de beneficios a toda costa no toman en cuenta los potenciales efectos nocivos de sus acciones, incluso contra sus intereses a largo plazo. Una característica inscrita en la naturaleza íntima del capitalismo.
El objetivo de este artículo se centra en analizar las particularidades más resaltables de la fase que se abre a partir de la crisis griega. El primer aspecto a destacar es la recaída económica que supone dicha crisis. Se habían estado lanzando numerosas advertencias desde hace tiempo2, entre ellas sobre que podría significar la inmensa ayuda desembolsada por los Estados para impedir el agravamiento de la crisis – lo que se ha traducido en un enorme incremento de la deuda pública – si no se acompañaba de un cambio de las reglas del juego, es decir, si no se sustraía el control de la regulación de los mercados y se pasaba a los Estados. Después de las declaraciones altisonantes de los primeros momentos, con el objetivo de calmar las preocupaciones, sobre la voluntad de tomar medidas para evitar la repetición de una situación similar, que llegó a expresarse con la frase de refundar el capitalismo, todos jugaron en realidad a ganar tiempo, los mercados, los especuladores y los gobiernos.
No ha existido nunca una voluntad real de cambiar las normas, voluntad política ante todo. Las fuerzas políticas que dominan la escena internacional en sus centros fundamentales son claramente de derechas, y ni siquiera la elección de Obama ha podido modificar este hecho. Y tampoco se ha producido un trauma colectivo de la naturaleza del que representó la segunda guerra mundial que obligase a cambiar las normas de comportamiento del capitalismo. Recordemos que solo tras la grave crisis de los años treinta y su corolario, la guerra mundial desatada en 1939, acompañada por la expansión de las fuerzas de izquierda, el capitalismo accedió al pacto social que se plasmó en la creación del Estado de Bienestar en los países más desarrollados del momento.
La recaída en la crisis un año y medio después de iniciarse su fase aguda se diferencia por el lugar en que se ha originado, la deuda soberana de algunos Estados europeos en lugar de los problemas de los grandes bancos estadounidenses, pero ha tenido un cierto parecido en la reacción de los actores públicos. En septiembre de 2008 la administración Bush dejo que el banco Lehman Brothers se hundiese, y solo tras la constatación de las graves consecuencias de esa decisión, que puso al sistema financiero internacional al borde del abismo, se produjo una rápida rectificación para implementar una masiva ayuda financiera a la banca en graves dificultades. Ahora, los socios europeos no han dejado hundir a Grecia, pero casi, las dudas interminables sobre si acudir en su rescate han sido equivalentes a la decisión de Bush; solo tras percibir las gravísimas consecuencias para la zona euro se ha acudido a salvar in extemis a Grecia. Pero aquí acaban las semejanzas. Las generosas y prácticamente incondicionales ayudas volcadas en la banca privada mundial se han transformado ahora en unas condiciones draconianas a Grecia. La ayuda ha quedado vinculada a la aprobación de un durísimo plan de austeridad a soportar por las clases populares griegas. El segundo aspecto relacionado con la crisis griega, y la tardía reacción de los gobiernos de la eurozona, ha sido el multimillonario plan aprobado por los ministros de economía de la UE para blindar el euro y las medidas excepcionales del BCE de comprar bonos de los países. Una vez más en año y medio el capitalismo es salvado de la catástrofe por la intervención de los Estados mediante el aporte masivo de dinero, la primera vez para sostener el sistema financiero, la segunda para frenar el ataque especulativo contra la eurozona a través de los países más debilitados. Pero a pesar de esta clarísima doble demostración de la tendencia innata del mercado, liberado a sus propias fuerzas, de crear un desorden tal que pone en causa la propia supervivencia del capitalismo, gran parte de los presupuestos del neoliberalismo siguen siendo para la mayoría de la clase dirigente mundial artículos de fe. Parece que hubiera una apuesta por parte de los especuladores internacionales por ver cuál es el límite de desastres que son capaces de corregir los Estados3. Sin embargo, a pesar de la grave crisis económica del capitalismo, políticamente sigue siendo capaz de imponer las soluciones que más le conviene a sus intereses.
El segundo aspecto a destacar es la reactivación de las resistencias populares contra los efectos de la crisis que esta recaída ha producido. No es que anteriormente no se hubiesen producido movilizaciones, pero no llegaron a alcanzar el nivel de las actuales en Grecia. Recordemos algunos hitos de esas reacciones. Fue justamente en Grecia donde se iniciaron las luchas más importantes, en diciembre de 2008, cuando tras la muerte de un joven manifestante, las movilizaciones juveniles que venían sucediéndose durante varias semanas de ese mes se transformaron en una huelga general contra las reformas laborales y de las pensiones impuestas por el gobierno conservador de Kostas Karamanlis. Enero de 2009 fue un mes de movilizaciones en Europa y en los territorios franceses de ultramar. Las protestas afectaron a Letonia contra un duro plan de ajuste, a Guadalupe contra la carestía de la vida, a Islandia, y a Francia donde tuvo lugar una huelga general. También se produjeron las primeras consecuencias políticas con la caída de diferentes gobiernos en los primeros meses de 2009, en la lista estaban Islandia, Letonia, Hungría y la República Checa. Las movilizaciones continuas en Francia desembocaron en una segunda huelga general en marzo con un seguimiento menor que la que tuvo lugar en enero. En abril es de nuevo una huelga general en Grecia la que pone el punto más alto en las movilizaciones, en Italia tiene lugar ese mes una gran manifestación sindical. En mayo la CES convoca manifestaciones en varias ciudades de Europa sin mayores repercusiones. A partir de ese momento, y hasta febrero de 2010, las movilizaciones en Europa bajaron en intensidad, se podría decir que se produce un período de impasse. La crisis entra en un período plano, no hay ni agravación ni recuperación, los efectos sociales siguen presentes, el número de parados continua su imparable ascenso, en la UE la tasa de paro se sitúa en el 9,6% a finales de 2009, lo que representa 23 millones de parados, pero su distribución es desigual entre los Estados miembros, pues mientras Holanda y Austria tienen un 4% y 5,4% respectivamente, Estonia y España se sitúan alrededor del 20%. De nuevo es Grecia la que va a marcar la pauta de las movilizaciones a partir de febrero de 2010, una huelga de funcionarios y una general tienen lugar en ese mes, una nueva huelga general en marzo y las masivas huelgas y movilizaciones de abril y mayo contra las duras medidas de austeridad que el gobierno aprueba este mes para obtener la ayuda económica europea. La aplicación de la doctrina del shock, esta vez en Grecia, está encontrando una dura resistencia de las clases populares.
Nos ocuparemos ahora de la traducción en parámetros políticos de la crisis y de las movilizaciones que han tenido lugar. Se ha mencionado anteriormente la caída de algunos gobiernos en los primeros meses de 2009 y se han producido algunas elecciones en este año y medio de crisis. Ambos hechos pueden servir de fuente de información sobre el impacto político de la crisis en Europa. Las elecciones europeas celebradas en junio de 2009 supusieron una derrota de la socialdemocracia, una victoria de le derecha y un preocupante ascenso de la ultraderecha. Islandia tenía un gobierno de coalición entre conservadores y socialdemócratas en el momento en que su banca se derrumba al comienzo de la crisis. La dimisión de este gobierno da lugar a la celebración de elecciones en abril de 2010 con la victoria de los socialdemócratas seguidos por los verdes. Letonia, donde el impacto de la crisis es también profundo, se encuentra en plena crisis política con un gobierno en minoría tras negarse el principal partido del gobierno, el derechista Partido del Pueblo, a aprobar un paquete de medidas de austeridad para sanear el sistema financiero, el desenlace será en las elecciones de octubre. En marzo renunció el primer ministro socialdemócrata de Hungría y en las elecciones el FIDESZ da un vuelco electoral desplazando a la socialdemocracia, y con un fuerte aumento de la ultraderecha. En Francia las elecciones regionales de 2010 han supuesto un balón de oxigeno para la izquierda que se prepara a disputar la presidencia a Sarkozy. Grecia conoció la victoria electoral más importante para la izquierda en Europa cuando el PASOK obtuvo la mayoría absoluta en septiembre del 2009. También en Portugal la socialdemocracia obtuvo la victoria en la legislativas de 2009, revalidando su victoria anterior en 2005. En Italia la izquierda retrocede en las elecciones regionales. En Gran Bretaña los conservadores derrotan a los laboristas sin alcanzar la mayoría absoluta. Y finalmente en Alemania la CDU ha perdido recientemente las elecciones en el importante Estado de Renania-Wesfalia, donde se ha producido u importante ascenso de los Verdes y La Izquierda.
El balance no indica una tendencia clara del electorado europeo. Más bien el resultado es fruto sobretodo de la profundidad con que la crisis golpea a cada país, y, en menor medida, de las tradiciones políticas. Así, en general, donde la crisis es profunda, el gobierno de turno ha sido castigado en las urnas, pero también incide la situación de la oposición a dicho gobierno. En cualquier caso, el punto importante a retener es la situación en el seno de la izquierda, entendida ésta en un sentido muy laxo.
La izquierda que en todo caso puede gobernar en Europa sigue siendo la socialdemocracia. Los Verdes parecen crecer, especialmente en Francia, pero no les puede considerar claramente una fuerza de orientación transformadora a la vista de su comportamiento en Alemania. El panorama de las organizaciones a la izquierda de la socialdemocracia, sea de tendencia comunista o más izquierdista, sigue siendo minoritario, a pesar de un cierto avance en algunos caso, incapaz siquiera de condicionar las políticas de un gobierno socialdemócrata.
En este punto convergemos sobre las que siguen siendo las dos fuerzas de izquierda más influyentes en Europa, los sindicatos y la socialdemocracia. Los primeros han sido los únicos con capacidad para convocar movilizaciones o huelgas generales con carácter masivo, y como lo hemos visto lo han hecho puntualmente en Europa, pero han sido efectivamente puntuales y con un carácter reivindicativo clásico y defensivo, evitar recortes de derechos laborales, de pensiones, de salarios y de prestaciones sociales. Incluso en Grecia, que se han hecho más frecuentes y con un grado más alto de combatividad, siguen situándose en un carácter defensivo. Es conocida la histórica dificultad para que los sindicatos pasen a una fase diferente de impugnación del sistema.
La socialdemocracia europea en los últimos decenios ha dado muestras claramente de ser especialmente sensible, en las situaciones de crisis, a los argumentos y políticas de la derecha. En España fue un gobierno socialdemócrata el que la introdujo en la OTAN o llevó a cabo la reconversión industrial y la reforma de las pensiones en los 80, ahora implementa un nuevo paquete de medidas contra las clases populares4. En Gran Bretaña, fueron los laboristas los aliados más leales de las guerras imperialistas de la administración Bush. En Grecia son los encargados de llevar a cabo en estos momentos las medidas antisociales impuestas por la Europa neoliberal. No es que sean maquiavélicos, simplemente su horizonte político no supera el capitalismo, solo pretenden hacerlo más justo, pero cuando la tarta crece y la burguesía permite repartir beneficios a las clases populares, porque en caso de crisis el objetivo siempre es salvar el sistema.
Si la crisis se agravase en Europa como apuntan algunos analistas, si los especuladores consiguiesen debilitar a algunos Estados más y pusiesen en peligro de desestabilización la zona del euro, la reacción de la socialdemocracia y los sindicatos no va a ser la de radicalizarse y exigir reformas más profundas del capitalismo sino, previsiblemente, la de alcanzar «uniones sagradas»5 con las formaciones burguesas para salvar la Unión Europea, o sus respectivos países, sin alterar su estructura capitalista. Algunos de estos comportamientos ya se han evidenciado tanto a nivel de los Estados, como a nivel comunitario. La batalla se presenta muy difícil para la izquierda transformadora.
(*) Se pueden consultar otros artículos y libros del autor en el blog : http://miradacrtica.blogspot.
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