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La Cumbre de nuestra América, y la otra

Fuentes: Rebelión

Así las cosas, se siente uno tentado a pensar que lo realmente decisivo en Los Ángeles fueron la Cumbre de nuestra América que tuvo lugar en su seno y fuera, en las calles, la de los pueblos de Latinoamérica, que la respaldó y avaló.

“No hay proa que taje una nube de ideas.  Una idea enérgica, flameada a tiempo ante el mundo, para, como la bandera mística del juicio final,  a un escuadrón de acorazados” 

José Martí, 1891 [1]

La historia dirá algún día que a comienzos de junio del 2022 hubo tres reuniones de las que entonces llamaban “Cumbres” en la ciudad de Los Ángeles, allá en California. Una fue la cumbre (así, en minúscula) organizada por el gobierno anfitrión, que puso a la puerta el bien conocido cartel de “nos reservamos el derecho de admisión”, ante el cual varios presidentes latinoamericanos se reservaron el derecho a no asistir y otros ejercieron el de disentir.

Esa cumbre iba a tratar una agenda centrada en problemas de interés prioritario para el anfitrión, en particular la creciente migración de hispanos pobres a su territorio. No estaba previsto que allí se trataran los intereses de nuestra América en sus relaciones con la otra América, ni el papel de la OEA en el manejo de esas relaciones. Y sin embargo ese vino a ser el tema principal, que terminó en el hecho insólito (hasta ahora) en nuestra historia, de que quien hablara por nuestra América terminara invitando al anfitrión a una próxima reunión de la Comunidad Económica de Latinoamérica y el Caribe, y a terminar de deshacerse (palabras más, palabras menos) de su ministerio de colonias, empezando por el ujier.

Así las cosas, se siente uno tentado a pensar que lo realmente decisivo en Los Ángeles fueron la Cumbre de nuestra América que tuvo lugar en su seno y fuera, en las calles, la de los pueblos de Latinoamérica, que la respaldó y avaló. Sobre esto habrá aún necesidad de razonar con prudencia y luces largas en los próximos años, que serán decisivos tanto en las relaciones interamericanas como en el desarrollo de la gigantesca transición en curso en la organización del sistema mundial.

Así, por ejemplo, un punto de partida para esa reflexión puede ser lo que la cumbre nos diga de la capacidad del convocante para llevar a la práctica la aspiración de su país a ser la cabeza de un mundo unipolar, que él mismo proclamó poco antes del evento. No sólo se trata de que no esté en capacidad de convocar a todos los gobiernos de la región, y opte en cambio por ampararse tras una lamentable muralla de prejuicios y opiniones no solicitadas. Además, se trata de que esa incapacidad esté tan íntimamente asociada a la creciente gravedad de sus problemas internos, que confirman el progreso del mal que advertía José Martí en 1889 al señalar cómo en aquella sociedad lo que iba “cambiando en lo real” era “la esencia del gobierno norteamericano”, con lo cual

bajo los nombres viejos de republicanos y demócratas, sin más novedad que la de los accidentes de lugar y carácter, la república se hace cesárea e invasora, y sus métodos de gobierno vuelven, con el espíritu de clases de las monarquías, a las formas monárquicas.[2]

Y en efecto, a lo interno del país anfitrión la cumbre fue valorada sobre todo como un problema de política interior. Así, en ese campo tuvo especial atención el hecho de que si bien el antecesor del convocante ya no está en la presidencia- aunque quizás retorne en 2024, o quizás no -, la actual administración ha mantenido a lo más reaccionarios de Miami y Texas a cargo de las relaciones con nuestra América, los cuales hacen y harán todo lo posible por enrarecerlas en función de sus propios intereses de política interior. Y quien no puede imponer orden en casa, difícilmente podría hacerlo fuera de ella.

La cumbre nos ha revelado también el tamaño de los dirigentes que han venido madurando entre nosotros, como los presidentes de México, Argentina y Honduras. Desde los tiempos de Raúl Roa en las Naciones Unidas en 1961 y de la derrota del Área de Libre Comercio de las Américas en Mar del Plata, en 2005, bajo el liderazgo de Néstor Kirchner y Hugo Chávez, no se había visto un revés tan notable del anfitrión, que vio reducirse al nivel que merecían la relevancia y los propósitos de su cumbre.

De todo esto se desprende un importante tema de reflexión ante los azares de nuestro tiempo. La victoria obtenida por nuestra América en su Cumbre, ¿tuvo un valor táctico o uno estratégico? Para quienes conocen la historia de la derrota del fascismo por la Unión Soviética entre 1941 y 1945, la Cumbre de nuestra América obtuvo una importante victoria táctica de gran potencial estratégico, pues cabe compararla con la derrota de la primera ofensiva alemana en la batalla de Moscú, que a su vez abrió paso a las victorias de Stalingrado y del Arco de Kursk, como parte del proceso que finalmente conduciría a la Operación Bagratión y la caída de Berlín.

Está en nosotros la capacidad de ese razonar, ejercido por Bolívar en su tiempo, como por Martí en el nacimiento del nuestro, cuando nos decía ya en 1894 que. 

En el fiel de América están las Antillas, que serían, si esclavas, mero pontón de la guerra de una república imperial contra el mundo celoso y superior que se prepara ya a negarle el poder, – mero fortín de la Roma americana; – y si libres – y dignas de serlo por el orden de la libertad equitativa y trabajadora – serían en el continente la garantía del equilibrio, la de la independencia para la América española aún amenazada y la del honor para la gran república del Norte, que en el desarrollo de su territorio – por desdicha feudal ya, y repartido en secciones hostiles – hallará más segura grandeza que en la innoble conquista de sus vecinos menores, y en la pelea inhumana que con la posesión de ellas abriría contra las potencias del orbe por el predominio del mundo. 

Y a eso añadía una reflexión de vasto alcance. “Es un mundo lo que estamos equilibrando: no son sólo dos islas las que vamos a libertar”, nos dijo, para añadir enseguida:

¡Cuan pequeño todo, cuán pequeños los comadrazgos de aldea, y los alfilerazos de la vanidad femenil, y la nula intriga de acusar de demagogia, y de lisonja a la muchedumbre, esta obra de previsión continental, ante la verdadera grandeza de asegurar, con la dicha de los hombres laboriosos en la independencia de su pueblo, la amistad entre las secciones adversas de un continente, y evitar, con la vida libre de las Antillas prósperas, el conflicto innecesario entre un pueblo tiranizador de América y el mundo coaligado contra su ambición.[3]

A tal grandeza aspiramos en nuestra América, del mismo modo que desdeñamos la nula intriga de acusar de demagogia populista a la empresa de servicio humano a la que nos debemos. Y la Cumbre de nuestra América nos pone otra vez en movimiento.

Notas:

[1] “Nuestra América”. El Partido Liberal, México, 30 de enero de 1891. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. VI: 15.

[2] José Martí: “La campaña electoral en los Estados Unidos”, La Nación, Buenos Aires, 28 de febrero de 1889. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. XII: 135.

[3] “El tercer año del Partido Revolucionario Cubano. El alma de la revolución y el deber de Cuba en América”. Patria, 17 de abril de 1894. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. III: 141 – 142.

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