El triunfo cartista en las internas coloradas pulverizó el último resabio stronista, representado por Mario Abdo Benítez. No fue sólo una victoria electoral del oficialismo, sino una imposición aplastante de un proyecto que está conduciendo al país hacía una gran subasta. Al inicio de la campaña electoral, cuando aún no fluía el dinero de los […]
El triunfo cartista en las internas coloradas pulverizó el último resabio stronista, representado por Mario Abdo Benítez. No fue sólo una victoria electoral del oficialismo, sino una imposición aplastante de un proyecto que está conduciendo al país hacía una gran subasta.
Al inicio de la campaña electoral, cuando aún no fluía el dinero de los candidatos, Abdo Benítez encabezaba todas las encuestas aventajando en más del 20% a Pedro Aliana, el vicario neoliberal. Después saldrían a relucir los atributos del presidente Cartes, atributos que se pueden medir en dígitos. Un baño de dinero cartista anegó la campaña electoral, y en la medida que aumentaba el reparto en metálico la candidatura de Benítez cayó en picada. La actitud del elector colorado fue directamente proporcional a la oferta del dinero; cuánta más plata se colocaba en el mercado electoral más se diluía la figura del líder opositor. En el último tramo de la campaña cundió la desesperación en filas del movimiento «Colorado Añetete», el dinero cartista ahogó la figura de Marito.
Las justas electorales del coloradismo no fueron justas electorales, fueron un gran bazar donde sus líderes una vez más doblaron sus rodillas frente al que tenía la billetera más cargada. Ninguno de los electores perdió su tiempo en mirar el currículum de los candidatos sino de cuánto ceros tenía su cuenta bancaria.
Este gran remate de la ANR empezó cuando Cartes hizo modificar los estatutos partidarios en el 2012. Bastó su chequera para convertirse en candidato presidencial del partido colorado sin ser colorado. El fue comprando todas las conciencias (si es que quedaba alguna) y hoy logra someter a la cúpula colorada, tal como hizo Stroessner hace unas décadas. Stroessner lo hizo con la fuerza, Cartes con el dinero.
Hace algunos años conocí a dos dirigentes colorados honestos, Don Quintín González, un colorado que admiraba al Che Guevara, y a Waldino Ramón Lovera, el último colorado ético. Este a medidos de los 90 se candidató para la presidencia del partido, enarbolando la bandera de la honestidad. Waldino apenas alcanzó el 1% en los votos, quedando evidenciado que los colorados no votan a los honestos sino a los que tienen más plata, si importar el origen.
Decía el Dr. Argaña que sus correligionarios siempre votan al candidato colorado aunque éste sea el pato Donald. Pero esta vez los colorados votaron al tío Rico, y al parecer la figura del pato Donald quedará en el olvido para la metáfora política. A no ser que este pato cambie de actividades y se convierta en un exitoso narcotraficante, por ejemplo.
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