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Bélgica

La dictadura de los mercados, la monarquía belga y el nacionalismo flamenco

Fuentes: Viento Sur

 El discurso televisivo que el rey Alberto II ha pronunciado con ocasión de la fiesta nacional no ha recibido, en la izquierda, la atención que merecía. El monarca ha salido de su papel constitucional para presentarse como «último recurso» y llamar a la población a movilizarse con él para presionar a la clase política, incapaz […]

 El discurso televisivo que el rey Alberto II ha pronunciado con ocasión de la fiesta nacional no ha recibido, en la izquierda, la atención que merecía. El monarca ha salido de su papel constitucional para presentarse como «último recurso» y llamar a la población a movilizarse con él para presionar a la clase política, incapaz de resolver los problemas. Algunos meses antes, Alberto II, invirtiendo los roles en el seno del ejecutivo, había encargado al gobierno Leterme, sin embargo en funciones, la confección de un presupuesto 2011 que iba más lejos que las exigencias europeas en la vía del saneamiento presupuestario. La corona interviene cada vez más directamente en el campo político, a favor de una política de austeridad dura pilotada y coordinada a nivel federal. El nacionalismo flamenco ultraliberal y separatista encarnado por el NVA no es el único peligro que acecha a las conquistas sociales y los derechos democráticos.

Alberto II ha justificado su intervención en nombre del derecho de la monarquía a «poner en guardia». La constitución no le autoriza a «poner en guardia» públicamente, dirigiéndose directamente a la población, por encima del gobierno. Todos sus actos deben ser cubiertos por el Primer Ministro. Además, teóricamente, el rey no puede usar ese derecho de «puesta en guardia» más que en el marco de sus entrevistas con los responsables políticos, en el marco de lo que se llama el «coloquio singular». Pero, en período de crisis política, como en período de guerra, el poder de la monarquía es considerable. Alberto II lo usa y abusa de él en el marco de la crisis abierta de régimen que dura ya desde hace más de un año. Pronunciado el 20 de julio, su discurso, muy militante, apoyado por gestos imperativos, revela hasta qué punto la monarquía es un instrumento en manos de la clase dominante, o de una parte de ésta.

El instrumento de un poder fuerte

En el fondo, la parte más significativa del discurso es aquella en la que Alberto II llama a «reformas estructurales», tanto en el terreno institucional como en el terreno socioeconómico. Envueltas en bellas palabras sobre el bienestar de los ciudadanos y la democracia (¡un jefe de estado no elegido que habla de democracia!), estos llamamientos no son sin embargo ilusionantes. Alberto los justifica y los enmarca explícitamente en la necesidad de continuar «la aventura europea» y llevarla a buen puerto, contra las amenazas de repliegue nacionalista. Sin embargo, en el momento en que la Unión Europea se quita la careta y juega abiertamente su papel de instrumento del capital, en el momento en que la troika Comisión Europea-Banco Central Europeo-FMI impone en todas partes una austeridad drástica para garantizar los beneficios de un puñado de especuladores, todo el mundo sabe lo que la «aventura europea» significa: bloqueo de salarios, privatizaciones, desmantelamiento de la seguridad social, alargamiento de la carrera profesional, flexibilidad de la mano de obra, pérdidas de empleo en la función pública… y mucho más.

El duro discurso del soberano se inscribe así en la tendencia galopante a la instauración en Europa de una feroz dictadura del capital, cuyos únicos objetivos son salvar a cualquier precio los beneficios de los bancos y ayudar a las empresas del viejo continente en su guerra de competencia contra sus rivales americanos y asiáticos. Este tendencia ha dado saltos de gigante estos últimos meses con la instauración del «semestre europeo» y de la «gobernanza económica europea», dispositivos que equivalen sencillamente a poner los parlamentos nacionales bajo la tutela de los mercados y de las agencias de notación. Dicho de otra forma a liquidar lo que la democracia parlamentaria burguesa podía aún tener de «representativo» de las poblaciones, vía el sufragio universal.

En nuestro país, las vías de instauración de esta dictadura del gran capital dividen a la clase dominante. La mayor parte de la patronal flamenca, reunida en el VOKA, considera que las correlaciones de fuerzas políticas en el norte del país le permiten ir más rápidamente hacia el objetivo. La condición para hacerlo es un aumento de la autonomía de Flandes, particularmente en materia fiscal y social.

Esta fracción de la clase dominante se reconoce y se expresa a través del NVA del Bart De Wever, cuyo nacionalismo no es más que el envoltorio populista de un ultraliberalismo de combate, dirigido contra el movimiento obrero. Otra fracción, apoyada por la tecnocracia europea y las grandes potencias, apuesta por el estado federal, y utiliza los temores a las consecuencias de una escisión del país -particularmente de la seguridad social- para hacer avalar la austeridad al mundo del trabajo, en nombre del «mal menor». Principal partido en el sur del país, el PS es el instrumento clave de esta estrategia de la que la nota Di Rupo constituye su expresión más clara. Nadie sabe si las negociaciones políticas que se reanudarán el 15 de agosto desembocarán o no en un gobierno de pleno ejercicio, con el CD&V y sin el NVA. Pero una cosa es segura: si estas conversaciones fructificaran, sería al precio de ataques aún más duros que los que están ya planificados en el texto del formador.

A la vez que denuncia la incapacidad de la política y juega su propia carta -la de la sinecura que permite a su familia de reales parásitos vivir a costa de los contribuyentes-, Alberto II viene claramente en apoyo de esta fracción. Aunque el NVA no esté opuesto al federalismo europeo, se ven aquí, mutatis mutandis, las tensiones entre el gran capital pro-UE y las fuerzas de derechas que, como el FN francés, explotan demagógicamente el descontento frente a la mundialización neoliberal. No es de extrañar que el discurso del 20 de julio haya sido interpretado como una ayuda a los esfuerzos del presidente del PS -cuya ambición personal de convertirse en Primer Ministro de Su Majestad no debe ser subestimada.

No sorprende que el PS, por boca de Laurette Onkelins, haya saludado la arenga bonapartista del Jefe del Estado. Todo esto muestra el grado de degeneración de la socialdemocracia, ya ilustrada por los papeles de Papandreu en Grecia, de Zapatero en España y de Sócrates en Portugal -por no hablar de DSK, el exfuturo presidente francés. En cuanto al NVA, ha fustigado la intervención del rey. Pero no hay que engañarse: a la vez que apuesta por la descomposición de las instituciones de Bélgica, Bart de Wever está a favor de todo lo que hace avanzar la austeridad y retroceder los derechos democráticos, pues ello cuadra con su proyecto ultraliberal. Es la razón por la que confiesa sin embajes que «el VOKA es (su) patrón», y ha apoyado la extensión de los poderes el gobierno en funciones, particularmente en lo referido a la elaboración del presupuesto 2011…

El movimiento sindical teme con razón a De Wever. Pero cometería un terrible error si se resignara a la estrategia del «mal menor» de la socialdemocracia y de sus aliados. La única salida para él es elaborar su propio programa de reformas anticapitalistas. Exigir una auditoría de la deuda pública, a fin de poner a la luz las deudas ilegítimas, producto de la forma en que los bancos se han enriquecido prestando capitales ficticios. Reclamar la derogación de las «bajadas de impuestos» patronales así como una gestión de la Seguridad Social solo por los representantes del mundo del trabajo. Reivindicar una reducción radical del tiempo de trabajo, sin pérdida de salario, con contratación proporcional y bajada de los ritmos de trabajo. Va de sí que este programa, a la vez social, ecológico y democrático no tiene sentido si no va parejo con una movilización en profundidad de los trabajadores y trabajadoras -con o sin empleo- así como de los pensionistas, los jóvenes y todos y todas los marginados por este sistema injusto, belgas e inmigrantes.

Esta movilización no puede ganar mas que si reúne a las fuerzas, por encima de la frontera lingüística… y de las de los aparatos. En la medida en que esta movilización liberará la energía y la creatividad de los explotados y explotadas, de los oprimidos y oprimidas, permitirá no solo salvaguardar las conquistas sociales sino también reinventar la democracia por abajo, como los indignados han comenzado a hacer en España y en Grecia. Será entonces solamente cuando los problemas de la coexistencia entre los pueblos flamenco y wallón podrán encontrar una solución federal conforme a los intereses del mundo del trabajo. Una solución sin monarquía, en el marco de otra Europa, ecosocialista. Para la izquierda -la verdadera- sencillamente no hay otro camino.

Fuente original: http://www.lcr-lagauche.be/cm/index.php?view=article&id=2182:la-dictature-des-marches-la-monarchie-belge-et-le-nationalisme-flamand&option=com_content&Itemid=53

Traducción: Faustino Eguberri para VIENTO SUR
Fuente: http://www.vientosur.info/articulosweb/noticia/?x=4180