La elección de Macron en Francia es la culminación de la más completa y coordinada manipulación del electorado francés de la que se tiene memoria. Con la participación de todos los grandes medios masivos de comunicación (cuyos patrones adhirieron públicamente a la candidatura de Macron), de la casi totalidad de los partidos y movimientos políticos […]
La elección de Macron en Francia es la culminación de la más completa y coordinada manipulación del electorado francés de la que se tiene memoria. Con la participación de todos los grandes medios masivos de comunicación (cuyos patrones adhirieron públicamente a la candidatura de Macron), de la casi totalidad de los partidos y movimientos políticos (excepto los muy minoritarios de extrema izquierda) de las direcciones sindicales y de muchos infaltables «intelectuales y artistas».
Una mayoría relativa de ciudadanos votó a Macron otorgándole así un cheque en blanco a la dictadura del gran capital transnacional financiero e industrial. Manipulados por las distintas variables del sistema dominante con el falso argumento de que había que votar a Macron para cerrarle el paso a la candidata ultraderechista y xenófoba Marine Le Pen.
Hasta Mélenchon, que se negó a decir cómo iba a votar, declaró sin embargo que había que «cerrarle el paso a Le Pen». Una manera implícita de invitar a votar por Macron.
«Cerrarle el paso a Le Pen» fue un argumento falso y manipulador porque todo se cocinó meticulosamente para que en el ballotage quedaran enfrentados Macron, mandatario del gran capital, y una candidata como Le Pen, apropiada para generarle votos al primero, a pesar del rechazo que Macron inspira a buena parte de la población.
Todo comenzó con la fabricación de la candidatura de Macron, a cargo de Hollande (el presidente más falso y mediocre que jamás haya tenido Francia) con el visto bueno de los grandes patrones, la migración de dirigentes del Partido Socialista (incluso ministros) al campo de Macron y la candidatura oficial del PS de Benoît Hamon, traicionada por muchos líderes socialistas y que, pese a no tener chance alguna, se mantuvo hasta el final de la primera vuelta con el único objeto de restarle votos a Mélenchon.
Cuando pareció que el montaje estaba fallando y que en el ballotage podían quedar enfrentados Le Pen o Macron por un lado y Mélenchon por el otro, se desató una campaña histérica contra este último.
Cabe preguntarse si en el ballotage hubieran quedado enfrentados Mélenchon y Le Pen hubiera habido tantos llamamientos de los bien pensantes para cerrarle el paso a Le Pen.
Pero entre Macron y Le Pen el resultado estaba «cantado». Y lo único coherente que quedaba por hacer a la gente con ideas de izquierda era abstenerse o votar en blanco para deslegitimar en lo posible al nuevo presidente.
La abstención y el voto en blanco alcanzaron proporciones considerables, sin precedentes en Francia.
Y al anunciarse los resultados se cumplió la última etapa de la manipulación mediática.
Se atribuyeron a Macron el 66% de los votos, a Le Pen el 34% y 8,8% de votos en blanco. No se pudo ocultar la abstención que ascendió a más del 25%.
Pero resulta que para establecer el porcentaje de votos en blanco se tuvieron en cuenta a todos los ciudadanos inscriptos (47 millones) y, en cambio, para establecer el porcentaje de votos de Macron y de Le Pen se tomaron en consideración sólo a los que votaron por alguno de los dos y no entraron en la cuenta ni siquiera los votos en blanco. Si para estos últimos votos se hubiera aplicado el mismo criterio que para los votos positivos, el porcentaje de votos en blanco ascendería al 12%.
Y si para los votos por Macron y Le Pen se hubiera aplicado el mismo criterio que se utilizó para el porcentaje oficial de votos en blanco (sobre la totalidad de los ciudadanos inscriptos), el porcentaje de votos de Macron queda reducido al 43% y el de Le Pen al 25%.
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