Cada vez que se aproxima el 28 de julio, la clase dominante se acuerda de la patria. Nos invita entonces a ser “patriotas”, y entiende por ello cantar el himno nacional varias veces, izar la bandera, rendir culto a los símbolos nacionales y pensar en un país con “paz, orden y tranquilidad”, es decir, uno en el que nadie se queje ni proteste, y en el que todos acepten las cosas tal como vienen.
Nosotros, tenemos una idea distinta, Admitimos lo formal, aquello que se plantea en términos rituales, pero no nos quedamos allí. Procuramos entender que el Patriotismo tiene otro contenido. Implica revindicar elementos y factores que algunos olvidan o soslayan, pero que son consustanciales a la peruanidad.
Nos referimos a la historia, al contenido del país, a sus representantes más calificados, a su pueblo, a sus luchas y a sus aspiraciones. En otras palabras, a la esencia de la Patria, la que es ignorada o dejada de lado siempre por los voceros de la oligarquía envilecida y en derrota que detenta aun precariamente los resortes del Poder.
Para los trabajadores y el pueblo, el Perú no nació con la República, ni con los gestos rituales de hace 204 años. Su origen es milenario, y sus raíces se hunden en el tiempo porque formamos parte de las culturas más antiguas surgidas en América.
Y porque mucho antes del Imperio de los Incas, nuestro suelo estuvo habitado por poblaciones originarias que alcanzaron notable desarrollo. Pero el Incanato –“El Imperio Socialista de los Incas”, como lo llamara Charles Baudin– supo forjar el esplendor de la peruanidad, el mismo que fuera opacado transitoriamente por la violenta incursión de los conquistadores españoles y la entronización de un virreinato que extendiera la voracidad peninsular por tres centurias.
La República, entonces, alcanzó ciertos ribetes de ficción. La aristocracia criolla se dio maña para tomar las riendas del Poder y auparse como clase dominante explotando vilmente a las poblaciones originarias y sometiendo a su dominio a la inmensa mayoría de la población. Aun así, el Virreinato del Perú estuvo situado en el corazón de América, lo que confirmó el papel protagónico de la patria nuestra entre sus pares del nuevo continente.
El Proceso liberador de Juan Velasco Alvarado abrió una ruta distinta, pero no pudo concretar sus elevados objetivos, de modo que -de la mano con la dictadura y el Neoliberalismo- los opresores de antaño retornaron al Poder y restauraron el dominio de las viejas camarillas oligárquicas digitadas por el Imperialismo. Esa es la historia verdadera de la patria, y ella no puede encubrir tras rituales pleitesías a símbolos muertos.
En este proceso asomaron los héroes en distintas etapas de la historia. Desde Calcuchímac, quemado vivo por los conquistadores españoles, hasta nuestros días, pasando ciertamente por los Incas de Vilca bamba, por Juan Santos Atahualpa y Tupac Amar; por los Precursores y Proceres de la Independencia, desde Juan Pablo Vizcardo y Guzmán hasta Crespo y Castillo, Francisco de Zela, los hermanos Angulo y muchos otros, incluyendo a Miguel Grau, Francisco Bolognesi y otros. En su sacrificio y en sus luchas, radica la esencia de la peruanidad.
Pero también radica en los hombres que nos dieron pensamiento y cultura, desde el Inca Garcilaso de la Vega, hasta José Carlos Mariátegui, pasando por Leoncio Prado, Manuel González Prada, César Vallejo, José María Arguedas y muchos más, que fundieron su capacidad creadora con la misma sangre de nuestro pueblo.
En ese marco se desarrollaron las luchas en defensa del Patrimonio Nacional. Fueron por la nacionalización del Petróleo, la Reforma Agraria, la Recuperación de la Gran Minería, los derechos de los trabajadores, las conquistas obreras, la vigencia de las libertades democráticas, los Derechos Humanos, las reivindicaciones de la mujer, la Reforma Universitaria, la atención a las demandas sociales más sentidas.
Fueron esas, sucesivas batallas que se entrelazaron con los justos combates de las poblaciones originarias, las Comunidades Campesinas, las poblaciones secularmente marginadas, las organizaciones sindicales, las estructuras campesinas, las federaciones estudiantiles, y con ellas todas las entidades forjadas por el pueblo mismo en fragorosos combates de clase.
Y siempre estuvo en la tarea el tema de la solidaridad. En décadas, en apoyo resuelto a la Rusia Soviética;:luego a la URSS que bregó heroicamente hasta alcanzar la derrota del fascismo. Luego el apoyo resuelto a Cuba Socialista, la solidaridad con Vietnam,. El respaldo a Chile en los años de la Unidad Popular, y hoy la identificación de amplios sectores de nuestro pueblo con el Proceso Emancipador Bolivariano que contiene enérgicamente la grosera arremetida imperialista contra nuestros pueblos.
En todo ese proceso el pueblo, en distintos periodos de la historia, fue capaz de forjar su unidad, de construir su organización, de elevar su conciencia de clase y de promover y alentar sus luchas. Así ocurrió en los años 50 del siglo pasado enfrentando a la dictadura odriista y a la “convivencia” entre los banqueros y el APRA; en los años 60 por las demandas estudiantiles más sentidas y construyendo la FEP; en los 70 respaldando patrióticamente el proceso emancipador de aquellos años desde las barricadas de la CGTP; en los 80 a partir de Izquierda Unida convertida en real alternativa de Gobierno y de Poder.
Hoy, en otras condiciones, se impone revertir el proceso de descomposición del movimiento popular, de recuperar la iniciativa de lucha, renovar la vigorosa esencia de un movimiento independiente y de clase, que sea capaz de abrir paso a la construir de un nuevo escenario nacional.
Al tiempo que luchamos por nuestras propias banderas, formamos parte de un mundo convulso en el que la Vanguardia de los Pueblos enfrenta la desbocada voracidad del Imperio que abre focos de tensión en diversas latitudes y juega con el destino de los pueblos alentando la inminencia de un conflicto nuclear. Hoy, Palestina y Cuba vuelven a inscribir sus nombres en nuestras banderas.
Ahora, en todas partes los pueblos luchan por un mundo nuevo, liberado del odio, la opresión, la injusticia, la miseria y la guerra, Y nosotros, con profundo patriotismo, tenemos la obligación de incluir al Perú dentro de ese Mundo Nuevo.
Será ese, sin duda, el modo más perfecto de unir los grandes ideales y de convertir en realidad, los sueños de José Carlos Mariátegui.
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