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Confesiones, disyunciones y adioses

La Europa necesaria

Fuentes: Rebelión

Me preocupa. La situación es de tal complejidad y delicadeza que a las nuevas generaciones de europeos – entiendo la condición de europeo como la realidad social que condiciona a nuestro continente – que creemos en una Europa laica, capaz de dialogar críticamente entre religiones, culturas y experiencias históricas diferentes, no nos queda otro remedio […]

Me preocupa. La situación es de tal complejidad y delicadeza que a las nuevas generaciones de europeos – entiendo la condición de europeo como la realidad social que condiciona a nuestro continente – que creemos en una Europa laica, capaz de dialogar críticamente entre religiones, culturas y experiencias históricas diferentes, no nos queda otro remedio que habitar un locus mental de apertura permanente al diálogo, al análisis, al libre examen y, también, al contraste entre lo que desearíamos que Europa fuese y lo que realmente es hoy como realidad geopolítica.

El conocimiento y la sensibilidad estética del ser humano fue, es, probablemente será, siempre, un diálogo tenso y fecundo entre la imaginación y la sensibilidad, entre valores y hechos, entre lo abstracto y lo concreto; este es el locus mental y afectivo que yo quiero habitar como gallego, como hispano y como europeo : la predisposición a entender, a ser abierto y receptivo a lo que desconozco pero quiero descubrir. No puedo tener la arrogancia de decir que conozco eso que llaman Europa, pues muchos y diversos son los mitos, las tradiciones culturales y las memorias colectivas que la forman, y muy diversas las condiciones en que se encuentran sus diversas realidades nacionales. Lo más sensato que puedo aspirar a hacer es entender esto que llaman Europa como una realidad compleja y diversa, casi inabarcable, que se ha intentado simplificar con discursos totales por intereses puramente pragmáticos y mercantiles. La Unión Europea que se ha querido fraguar en orígen, siendo fieles a la verdad, es una UE financiarizada y militarizada para los intereses de las élites económicas de Estados Unidos, Inglaterra, Francia y Alemania, ni siquiera una unión propiamente económica es lo que ha motivado la construcción de su arquitectura política e institucional. De los polvos de aquel espúreo orígen para concebir algo semejante a una Unión Europea conviene partir para entender los lodos del actual caos, desunión e hipocresía Europea.

Las élites de esta Europa-fortaleza sabéis perfectamente que el actual modelo europeo pisotea ese hipotético horizonte de humanización de la vida civil y política de la que tanto habláis. Ese horizonte que tanto anhelamos, no porque rindamos pleitesía a una identidad Europea fija, estática e inmutable, ni tampoco porque rindamos pleitesía a un fetiche identitario ajeno al paso del tiempo y a la pluralidad de perspectivas confesionales y políticas. Por un motivo profundo, tan anclado en la razón como en la sensibilidad, intuímos que la única salida para Europa es ser ejemplar a la hora de respetar, como punto de partida, los fundamentos fundamentales de los derechos humanos. Es, sin duda, una ejemplaridad moral aquella de la que estoy hablando.

No pedimos la perfección democrática, porque no creemos en la perfección del género humano, sino en su posibilidad para aprender de sus errores. No pedimos, tampoco, la justicia perfecta y absoluta, porque no existe. No exigimos lo inexigible para disimular la falta de propuestas concretas, de modelos de desarrollo concretos anclados en las diversas realidades que componen este apasionante puzzle que es Europa. No; infinitas veces no, lo que exigimos es que los valores de un pacifismo que no sea un pacifismo ingenuo, sino realista, que los valores de libertad civil y justicia económica se conviertan en los valores centrales de la actividad científica, cultural, económica y política. Lo que exigimos es una utopía concreta, razonada y posible : la de una Europa que huya del discurso único y que asuma de una vez su mesticidad religiosa, cultural, política e histórica. La de una Europa que huya del delirio y del odio justificado en ideologías políticas totales que escapan del principio de realidad con la voluntad de que la sociedad civil no se atreva a fiscalizarlas con preguntas, ni a quienes se presentan como alternativa a lo existente, ni a quienes justifican lo existente. La de una Europa que huya del delirio y del odio justificado en cosmovisiones religiosas que, aspirando a la universalidad desde sus instituciones, creen legítimo el competir entre ellas para presentarse como el único camino de salvación posible, usando para ello, como no, al poder secular como instrumento.

Desde un tiempo a esta parte estoy convencido de que la crisis civilizatoria no es, desde luego, responsabilidad y tarea exclusiva de Europa, como convencido estoy de que es, al mismo tiempo, y recíprocamente, una crisis económica y de valores. Ambos síntomas pueden darse la mano puesto que se retroalimentan. Ni soy de los que piensan que todo es espíritu ni soy de los que piensan que todo es materia; desde que soy muy chico he vivido con la convicción de que ambas cosas, materia y espíritu, me constituyen. Puede que estas consideraciones sean las que me alejen de la secular inquisición laica del comité central del Partido Comunista de España o de la sensibilidad cultural dominante en Izquierda Unida. Bien, pues si así es creo que es hora de romper el silencio y decir con cortesía adiós y hasta siempre : de cada 50 comunistas en España he conocido a dos que realmente sepan de lo que hablan, a uno que realmente lo sea, a medio que se haya preocupado en reactualizar eso llamado comunismo sin mentir a su impulso originario de emancipación… y a ninguno que lo haya usado como instrumento intelectivo para entender la compleja y diversa realidad de los pueblos de España. Algo semejante a lo que me ha pasado en Galicia, por cierto, con esos extraños seres llamados galleguistas.

Deseo una Galicia, una España y una Europa que ponga freno lo antes posible al irracional sobregasto armamentístico, al fomento del odio y de la ignorancia recíproca entre tradiciones culturales y nacionales, a un sistema económico irracionalmente hiper-urbanizado que se despega cada vez más de la actividad productiva real, de la industria, de la agricultura, de la tierra, de las personas y de los recursos reales a su disposición en las geografías que habitan. Nada de esto está en la agenda y en el horizonte, a día de hoy, de las auto-denominadas izquierdas en Galicia, en España o en Europa. La responsabilidad de su pérdida de credibilidad es una mezcla de sus incapacidades y de voluntad sincera de cambio civilizatorio.

Esta es una carta sincera a vosotros, a los pueblos de Europa, de la Europa del Norte, de la Europa del sur, de la Europa occidental y no-occidental. Es una carta sincera a vosotros, a los pueblos de Europa, para que reflexionéis sobre el hecho de que esto no es una guerra entre religiones ni entre civilizaciones, ni siquiera entre culturas nacionales, no es una guerra entre el cristianismo y el Islam, entre occidente y oriente. Es una guerra entre el deseo de querer vivir digna y humanamente y la voluntad de hacer lo posible para que ese deseo no sea el motor afectivo que catalice la solidaridad civil entre los pueblos.

Esta es una carta sincera a vosotros, a los pueblos de Europa, a caballo entre la poesía y la prosa, para que reflexionéis sobre la parte de responsabilidad que la Europa de los grandes mercados financieros tiene en la producción inmaterial del odio y en la financiación material del armamento con el que se están ejecutando toda esta serie ininterrumpida de atentados, no sólo en Europa, sino en realidades extra-europeas. Esta, sí, es una carta sincera a nosotros, a los pueblos de Europa, para que escuchemos las voces y los deseos que acuden a nuestro continente clamando por una solución justa, sensata, planificada y, ante todo, humana, para paliar todo este dolor socializado que sigue germinando, no sólo en los países de acogida de los refugiados, sino también en sus países de origen.

Las élites de esta Europa-fortaleza sabéis lo mismo que vuestros pueblos. Sabéis que una vida alejada del delirio, del odio, de la hostilidad mutua, de la violencia entre religiones, culturas y naciones, de la violencia entre las clases medias y las clases populares, no puede tener más solución que la voluntad de poner la economía al servicio del conocimiento y la satisfacción de las necesidades básicas y radicales del ser humano. Hemos pensado y escrito lo suficiente durante milenios como para saber que no se puede exigir del otro un comportamiento sensato, humano y empático, no se puede exigir sabiduría y phronesis aristotélica del otro si reducimos sus condiciones de existencia al grado de la más pura y simple supervivencia.

Esta es la Europa que queremos. Una Europa de verdades e identidades múltiples, pero que aposente en la semilla de la justicia social, de las libertades civiles, de la empatía ante el dolor y la situación del otro. Una Europa libre de una irracionalísima escalada militar y nuclear financiada por psicópatas que puede devenir en holocausto nuclear globalizado. Una Europa para cristianos, musulmanes, judíos…, para la pluralidad ideológica diversa que acepta como proyecto común, dentro de la intrínseca diversidad que la constituye, la razón humanitaria libre de voluntad de dominación. Una Europa que sabe que no queda otro camino que considerar que la llamada causa de los pobres y el STOP definitivo al libre mercado armamentístico y nuclear globalizado son las tareas concretas que nos deben ocupar, no sólo como Europeos, sino como humanidad pensante y sintiente.

Visto que, a día de hoy, la gran parte de los jefes de estado y de los gobiernos europeos, así como la gran parte de los partidos socialdemócratas y comunistas de Europa, han guardado y siguen guardando silencio ante la necesidad de ofrecer soluciones concretas y sensatas ante la debacle civilizatoria que supone la militarización nuclearizada de la economía, la política e-inmigratoria y la política de seguridad consistente en pretender seguir matando moscas a cañonazos, provocando así el efecto llamada del fanatismo religioso militarizado. Visto esto, yo, Diego Taboada, a 30 de Marzo de 2016, manifiesto el principio del fin de mi actividad intelectual como comunista, como persona políticamente comprometida, para manifestar el principio de mi militancia como sociólogo y escritor, sin más, que no exige más que la libertad constitucional de expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción. Que no exige, en definitiva, otra cosa que el derecho a la producción y creación literaria, artística, científica y técnica.

Cuando la ignorancia, la pereza intelectual, los prejuicios y el odio se normalizan, mejor caminar solo y seguro. Cuando se dan por concluídos los valores ilustrados que enfatizaban en la libertad ideológica, religiosa y de culto, mejor volver a la mejor de las patrias. Patria cuyo nombre, por cierto, por tener especial relevancia para mí, no pienso pronunciar.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.