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La Europa respetuosa

Fuentes: Cubadebate

Desabrida y vagamente, el ministro de justicia de Estados Unidos rechazó los vuelos y las cárceles clandestinas de la CIA. Le preguntaron si apoyaría al Presidente en caso de que este autorizase la tortura y dijo que era imposible, que W. Bush nunca apoyaría ese horror. Aunque, aclaró, «el término de tortura puede interpretarse de […]

Desabrida y vagamente, el ministro de justicia de Estados Unidos rechazó los vuelos y las cárceles clandestinas de la CIA. Le preguntaron si apoyaría al Presidente en caso de que este autorizase la tortura y dijo que era imposible, que W. Bush nunca apoyaría ese horror. Aunque, aclaró, «el término de tortura puede interpretarse de diversas maneras».

Mientras Alberto Gonzales resumía su conferencia en el Instituto Internacional de Estudio Estratégicos, de Londres, circulaban muy malas noticias de los desgraciados presos de Guantánamo, y de campos de Iraq y de Afganistán; y también de otros muchos países en Europa que tienen prisioneros en graves apuros: pero son países donde no se prohíbe la tortura, y lo que se pueda hacer con ellos es constitucional. Por ejemplo, se hablaba casi con furia en ciertos medios noticiosos de unas 6 000 páginas de documentos del Departamento de Defensa, obtenidos por la Agencia AP hace pocos días, y allí se puede reconocer, entre otros muchos, el drama de un aldeano paquistaní que fue trasladado en el 2002 en un avión secreto a través de medio mundo hasta llegar a la Base Naval norteamericana en la Isla de Cuba.

Abdur Sayed Rahman fue acusado de ser viceministro de relaciones exteriores de los talibanes en Afganistán. «No soy más que un criador de pollos en Pakistán», protestaba ante los oficiales militares de los Estados Unidos en Guantánamo. «Mi nombre es Abdur Sayed Rahman. El viceministro de Relaciones Exteriores del talibán era Abdur Zahid Rahman».
Pero, ni modo. Abdur recibió su cuota de «interrogatorios» referidos en los manuales secretos, donde los prisioneros son «encadenados y golpeados con frecuencia», «lanzados contra las paredes o las mesas» o reciben «patadas en la ingle y las piernas», y donde -según el rasero norteamericano- no se les «tortura».

Independientemente de si se considera o no que moler a golpes a una persona es un tormento, Gonzales y compañía aplican una lógica esquizofrénica: la tortura es abominable según el lugar donde se ejerce, y no por quién la practica. Si el Ejército norteamericano tortura y desaparece gente en su territorio, es una canallada; si lo hacen sus marines o sus mercenarios del lado exterior de su frontera, es legal.

De acuerdo con el reciente informe del Consejo de Europa sobre las cárceles y los vuelos ilegales de los Estados Unidos, el Viejo continente es el edén para aplicar los métodos antiterroristas de Washington: de los 46 países que integran la organización, 45 «carecen de una legislación que permita controlar la actividad de los servicios secretos extranjeros en sus territorios.»* ¿No poseen estas leyes por indolencia o por consecuencia?

La respuesta es obvia. La complicidad y la rendición de los gobiernos europeos ante el poder norteamericano son tan impúdicas, que los políticos ni siquiera esconden sus vergüenzas tras los eufemismos. Hasta un niño podría probarlo, eligiendo cualquier hora y cualquier día de un servicio de noticias. En el aciago minuto en que el míster Hyde y el Dr. Jekyll del Señor Gonzales peleaban por dar una respuesta medianamente convincente en Londres, se podía encontrar las versiones cablegráficas de las palabras de otros dos funcionarios, que intentaban persuadir a la opinión pública, cada cual por su lado y con igual vehemencia, de que la «cárcel de Guantánamo es apropiada y profesional». En Madrid, al embajador de Estados Unidos, Eduardo Aguirre; en Bélgica, la presidenta del Senado de ese país, Anne Marie Lizin.
Los crímenes de guerra son ahora públicos y equilibran mucho todas las fuerzas, y repiten las miserias. Se pueden hacer algunas observaciones: Europa está aniquilada moralmente. Washington ha logrado por fin fabricarse una barricada europea, que preserva a su territorio literalmente de los «prisioneros del campo de batalla» (eufemismo que encontró Gonzales, diferente de «prisioneros de guerra», para que EE.UU. no tenga que cumplir con los mandatos de la Convención de Ginebra). Con la excepción de las voces que levanta el movimiento pacifista, ciertas organizaciones internacionales y un puñado de profesionales de la prensa, Europa no parece haber tomado conciencia del papel subsidiario y suicida a que la ha condenado la primera potencia de Occidente.

Otra observación: algunos analistas echan sal sobre la vieja herida y apuntan solo a los países ex socialistas, y sus razones tienen para acusarlos de vasallos. Pero tendrían más razón si añadieran que la Europa del Oeste es el escudero del amo imperial, por no decir su palanganero**, como llamó la escritora Rosa Regás al ex Presidente español José María Aznar, diligencia que en la medida en que se va haciendo más popular, es imposible de encubrir.

Siguiendo ese mismo camino, se puede llegar también, entre otras, a las claves de las «posiciones comunes» y los pruritos anticubanos de buena parte de los gobiernos europeos en la Comisión de Derechos Humanos de Ginebra y en cuanta tribuna se asome un hacha contra la Isla. Entre sus vergüenzas quedará la negativa, el año pasado, de todo apoyo a una resolución presentada por Cuba contra el gulag Guantánamo, después que la propia Unión Europea había propuesto a la Isla propiciar la queja ante la ONU.

Un gran poeta cubano, Fayad Jamís, escribió poco antes de morir una hermosa letanía que comienza: «Con tantos palos que te dio la vida, y aún no te cansas de decir te quiero.» Con tantos palos que le sigue dando la vida, ¿aún no se cansa la respetuosa Europa de decirle al yanqui «lo que quieras»?

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*Consultar el Foro on line sobre los vuelos y las cárceles secretas de la CIA en Europa, en el sitio www.cubaminrex.cu , donde participaron, entre otros, Roberto Montoya, autor de una de las más rigurosas investigaciones sobre los métodos «antiterroristas» de EE.UU.: «La impunidad imperial» (Madrid, 2005)
** Palanganero: el que en los prostíbulos lleva la palangana con agua para que los clientes aseen sus partes pudendas.