Guayana Francesa es un lugar estratégico para París. La Central Espacial desde donde se lanzan los satélites europeos y rusos justifica todos los esfuerzos. Pero acá, en el único territorio colonial que queda en la Suramérica continental, hay una resistencia independentista que tiene argumentos. Nada es como debería ser en Guayana Francesa. Es francesa, pero […]
Guayana Francesa es un lugar estratégico para París. La Central Espacial desde donde se lanzan los satélites europeos y rusos justifica todos los esfuerzos. Pero acá, en el único territorio colonial que queda en la Suramérica continental, hay una resistencia independentista que tiene argumentos.
Nada es como debería ser en Guayana Francesa. Es francesa, pero no es Francia. Es Guayana pero todos los símbolos lo niegan. Es un lugar de alta tecnología desde el que se lanzan satélites y cohetes espaciales, pero no hay carreteras ni transporte público. El 35% de la población está en el desempleo absoluto pero los precios son de la Ile-de-France. Tratamos de averiguar por qué.
Por debajo de la epidermis de normalidad, Guayana Francesa es un destino privilegiado para los nuevos ‘colonos’ franceses, que vienen a trabajar por unos años a la administración gubernamental o a la Central Espacial Guayanesa (que en realidad es Europea o Rusa, pero no guayanesa) con magníficas condiciones económicas. También es una isla en la que viven afrodescendientes o asiáticos en un sopor alimentado por la política de ayudas de París y por la promesa de ser europeos.
«Yo no sé si soy francés o guayanés. No sé si tengo los derechos de los primeros o si soy un ciudadano de segunda». Armand Actillf habla con sarcasmo. Lleva puesta una camiseta de las «Brigadas contra la Negrofobia» y en ningún momento se quita las gafas de sol, a pesar de la penumbra en la que hablamos en la pequeña oficina del Movimiento para la Descolonización y Emancipación Social (MDES).
Ésta es la resistencia. No hay mucho más. Sólo el sindicato de la Unión de Trabajadores Guayaneses (UTG), un movimiento de extrema izquierda que comparte los deseos soberanistas del MDES. En Guayana Francesa no hay más organizaciones de la sociedad civil que tengan una mirada política sobre la realidad. Tampoco hay organizaciones de derechos humanos.
Armand dice que esto es una colonia, «una colonia racista», matiza. «Hay segregación, todos los jefes, todos los buenos trabajos son para los blancos». Lo cierto es que sólo hay que recorrer el país para confirmar la afirmación. Los gendarmes son blancos, los funcionarios son blancos, los dueños de hoteles son blancos, los oficiales del ejército francés son blancos… Blanco por todos lados cuando no representan ni el 5% de la población. Los inmigrantes latinos que rondan la Plaza de las Palmeras también opinan que este es un lugar racista, aunque la mayoría de la población sea afrodescendiente.
Política colonial
Maurice Pindard, el fundador y aún presidente del MDES, lo explica con calma. Tiene el tono del maestro de escuela que es y la calma que precisan las causas de la historia. «Francia aplica acá una política sistemática desde la abolición de la esclavitud (1848) que se apoya en tres pilares: asimilación, asistencialismo y división».
La asimilación es cultural. El 70% de los profesores de la enseñanza primaria y secundaria en Guayana Francesa vienen de la metrópoli e imponen un filtro europeo que niega la evidencia de la historia. La televisión es la producida en la metrópoli, los periodistas, en su inmensa mayoría son blancos, los mensajes son claros: ustedes son franceses (aunque la realidad y los derechos lo contradigan).
El asistencialismo se comprueba con facilidad en las oficinas de Le Poste (Correos). Allá hay colas casi permanentes de los franceses de segunda que necesitan los subsidios para subsistir. «Esa plata los inmoviliza, prefieren no trabajar, pero yo creo que eso también los atonta, los vuelve dependientes». Desire es dominicana y ha vivido en Guayana por años, como miles de sus compatriotas, brasileños y peruanos, que suponen ya algo más del 10% de la población. Esta migración llega atraída por los salarios en euros y por la posibilidad, remota, de conseguir con el tiempo el pasaporte francés. Beatrice, una bretona que está temporalmente en Kourou porque su marido, militar, está destinado acá, asegura que «la gente de Guayana no quiere trabajar». Pero después de profundizar confiesa que no le gusta este lugar. «Hay demasiadas taras de la historia».
Es un poco más complicado. Maurice insiste en que la política asistencialista no es casual y que tiene un efecto favorable a París. «Hace 10 años la gente estaba harta de Francia y quería cambiar las cosas». Pero eso cambió, después de una serie de protestas en las colonias, Francia anunció un referéndum autonómico para enero de 2010 pero antes preparó el camino.
«La campaña del No era la del miedo: si votan que Sí a la autonomía entonces se acaban las ayudas», recuerda Andrè, otro miembro del MDES. Resultado: el 69,8% de los 67.000 ciudadanos habilitados para votar (de una población de 250.000) dijeron No a un cambio de estatus que no les daba la independencia respecto a Francia pero sí una mayor autonomía.
Mucho dinero para pocas gente
El dinero llega y pasa por Guayana Francesa, pero no se reparte. Un comerciante peruano cuenta con fascinación cómo aquí hay más BMW o Mercedes por habitante que en ningún lugar de América. Un lector hace un comentario a una entrada de la bitácora de la Ruta Otramérica para decir que mejor tener un poder colonial que una independencia corrupta. «La mentalidad es así. Creo que ninguno podemos explicar los estragos que dejó la esclavitud en nosotros. El tráfico de esclavos acababa con el ser humano y aún no lo hemos podido reconstruir», concluye Maurice.
El MDES calcula el número de sus activistas en 300, una fuerza relativamente pequeña pero que debe ser la base para conseguir que, algún día, el Comité de Descolonización de la ONU reconozca a Guayana Francesa como un territorio «no autónomo» y para concienciar a la población. «Será un trabajo a largo plazo, nada vamos a conseguir mañana», se resigna Maurice Pindard, aunque cuenta con cierta alegría como hace unos días, con la ayuda del Movimiento Internacional por la Reparación (afrodescendientes), entregaron las primeras cédulas de identidad de Guayana Francesa a 150 personas.
Un acto simbólico y, por tanto, importante, en un territorio donde está prohibida la propia bandera. Sólo en la sede del Consejo General hay una y es porque el presidente es un viejo socialista que simpatiza con la necesidad de una identidad propia, aunque sigue el patrón del Partido Socialista francés: una mirada aún colonial sobre los territorios de ultramar.
La Favela de Francia
La escenificación más evidente de este estado de cosas no se encuentra en Cayena, sino en Kourou, una ciudad al servicio del Centro Espacial. Aunque no es exacto hablar de ciudad. Es, más bien, un enclave donde viven los empleados del Centro, con varias bases militares, incluida una de la Legión Francesa, y donde sobrevive el resto.
Los indígenas (los amerindios, como los denominan los franceses) tiene acá una presencia anecdótica, en la llamada Villa Indígena, unas cuantas casas frente al mar. Su líder no está presente, pero cuentan los que allá arreglan un tejado bajo el sol infernal que para Francia «son anecdóticos». No llega al 8% de la población y la mayoría viven en ríos y montañas fronterizas con Brasil o con Surinam. Coinciden con el MDES en que los funcionarios coloniales juegan a la división, el tercer factor que señalaba Maurice Pindard. Cimarrones, criollos, indígenas y asiáticos van cada uno por su cuenta y las leyes particulares de la colonia juegan en esa línea. Por ejemplo, si un guayanés quiere visitar algunas poblaciones indígena debe pedir autorización al prefecto.
Denis, un emigrante francés que lleva 30 años en estas tierras pero «escondido» en la selva, mira con desidia este enredo. «No le dé más vueltas, esta es la favela de Francia. Lo que le importa a París son los euros del Ariane y el Soyuz (los modelos espaciales de la Unión Europea y de Rusia), y los locales… pues a mirar, los tienen pensando sólo en la religión, en comer y en tener hijos».
Genocidio por sustitución
A mirar… o a emigrar. La Universidad de Guayana Francesa es una broma y los buenos estudiantes van a la metrópoli. No suelen volver. Por eso en el MDES hablan de «genocidio por sustitución». Maurce lo explica así: «Nuestros jóvenes, si son buenos estudiantes, sueñan con irse y se quedan en Francia porque acá no tienen oportunidades, pero los franceses vienen acá porque los buenos empleos son para ellos. Es el viejo sueño francés de blanquear Guayana».
En realidad parece que la historia sí es circular. Francia nunca prestó atención a este territorio inhóspito hasta que perdió la Guerra de los 7 años y, con ella, Canadá, Louisiana e India. Entonces se vio obligada a mirar a Las Antillas y a Guayana como zona de aprovisionamiento de éstas. Luego perdió interés y se redujo a ser una provincia-cárcel con Saint Laurent-du-Maroní y las Islas de la Salvación como epicentro de un tráfico de presos que llegó a sumar los 80.000. Pero las coordenadas de Guayana Francesa, tan cercanas al Ecuador, la hacían ideal para lanzar satélites, así que Francia volvió a tomar interés y a esforzarse en mantener la colonialidad en su sitio: cualquier devaneo independentista pondría en peligro la joya de la República.
Fuente original: http://otramerica.com/causas/un-buen-lugar-para-lanzar-satelites-pero-nada-mas/546