Imaginen la siguiente situación:
Estamos en el mes de febrero del año pasado. Usted es el presidente de un país de Europa. Su índice de popularidad, que superaba el 70% al ser elegido presidente, se ha desplomado y ahora apenas llega el 20%. La inmensa mayoría de las personas que le votaron no confía en usted o le desprecia debido a las continuas mentiras, excentricidades y traiciones. Su partido ha tocado fondo: es el hazmerreír de la gente, sus diputados son unos sinvergüenzas y unos delincuentes selectos, cuyo índice de aceptación ha caído al 10% (desde el 43% con el que contaban en las elecciones de hace dos años antes).
Su política económica es nefasta: las tarifas y los precios suben, el país está muy endeudado, la mayoría de los hogares viven en la pobreza y los jóvenes se niegan a tener hijos porque no creen en el futuro de este país.
Usted corre de un oligarca a otro, pero ninguno le cree. La corrupción a su alrededor y en su entorno ha llegado a un nivel ha batido todos los récords en los últimos 20 años: no en vano la gente empezó a llamar «gran robo» a su proyecto de «gran construcción». No se le toma en serio en ningún otro sitio, ni dentro ni fuera del país. Todo el mundo se refiere a usted exclusivamente por el nombre de su anterior profesión: el cómico, el payaso. Su futuro es, cuando menos, triste.
Pero entonces empieza la guerra. Una fuerza desconocida (esto es, extranjera) le mantiene en tu puesto. El New York Times, que exactamente dos días antes denunciaba en portada que usted es un alto cargo funcionario corrupto, un gobernante inútil y le llamaba por su anterior profesión, cambia de pronto de postura y le convierte en la imagen de un curtido héroe nacional (tiene que ser un héroe para conseguir que todo el mundo tenga una única percepción correcta de usted). Guionistas locales y extranjeros escriben rápidamente el guión, y usted, que es un buen actor, se acostumbra rápidamente al papel y empieza a interpretarlo perfectamente. Afortunadamente, tanto los factores internos como los externos le son plenamente favorables: el ejército ofrece una resistencia profesional, el pueblo se une y quienes se benefician de la guerra proporcionan todo el apoyo posible con información, dinero, una imagen «correcta» en los medios de comunicación y armas.
Una cantidad inimaginable de créditos extranjeros fluye al país, y usted y su gente lo «distribuye». El más profesional de los exprimeros ministros del país cifra en 20.000 millones de dólares la cantidad que usted y sus secuaces «gestionan» en medio del estruendo de cohetes y obuses. Y usted no tiene miedo: los beneficiarios de ultramar le han prometido legalizar todo lo que tenga tiempo de tomar. Usted, su imagen, sus fotografías, sus discursos que reproducen medios de comunicación de todo el mundo que tienen una orientación adecuada y que le retratan como un nuevo «Churchill» (aunque hace poco lo retrataban como un miserable Chaplin). Se le ha permitido eliminar a sus oponentes, expulsarlos del país o meterlos en la cárcel. Se le ha permitido todo: improvisaciones, excesos, provocaciones, patetismo, mentiras, disfraces. Se acostumbró a ese papel, está como pez en el agua su elemento, se eleva, todo es un teatro y usted es el director. Un héroe.
Solo se le exige una cosa, hacer que continúe con la guerra y arrojar nuevas víctimas a sus calderas.
De modo que este año ha sido genial que para quien hemos retratado así (de hecho, a usted en realidad no importa), para usted personalmente.
Todas las coincidencias no son casuales.
Maxim Goldarb es el presidente de la Unión de Fuerzas de Izquierda de Ucrania, “Para un Nuevo Socialismo”.
Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y Rebelión como fuente de la traducción.