En un simposio realizado el jueves 22 de mayo la Organización de Estados Americanos (OEA por sus siglas y casa del servilismo por su definición) discutió sobre la situación de Haití. Es preciso destacar que ese simposio, como el espectáculo montado en República Dominicana por el presidente actual y los expresidentes, se realizó con la intención de disfrazar de consenso la imposición y sustituir por insultante falacia la narrativa de la historia política reciente.
El retorcimiento, el abuso y la prepotencia imperialista desfilan en una carroza con el nombre de democracia y seguridad nacional.
La derecha y la ultraderecha pretenden lavar el rostro del neocolonialismo y dar continuidad al proceso de criminalizar la migración.
En la sede de la secretaría general de la OEA, Luis Almagro protagonizó el 22 de mayo su último gran espectáculo. Otro lacayo, el surinamés Albert Ramdin, tomó posesión de la secretaría general de la OEA, prometiendo encabezar una gestión con «resultados y acciones frente a necesidades inmediatas» en países como Haití o Venezuela.
Si se lee entre líneas su discurso, se percibe que acoge la orientación de Marco Rubio, el ultraderechista secretario de Estado, quien, ante la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado de Estados Unidos, declaró que «si la OEA no puede responder colectivamente a una catástrofe en su propio hemisferio, ¿para qué sirve?»
Como si no fuera suficiente, Marco Rubio dice que la última vez que encabezó la OEA una misión fue en 1965. No le da vergüenza presentar a la OEA como madrina de invasiones y no tiene reparo en proponer que cobije otra ocupación, porque a la invasión apuesta él. El descaro y la prepotencia se tocan en muchos puntos.
Ramdin deja claro que intenta dar continuidad al trabajo de Luis Almagro, a quien definió como un hombre comprometido con la paz, la democracia y los derechos humanos, y cumplir la orden del confeso agresor Marco Rubio de «dar un paso al frente». Un servil sustituye a otro.
Smith Augustin limita su participación en cualquier foro a comentar lo intrascendente y lo muy conocido. Espera los beneficios que pueda obtener por prestarse a dar apariencia de legitimidad a lo que nació sellado por la ilegitimidad. ¿No es la usurpación el sello del gobierno haitiano?
En la isla, el coro por el neocolonialismo y la intervención cuenta con las voces de politiqueros dominicanos como el presidente actual, Luis Abinader, y los expresidentes Leonel Fernández, Hipólito Mejía y Danilo Medina.
Los analistas comprometidos con el sistema califican como un aporte a la democracia (llaman democracia a un sistema sustentado en la coerción de clase) la reunión entre estas cuatro figuras marcadas por la corrupción y el entreguismo.
Pero llegan más lejos: dicen que es un gran aporte a la democracia y a la paz en la región la solicitud conjunta dirigida a Donald Trump y a los jefes de gobierno cuyos países ocupan un asiento en el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas de otorgar mayor nivel de incidencia política a la misión formalmente encabezada por Kenia y articulada por las potencias imperialistas.
No se atreven a desmentir esto último el secretario general de la ONU (Antonio Guterres) y figuras similares, quienes consideran que la ONU debe liderar una fuerza híbrida. ¿Qué es esto si no otra etapa en el reconocimiento de la ocupación?
¿Desde cuándo aporta a la soberanía regional el reconocimiento formal a una ocupación, su aceptación y validación? ¿No es esa carta una solicitud de ocupación, aunque la petición esté envuelta en vocablos eufemísticos?
Si, a poco menos de 34 años del primer golpe de Estado contra Jean-Bertrand Aristide, sigue impune la acción de propiciar el desmonte del primer gobierno elegido por el pueblo haitiano, el momento es de pedir cuentas, no de desconocer lo que ocurre.
Sobre esta impunidad se montó la ocupación de 1994, que fue un verdadero golpe a la articulación política en Haití. ¿Y no sigue siendo prohibida en el actual orden internacional la identificación de las fuerzas que han sembrado el caos y que han realizado acciones específicas como el asesinato en el año 2021 del presidente Jovenel Moïse y la articulación de bandas armadas bien organizadas y dotadas de armas modernas y costosas?
A los estrategas imperialistas no se les pide cuentas de estos hechos, sino que se les insta a actuar, encabezados por sus representantes formales, en la articulación de una ocupación dirigida a coordinar, bajo ciertos acuerdos, la continuidad del saqueo y la sobreexplotación.
Personeros son del atraso político los analistas que aplauden, los funcionarios que hablan y actúan y los expresidentes sucios de todo que solicitan ocupación.
Atentan contra la soberanía regional y contra la paz, porque buscan legitimar la invasión y perpetuar la impunidad de hechos contra la autodeterminación.
En el año 2004, el sociólogo estadounidense James Petras, en una conferencia en Quito poco después del golpe de Estado en Haití, dijo: «Haití tiene la misma relación del ataque contra Venezuela que tenía Afganistán con Irak, es la prueba, la preparación».
Luego, en otra parte de la misma conferencia, apuntó:
«Haití es el ensayo antes de la guerra, preparando el público, consiguiendo el apoyo, planteando la ideología, la intervención militar, consiguiendo los soldados y tropas de varios otros países para la cobertura de la dominación imperial».
Haití vuelve a ser centro de ensayo para el diseño y aplicación de un proyecto imperialista en el que Estados Unidos pretende preservar su hegemonía y potencias europeas como Inglaterra y Francia buscan afianzar su postura para incrementar los beneficios, aunque, en el esquema general, mantengan la condición de socios menores. De las agresiones que se fraguan, el mundo tendrá noticias próximamente. No hay que ser profeta para saberlo.
Esa práctica de ensayo imperialista continúa. De esas zonas de ensayo, Estados Unidos se ocupa de impedir la presencia china (prohibió a los gobernantes dominicanos articular con China proyectos de importancia estratégica) y colocó bajo la lupa del Comando Sur los depósitos de tierras raras y de recursos estratégicos en general que puedan existir en la Isla de Santo Domingo.
Nada impide seguir usando Haití para el diseño y experimentación de agresiones y asignar, como siempre, a los mal llamados dirigentes dominicanos el papel de lacayos.
EL ESPECTÁCULO SOBRE LA MIGRACIÓN
La vergonzante misiva (puede decirse en singular) a Donald Trump y a otros presidentes no da para mantener el espectáculo politiquero en República Dominicana y se utiliza el tema de la migración.
La expulsión utilizando la brutalidad y sin obligación de tomar en cuenta la unidad familiar ni otros aspectos reconocidos como fundamentales desde hace varias décadas (no se reconoce siquiera el derecho a la integridad física) es una práctica que ha marcado a todos los gobiernos dominicanos, que la ejercen con mayor o menor frecuencia o con mayor o menor nivel de espectacularidad de acuerdo con los dictados del momento.
Ahora, es cuestión de visión en cuanto a la dinámica económica y no de sentido humanitario o de apego a principios humanísticos la postura sobre la mal llamada regularización de trabajadores indocumentados.
Desde el partido (de algún modo hay que llamarle) Fuerza del Pueblo, Leonel Fernández, expresidente derechista que a veces se disfraza, y su hijo Omar Fernández, derechista que busca crear condiciones para no tener que disfrazarse, hablan de licencias, permisos y demás zarandajas, porque tienen que responder a las necesidades de los usuarios de la fuerza de trabajo haitiana. Lo hacen en aparente oposición (hay que destacar que solo aparente) a las repatriaciones masivas con las cuales el actual gobierno monta un espectáculo grotesco.
Lo mismo hace desde el Partido Revolucionario Moderno Hipólito Mejía.
¿Acaso hay alguien que ignore que solo los hombres y mujeres que nacieron con la marca de la exclusión y la pobreza pueden ser trabajadores indocumentados, comprados y vendidos como fuerza de trabajo barata o, mejor dicho, como material para la sobreexplotación?
Presidente y expresidentes presentan la migración como amenaza, cuando durante sus gobiernos han ejercido la coerción de clase a través de políticas de exterminio de jóvenes pobres, y del uso de la fuerza para impedir el avance político.
Son enemigos de los migrantes indocumentados y también de los dominicanos pobres, pero no quieren que se les identifique de ese modo. No condenan el atrevimiento de Marco Rubio, quien aplaude la grosera intervención yanqui de 1965, y sirven a la clase dominante preservando privilegios.
El espectáculo que hoy presentan va dirigido a dar continuidad al abuso, a seguir coordinando el entreguismo y a acogerse a las adaptaciones que el dictado imperialista obligue a introducir en el viejo pacto de clase.
Actúan en el marco de un orden político internacional que constituye una amenaza para la preservación misma de la especie humana, porque es incapaz de sancionar la agresión y de desmontar el abuso imperialista. Los agresores reparten las sanciones y, por supuesto, realizan sus tropelías bajo el manto de la impunidad que el poder mediático se encarga de presentar como legítima.
Como dice Bertolt Brecht en La rueda hidráulica: “Tuvimos muchos señores, / tuvimos hienas y tigres, / tuvimos águilas y cerdos. / Y a todos los alimentamos. // Mejores o peores, era lo mismo: / la bota que nos pisa es siempre una bota. / Ya comprendéis lo que quiero decir: / no cambiar de señores, sino no tener ninguno”.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.