Las declaraciones del presidente francés Nicolás Sarkozy con motivo de alargar dos años más a los trabajadores franceses su derecho a jubilarse: «si se vive más, pues se trabaja más», me han traído a la memoria aquella escena de la película «Novecento» de Bernardo Bertolucci en la que un terrateniente italiano se acercaba a […]
Las declaraciones del presidente francés Nicolás Sarkozy con motivo de alargar dos años más a los trabajadores franceses su derecho a jubilarse: «si se vive más, pues se trabaja más», me han traído a la memoria aquella escena de la película «Novecento» de Bernardo Bertolucci en la que un terrateniente italiano se acercaba a sus jornaleros a informarles que, lamentablemente, por culpa de las tormentas y las sequías, no iba a pagarles lo convenido. Como la buena nueva no parecía suscitar el natural entusiasmo entre los silenciosos campesinos, el terrateniente reiteraba la explicación a voz en grito en el temor de que se hubieran quedado sordos. Al no obtener mejores resultados, fuera de sí, viendo que se le negaban los aplausos en solidaridad con sus desgracias, gritaba desaforado su indignación al atajo de sordos que tenía delante. ¿De qué podían servirles las orejas si no le oían?
Sólo un sudoroso jornalero se dio por enterado, tomó de su cintura la afilada hoz y, de un tajo, sin que mediara la ira, un grito o una duda, ofreció en su mano tendida la ensangrentada oreja al terrateniente.
Entonces yo no sabía que se puede abofetear al poder sin tocarle el rostro, que se puede decir la última palabra sin abrir la boca. Hoy, por un momento, yo también he sentido deseos de desprender de un tajo esa vida de más que ahora podemos trabajar y ofrecérsela a Sarkozy.
Pero mejor, y que me perdone Bertolucci, en lugar de la oreja o de la vida, casi estoy por entregarle la hoz a Sarkozy en la esperanza de que su lengua quede a la altura de sus zapatos.
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