El día en que en el Mozote los militares en un operativo de tierra arrasada asesinaron y quemaron a más de mil personas- la mitad niños y niñas menores de doce años y el resto mujeres-, apareció una luna llena, muy llena; como queriendo alumbrar tanta oscuridad. Y esa misma luna llamó a miles de […]
El día en que en el Mozote los militares en un operativo de tierra arrasada asesinaron y quemaron a más de mil personas- la mitad niños y niñas menores de doce años y el resto mujeres-, apareció una luna llena, muy llena; como queriendo alumbrar tanta oscuridad. Y esa misma luna llamó a miles de luciérnagas que subieron hacia esa luz, entrelazándose en un gran remolino. Unos campesinos lo vieron y gritaron: «son las almas de los ninos,… como angelitos que suben al cielo.»
Corría el año 1981, un 11 de diciembre. El Salvador, país centroamericano, estaba inmerso en un conflicto armado que duraría aun 11 años mas… en una espiral polarizada de violencia armada entre el ejército- financiado por EEUU- y los salvadorenos que pedían el derecho a la tierra y a los derechos fundamentales. Ese fatídico 11 de diciembre y los días que le siguieron, el Mozote y la Joya, y Cerro Pando, y Quebrachos y varios caseríos mas, se cubrieron de un espeso humo negro.
Un humo negro que el viento llevo como mensajero del horror hacia todos los cantones: un humo hecho con los nombres de los niños y de las mujeres cuyos cuerpos ardían bajo la mayor masacre de Latinoamérica. Nombres que llevaban la herida profunda, los golpes, la humillación, el desprecio, el horror, el sinsentido, la crueldad, la tortura y la ofensa a la humanidad entera.
Tierra Arrasada, dos palabras que se convirtieron en miles de trozos, en esperanzas rotas, en vidas convertidas en humo. Un silencio profundo penetro en todo ese territorio, como un manto que cubría el miedo y la vivencia de las cosas que se nos atragantan en el cuerpo y que no pueden aun nombrarse . Y la impunidad se paseo de la mano de la mentira institucionalizada, y lo invisibilizó para el país y para el mundo, como tantas otras atrocidades perpetradas en América Latina.
Después de casi 30 años de esa masacre, los sobrevivientes y víctimas de ese humo negro -cuya densidad, aroma y sabor guardan bajo su piel y su corazón- siguen queriendo que se conozca la verdad, y que haya justicia y reparación. Una verdad convocada por una larga lista de nombres: los familiares, los que quedaron para llevar la antorcha de sus seres queridos asesinados: » vengo a representar a mi padre, a mis hermanos, a mis hijos a mi esposo, me quede sin nadie, me mataron a veintidós y me quede solo en el mundo, he pasado años yendo de un lado para otro sin poder olvidar, tengo un recuerdo de profundo dolor: no hubo ley que juzgara esa masacre, las cicatrices, las heridas, los golpes, la vida de nuestros seres queridos.»
Son las palabras de estos días en que se reúnen y toman la palabra invisibilizada. Conmueve y desgarra la locura de ese humo negro que impregno sus vidas; y se hace presente la indignación y la rabia. Y como una luz, se respira en ese aire un grito de esperanza y de resistencia: escuchan con su dignidad la admisión de este caso ante la Corte Interamericana de Derechos humanos, y sienten que se abre una luz como la luna llena de aquella noche: iluminando a todos sus familiares.
Quieren visibilizar a sus seres queridos, con ese empeño y resistencia que solo el afecto sabe. El mismo afecto que empuja a que las madres de El Salvador sigan luchando por saber que paso con sus hijos desaparecidos; el mismo afecto que mueve a los familiares y organismos de derechos humanos a la lucha por implementar una política de reparación a las víctimas de ese conflicto armado, que reconstruya el daño social que se arrastra desde hace demasiados años. El mismo afecto que pide que se construya desde la verdad y la justicia una paz que no hable solo del silencio de las armas de ese conflicto.
Esa paz que a dia de hoy se cobra de 14 a 16 muertes diarias, en este Pulgarcito de America- mas que las bajas diarias de la guerra de Irak-, y nos habla de nuevo del horror de tantas muertes, con ese lenguaje de violencia que se aprendio en ese camino de impunidad y de certeza de que la vida no vale ya nada. El lenguaje de la violencia continua y hoy se dice que los responsables de la misma han cambiado: son ‘mareros»y ‘narcos» como unicos responsables de todo lo no resuelto y de todo el mal del pais, una explicacion reduccionista que lava manos y conciencias.
De aquellos barros estos lodos.
Las víctimas de El Mozote en este panorama, quieren escribir en el cielo y en la tierra estas cuatro palabras: El Mozote Nunca Más. Y con ellas: el terror de Estado nunca más, la injusticia nunca más, la mentira institucionalizada nunca más, la impunidad nunca más. La muerte nunca mas.
Nunca más.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.