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Uruguay

La MINUSTAH en Haitì y la vieja politica de los tres monos sabios

Fuentes: Rebelión

Uruguay mito civil. ¿Realidad civil o no tanto? Con la dictadura los militares consolidaron una serie de privilegios que habrían sido inimaginables para muchos uruguayos de otro modo; como, por ejemplo, disponer de una presencia física dentro de la sociedad mucho mayor que la que los militares, proporcionalmente, tienen en nuestros vecinos, Argentina o Brasil […]

Uruguay mito civil. ¿Realidad civil o no tanto?

Con la dictadura los militares consolidaron una serie de privilegios que habrían sido inimaginables para muchos uruguayos de otro modo; como, por ejemplo, disponer de una presencia física dentro de la sociedad mucho mayor que la que los militares, proporcionalmente, tienen en nuestros vecinos, Argentina o Brasil (que no son, por cierto un dechado de civilidad). Tienen además un sistema jubilatorio o de retiro que es también inimaginable para cualquier trabajador civil uruguayo (jubilándose, según los grados obtenidos, a los cincuenta y pocos años o incluso antes de los 50, y hasta antes de los 40…). Y hablamos de jubilaciones muy jugosas, no sólo anticipadas… que son un verdadero dolor de cabeza para el presupuesto público del Uruguay…

El informe sobre la ONU

Acaba de hacerse público un relevamiento llevado a cabo por dos investigadoras estadounidenses sobre los abusos sexuales llevados adelante por tropas de la ONU en el arrasado territorio de Haití.

La ONU se ha cuidado de investigar por sí los efectos de la presencia de «sus» tropas en las intervenciones en países en crisis, con lo cual no hace sino constituirse en cómplice de las actuaciones de «sus» subordinados, que ciertamente, tienen manos más que libres para ejercer sus poderes en esos desdichados territorios.

El informe de marras, que ha tomado estado público y conmocionado a buena parte del mundillo mediático (no tanto en Uruguay, en que apenas ha sido abordado y resultó prestamente olvidado), concebido inicialmente para atender diversos aspectos de la problemática de país ocupado por sus presuntos benefactores -valga la contradicción- tomó un giro inesperado cuando de las consultas y cuestionarios a la población cercana a las bases de los contingentes onusianos, surgió la cuestión de la presencia de los petits minustah, como se les llama a los vástagos de las relaciones sexuales entre mujeres, a menudo jovencitas de 15, 13 u 11 años, haitianas y soldados revistando como cuerpos armados en el país (cuerpos armados, dije; no cueros amados… como muchos de estos soldados se imaginan la historia).

En el inesperado giro de la encuesta, surgió un dato por demás significativo para el Uruguay: en la docena larga de países que ha enviado tropas a Haití bajo la MINUSTAH (2004-2017), Uruguay goza del indiscutido primer puesto en cantidad de violaciones, paternidades no asumidas y otras irresponsabilidades y abusos contra la población local.

Con algún otro país, hay que reconocer una dura competencia, pero de todos modos Uruguay ha quedado indiscutido «oro» de tan atroz certamen. Ya veremos porqué.

Pero antes, un pequeño relevamiento:

Uruguay fue registrado con el 28,3 % de los casos (alrededor de 75); Brasil con el 21,9% (alrededor de 60 casos); No sabe origen aprox. 20% de los casos (50-55 casos); Chile, con el 7% aprox. de los casos (cerca de 20); Argentina y Nepal, cada uno con un 5% de los casos aprox. (casi 20); Sri Lanka con el 3% de los casos (entre 7 y 8 casos) y luego con magnitudes menores (entre 1% y 2%), Senegal, Nigeria, Canadá, Bolivia, Jordania y Francia.

En este relevamiento falta conocer las dimensiones de los contingentes respectivos. Sabemos, sí, que Uruguay ha apostado fuertemente al conchabo tipo MINUSTAH en la ONU por razones crudamente económicas, aunque institucionalmente se invoque el deber moral de participar en pacificaciones. A la luz de esta investigación, así como el motivo idealista palidece hasta el ridículo, habría que ver si amén de las ventajas económicas no subyace otro motivo para apostar tan fuerte a la participación en la MINUSTAH; que interese a muchos como ejercicio de poder, en este caso emocional… Sentirse macho ha sido muy gratificador para muchos hombres, demasiado tiempo, como para ignorarlo.

El nauseabundo olor de este escándalo, para remate bastante escamoteado tanto por el gobierno uruguayo como por círculos que se reputan informativos o informados, expresa claramente que algo había podrido y no en Dinamarca, precisamente, sino en nuestro Uruguay.

Rastreando

El dechado de servicios llevado adelante por los militares uruguayos en Haití, mientras cobraban suculentos ingresos de la ONU, nos retrotrae a la siembra dejada por el Pacto del Club Naval, entre otras lindezas que nos han caracterizado. Este pacto, suscrito por la dirección militar en pleno retroceso político y las direcciones del Partido Colorado, el Frente Amplio y la hiperconservadora Unión Cívica garantizaba la impunidad a los militares por los abusos, atentados, apropiaciones, torturas que pudieran haber hecho, que realmente hicieron, durante el período dictatorial.

El Pacto del CN dejó a los militares sin hipoteca política ni ética alguna. Fue una fiesta de la impunidad (saldada con una amnistía generalizada a «la subversión», sólo que -significativa diferencia- en la generalidad de los casos sus titulares se habían «comido» alrededor de 13 años de penitenciería). Y empleando una jerga, también ella significativa: «Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva».

El abusivo, racista, despreciativo comportamiento de los militares protegidos por la ONU, permite verificar varios rasgos pervivientes del Pacto del CN: los militares uruguayos se han permitido mantener sus modos de comportamiento del tiempo dictatorial, lo cual constituye una prueba de que el Pacto del Club Naval goza de muy buena salud y prolonga la caducidad que nos ha asolado dentro de fronteras, con la MINUSTAH llevada al exterior.

Defender lo indefendible

Con un pequeño agravante. Las atrocidades del tiempo de la dictadura eran rechazadas por demócratas y progresistas (al menos de palabra). Pasada la dictadura, por lo visto, no solo jefes militares disculpan atrocidades de sus cofrades; desde hace años muchos demócratas y progresistas también las disculpan.

Para sustraerse a la presión militar, se la empuja fuera de fronteras. Para que traigan ingresos. Y ahora, como bien dice la Coordinadora por el Retiro de Tropas de Haití/Uruguay, nos traen este primer premio.

El ministro de Defensa José Bayardi y otros defensores de la actuación militar uruguaya fuera de fronteras nos dicen que se trata apenas de una minoría (de violadores, de abusadores).

Este argumento, abyecto, merece varias precisiones:

1) nadie dice que si MINUSTAH tuviera, por ejemplo, mil miembros uruguayos, hubiera mil delincuentes. Ni siquiera durante la dictadura y la impunidad consiguiente, todos los militares estaban dedicados a delinquir;

2) el que, sistemáticamente cada soldado ligado a un embarazo (con violación, amorío o seducción) fuera retirado del plantel y «enviado a casa» habla de una política: ruin, cobarde, corporativa, no sabemos si procedente del mando onusiano o del mando nacional, uruguayo en nuestro caso. Pero en cualquiera de los casos, revela el comportamiento de «ejército de ocupación» de la ONU, con total desaprensión y desprecio por la población local; concretamente, sus mujeres y niños/as;

3) esta investigación se refiere a 265 casos documentados. Pero todos sabemos que podrían ser más, muchos más. Porque se trata de hechos escamoteados, burlados, ocultos. Así que no deberíamos hablar de cantidad, sino de calidad.

El desprecio y el uso de la población local femenina (e incluso, excepcionalmente, masculina; los uruguayos también en esto se «lucen») es un aspecto fundamental del maltrato sufrido en este caso por Haití a manos de la ONU. Pero no es de ninguna manera el único maltrato: el destacamento senegalés de la MINUSTAH llegó al país portando cólera y a causa de las gravísimas falencias ambientales y sanitarias, «lograron» contagiar e implantar la epidemia en el devastado primer país americano no anglo independiente (Haití tuvo que independizarse de su metrópolis colonialista que era la Francia revolucionaria, en 1804, cuando ya había devenido napoleónica). Se estima que «gracias» al descuido de la ONU con los controles sanitarios hubo alrededor de un millón de contagiados y ¡varias decenas de miles de muertos! ¡La ONU no ha sentido ninguna obligación por semejante mensaje de muerte bajo pretexto de pacificar, educar, «enderezar» al país!

Pero volvamos a los militares uruguayos y al Uruguay.

No sólo vuelven al país con un «primer puesto» en violaciones y paternidades no asumidas. Pensemos en la inolvidable canción de Jaime Roos cuando nos recuerda que en los ’20 deslumbrábamos con un fútbol insuperable y que en los ’70 salíamos a pichulear y que «si te agarran sin papeles te meten en un avión» de vuelta al paisito…

Triste imagen la de Roos, pero ¿qué decir de estos nuevos uruguayos «exportados» oficialmente, fruto de la dictadura, el Ejército y la ONU?

Tal vez nos demos cuenta que hemos perdido calidad. Humana. Aunque estos últimos uruguayos tengan defensores por doquier. Vale la pena un mínimo repaso para ver nuestros abismos psíquicos y éticos:

– El ministro de Defensa Jorge Menéndez: «No hay cuestiones azarosas para este país cuando representamos nuestra bandera y nuestro pueblo bajo mandato de Naciones Unidas. Hay trabajo, preparación, respeto al mando y a la legislación que determinan lo que debemos hacer, cuándo vamos, cuándo volvemos y cuántos somos.» (Presidencia, 9 mayo 2017)

– El presidente Tabaré Vázquez hizo referencia en ese mismo año a «tolerancia cero» a los abusos. Menos mal. (cit. p. Coordinadora)

– El ministro de Defensa José Bayardi, 2019, se refirió al episodio que nos ocupa como que se trababa de «porcentualmente pocos» casos de paternidad comprobada. Escamoteando que a estas tropas les está vedado todo abuso contra la población local…

– Estas expresiones coinciden con la neolengua onusiana, según la cual lo que hace la MINUSTAH (y otros contingentes análogos) es «estabilizar» el país sometido a intervención.

Con la caducidad dentro de casa, lo que han aprendido los militares es la impunidad. Rendir culto a la impunidad ha sido tarea nacional y mayúscula. Basta ver si alguna vez ha ido a juicio o a prisión algún estafador de rango.

Lo que ha pasado con PLUNA, FRIPUR, ANCAP es impunidad civil. La impunidad militar es un poco más dramática, porque se trata de cuerpos humanos rotos. Maltratados, violados, torturados, masacrados.

Y la impunidad se ha mantenido a pie firme. Claro que no bajo responsabilidad exclusivamente militar. A ella han contribuido, de modo decisivo, ilustres civiles como Julio M. Sanguinetti, Tabaré Vázquez, con el apoyo de «intelectuales» como Vivian Trías y en general los civiles desarmados firmantes del Pacto del CN, y también los civiles armados (más o menos ex), tipo José Mujica, Mauricio Rosencof y el namberguán de todos ellos, que se apresuró a escribir «la historia»: Eleuterio Fernández Huidobro.

El problema es mucho mayor que el tradicionalmente imaginado

Con esos amparos a derecha e izquierda, los militares han adquirido un «abandono de la pretensión punitiva», casi inalterable. Y mediante la circulación de currículos, recomendaciones, etcétera, han ido consiguiendo atribuciones como batallones «de paz» en ese teatro de operaciones mundial, que es la ONU, la mesa de negociaciones de las grandes potencias, gubernamentales, militares o económicas, para hacer como que funciona una democracia planetaria.

En Haití, junto con militares brasileños, y de otras nacionalidades, los destacamentos uruguayos han ido haciendo sus pequeños grandes negocios: ganar «mil veces más que en casa» y conseguir extras, sexuales, por ejemplo, con mayor libertad y discrecionalidad.

La expansión de la militarización de nuestro país no pasa indemne: la imaginación militar no tuvo nada mejor que erigir un árbol de navidad con granadas de mano, balas de alto calibre, cascos militares, cajas de municiones, cañones, fusiles.

La decisión política, ministerial, de mandar desmontar semejante culto castrense a lo navideño sirvió para ver la estatura ideológica de la intendenta minuana, al parecer del Partido Nacional, negándose a cumplimentar la orden ministerial de desmonte inmediato del árbol «milico».

Ese gesto de desobediencia podría revelar una acusada independencia mental o resistencia a la autoridad. Lo cual puede ser realmente una virtud. Pero su adhesión a lo militar la ubica como una partidaria cerrada e incondicional de la autoridad. Que sin embargo no cumple… ¡oh intendenta!, ¿en qué quedamos, ¿institucional o de facto?

Tanto el episodio «mayor» de la MINUSTAH como el menor del arbolito de navidad están sacando a luz una realidad, al menos inesperada para el horizonte civil que parece caracterizar a nuestro país. Al menos en la arena internacional.

El surgimiento de un partido de clara raigambre militar, como Cabildo Abierto y su extraordinario éxito electoral, poniéndose a la par de uno de los tres grandes agrupamientos políticos vigentes, revela que la imagen de civilismo de que Uruguay goza hoy en día no tiene porqué corresponder con la realidad.

La prolongada participación uruguaya en la MINUSTAH revela quiénes y cómo somos a comienzos del s XXI; lo mismo el arbolito navideño; lo mismo la pujanza de un partido militar y militarista; lo mismo la presunción de inocencia en todo acto de control o represivo por parte de fuerzas de seguridad… todo ello expresa el grado de ideologización militar en que estamos sumidos.

Blog del autor: http://revistafuturos.noblogs.org

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