Cuando se atizan la brazas del pasado, oxigenando temas que parecen adormecidos en la larga siesta que produce el transcurso del tiempo, las llamas que reaparecen de un día para otro muestran que las divergencias se mantienen y que existe todavía interés por conocer la verdad de lo ocurrido en la décadas fatídicas de nuestra […]
Cuando se atizan la brazas del pasado, oxigenando temas que parecen adormecidos en la larga siesta que produce el transcurso del tiempo, las llamas que reaparecen de un día para otro muestran que las divergencias se mantienen y que existe todavía interés por conocer la verdad de lo ocurrido en la décadas fatídicas de nuestra modernidad, cuando en el país fue incubando (década del ’60) lo que luego (a partir del año ’73) se convirtió en los once trágicos años de un pueblo que vivió a la sombra de la doctrina de la seguridad nacional.
Claro, no existen explicaciones simplistas sobre qué elementos provocaron aquel golpe de Estado dado por un ejercito victorioso en un fulminante guerra interna que lanzara el MLN unos meses antes y que cuando se produjo el zafarrancho anticonstitucional ya estaba terminada ( febrero del ’73) Culpar sólo a políticos y gobernantes de entonces, es una forma más que arbitraria de hacerlo, tanto como decir que el golpe llegó porque sectores sindicales y de izquierda bendijeron los demagógicos comunicados militares de febrero de 1973. Sin embargo hay entretelones que no se han manejado muchas veces y que tampoco todavía se tienen plenamente en claro decisiones del Departamento de Estado, impulsado estas «soluciones» a nivel de América Latina, de las que hay elementos de prueba suficientes para que los historiadores busquen y esclarezcan los puntos más salientes de aquella realidad, que muestran que también hubieron apoyos o decisiones exógenas que se deben tener muy en cuenta para llegar a la verdad
Hoy cuando el Frente Amplio por su cuenta y riesgo, atendiendo el reclamo de algunos sectores de familiares y grupos de derechos humanos, desconociendo dos decisiones del pueblo uruguayo que había optado por poner punto final a la polémica sobre la Ley de Caducidad, resuelve aprobar una norma que «interpreta» y la anula, de nuevo se está metiendo un palo en el avispero de la polémica. Las consecuencias del enjambre qué se moviliza quizás sirvan para que la historia oficial, la de «buenos y malos», sobre lo ocurrido en 1973 sea enriquecida con más elementos de la verdad histórica que, en definitiva, es la que vale y qué, quizás queden haber quedado enterrados en el camino de la inventiva política que, entre otras lindezas creo la teoría fantástica de «los dos demonios»
Una de las dificultades, es obvio reconocerlo, es el tiempo transcurrido en que la lucha partidaria determinó que la «verdad» oficial comenzara a preponderar sobre los objetivos elementos históricos que aún existen, aunque la mayoría de los testigos de todo aquello ya han muerto y el difícil camino abierto esta semana que enciende de nuevo las pasiones y quiere castigar presuntas acciones ocurridas 30 o 35 años. ¿Lo logrará? ¿No hubiese sido mejor intentar un camino destinado a cambiar verdad por amnistía, como ocurrió en Sudáfrica? Porque, de pique, lo emprendido parece tener un costo político más que costoso.
¿Es verdad qué a Juan María Bordaberry la clase política no le dio el necesario apoyo que le hubiera permitido enfrentar a los golpistas? ¿Qué el Parlamento hizo mutis por el foro y los legisladores se fueron de vacaciones sin abandonar su receso? ¿Es verdad que se recuerda como un hito magnifico el discurso de Wilson Ferreira en aquella sesión, cuando el cuerpo levantó su receso ante la inminencia de los acontecimientos, pero que este no fue más que un hecho puntual? ¿Quién realmente armó el camino faccioso que por primera vez en la historia hizo salir a los militares de sus movilizados cuarteles? ¿Es verdadera la versión de que hubo instrucciones precisas de la CIA, que recorrieron el generalato que no las interpretó en su importancia o no las creyó, hasta que llegaron a manos del oscuro jefe de la Región Militar Nº 4, general Gregorio Álvarez, que camufló un viaje a EEUU, para recibir allí los planes en persona?
Por supuesto que hay más preguntas que respuestas, y qué sería bueno que se comenzaran a descorrer los velos y se dejara de escribir en clave político partidaria, hablando de supuestos y confabulaciones que, presuntamente afectarían la versión histórica de todo aquello, quizás la tragedia más honda que vivió el país. Y como siempre ocurre a la vuelta de la esquina del tiempo, con presuntos actos heroicos y/o asesinos que se tratan de entroncar en el imaginario colectivo.
Todavía hay alguna gente viva y con memoria, que se puede referir a algunos temas vinculados a aquel pasado y que aún tienen presentes hechos verificables, vinculados a una de las explicaciones profundas de la llamada guerra fría, que parten de una combinación de factores en qué Uruguay, al igual que el resto de América Latina, pasó a ser elegido como un lugar de inversión de los sobre abundantes «petrodólares». El único requerimiento que se tenía para hacer llegar este maná sobredimensionado a los países, era la seguridad de que en ellos existieran gobiernos dispuestos a aceptar ser conducidos desde el norte a través de la aplicación de la Doctrina de la Seguridad Nacional. El otro requisito sine qua non era que los préstamos fueran devueltos en la misma moneda, el dólar.
Inclusive se recuerda que a fines del año ’71 se publicó en el New York Times el primer comentario sobre el golpe de Estado que se concretaría en Uruguay por decisión del gobierno de Nixon, firmado por Michael Cohen. El doctor Héctor Payssé Reyes, embajador delegado del país en la Naciones Unidas, trató de coordinar acciones de desmentido con el embajador, Augusto Legnani. Para ellos aquella información del Times era una enormidad. Ninguno de estos viejos veteranos de la política uruguaya dejó de sorprenderse por cuando este diario mencionaba que en Uruguay habría un «golpe» dado por militares. Según amigos, la sorpresa estaba dada porque los dos hombres coincidieron en una frase que resumía su pensamiento: «Te acordás que los militares nunca se metieron en el golpe; ni en el de Terra, que lo dio con los Bomberos», decían.
Payssé Reyes, concurrió al New York Times para que se desmintiera «estas mentiras» y cual sería su sorpresa cuando el diario lo remitió a su columnista, un sapiente y culto catedrático de la Universidad de Columbia, el doctor Michael Cohen. Graduado en derecho internacional, especialista en América Latina. «Uruguay se está aprontando a una guerra interna y a un inminente golpe militar que fue decido en Washington»
«América Latina es un reflejo de los intereses estratégicos norteamericanos», le dijo Cohen a Payssé Reyes, agregando finalmente: «En su país no se pudo reelegir a Pacheco Areco pese a todos los esfuerzos hechos, apoyados por el embajador de EEUU, Vernor Walter y la CIA. Pacheco tuvo que ceder el poder a Juan María Bordaberry, que no es suficiente garantía para EEUU», dijo ante el estupor de Payssé Reyes. Nos atenemos a la memoria de nuestro informante.
La base del tema era dilucidar la guerra fría, volcando por la aplicación de la doctrina de la seguridad nacional a que los gobiernos respondieran a un mando centralizado en seguridad. El sustento era la introducción de los petrodólares, el gran negocio de la banca norteamericana, producto de la geopolítica de EEUU en medio oriente y de la energía barata que conocía el mundo. Según el profesor Cohen, Europa y la URSS, metidos en la llamada guerra fría estaban manipulando, desde distintos sectores, la política en Latinoamérica para que los petrodólares se invirtieran en la propia Europa. Payssé Reyes también contaba que Cohen le había dicho que Arabia Saudita había sido creada por EEUU con un ejército mercenario dirigido por la CIA. «Hoy la decisión es que hay que colocar el dinero en América latina, prestamos en dólares que se devuelvan en dólares».
El informe que Paysee Reyes le envió a Legnani y este a Uruguay en que se aseguraba estar ante una decisión del gobierno de Nixon de que se diera un golpe de Estado, al igual que otros países del cono sur, fue solo aceptado en su contenido por el general Gregorio Álvarez. Otros generales y hasta el mismo gobierno de la época lo minimizaron, rechazaron y archivaron. Según algunos informantes el general Gregorio Álvarez, por entonces jefe de la región militar Nº 4, ante su actitud proactiva, fue invitado por el Departamento de Estado, concretamente en el año ’72, a visitar Corea, recalando previamente en Maryland. Allí habría sido informado por los representantes del gobierno de EEUU de sus planes que se cumplirían a través de la CIA.
Luego, en 9 de febrero de 73, cuando efectivamente el Parlamento estaba en receso, se dio el Golpe de Estado. El Crucero Uruguay estaba en EEUU y algunos oficiales de la Marina pasaron a realizar cursos. El golpe fue acompañado por el presidente Bordaberry que, en primera instancia, creyó que podría manejar a la interna militar. Pero el infiltrado era su gobierno.
Ahora se abre un nuevo capítulo revisionista. Existen riesgos infinitos, porque los uruguayos ya habíamos laudado en este tema. Pero, además, la verdad histórica todavía no se ha escrito con la adecuada mesura para poner las cosas en su lugar. La pregunta que cabe es ahora: ¿El golpe de estado se hubiera producido sin la previa participación de las fuerzas armadas en la guerra interna que, claramente, estaba finiquitada cuando se concretó la asonada en contra las instituciones.
Carlos Santiago es Periodista.
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