En un primer momento pudo pensarse que las crisis de las centrales obreras que se arrastraban desde fines del siglo anterior, tenían que ver con la «acumulación flexible» al decir de Harvey /1. Es decir con la aplicación de la «globalización» y el «neoliberalismo» y la producción en masa de trabajadores superfluos e informales a […]
En un primer momento pudo pensarse que las crisis de las centrales obreras que se arrastraban desde fines del siglo anterior, tenían que ver con la «acumulación flexible» al decir de Harvey /1. Es decir con la aplicación de la «globalización» y el «neoliberalismo» y la producción en masa de trabajadores superfluos e informales a partir de los 70, que debilitaban la sindicalización. Pero hay razones más profundas. Nos referimos a la aceptación, desde hace más de un siglo, de un paradigma que la historia de los fracasos del siglo XX ha demostrado funesto. Se trata de la división entre «brazo político» y «brazo sindical» que inició la socialdemocracia a fines del siglo XIX y que continuó en los partidos obreros reformistas o no, sean socialdemócratas, comunistas, del trabajo, etc.
El precio pagado por esa división sindicato-partido fue el debilitamiento de la potencialidad de lucha de los trabajadores, causado por la aceptación del parlamento como el único ámbito donde enfrentar la dominación del capital. En términos prácticos, significó la división catastrófica del movimiento de los trabajadores en los denominados «brazo político» y «brazo sindical» con la ilusión de que el «brazo político» podría representar, en su acción legislativa, los intereses de la clase trabajadora organizada en las empresas industriales capitalistas en sindicatos de cada rama del «brazo sindical». Pero, con el pasar del tiempo, todo resultó de forma opuesta. El «brazo político», en vez de usar su mandato político en defensa de los intereses de los trabajadores representando al «brazo sindical», subordinó los sindicatos al parlamento, lo que en los hechos significó someterlo a la mecánica de las instituciones burguesas y a través de éstas a la política estratégica del Capital /2.
Ese nefasto paradigma en ningún momento proyectó al «brazo político» como impulsor de la lucha de los trabajadores como clase. Los mantuvo dentro de los límites de las demandas sociales que no ponían en riesgo la acumulación del Capital. Al tiempo que amputó los intereses políticos de los trabajadores y confinó a los sindicatos a las luchas estrictamente reivindicativas económicas del trabajo. De esta manera los supuestos «representantes parlamentarios del trabajo» lograron imponer a sus representados una imposición vital para el Capital: que fuera inadmisible en las «sociedades democráticas» cualquier actividad sindical -y por extensión social- que tuviera objetivos políticos.
Las organizaciones de «intención revolucionaria» del siglo XX aceptaron este modelo. Se limitaron a criticar el reformismo sindical y el cretinismo parlamentario sin comprender que ambas formas de actuación estaban implícitas en la división sindicatos/partidos como parte de un triángulo que se cerraba con el parlamento para resultar funcional al Capital.
Esa separación educó a los trabajadores organizados en los sindicatos a no ir más allá de las reivindicaciones que no ponían en cuestión la dominación del capital y circunscribió la actividad de los partidos obreros reformistas en el parlamento a una aceptación explícita o implícita del comando del Capital.
Los dos pilares de la acción de clase de los trabajadores en occidente -partidos y sindicatos- están en realidad inseparablemente unidos a ese tercer miembro del conjunto institucional global: el Parlamento, que forma el tándem de Sociedad civil/Estado político y se torna aquel «círculo mágico» paralizante del cual parece no haber salida. Tratar los sindicatos junto con otras (mucho menos importantes) organizaciones sectoriales, como si perteneciesen, de alguna manera, apenas a la «sociedad civil» y que, por tanto, podrían ser usados contra el Estado político para una profunda transformación socialista, es un sueño romántico e irreal. Esto es así porque el círculo institucional del Capital, en realidad, es hecho de totalizaciones recíprocas de la sociedad civil y del Estado político, que se inter-penetran profundamente y se apoyan poderosamente una en otro /3.
La crisis de las centrales sindicales y el fracaso de los partidos obreros con influencia de masas en las últimas décadas, es el hundimiento de esa división. Es el resultado de persistir en el sostén de ese anacronismo histórico negativo. Como contracara, los nuevos movimientos sociales que rechazan ceder su representación política a los partidos de izquierda, expresan la negación a más de un siglo de derrotas de la división entre «brazo sindical» y «brazo político» que culmina en el Parlamento aceptando la jefatura del Capital.
Y esto es así porque: el Capital es la fuerza extra-parlamentaria por excelencia que no puede ser políticamente limitada en su poder de control socio-metabólico del sistema capitalista. Esa es la razón por la cual la única forma de representación política compatible con el modo de funcionamiento del Capital es aquella que niega la posibilidad de contestar su poder material. Y, justamente por ser la fuerza extraparlamentaria por excelencia, el Capital nada tiene que temer de las reformas decretadas en el interior de su estructura política parlamentaria /4.
La acumulación de frustraciones del siglo XX demuestra que el parlamento es el más inocuo escenario para batallar contra el Capital. Esta situación se agrava en la actual etapa de crisis crónica del Capital, cuando éste no tiene condiciones de ceder ni mínimos beneficios, derechos o libertades a la clase que se le opone. Con el consiguiente acomodamiento de los representantes parlamentarios del trabajo, sobre los que cada vez más, prima el oportunismo.
El poder extra-parlamentario del Capital sólo puede ser enfrentado por la fuerza y por el modo de acción extra-parlamentario del trabajo en todas sus formas. Sólo un vasto movimiento de masas radical y extraparlamentario puede ser capaz de destruir el sistema de dominio social del Capital /5.
Daniel Bensaid y sus «Teoremas»
Daniel Bensaid en Teoremas de la resistencia a los tiempos que corren, a mediados de la década pasada, nos decía que estábamos «frente a una doble responsabilidad: la transmisión de una tradición amenazada por el conformismo y la exploración de los contornos inciertos del futuro». … «Más allá de las diferencias de orientación y de las opciones a menudo intensas, el movimiento obrero de esa época (refiriéndose al siglo pasado) presentaba una unidad relativa y compartía una cultura común. Se trata, hoy en día, de saber qué queda de esta herencia, sin dueños ni manual de uso»….»Hemos iniciado entonces el peligroso tránsito de una época a la otra y nos encontramos en el medio del río, con el doble imperativo de no permitir la pérdida de la herencia y de estar dispuestos a recibir lo nuevo a inventar»/6.
De todos los temas de la tradición obrera que enumera Bensaid, nos centraremos en las relaciones partidos-sindicatos-parlamento porque es allí que encara al sujeto social y su relación con la política.
Para Bensaid: «La lucha política no se disuelve en la lógica del movimiento social. Entre la lucha social y la lucha política, no hay ni muralla china ni compartimentos estancos. La política surge y se inventa dentro de lo social, en las resistencias a la opresión, en el enunciado de nuevos derechos que transforman a las víctimas en sujetos activos»/7. Lo primero que debemos preguntarnos es, ¿existe una «lógica del movimiento social» que nos impone la división entre «brazo sindical» y «brazo político» del movimiento del trabajo?
Cuando Hegel definió a la libertad como conciencia de la necesidad nos estaba diciendo lo mismo que con total acierto afirma Bensaid: que la «política surge y se inventa dentro de lo social» pues es en la experiencia de la opresión, en las luchas contra la explotación que se formula la «conciencia de la necesidad», se enuncian nuevas libertades y los sujetos se ponen en movimiento para conquistarlas. Comencemos por tener claro entonces, que la política del trabajo no nace en las cúpulas de las organizaciones políticas de la izquierda, ni en la cabeza de los líderes carismáticos sino en el propio seno de la praxis social. La política no es entonces un producto de la elucubración separada de la realidad sino un fruto de la acción de masas.
Sigamos el razonamiento de Bensaid: «Sin embargo, la existencia de un Estado como institución separada, a la vez encarnación ilusoria del interés general y garante de un espacio público irreductible al apetito privado, estructura un campo político específico, una relación de fuerzas particular, un lenguaje propio del conflicto, donde los antagonismos sociales se manifiestan en un juego de desplazamientos y de condensaciones, de oposiciones y de alianzas. En consecuencia, la lucha de clases se expresa allí de manera mediada bajo la forma de la lucha política entre partidos»/8. Es esa «manera mediada bajo la forma de lucha política entre partidos» la que está en cuestionamiento hoy por innumerables movimientos sociales. ¿Debemos aceptar el escenario del Estado como «encarnación ilusoria del interés general», que por otra parte con las privatizaciones y la diseminada corrupción ha dejado de ser «espacio público irreductible al apetito privado», como el único campo político posible? ¿Debemos aceptar las reglas del juego de la democracia burguesa como la escena privilegiada del accionar político del trabajo?
En el caso de Latinoamérica: con Estados que criminalizan los reclamos sociales o que directamente asesinan campesinos, indígenas y militantes sociales poniéndoles el rótulo de terroristas; o que permiten que esos crímenes se realicen con impunidad; o que reprimen a los estudiantes que luchan por una educación pública gratuita y a los trabajadores rurales sin tierra que exigen la aplicación de la reforma agraria en toda América Latina y el Caribe. Con un sistema político envilecido por la impunidad de la corrupción y el nepotismo a todos los niveles y en todos los países, incluidos los antiguos partidos de izquierda luego de la instauración de gobiernos «progresistas»; un sistema de partidos que en todo su espectro claudica al neoliberalismo y a las multinacionales. Y todo esto en un panorama continental de cuestionamiento de la mayoría de la población a las instituciones de dominación burguesas-imperialistas -que en varios casos han llegado al colapso frente al empuje popular-; ¿debemos seguir atados a la «manera mediada bajo la forma de lucha política entre partidos»? ¿Entre cuáles partidos? Ya que son casi inexistentes o testimoniales los que intentan defender los intereses de los sectores populares.
Continúa diciendo Bensaid: «Ya que la dialéctica de la emancipación no es un río largo y tranquilo: las aspiraciones y las expectativas populares son diversas y contradictorias, a menudo divididas entre la exigencia de libertad y la demanda de seguridad. La función específica de la política consiste precisamente en articularlas y conjugarlas»/9.
Los movimientos sociales continentales empiezan a demostrar en algunos casos, su capacidad de articular y conjugar las «aspiraciones y expectativas populares» y estructurarlas en un programa común. Los organizadores y movilizadores sociales obtendrían mucho mejor resultado y se sentirían más realizados si se integraran en estos movimientos y se dedicaran a la tarea de ayudar a formular sus necesidades y a impulsarlos y aglutinarlos bajo sus demandas. Abandonando la desgastante tarea de autoconstrucción de pequeñas organizaciones políticas, repitiendo fórmulas obsoletas.
Estamos hablando de un nuevo sujeto social-político que toma conciencia de sus necesidades y las articula en el plano social y las conjuga en el plano político. De lo que hablamos es que adquiere relevancia y urgencia la necesidad de contraponer a la fuerza destructiva extra parlamentaria del capital la correcta acción extra parlamentaria de un movimiento socialista radicalmente re-articulado.
Como lo atribuye a Laclau, Bensaid no renuncia al horizonte de unificación de lo social y lo político. Por el momento nos describe un panorama contradictorio: «¿Movimientos acéfalos, reticulares, rizomáticos, obligados por las derrotas a quedar acorralados en una interiorización subalterna del discurso dominante? Pero también redespliegue del movimiento social en los diferentes ámbitos de la reproducción social, multiplicación de espacios de resistencia, afirmación de su autonomía relativa y de su temporalidad propia. Todo esto no es negativo si se va más allá de la simple fragmentación y se piensa en la articulación» /10.
El paisaje continental nos da algunas pautas alentadoras. En las revueltas populares de los últimos años se pudieron detectar organizadores y movilizadores social-políticos junto a sus propios movimientos, trascendiendo los límites que les adjudica la democracia burguesa y lanzándose con éxito a «articular» y «conjugar» las demandas en el plano político. Quizá el horizonte de unificación no esté tan lejano sí -en las palabras y en los hechos- caminamos decididos hacia él.
Algunos ejemplos del nuevo sujeto social-político continental
Los campesinos de Chiapas -organizados en el EZLN- eligieron un camino diferente. En silencio defienden sus territorios del gobierno y las corporaciones y salvaguardan sus producciones de los intentos destructivos del mercado. Y por ese camino han crecido y se han fortalecido. Y antes, en medio de un proceso electoral se propusieron «escuchar abajo» a los sujetos socio-políticos explotados, discriminados, segregados, para que, a partir de su autonomía, establezcan las bases de un programa anticapitalista, como «proyecto de nación». Y evitaron el derroche de esfuerzos de participar en elecciones digitadas y manipuladas por el imperio. Que es de lo que se compone hace décadas la política mexicana.
Esto no quiere decir que se descarte en absoluto ni la participación electoral ni la intervención parlamentaria. Pero debemos aprender de las últimas experiencias continentales en ese sentido. Los cocaleros del Chapare, los indígenas de Omasuyo, los pobladores de El Alto y otras innumerables organizaciones sociales y étnicas de Bolivia, optaron por el escenario electoral para disputar el gobierno con todos los partidos del sistema. Pero esto, sin delegar la formulación de su programa ni su representación en los políticos profesionales que estafaron sistemáticamente sus esperanzas. La intervención electoral en Bolivia se realizó sobre la base de un enorme movimiento social que representaba a los pueblos originarios que, a su vez, son mayoría en el país. Y con el antecedente inmediato de un enfrentamiento al Capital violento y extenso en términos de territorio y de tiempo. Cortes de carreteras, invasión de haciendas y/o bloqueo de ciudades, asedio a los parlamentos oligárquicos, derrocamiento de dos presidentes lacayos del imperio, huelgas y piquetes, choques violentos entre la población y el aparato represivo. Y en esos choques, tanto ejército como policía tuvieron síntomas de disgregación. Fue esta decisiva batalla del movimiento popular la que terminó imponiendo por primera vez en 500 años un presidente aymara -Evo Morales- en un país de población mayoritariamente indígena. En un proceso electoral en el marco de una clase capitalista vapuleada. No en unas elecciones bajo el pleno control de una burguesía estable o a la ofensiva. Por eso fue una gran conquista democrática que se extendió en luchas por el reparto o recuperación de tierras, en defensa de la soberanía sobre los recursos naturales y contra el imperialismo hegemónico.
Como explica el vicepresidente García Linera: «El primer componente central del «evismo» es una estrategia de lucha por el poder fundada en los movimientos sociales. Esto marca una ruptura con las estrategias previas que ha conocido nuestra historia política y buena parte de la historia política continental y mundial. Anteriormente, las estrategias de los sectores subalternos estaban construidas a la manera de una vanguardia política cohesionada que lograba aglutinar en su base social a estos movimientos.»…»En otros se trató de una vanguardia política democrática-legal o armada que lograba arrastrar o empalmarse con movimientos sociales que la catapultaban»…»El «evismo» modificó ese debate, al plantearse la posibilidad de que el acceso al poder sea obra de los propios movimientos sociales»/11.
Es que en Bolivia, desde la guerra del agua en Cochabamba se venía conformando un movimiento social-político que no separaba las demandas sociales de las políticas, porque no era parte de la tradición europea del brazo sindical/brazo político. La participación de los pueblos originarios en luchas nacionales no divide su programa en mínimo y máximo. Esta división es una tradición que las corrientes socialistas urbanas del continente heredaron de la socialdemocracia europea y los partidos comunistas, que al dividir en sindicatos y partidos la acción del trabajo, consiguió fraccionar el programa en uno mínimo que abarcara las reivindicaciones posibles de obtener bajo el Capital, que se adjudicaba como tarea a los sindicatos, y se gestionaban en las instituciones burguesas y un programa máximo que conduciría al Socialismo, que se mencionaba en los aniversarios y podía postergarse para un futuro lejano e incierto.
No nos vamos a extender en todos los ejemplos, pero recordemos que en Ecuador el proceso electoral que llevó a Correa a la presidencia fue posterior al derrocamiento de tres presidentes por un movimiento popular movilizado que tenía contra las cuerdas a una burguesía en descomposición. Y en Venezuela la consolidación del proceso de cambios iniciado por Chávez se concreta luego que el movimiento de los pobladores de las barriadas pobres suburbanas de Caracas invadió las calles y derrotó un golpe imperialista, rodeando con multitudes enfurecidas el Palacio de Miraflores y exigiendo el retorno del presidente depuesto.
El Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) en el 2005, se desplazó a pie doscientos kilómetros de Goiania a Brasilia en una Marcha Nacional por la Reforma Agraria, para presentar al gobierno Lula un programa económico contrario a la orientación neoliberal que aplica el gobierno del PT. Y el mismo año realizó en varios estados una coordinación de movimientos sociales contra el modelo económico, «demostrando la capacidad de los movimientos de pensar más allá de las pautas específicas de reivindicación», como remarcaron en su mensaje del 06 de enero del 2006. El MST es independiente de la central de trabajadores (CUT) y del PT. Y se opone a la orientación de favorecer la expansión de las agro-industrias que en la actualidad impulsa el gobierno del PT /12.
Organizaciones sociales y militantes políticos de Uruguay, sumaron sus esfuerzos en un frente por la defensa del agua. Plebiscitaron y aprobaron una reforma de la constitución (octubre del 2004) -por primera vez en el mundo- que impide por ley la privatización de ese elemento vital. Su conquista fue luego en parte burlada porque el movimiento que impulsó el plebiscito del agua no tuvo continuidad en otras luchas y otras demandas y se disolvió en medio de las expectativas ilusorias creadas por las posibilidades electorales del Frente Amplio. Esta experiencia nos subraya la necesidad de que los movimientos sociales no deleguen en dirigentes o partidos de «izquierda» sus expectativas políticas y asuman directamente sus intereses, sin mediadores que luego resultan agentes del enemigo. Debieron pasar ocho años para que recién en 2012 un nuevo importante movimiento contra la mega-minería a cielo abierto y en defensa de la tierra y los bienes naturales esté en un proceso alentador de acumulación social-política /13. Sin embargo, parte de la izquierda que rechaza al Frente Amplio, se distrae preocupándose sobre como participar en el próximo proceso electoral, debatiendo y evaluando nuevas fórmulas políticas, hasta ahora ausentes de bases populares reales. Es momento de apoyar la acción creativa programática de los movimientos que tienden a conformarse como social-políticos y que aceptan como punto de partida la reforma agraria, hoy la principal consigna revolucionaria continental.
En la República Argentina, provincia de la Rioja, los pobladores del valle de Famatina /14 -un paraíso de producción de aceitunas y vides-, desde el 2006, se enfrentan a la mega-minera Barrick Gold y su proyecto minero en el cerro Famatina que intenta destruir glaciares y envenenar sus deshielos. Se lanzaron contra este proyecto minero, junto a los pobladores de Chilecito, Pituil y Campana con acciones de bloqueo de caminos para impedir que las multinacionales se instalaran en la cordillera de los Andes. Los pobladores de Andalgalá en Catamarca bloquearon también los accesos a los nevados de Aconquija en los Andes contra el proyecto minero de Agua Rica. Tenían la experiencia destructiva de la minera Alumbrera desde 1997 -emprendimiento de mayor producción de oro en Argentina- que venían denunciando desde años anteriores. En Chubut a mediados de diciembre 2012 la lucha de los ambientalistas logró suspender los planes mineros del gobierno provincial. Así como estos, innumerables enfrentamientos se desarrollaron y se siguen desarrollando en nuestra cordillera y lograron la imposición de una Ley de defensa de los glaciares y peri-glaciares, desvirtuada en parte por los parlamentarios del gobierno. Este fue un triunfo de movimientos, organizaciones ambientalistas y asambleas ciudadanas que tomaron un carácter nacional y asumieron las demandas políticas sin intervención de partidos.
Éstos son sólo algunos ejemplos de los movimientos que batallan en todo el continente. En Latino América y el Caribe hay 173 proyectos empresariales de minería a cielo abierto en donde intervienen 244 empresas diferentes. En su totalidad estas explotaciones están en conflicto con 212 comunidades indígenas afectadas. Los seis países con mayor cantidad de poblaciones originarias agredidas por la minería a cielo abierto son Argentina con 39 comunidades; Brasil y Chile con 34 cada uno; Perú con 32, Bolivia con 22 y Colombia con 20. Las principales causas de conflicto son: la expulsión o desplazamiento forzado de pobladores indígenas; la violación de derechos y leyes medioambientales; la contaminación de aguas y suelos por desechos mineros; la inundación de tierras; la contaminación por humos y las amenazas y engaños a la población local /15. Y a esto hay que sumar los conflictos por la expansión de las agroindustrias en el continente.
Como vemos, las variantes de trascender el espacio específico de lo social, de no aceptar el carácter de espacios estancos de lo social y lo político comienza a hacerse frecuente. ¿Por qué mantener como sacrosanto el ámbito político y aceptar como imprescindibles e ineludibles a los Parlamentos que no son más que teatros de sombras chinas de los antagonismos sociales? ¿A quién favorece sino al capital, ese inviolable acuerdo tácito?
Las agro-industrias y las mineras a cielo abierto, propiedad en su mayoría de transnacionales, están contaminando y destruyendo la biodiversidad del continente. Pretenden continuar en conflicto con las comunidades indígenas, los campesinos y trabajadores rurales sudamericanos y del Caribe y seguir provocando el desplazamiento forzoso de la población rural continental. De los diez países con mayor biodiversidad mundial, cinco están en Latino América y el Caribe: Brasil, Colombia, Ecuador, México, y Perú. Estos países también son hogares de los Andes, la zona con mayor biodiversidad del mundo.
Alrededor del 27% de los mamíferos del mundo viven en América Latina y el Caribe, así como también el 34% de su vegetación, 37% de sus reptiles, 47% de sus aves y el 47% de sus anfibios. El 40% de la vegetación del Caribe es única de esta zona /16. Todo este hábitat está amenazado con la extinción. Sólo una reforma agraria radical que termine con la privatización de la tierra y el agua y defienda el aire que respiramos, puede detener este ultimátum que nos da el Capital en su profunda crisis.
Hacia grandes movimientos social-políticos para enfrentar al Capital
Ese intento de volver a unir el movimiento popular en un solo brazo extra parlamentario de un movimiento socialista articulado alrededor de un programa radical, no se corporiza en los sindicatos clásicos continentales y sus centrales sino en un nuevo sujeto histórico que ha comenzado a estructurarse y generalizarse desde hace más de dos décadas. Y esa dinámica de volver a reunir lo que nunca debió ser separado es un precioso componente embrionario del nuevo sujeto social que ahora pretende conformarse como un sujeto social-político.
La negación de la división sindicatos/partidos pone en cuestión tanto la identidad sindical que se arrastra desde finales del siglo XIX, que tiene por límite los escenarios reivindicativos que no amenacen al Capital y que considera un hecho incontrovertible su complementariedad y subordinación a los partidos políticos, como la concepción de partido revolucionario con base social que heredamos del siglo pasado. La realidad nos indica que está descartada la estrategia de acumulación propia de un pequeño grupo político que durante décadas va ir ampliando su base social y aumentando su representación parlamentaria hasta llegar un momento en que pueda disputar el poder.
Tanto los partidos socialistas y comunistas como la gran mayoría de partidos de «intención revolucionaria» -de alguna forma hay que llamarlos- eran y son instrumentalizadores de los sindicatos y demás movimientos sociales. Militaban en ellos para coparlos. Y cuando en algunas excepciones los partidos autodenominados «revolucionarios» eligieron parlamentarios no pudieron escapar del «círculo mágico» paralizante sindicato/partido/parlamento. Cuando no se han pasado con armas y bagajes a la institucionalidad burguesa, se han transformado en «grupos testimoniales» que continúan repitiendo «mantras» del siglo pasado e intentando obtener mayoría en sindicatos y centrales que favorezcan sus estrategias de auto-construcción.
Esto no significa renegar totalmente de partidos y sindicatos en general, sino negar la concepción sindicato/partido/parlamento que heredamos del siglo pasado. Lo importante es que en esta nueva época histórica abramos una reflexión sobre esos organismos, sus limitaciones y el rol negativo que jugaron en su interrelación, respecto a los intereses de clase del trabajo. Somos conscientes que la última palabra al respecto la tienen los innumerables movimientos que están batallando hoy en nuestra América por mejorar el presente y defender el futuro de nuestras sociedades.
Lo importante es reconocer que en nuestro continente hay nuevas formas organizativas construidas por los trabajadores y el pueblo que nos permiten zafar de la nefasta división entre lo social y lo político.
En términos de demandas, desenvolver una fuerza suficientemente grande para desafiar con suceso a las huestes del Capital, implica unir movimientos diversos, en los enfrentamientos inevitables para la realización de finalidades y objetivos limitados, buscando siempre la forma de preservar la integridad de las perspectivas estratégicas sin perder contacto con las demandas, determinaciones y potencialidades inmediatas, que nos imponen las condiciones históricamente determinadas.
Este nuevo sujeto social-político continental también exige, así como la soberanía de sus decisiones en sus movimientos, la más absoluta democracia horizontal. Muchos veteranos activistas ya hicieron la experiencia con el supuesto centralismo democrático: una contradicción semántica que en la realidad siempre se resolvía en el sentido burocrático. Los integrantes de ese nuevo sujeto social-político están tomando consciencia de su forma colectiva de definir sus demandas y necesidades y por tanto también quieren resolver colectivamente sus pasos a dar. Se ha abierto un proceso en que se empieza a rechazar el sistema de las órdenes inapelables de los «jefes políticos» o la delegación de las decisiones en «dirigentes esclarecidos».
Fidelidad a los principios socialistas y programas de acción viable y flexible para la diversidad de fuerzas de un amplio movimiento social-político que comparta los variados objetivos comunes de lucha y decida en democracia horizontal sus orientaciones y acciones. Esto es lo que están imponiendo los sectores populares en innumerables movimientos para luchar contra el sistema de acumulación del Capital en su etapa de crisis estructural crónica.
Notas
1/ Harvey, David The Condition of Postmodernity – Basil Blackwell Ltd. 1989.
2 /Mészáros, István, Para Além do Capital, p. 833-834.
3 /Ibíd. p. 834.
4 /Ibíd. p. 856.
5 / Antunes, Ricardo. Presentación de «Para Além do Capital» de István Mészáros, pág. 18.
6 /Daniel Bensaid «Teoremas de la resistencia a los tiempos que corren» setiembre 2004. http://www.rebelion.org/docs/
7 / Ibíd.
8 / Ibíd.
9 / Ibíd.
10 / Ibíd.
11 / García Linera, Álvaro (vicepresidente boliviano). Los fundamentos del «evismo», Revista DEF n 9, p. 32, Argentina, mayo del 2006.
12/ João Pedro Stedile, Conflicto Permanente , 16 de enero de 2013. http://www.advivo.com.br/blog/
13 / Este movimiento ya realizo tres grandes marchas nacionales y la última, el 11 de octubre de 2012, con diez mil personas y gran participación de pobladores del interior del país.
14 /Ver Mapa de conflictos Mineros en http://www.
15 / Impacto de la minería en las comunidades indígenas latinoamericanas https://www.google.com.br/
16 / De la Torre, Fajnzylber y Nash, , Desarrollo con Menos Carbono: Respuestas Latinoamericanas AL Desafío Del Cambio Climático. Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF)/Banco Mundial, Washington DC. 2009.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.