Lejos de reflejar fortaleza, las acciones del Secretario General de la OEA, Luis Almagro, expresan la debilidad del organismo regional y la crisis de hegemonía de Estados Unidos. Las acciones torpes, sin un mínimo apego a las formas, solo abren el riesgo para la democracia, la paz y el multilateralismo
La paz y la democracia están amenazadas en América Latina. De eso no cabe la menor duda. El riesgo real de que la región se convierta en una zona políticamente inestable y socialmente convulsiva no procede de grupos subversivos como los llamaría el establishment estadounidense, sino de las acciones adoptadas -sin el menor apego a los fines formalmente establecidos ni a su larga institucionalidad construida, pero si congruente con su larga historia-, por la Organización de Estados Americanos (OEA) y su actual Secretario General, Luis Almagro.
La decisión de la República Bolivariana de Venezuela de salirse de la OEA no es la confirmación de la «tendencia autoritaria» del gobierno de ese país, al que se lo acusa de haber violado hasta su propia Constitución, sino más bien es una demostración de lo mal que está el organismo regional constituido en la pos guerra, en 1948, como una expresión muy clara de la hegemonía conquistada por el imperialismo estadounidense. La OEA se está inhabilitando -aún dentro de sus estrechos márgenes históricamente formulados- como espacio de concertación y de resolución de conflictos. Y quizá sea esto último -la hegemonía- lo que nuevamente está en juego en la región, donde desde 1998 se ha agudizado la contradicción entre emancipación y dominación.
La naturaleza de la OEA se ha puesto en evidencia en varios momentos de la historia del continente: ser un instrumento de los intereses imperiales en la región o, como dijo en canciller cubano Raúl Roa Bastos, un Ministerio de Colonias de los Estados Unidos. Pero, los niveles a los que ha llegado estos dos últimos años, en pleno siglo XXI, es algo que no se le habría ocurrido ni al mejor de los futurólogos o al más grande de los pesimistas.
Y si bien los individuos no cambian, por sí mismos, el carácter de las instituciones, si pueden desnudar, ocultar o matizar la naturaleza de las mismas. Y esto es lo que hace su actual Secretario General, quien desvela con claridad las razones geopolíticas y políticas que tiene la burguesía imperial y la derecha continental para destruir la revolución venezolana y cualquier intento de proyecto reformista o emancipador en América Latina. El matiz que le agrega a la línea formulada en Washington, es la obsesión personal -que tampoco puede descuidarse al momento del análisis político- que el uruguayo tiene acumulado contra el presidente Nicolás Maduro y la Revolución Bolivariana, a pesar de que de Venezuela se sirvió para llegar al organismo regional. De manera ya grosera, Almagro no desaprovecha ningún hecho político ni renuncia a ningún espacio para lograr respaldo a su propuesta de activar la Carta Democrática Interamericana, que en lenguaje común es un llamado a que Estados Unidos intervenga en la nación sudamericana.
Almagro quiere que el debate se focalice entorno a Venezuela, cuando en realidad la situación es mucho más compleja y peligrosa para la región. La «toma de partido» del uruguayo -un otrora izquierdista al que le se atribuye como sus mayores debilidades la búsqueda permanente del poder y la fama, además de su tendencia por el alcohol-, no da lugar a las dudas cuando se trata de hechos objetivamente verificables. La OEA bajo su mando hizo todo lo que está a su alcance, a pesar de las resistencias de varios países (Venezuela, Bolivia, Nicaragua, Ecuador, El Salvador y otros), por bajar de intensidad informativa y política a la denuncia de «golpe congresal» contra la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, en 2016. Almagro tampoco impulsó ninguna comisión ni pronuncio ningún criterio luego que la realidad comprobara que detrás del golpe en Brasil estaba una verdadera red de corrupción del ahora presidente Temer. Pero si de inacción se habla, es el silencio cómplice del Secretario General de la OEA sobre la situación de la democracia en El Salvador, donde si hay más de una decena de sentencias que confirman el papel golpista de la Sala Constitucional contra el gobierno del presidente Salvador Sánchez Cerén.
Por eso, Venezuela no puede quedar aislada. Eso es lo que busca el Secretario General de la OEA. La reacción de los países contra ese plan no solo debe estar motivada por la solidaridad con un país que ha contribuido mucho al renacimiento del espíritu latinoamericanista, cuya única expresión hasta antes del triunfo de Chávez a fines del siglo XX solo se mantenía viva a nivel de estados a través de Cuba, una revolución que resiste heroicamente desde hace 57 años un criminal bloqueo estadounidense, a pesar que durante veinticuatro veces consecutivas la Asamblea General de la ONU ha aprobado resoluciones que piden el fin del denominado embargo comercial y financiero.
Los países de América Latina deben reaccionar antes que sea tarde. Lo que está en peligro no es solamente los gobiernos progresistas y revolucionarios (pues no es serio hablar de fin del ciclo progresista, como no fue serio hablar del fin de la historia o de las ideologías tras el colapso de la URSS y el campo socialista). Lo que se está poniendo en peligro es la democracia -con sus diferentes tonos- y a la propia América Latina como zona de paz.
Lejos de expresar fortaleza, lo que hace Almagro con sus torpes y obsesivas acciones es poner en evidencia la crisis de hegemonía de los Estados Unidos y el agotamiento del Sistema Interamericano de la Organización de Estados Americanos (OEA). Desde su fundación en 1948, al influjo de la «Doctrina Monroe» (América para los Americanos), la OEA nunca ha dejado de ser el instrumento por el cual Estados Unidos ha pretendido «camuflar» sus poderosos intereses en la región: en la década de los 60 a través de la Alianza para el Progreso y la expulsión de Cuba por razones ideológicas, en los 80 con el consenso de Washington y en los 90 con el Acuerdo de Libre Comercio para las Américas (ALCA) y los Tratados de Libre Comercio (TLC). Un mecanismo creado para darle oxígeno a la deteriorada hegemonía de los Estados Unidos en la región ha sido «La Cumbre de las Américas» impulsada por Clinton en 1994 en Miami.
Si bien quedan en el recuerdo el silencio cómplice de la OEA ante las invasiones militares estadounidenses a Guatemala (1954), República Dominicana (1965), Granada (1983), Panamá (1989) y Haití (1994), hay otros hechos que confirman el agotamiento de la OEA y el Sistema Interamericano: la violación de territorio ecuatoriano por las fuerzas armadas de Colombia con el objetivo, logrado, de asesinar el jefe rebelde de las FARC en marzo de 2008; los golpes de estado contra el presidente Manuel Zelaya de Honduras en junio de 2009 y contra Fernando Lugo del Paraguay en 2012; los fracasados golpes de estado contra Hugo Chávez en Venezuela (2002), Evo Morales de Bolivia en 2009 y Rafael Correa de Ecuador de 2010. A esta larga lista se pueden sumar más hechos, como la inutilidad que tuvo ese organismo regional y su mecanismo el TIAR para defender a la Argentina en la guerra de las Malvinas en 1982.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.