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Europa es una “caja de herramientas” a la que EE.UU. puede recurrir para proseguir la conquista del planeta

La OTAN, de Kosovo a Afganistán: guerras sin fronteras

Fuentes: La Haine

[Traducido del francés para La Haine por Felisa Sastre]

Conferencia organizada en Niza el 12 de noviembre de 2009 por Les Amis du Monde diplomatique y el Comité Valmy

Hace veinte años, el final de la Guerra Fría debería dar haber dado paso a una era de paz. Sin embargo, desde hace diez años, la OTAN está en guerra: primero en Kosovo, hoy en Afganistán. ¿Por qué, en lugar de la paz, lo que ha vuelto es la guerra?

Quiero exponer algunas ideas que, a mi juicio son evidencias, pero unas evidencias que no forman parte del discurso oficial difundido por los medios de comunicación.

1. El objetivo principal de la guerra desatada en 1999 por la OTAN contra Yugoslavia- la conocida como guerra de Kosovo- era salvar a la Organización del Tratado del Atlántico Norte dándole la nueva misión de llevar la guerra a lugares y por motivos decididos exclusivamente por ella misma. (Un objetivo secundario fue liberar a Serbia de un líder considerado poco dispuesto a seguir el modelo económico neoliberal, pero dejo de lado este aspecto del problema, que hubiera podido abordarse por otros medios diferentes a la guerra, si bien es cierto que los bombardeos aceleraron la privatización de unas industrias atacadas de forma tan expeditiva.)

2. El objetivo se alcanzó con la aprobación de los aliados europeos de la OTAN de su nueva estrategia, que preconiza la posibilidad de intervenir militarmente en cualquier lugar del mundo bajo cualquier pretexto- véase la lista de la «amenazas» a las que tiene que enfrentarse.

3. Este cambio de política estratégica, de tan graves implicaciones, se ha llevado a cabo sin el menor debate democrático en los parlamentos europeos o de otros países del mundo. Se ha realizado de forma burocrática, amparada en una espesa pantalla de humo emocional- se podría decir, de gases lacrimógenos- basada en la necesidad de salvar a las gentes de amenazas inexistentes, inventadas precisamente para justificar una intervención que servía a los intereses tanto de Estados Unidos como de los separatistas albaneses de Kosovo. En otras palabras, la nueva política de guerra sin fronteras se decidió casi a puerta cerrada, y se presentó a la opinión pública como una gran empresa humanitaria llena de generosa abnegación, sin precedente en la historia de la humanidad.

Por ello, la «guerra de Kosovo» sigue siendo celebrada, especialmente en Estados Unidos, como prueba de que la guerra no es el peor de los males a evitar, sino el mejor de los medios para hacer el Bien.

4. Tras los atentados criminales contra las Torres del World Trade Center el 11 de septiembre de 2001, los aliados europeos de Estados Unidos aceptaron sin protestar la interpretación más que dudosa dada por el gobierno Bush-Cheney, según la cual los atentados constituían un «acto de guerra». Todavía presos de la conmoción emocional- «todos somos estadounidenses»- los hombres y las mujeres de la política europea no se movilizaron para poner de relieve que se trataba más bien de atentados criminales, internacionales quizás, pero perpetrados por individuos o grupos, no por un Estado, y que exigían lógicamente una respuesta policial y no la guerra. En lugar de ayudar a los estadounidenses aportándoles una dosis del sentido común, del que era evidente carecían sus dirigentes, los dirigentes europeos recurrieron por vez primera al artículo 5 de la OTAN para acompañar a los agredidos en la guerra contra los fantasmas en Afganistán. Y ahí siguen…

5. Todo lo anterior es la prueba de la ausencia casi total en Europa de debate político, e incluso de reflexión, sobre los asuntos fundamentales relativos a la seguridad, la guerra y la paz. Y menos aún sobre el derecho internacional.

6. La sexta propuesta, es sin duda la más esencial y la más controvertida. Esta lamentable carencia moral e intelectual de Europa, que camina hacia el desastre, se debe, sobre todo, a una razón: la denominada «construcción europea». Pero ahora quiero volver a la secuencia de los hechos que nos llevaron desde el impulso «humanitario» de Kosovo al cenagal sangriento de Afganistán.

Europa y Yugoslavia

Es habitual responsabilizar a Europa por su pasividad en el asunto yugoslavo. Pero este reproche toma la mayoría de las veces la forma de una lamento según el cual Europa hubiera debido intervenir militarmente para salvar a las víctimas-bosnias por supuesto. Lo que no constituye un análisis sino una explotación moralizante de una de las partes- los musulmanes de Bosnia-, de una tragedia en la que ellos tuvieron el mayor número de víctimas pero en la que sus dirigentes políticos (en especial el señor Izetbegovic) tuvieron parte de culpa. En este lamento sin auténtico análisis, la pasividad de Europa se ha atribuido la mayoría de las veces a su «cobardía» colectiva, e incluso por algunos, a su supuesto racismo anti-musulmán. Racismo que es cierto que existe por doquier, pero las razones de la inoperancia europea en el caso yugoslavo son otras.

Querría ofrecer aquí otra interpretación de aquel fracaso. Una interpretación más compleja y menos moralizadora.

Ya en los años 1980, Yugoslavia se hundía en una crisis económica y política. El endeudamiento del gobierno central, como consecuencia de las crisis petroleras y de las manipulaciones del dólar, favorecía el impulso separatista de las repúblicas más ricas: Eslovenia y Croacia. La auto-gestión socialista, paradójicamente, contribuía al movimiento centrífugo. Sin embargo, el sentimiento unitario era, probablemente, todavía mayoritario. Era el momento en que precisamente una política europea de ampliación hubiera podido impedir el desastre. Al fin y al cabo, Yugoslavia, situada entre Grecia e Italia, y donde el sistema socialista era más libre y próspero que en el resto del bloque soviético, y que estaba evolucionando hacia una mayor democracia de estilo occidental, era lógicamente la candidata más adecuada para la adhesión a la Comunidad europea.

Algunas voces aisladas señalaban esta evidencia, pero no fueron escuchadas. A principios de los años 1990, ese fue el drama. No me es posible contar toda la historia aquí, pero se encuentra en mi libro «La Croisade des fous» [La cruzada de los locos](1). En resumen, en 1991 había dos mundos paralelos que se enfrentaron de forma lamentable. Por una parte, estaba el mundo yugoslavo, donde las repúblicas- así se denominaba a los componentes de la federación yugoslava- eslovena y croata elegían la secesión, apoyadas por Alemania. Y en el ámbito de la construcción europea, el gobierno francés, en particular, se encontraba absorto en el intento de convencer al gobierno alemán para que disolviera su preciado marco alemán en una nueva moneda europea, que serviría de aglutinante para la transformación de la Comunidad Europea en Unión Europea. El resultado es conocido. Aunque al principio ningún otro miembro de la Comunidad quiso imitar a Alemania en el reconocimiento de las secesiones unilaterales de Eslovenia y Croacia, cuando Francia, en plenas negociaciones con Alemania sobre la moneda europea, cedió ante las secesiones yugoslavas, toda la Comunidad la acompañó en una decisión que violaba el principio de inviolabilidad de las fronteras y conducía inevitablemente a la guerra civil.

Sé que todo esto resulta un poco complicado, pero quiero subrayar un aspecto que es relativamente sutil pero esencial. Debido a la sacrosanta «construcción europea», la Comunidad europea se alineó con la posición alemana no compartida al principio por ningún otro Estado miembro. No analizaron seriamente los verdaderos motivos de esta decisión, ni su justificación, ni sus previstas consecuencias. En su lugar, adoptaron una versión moralizante y unilateral de un conflicto complejo que servía sobre todo para disculpar su violación de los usos habituales: El no- reconocimiento de las secesiones unilaterales. Pero ello tuvo como consecuencia el exponerlos a las acusaciones moralizantes de no haber hecho suficiente para «salvar a las víctimas». Porque una vez admitida una visión maniquea, se impuso una solución maniquea. Europa, una vez metida en el embrollo, intentó hacer compatible su discurso maniqueo, que atribuía toda la culpabilidad al «nacionalismo serbio», con los intentos de encontrar una solución negociada, lo que era contradictorio y estaba abocado al fracaso.

Imaginemos, por el contrario, que los Estados miembros se hubieran comportado como Estados independientes sin sentirse constreñidos por la «construcción europea». Alemania, sin duda, hubiera apoyado a sus clientes históricos, los separatistas eslovenos y croatas, pero habría tenido que escuchar otros puntos de vista. Porque Francia y Gran Bretaña, acompañadas sin duda por otros, hubieran tenido en cuenta los intereses de sus aliados también tradicionales, los serbios. Lo que no quiere decir que se hubiera vuelto a reproducir la Primera Guerra Mundial. Nadie está tan loco. Pero hubiera sido posible reconocer, por unos y otros, que existían verdaderos conflictos no sólo de intereses sino de interpretaciones jurídicas en lo relativo a las fronteras entre repúblicas, a las minorías, etc. Al examinar el problema yugoslavo de esta forma, en lugar de considerarlo como un conflicto entre el Bien y el Mal, las potencias europeas hubieran podido promover la mediación y la negociación para evitar lo peor.

Lo que quiero poner de relieve es que uno de los dogmas de la construcción europea es que el acuerdo entre los Estados miembros es un bien tan valorado en sí mismo que el contenido de cualquier acuerdo es secundario. Se celebra estar de acuerdo, cualesquiera que sean la calidad y las consecuencias de ese acuerdo. Se deja de pensar. Y el acuerdo se consigue, o se justifica con más facilidad si se recurre a un tópico moral: sobre todo, el de los «derechos humanos».

La «construcción europea » se parece al «proceso de paz» de Oriente Próximo en cuanto supone de espejismo de un futuro inalcanzable que paraliza el presente y sirve de excusa para todo.

Querría indicar que, en el caso yugoslavo, Estados Unidos no apoyaba tampoco las secesiones unilaterales de Eslovenia y Croacia. El gobierno de Bush padre se inclinaba por dejar el problema a los europeos. Por eso es demasiado fácil responsabilizar a Estados Unidos. Pero ante la incuria europea, y muy susceptibles ellos mismos a las interpretaciones maniqueas, el gobierno Clinton aprovechó la ocasión para explotar el conflicto yugoslavo de acuerdo con sus intereses, es decir, la reafirmación del papel dirigente de Estados Unidos en Europa, la revitalización de la OTAN y el ofrecimiento a los musulmanes de unas pocas migajas emocionales para compensar su apoyo incondicional a Israel.

La OTAN y las amenazas

La evolución experimentada en las últimas dos décadas plantea la cuestión de la gallina y el huevo. O dicho de otra manera, ¿es la ideología la que impulsa a actuar o es lo contrario? Visto lo que acabo de exponer en relación con Yugoslavia, me sentiría tentada a inclinarme por lo último, al menos parcialmente. O más bien, en ausencia de una reflexión rigurosa y franca, es fácil implicarse en aventuras nefastas impulsadas por la dialéctica entre ideología y burocracia.

Mi segundo tema es el papel de la OTAN en el mundo, y de Europa en el seno de la OTAN.

A través de la OTAN, la mayoría de los países de la Unión Europea han participado ya en dos guerras de agresión, o cuando menos en una, y se están preparando para otras. Y todo ello sin un verdadero debate, sin una estrategia pública. A la espera de llegar a la construcción europea, hoy la UE real sigue como una sonámbula la vía bélica que le marca Estados Unidos.

Este estado de inconsciencia se mantiene gracias al mito, cada vez más infantil con el paso del tiempo, que es como una senilidad: el mito de los Estados Unidos protectores, poderosos y generosos, como último recurso para salvar a Europa de todo, y en especial de sí misma. Se puede objetar que ya no se cree en ese mito, pero se actúa siempre como si se creyera en él. Que se lo crean o no- y yo no puedo saberlo- la mayoría de los dirigentes europeos no dudan en contar pamplinas a sus ciudadanos, como las siguientes:

Estados Unidos quieren situar su escudo anti misiles en Europa para defender a los europeos de los ataques iraníes.

La guerra en Afganistán es necesaria para evitar los atentados terroristas en Europa.

Francia ha vuelto al mando integrado de la OTAN para influenciar a Estados Unidos.

Somos la Comunidad Internacional, el mundo civilizado, y nos implicamos en la defensa de los derechos humanos, etc.

Los europeos aceptan la «jerga» de la OTAN. Así, para designar los múltiples pretextos para la guerra, se utiliza la palabra «amenazas». Un país o una región que se pretende atacar, forzosamente se convierte en «zona estratégica». Y cualquier agresión, es naturalmente un acto de «defensa».

Se trata, pues, de una ideología que va a remolque de la burocracia pero que se convierte en una fuerza extremadamente peligrosa.

Trataré de explicarlo.

La OTAN, por encima de todo, es una burocracia pesada, sostenida por intereses económicos y otros diversos. En su base se encuentra el complejo de la industria militar estadounidense (denominado así por Eisenhower en 1961, pero que debería incluir al Congreso en su denominación, porque la industria militar está sostenida políticamente por los intereses económicos localizados en casi todas las circunscripciones electorales del país, defendidas encarnizadamente por sus representantes en el Congreso a la hora de aprobar el presupuesto.) Desde hace cincuenta años, este complejo constituye la base de la economía estadounidense- un keynesianismo militar que evita la existencia de otro de carácter social que beneficiaría a la población pero que se rechaza debido a un anti-socialismo dogmático.

Hace veinte años, en el momento de la «caída del Muro», es decir, del desmoronamiento del bloque soviético, en su adversario se producía un movimiento de pánico. ¿Qué iba a ocurrir sin la «amenaza» que daba vida a la economía? La respuesta era fácil: encontrar otras amenazas. Y para seleccionarlas estaban los «gabinetes de ideas», esos almacenes de ideas financiados generosamente por el sector privado para ofrecer al sector público- es decir, al Pentágono y a sus representantes en el Congreso y en el Gobierno- las razones de ser y de actuar que necesiten.

Sabemos lo que sigue. Con Reagan se señaló al terrorismo; con Bush padre a Saddam Hussein, seguido del nacionalismo serbio y de las violaciones de los derechos humanos; más tarde de nuevo el terrorismo, y ahora hay una auténtica explosión de «amenazas» a las que la «Comunidad Internacional», es decir la OTAN, debe responder.

Veamos una relación no exhaustiva:

– el sabotaje cibernético
– el cambio climático
– el terrorismo
– las violaciones de los derechos humanos
– el genocidio
– el tráfico de drogas
– los Estados fallidos
– la piratería
– la subida de los niveles del mar
– la escasez de agua
– la desertización
– las migraciones
– la probable disminución de la producción agraria
– la diversificación de las fuentes de energía

(Fuentes: OTAN; Conferencia celebrada el 1 de octubre de 2009, organizada conjuntamente por la OTAN y la Lloyd’s de Londres- considerada la compañía líder mundial del mercado de seguros.)

Hay que señalar que la respuesta prevista para todas estas amenazas, es forzosamente militar y no diplomática. A veces se juega a la diplomacia pero habida cuenta de que se es el más fuerte militarmente, en Washington se inclinan rápidamente por la solución bélica de todos los problemas.

Todas estas amenazas son necesarias para justificar la expansión burocrática del complejo industrial-militar y de su brazo armado, la OTAN. Y la única ideología que puede unirlos no es un sistema de pensamiento sino una emoción: el miedo. El miedo al otro, el miedo a lo desconocido, el miedo a lo que sea. Y para este miedo la única respuesta es la militar. Es un miedo que aniquila la diplomacia, que anula la reflexión y el debate, que devora cualquier pensamiento.

La encarnación de este miedo agresivo es el Estado de Israel. Y occidente, en lugar de apaciguar el miedo israelí, lo asume e interioriza.

La amenaza tradicional: Rusia

Sin embargo, existe una amenaza que no se encuentra en larga lista oficial, pero podría ser la más peligrosa de todas, en particular para Europa. Aunque se habla poco de ella, ocupa un lugar de honor en las actividades frenéticas de la Alianza Atlántica: Rusia. Rusia, o mejor dicho, la Unión Soviética era el enemigo contra el que se había organizado todo, y bueno, todo sigue igual. Se trata de la amenaza tradicional, o sigue siéndolo por inercia burocrática

Cada vez más, la OTAN se implica en rodear estratégicamente a Rusia, por el oeste, por el sur y por el norte del país. Por el oeste, en especial, todos los antiguos miembros del extinto Pacto de Varsovia se han incorporado a la OTAN, al igual que los Estados bálticos que formaron parte de la propia Unión Soviética. Y algunos de estos nuevos socios piden a grito pelado el estacionamiento de más fuerzas estadounidenses en previsión de un eventual conflicto con Rusia.

Hace unos días, el ministro de Asuntos Exteriores polaco, Radek Sikorski, pedía en Washington el despliegue de soldados estadounidenses en su país para «servir de escudo contra la «agresión» rusa». Lo hizo en una conferencia, organizada por el gabinete de ideas Center for Strategic and International Studies (CSIS), sobre «Estados Unidos y Europa central» para conmemorar la caída del muro de Berlín. Característico de lo que el ex ministro estadounidense de la guerra, Donald Rumsfeld denominó «la nueva Europa», es que Sikorski tuviera la nacionalidad británica desde 1984 (entonces tenía 21 años); hiciera sus estudios en Oxford y se casara con una periodista estadounidense. Él mismo trabajó como corresponsal para varios periódicos y televisiones americanas. Antes de convertirse en ministro de Asuntos Exteriores de Polonia, Sikorski pasó varios años ( de 2002 a 2005) en Washington, en los gabinetes de ideas American Enterprise Institue, vivero de los neo-conservadores, y en la New Atlantic Initiative, de la que fue director ejecutivo. Este polaco pertenece, pues, a ese grupo muy especial de estrategas originarios de Centroeuropa, quienes desde el inicio de la Guerra Fría en 1948, han influido considerablemente en la política exterior estadounidense. Uno de los más relevantes entre ellos, también polaco, Zbigniew Brzezinski, habló en la misma conferencia de las «aspiraciones imperiales» de Rusia, de sus amenazas a Georgia y Ucrania y de su intención de convertirse en «una potencia imperialista mundial».

Se ha olvidado en gran medida que Rusia voluntaria y pacíficamente había dejado marchar a esos Estados que hoy se sienten «amenazados». Y todavía más relegado al olvido es el hecho de que Estados Unidos, el 9 de febrero de 1990, durante las negociaciones relativas al futuro de los dos Estados alemanes, había garantizado a Gorbachev que si la Alemania unificada se integraba en la OTAN, «no habría ninguna ampliación de las fuerzas de la OTAN ni un centímetro más el este». Y cuando Gorvachev insistió en el tema precisando que «cualquier ampliación de la zona OTAN sería inaceptable», el secretario de Estado estadounidense, James Baker, le contestó: «Estoy completamente de acuerdo».

Una vez seguro, Gorbachev aceptó que la Alemania reunificada se incorporara a la OTAN creyendo- ingenuamente- que las cosas se pararían allí, y que la OTAN impediría eficazmente cualquier «revanchismo» alemán. Pero, sólo un año después, el gobierno de la Alemania reunificada vivó el fuego de los rescoldos balcánicos al apoyar las secesiones eslovena y croata…

Pero volvamos al presente. La movilización contra la supuesta «amenaza» rusa no se queda sólo en palabras. Mientras Sikorski epataba a sus antiguos colegas de los gabinetes de ideas de Washington, los militares se ponían en marcha.

En octubre, barcos de guerra estadounidenses llegaron directamente de maniobras a las costas escocesas para participar en ejercicios militares con las armadas polaca y bálticas. Algo que formaba parte de lo que el portavoz de la marina estadounidense describía como su «presencia continuada» en el mar Báltico, cerca de San Petersburgo. En aquella ocasión, los responsables de los países bálticos hablaron de » las nuevas amenazas tras la invasión rusa de Georgia» y de ejercicios navales de gran envergadura que se llevarían a cabo el verano próximo. Al mismo tiempo, se prevé el aumento de los presupuestos militares: 60.000 millones de euros en Polonia para mejorar sus fuerzas armadas.

Es importante resaltar que esta actividad en el mar Báltico sirve también para que los países escandinavos, Suecia y Finlandia (neutrales históricamente) se incorporen oficiosamente a los ejercicios y planes estratégicos de la OTAN. Los países escandinavos, junto con Canadá, tendrán un protagonismo en la carrera para apoderarse de las reservas minerales que, tras el deshielo del casquete polar, serán accesibles. Ya existen maniobras en preparación para esta eventualidad, y con ellas el cerco de Rusia sigue por el norte.

Hoy, no contentos con haber absorbido Polonia, Chequia, Eslovaquia, Hungría y Bulgaria, los dirigentes estadounidenses, vigorosamente apoyados por la «nueva Europa», insisten en la necesidad de incorporar a la Alianza, denominada «Atlántica», los dos vecinos más próximos de Rusia: Georgia y Ucrania.

En estos dos casos, se produce una peligrosa posibilidad de una guerra real con Rusia… especialmente en Ucrania.

Ucrania es una enorme «Krajina» yugoslava… palabras ambas que significan «fronteras» en la lengua eslava… divididas las dos entre ortodoxos y católicos ( en el caso de Ucrania, unionistas), con el agravante de la gran base naval rusa de Sebastopol, situada en una Crimea de población mayoritaria rusa… reclamada por los actuales dirigentes ucranianos que la transferirían con sumo gusto a Estados Unidos. Lo que la sitúa como lugar ideal para desatar la Tercera Guerra Mundial- que sin duda sería la verdadera «guerra final».(2)

Los dirigentes bálticos están allí para interpretar la inquietud rusa ante esta expansión de la OTAN como prueba de la «amenaza rusa». Así, el pasado julio, en una «carta abierta dirigida al gobierno Obama desde Europa central y oriental», Lech Walesa, Vaclav Havel, Alexander Kwasniewski, Valdas Adamkus y Vaira Vike-Freiberga declaraban que «Rusia ha vuelto como potencia revisionista que trata de seguir un programa del siglo XIX con las tácticas y los métodos del siglo XXI». El peligro, según ellos, es lo que califican de «intimidación latente» y de «influencia propagandística»de Rusia que podría a largo plazo llevar «de hecho a la neutralización de la zona».

Ante esto, se podría preguntar ¿qué hay de malo en ello? Pero el mal está en el pasado y el pasado influye en el presente. Estos americanófilos siguen: «Nuestra región sufrió cuando Estados Unidos se plegó al ‘realismo’ en Yalta… y si en los años 1990 hubiera prevalecido un punto de vista ‘realista’, hoy no estaríamos en la OTAN…». Pero ellos están dentro y reclaman «un renacimiento de la OTAN» que debe «asegurar su función esencial de defensa colectiva el mismo tiempo que nos adaptamos a las nuevas amenazas del siglo XXI». Y añaden, con tono amenazante, que su «capacidad de participación en las expediciones lejanas está relacionada con su seguridad en su territorio».

Georgia está allí para señalar el peligro que representan esos países pequeños dispuestos a arrastrar a la Alianza Atlántica en sus conflictos de fronteras con Rusia. Pero lo que resulta muy curioso es el hecho de que estos dirigentes especialmente belicosos de los pequeños países del este, con frecuencia han pasado años en Estados Unidos trabajando en instituciones próximas al poder e incluso tienen la doble nacionalidad. Son patriotas de su pequeño país que se sienten protegidos por la única superpotencia del mundo, lo que puede ocasionar una agresividad particularmente irresponsable. El presidente Mikheil Saakashvili(3), que en agosto de 2008 no dudó en provocar una guerra con Rusia, fue becario del Departamento de Estado norteamericano durante los años 90, y se graduó en las universidades de Columbia y de George Washington, en la capital.

Entre los firmantes de la carta mencionada, hay que destacar que Valdas Adamku es en esencia un estadounidense inmigrado de Lituania en los años 40, que prestó servicios en el espionaje militar estadounidense y en la Administración Reagan, que le condecoró, y que se retiró a Lituania en 1997… para ser elegido inmediatamente presidente de ese Estado en 1998, puesto en el que ha permanecido hasta el pasado mes de julio. La trayectoria de Vaira Vike-Freiberga es parecida: perteneciente a una familia de huyó de Letonia a Alemania en 1945, hizo carrera en Canadá antes de volver a Letonia justo a tiempo de ser elegida presidenta de la República entre 1999 y 2007.

La construcción europea contra el mundo

Al asumir estos temores, que en su origen son invenciones para justificar la militarización, los Estados miembros de la Unión Europea se enfrentan al resto del mundo. Un resto del mundo constituido en fuente inagotable de «amenazas». La rendición incondicional de Europa ante la burocracia militar-industrial y su ideología del miedo se ha confirmado recientemente con la vuelta de Francia al mando integrado de la OTAN. Una de las razones de esta capitulación es la psicología del propio presidente Sarkozy, en el que la adoración por los aspectos más triviales de Estados Unidos quedó reflejada en su vergonzoso discurso ante el Congreso estadounidense en noviembre de 2007.

Otra de las causas, menos evidente pero más fundamental, es la reciente ampliación de la Unión Europea. La rápida adhesión de todos los antiguos países satélites de Europa oriental, y de las antiguas repúblicas soviéticas de Estonia, Letonia y Lituania, ha cambiado de forma radical el equilibrio de poder en el seno de la propia UE. Los países fundadores, Francia, Alemania, Italia y el Benelux, ya no pueden dirigir la Unión con una política exterior y de seguridad común. Tras el rechazo de Francia y Alemania a la invasión de Iraq, Donald Rumsfeld desacreditó a ambos países como parte de la «vieja Europa» y se ufanó de la voluntad de la «nueva Europa» en seguir el ejemplo de Estados Unidos. Gran Bretaña por occidente, y los «nuevos» satélites europeos por el este, se sienten más unidos política y emocionalmente a Estados Unidos que con la Unión Europea, que les ha acogido, les ha aportado una considerable ayuda económica para el desarrollo, y les ha concedido el derecho de veto en asuntos políticos trascendentales.

Es cierto que, incluso fuera del mando integrado de la OTAN, la independencia de Francia sólo era relativa. Francia acompañó a Estados Unidos en la primera guerra del Golfo- el presidente François Mitterand esperaba vanamente con ello ganar influencia en Washington, tradicional espejismo que atrae a los aliados a incorporarse a las dudosas actuaciones de Estados Unidos. Francia se unió a la OTAN en 1999 en la guerra contra Yugoslavia, a pesar de las enormes dudas existentes en los más altos niveles. Pero en 2003, el presidente Jacques Chirac y su ministro de Asuntos Exteriores, Domenique de Villepin mostraron realmente su independencia al rechazar la invasión de Iraq. Todo el mundo reconoció que la postura francesa facilitó que Alemania hiciera lo mismo. Y Bélgica las siguió.

El discurso de Villepin, pronunciado el 14 de febrero de 2003 ante el Consejo de Seguridad de la ONU, dando prioridad al desarme y la paz frente a la guerra, recibió una poco habitual «larga ovación». El discurso de Villepin se hizo inmensamente popular en el mundo entero y acrecentó enormemente el prestigio de Francia, en especial en el mundo árabe. Pero, de vuelta a París, la enemistad personal entre Sarkozy y Villepin llegó a convertirse en odio visceral y la persecución de Villepin por el oscuro asunto Clearstream(4) representa el fin de la última veleidad de independencia política de Francia aplastada por una avalancha de lodo vengativo.

¿Quién habla hoy en nombre de Francia? Oficialmente, Bernard Kouchner, profeta de la intervención humanitaria que estuvo de acuerdo con la invasión de Iraq. Oficiosamente, los denominados «neo-conservadores», a los que deberíamos calificar mejor de «sionistas imperialistas» ( habida cuenta de que su auténtico programa es un nuevo imperialismo agresivo y occidental en cuyo seno Israel encontraría su lugar adecuado.)

El 22 de septiembre de 2009, el Guardian de Londres publicaba una carta en la que se pedía que Europa tomara partido por Georgia en el conflicto de Ossetia del Sur. Firmada por Vacas Havel, Valdas Adamkus, Mart Laa, Vytautas Landsbergis, Otto de Habsburgo, Daniel Cohn Bendit, Timothy Garton Ash, André Glusksmann, Mark Leonard, Bernard-Henri Lévy, Adam Michnik y Josep Ramoneda, en la carta se expresaban los habituales tópicos pretenciosos sobre las «lecciones de la Historia», para justificar la utilización de la fuerza militar occidental, y por supuesto: Munich, el pacto Ribbentrop-Molotov y el muro de Berlín. Los firmantes pedían a los 27 dirigentes democráticos de Europa «que definieran una estrategia pro-activa para ayudar a Georgia a recuperar de forma pacífica su integridad territorial y conseguir la retirada de las fuerzas rusas situadas ilegítimamente en territorio georgiano…».

Durante este periodo, los aliados de la OTAN siguen matando y muriendo en Afganistán. Y habría que preguntarse cuál es el verdadero objetivo de esta guerra que, inicialmente, fue la captura y castigo de Osama Bin Laden.

Existe otro objetivo secreto igualmente válido, cualquiera que sea la salida de este conflicto: Afganistán sirve para fraguar un ejército internacional que vigile la «globalización» a la americana. Europa, por encima de todo es una «caja de herramientas» a la que Estados Unidos puede recurrir para proseguir lo que es en esencia un proyecto de conquista del planeta. O, como se expresa oficialmente, el «buen gobierno» de un mundo «globalizado».

Los «sionistas imperialistas» son conscientes de este objetivo y lo apoyan. Pero, ¿y los demás? Salvo esos «iluminados», se tiene la impresión de una Europa sonámbula que obedece a la voz de su amo estadounidense, esperando que Obama salve al mundo, pero sin ideas ni voluntad propias.

Para finalizar, vuelvo a ocuparme de la famosa «construcción europea». Soy consciente de que hubo una época en la que estaba permitido, e incluso parecía razonable, confiar en que las viejas naciones europeas se pusieran de acuerdo pacíficamente sobre lo que Gorvachev ( ese gran cornudo de la Historia) denominaba «nuestro hogar común». Pero después vinieron Maastricht, el neoliberalismo, el rechazado tratado constitucional, adoptado más tarde sin guardar los procedimientos democráticos, y de manera particular, las ampliaciones irreflexivas hacia los países en los que sus dirigentes piensan seguir con la Guerra Fría hasta el total sometimiento de Rusia.

Hoy, esta construcción resulta paradójica: sirve como Utopía que distrae del presente mientras se espera que el porvenir asome por el horizonte. Pero está vacía de contenido. Se mueve mucho menos por la esperanza en el futuro que por el miedo y la vergüenza del pasado. La Europa de las naciones perdió su arrogancia e incluso su razón de ser durante las dos grandes guerras del siglo XX, por el «totalitarismo», pero sobre todo- y esto es algo relativamente reciente, desde 1967 para ser precisos- por el Holocausto. Europa debe ser incapaz de cometer una nueva Shoah aboliendo el Estado-nación, considerado intrínsecamente culpable, convirtiéndose en «multicultural» y uniéndose a la Cruzada emprendida por su salvador histórico, Estados Unidos, para implantar el buen gobierno y los derechos humanos en el mundo entero. La Unión Europea no tiene contenidos, está abocada a integrarse en la «Comunidad Internacional», al lado de Estados Unidos. La construcción europea se convierte así, en primer lugar, en una «deconstrucción», por recurrir a una palabra filosófica.

Este espejismo oculta un futuro imprevisto y, en estos momentos, imprevisible.

Notas de la traductora

1. La obra original en inglés es Fool’s Crusade: Yugoslavia, NATO and Western Delusions, (Monthly Review Press, 2003)

2. En el original, «der des ders der ders» (la guerra que acabaría con todas las guerras, en alusión a la novela de René Griffon, basada en la Primera Guerra Mundial).

3. Presidente de Georgia desde 2004.

4. Entidad bancaria de Luxemburgo, donde se situaron cuentas con sobornos recibidos por políticos franceses, entre ellos, supuestamente Sarkozy. Villepin, al parecer, estaba en el origen de las denuncias anónimas.

Fuente: Mondialisation.ca