Desde la imponente altura de la Torre Eiffel se divisan el Arco de Triunfo, el Palacio Matignon, los Campos Elíseos, la tumba napoleónica en Los Inválidos, los deslumbrantes bulevares -plagados de tiendas fastuosas- y los cafés bohemios que reverdecen en la primavera y el verano. Sin embargo, la vista apenas abarca los bancos del Sena […]
Desde la imponente altura de la Torre Eiffel se divisan el Arco de Triunfo, el Palacio Matignon, los Campos Elíseos, la tumba napoleónica en Los Inválidos, los deslumbrantes bulevares -plagados de tiendas fastuosas- y los cafés bohemios que reverdecen en la primavera y el verano. Sin embargo, la vista apenas abarca los bancos del Sena -refugio natural para los mendigos- ni alcanza los agitados suburbios donde subyacen los conflictos de la desigualdad. Mucho menos se atisban los denominados países y territorios de Ultramar, que el nuevo Tratado de Lisboa certifica como propiedades inextinguibles del vasto imperio francés.
Un pragmatismo gubernamental francés sustituye al nacionalismo del Presidente De Gaulle y avanza vertiginosamente para recuperar la posición preponderante que ese Estado detentó hace varias centurias en el concierto del mundo desarrollado. La presidencia semestral rotativa que ejerce cada país miembro de la Unión Europea -mientras no entre en vigor el Tratado de Lisboa- corresponde a Francia hasta diciembre próximo, que defiende como sus premisas: DINAMISMO, VOLUNTARISMO Y UNIDAD.
El Presidente francés, Nicolas Sarkozy, tiene ante sí una voluminosa agenda, que por su amplitud permite intuir se extenderá más allá de diciembre, que habrán continuarán los dos sucesivos integrantes de la troika: los checos y los suecos. El abultado proyecto es tan extenso y heterogéneo como las características de los 27 países miembros de la UE: el marco estratégico, el programa operacional y el desarrollo sostenible de la Unión, la integración energética y las incidencias sobre el clima, el empleo, el desarrollo económico, la competitividad y el mercado interior, la investigación, el conocimiento e innovación, la política social, la igualdad de géneros y la no discriminación, la salud y los consumidores, la cultura, el audiovisual y multilingüismo, el transporte, la agricultura y la pesca, la política de cohesión, libertad, seguridad y justicia y las relaciones exteriores.
Alcanzar un mínimo de lo anterior coronaría el ímpetu francés, pero hasta el obelisco que Napoleón ubicó en la Plaza de la Concordia, requirió un esfuerzo extraordinario desde sus cimientos por los pacientes constructores del antiguo Egipto. Por lo pronto, las superprioridades anunciadas al asumir Francia su mandato son: el desarrollo sostenible y la energía, el pacto europeo sobre inmigración y asilo, el relanzamiento de una Europa de la defensa, el balance de salud y el futuro de la política agrícola común. Todo ello contornado por el imperativo de convencer a los irlandeses -en un segundo referendo- sobre las bondades del Tratado de Lisboa. Lo enunciado impone a la presidencia vigente emplear toda la persuasión, porque sin Tratado nuevo, la Unión quedaría rezagada en su misión neoliberal, atlantista, de restricción migratoria y lo que consideran peor: sin garantizar recursos energéticos que mitiguen la dependencia comunitaria actual.
El resto parece secundario. Las prisas durante el lapso laborable entre septiembre hasta mediados de diciembre, obligan a una marcha acelerada para alcanzar los objetivos básicos y, de paso, en el orden institucional sugerir los mejores candidatos para la futura presidencia de dos años y medio de la Unión e inclinar la balanza hacia el favorito Alto Representante de Política Exterior y Asuntos de Seguridad. Porque las figuras que ejercen el poder -queda claro- deben responder a quienes tienen mayor poder decisorio en la Unión.
Empecemos por lo que en apariencia es más sencillo: energía y clima. El Consejo informal celebrado en Saint Cloud (París) el pasado mes de julio entre los Ministros del medio ambiente, propuso reducir las emisiones de dióxido de carbono hasta el año 2020 entre 30 y 40%; convencer a los mayores emisores de gases -incluido el aliado estadounidense- a que también se esfuerce; inducir a los 7 países más gastadores de la UE (los del Este) a que hagan un esfuerzo mayor y, lo más importante: reducir las facturas por importaciones de petróleo y gas.
En la Cumbre del Grupo de los 8, celebrada en Hokkaido, resultó inocultable que la UE es uno de los mayores emisores de gases efecto invernadero, con el 14,7% mundial. En diciembre de 2008, la ciudad polaca de Poznan será la sede del encuentro de la Unión para debatir un paquete energía-clima, que coadyuve a las discusiones durante la Cumbre de Copenhague que tendrá lugar un año después. Las principales opciones en materia energética parecen inclinarse, hasta la fecha, hacia las fuentes generadoras nucleares.
La nueva política migratoria -no exenta de disparidades nacionales- recibió un impulso con la reciente Directiva Retorno aprobada por el Parlamento Europeo. Mientras, varios Estados miembros de la UE hacen cabriolas para ajustar su propia legislación, que va desde la reducción del otorgamiento de la ciudadanía a familiares de los nacionales o inmigrantes regulares, hasta la disminución de las cifras de «admisiones». El siguiente paso es priorizar la mano de obra calificada contra los inmigrantes considerados de tercera categoría. Queda claro que la Unión permanecerá indiferente a las protestas de gobiernos latinoamericanos, africanos, asiáticos o mediorientales. El rumbo de la Unión ya está trazado: imperará la selectividad profesional contra la masividad migratoria.
Los pronunciamientos a un lado y las realidades al otro: la salud y la política agrícola común distarán poco de la actual. Por ejemplo: los parámetros eslovenos son incomparables con los holandeses; los checos con los franceses y los griegos con los británicos. Las dos velocidades que algunos han propugnado en la Unión Europea no gozan de la simpatía de los más desarrollados, por la simple razón de que se obligarían a erogar mayores contribuciones para que los más rezagados compitan en el mercado. La salud avanzará hacia el rumbo privatizador, más allá de lo que estatuya la Unión porque es un imperativo del neoliberalismo. En tanto, la política común agraria no será tan común, aunque lo pretendan: porque Francia perseverará en subvencionar a sus productores, mientras que la solución de muchos será buscar mercados baratos en países con los que la UE negocia acuerdos de partenariado común o de libre comercio (ALCAS pequeñitos, al estilo europeo).
¿Dónde radican los problemas que exceden en velocidad y complejidad las ambiciones de la actual Presidencia? Sencillamente: en lo ingobernable desde París, Londres o Washington. En la complejidad de un mundo donde los ricos y algunos aliados misérrimos se empecinaron en convertir al planeta en un espacio unipolar: la política exterior, la defensa, la cruzada contra el terrorismo, la persecución a los pobres -siempre acusados de antidemocráticos, terroristas, comunistas, populistas y epítetos sin final…
Por eso se han propuesto como meta inexcusable incrementar su capacidad defensiva, las tropas multinacionales, la participación en operaciones conjuntas dirigidas -perdón- solicitadas por Washington, la prohibición de proyectos nacionales o el sometimiento de afganos, iraquíes, palestinos, coreanos, iraníes, rusos, chinos, cubanos, venezolanos, bolivianos… hasta el infinito.
Ya Francia se involucra, a pesar de su tradicional asueto parisino de verano, en un intento por resolver, en nombre de la Unión Europea, un cese al fuego en Osetia. Mientras, la posición mayoritaria de los gobiernos europeos se asemeja a la de Washington: arremeter contra Rusia, de ahí el protagonismo galo para alcanzar resultados pacificadores. En vísperas de las Olimpiadas, no perdió ocasión para sugerir a los chinos cómo deben actuar en su propio territorio. Intentó agilizar la Unión Mediterránea, a favor de una paz postergada durante siglos en la región. Pretendió subyugar al Presidente surafricano durante la mini Cumbre de Burdeos para que convenza al Presidente de Zimbabwe de cuánto les estorba en los objetivos europeos hacia África e interceda con Sudán y Chad para solucionar los citados conflictos. Continuará ejerciendo presiones para que Irán abandone la producción nuclear energética. Proliferarán otros problemas. La realidad escapa a las predicciones.
El mundo en que habitamos se torna cada vez más complejo e incontrolable. Las finalidades de la Unión se expanden hacia una distancia infinitamente mayor que la panorámica divisada desde la Torre Eiffel, el Arco de Triunfo que los nazis no pudieron trasponer o la emblemática Notre Dame, inmortalizada por Victor Hugo. Queda claro que la presidencia francesa hará todo lo posible por marcar el paso de objetivos mucho más ambiciosos.