Traducido para Rebelión por Caty R.
La diplomacia francesa se vanagloria a menudo de su moral humanista, pero la aplica de manera selectiva. Aquejada del «síndrome del doble rasero» solo convence a los convencidos.
En 1956, el socialista Guy Mollet emprendió una desastrosa expedición militar contra el Egipto de Nasser. En 1991 François Miterrand participó en la coalición internacional contra Irak. En 2013 François Hollande sueña con bombardear la Siria de Bachar al Assad. Esta notable continuidad dice mucho de la tenacidad de los socialistas franceses en combatir el nacionalismo árabe, una de las pocas fuerzas políticas de la región que nunca ha pactado con Israel.
Resueltamente moderno, el régimen de Nasser pretendía garantizar el desarrollo de Egipto con la recuperación de su soberanía sobre el canal de Suez. La nacionalización del canal desencadenó la furia de Gran Bretaña, ya que amenazaba sus intereses económicos. Amargada por el apoyo de Nasser al FLN argelino, Francia ajustó el paso al de su aliado británico. Y finalmente la vanguardia occidental en el corazón de oriente Próximo, Israel, deseaba acabar con la resistencia palestina en Gaza.
La guerra de Suez nació de la connivencia entre las dos potencias europeas y su clon israelí. Unidos en un pacto secreto, los tres Estados atacaron Egipto por sorpresa desencadenando toda su potencia conjunta contra una joven nación apenas liberada del yugo colonial. Militarmente victoriosos, pero sin gloria, sufrieron un fracaso estrepitoso cuando Estados Unidos y la URSS les dieron la orden de repatriar sus tropas.
Además del fiasco de la expedición de Suez, la herencia socialista de Guy Mollet también es la guerra de Argelia con su siniestro cortejo (el pucherazo electoral, el envío del contingente y la banalización de la tortura). Defensores hasta el final de un imperio condenado por la historia, los socialistas franceses nunca conseguirán desembarazarse de la querencia colonialista. En su visión del mundo Occidente es depositario de la universalidad y la colonización una generosa tutela que beneficia a los pueblos atrasados.
Por eso siempre han sido cantores apasionados de la aventura israelí: el Estado de Israel, su alter ego colonial, el único Estado del mundo que coloniza abiertamente violando el derecho internacional. Cuando el ejército de ocupación bombardeó Gaza en noviembre de 2012 Laurent Fabius criminalizó a la resistencia palestina. Y el Elíseo que se muestra intransigente con respecto a Damasco siempre encuentra circunstancias atenuantes para los crímenes sionistas.
La diplomacia francesa se vanagloria fácilmente de su moral humanista, pero la aplica de manera selectiva. Aquejada del «síndrome del doble rasero» solo convence a los convencidos. Así la presunta utilización de gas en la guerra de Siria es un crimen abominable merecedor de una sanción ejemplar, pero no dice ni una palabra cuando el ejército de ocupación israelí asesina a los niños de Gaza con bombas de fósforo.
Los socialistas franceses deberían medir su responsabilidad histórica: partido colonial bajo la IV República, la SFIO (Sección Francesa de la Internacional Obrera, N. de T.) se convirtió en un partido belicista bajo la V. ¿Para qué? En su papel de botafuego enfriado (en el último minuto), la presidencia francesa se cubrió de ridículo. Ni siquiera los opositores del régimen sirio le mostraron ningún reconocimiento, ya que París tuvo que ponerse firme y dar marcha atrás en el mismo momento en que lo decidieron los estadounidenses.
Sometida a Washington hasta la caricatura, cómplice del colonialismo israelí, hostil a cualquier resistencia árabe, complaciente con las dinastías oscurantistas, aliada objetiva de al Qaida: esta es la política de François Hollande en Oriente Próximo. Igual que en la época de Guy Mollet la invocación selectiva de nobles principios, la postura justiciera, la recurrencia escandalosa a la amenaza militar y el desprecio a la legalidad internacional ocupan el lugar de la diplomacia.
Y sin embargo la frustración de la nación siria, en el origen de la conquista del poder militar por los militares baasistas, es el fruto de la política francesa durante el período del mandato (1920-1946): amputaciones territoriales, rechazo a la autodeterminación nacional, división política sobre una base étnica y confesional. Los asesores del Elíseo ignoran sin duda que es el ejército francés el que aplastó la revuelta árabe en Meyssalon en 1920 y bombardeó Damasco en 1925.
Fingen ignorar la profundidad de las heridas infligidas al Oriente Próximo árabe por medio de las manipulaciones de las que las potencias occidentales, cómplices del invasor israelí, son culpables. Imaginan que pueden impartir lecciones a los que ha timado durante decenios, como si «la patria de los derechos humanos», teniendo en cuenta su pasado colonial, estuviera habilitada para repartir certificados de buena conducta a otras naciones.
Loa Estados árabes nacidos de la descolonización son jóvenes, frágiles, y buscan una estabilidad que la expansión israelí, la codicia del petróleo y las intervenciones militares occidentales ponen en peligro. La auténtica amenaza que pesa sobre Oriente Próximo no es el régimen de Damasco, sino la implosión de los «comunitarismos» de la cual la guerra civil siria es el campo de ensayo en beneficio de las dos entidades que tienen interés en esta fragmentación: Israel y las petromonarquías.
Los millones de dólares derramados sobre las facciones yihadistas por el nuevo amigo de Francia, Catar, son otros tantos leños arrojados a esa hoguera. Como en la época de la IV República, los socialistas apuestan por la satanización del nacionalismo árabe para allanar el terreno a Israel. Decididos a liquidar el último régimen laico de Oriente Próximo con la ayuda de al Qaida, los socialistas están dispuestos a lanzar a Francia a una guerra absurda para perpetuar el secuestro sionista y a su hermano gemelo el parasitismo wahabí.
En 1956 Guy Mollet quería aplastar al FLN y humillar a Nasser, enemigo de Israel. Con aquella calamitosa expedición el presidente egipcio consiguió un prestigio sin igual, el FLN logró la independencia de Argelia y la SFIO acabó con un 5% de votos en las elecciones. Obviamente los socialistas no aprendieron ninguna lección de ese fracaso inaugural que marcó su entrada en la arena internacional. Y olvidan que mirando Oriente Próximo con las gafas israelíes acabarán sin ver nada.
Bruno Guigue, en la actualidad profesor de Filosofía, es titulado en Geopolítica por la École National d’Administration (ENA), ensayista, colaborador asiduo de Oumma.com y autor de los siguientes libros: Aux origines du conflit israélo-arabe, L’Economie solidaire, Faut-il brûler Lénine?, Proche-Orient: la guerre des mots y Les raisons de l’esclavage, todos publicados por L’Harmattan.
Fuente: http://oumma.com/155238/de-guy-mollet-a-francois-hollande-tropisme-colonial