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La recuperación de la política en América Latina

Fuentes: Rebelión

«En el país de la técnica la visión de la realidad inmediata se ha convertido en una flor imposible» Walter Benjamín   Hace poco un amigo me recordaba cuál había sido el rol de gran parte de los medios de comunicación estadounidenses tras el atentado a las Torres Gemelas del 11 de septiembre de 2001. […]

«En el país de la técnica la visión de la realidad inmediata se ha convertido en una flor imposible»

Walter Benjamín

 

Hace poco un amigo me recordaba cuál había sido el rol de gran parte de los medios de comunicación estadounidenses tras el atentado a las Torres Gemelas del 11 de septiembre de 2001. Supongo que todos recordarán cómo estos medios lanzaron a rodar la falaz información (sostenida por el gobierno de G. W. Bush) de que, por un lado, el gobierno iraquí estaba directamente relacionado con el atentado a las torres y que, por otro, el presidente de Irak, Sadam Hussein, tenía en su poder un conjunto de armas de destrucción masiva que, afirmaban, ponía en serio peligro al conjunto de la humanidad. El asesinato de más de cien mil civiles iraquíes fue el saldo de la incursión   estadounidense (con la obsecuente colaboración de los gobiernos de España e Inglaterra) en Irak. Los yankees suelen denominar a este tipo de tragedias «daños colaterales» . De nada sirvió que las pruebas nunca fueran encontradas y que la mentira fuera rápidamente descubierta. Estos medios inventaron (o ayudaron a crear ) una realidad que, a ojos de la sociedad norteamericana, se convirtió en una verdad incuestionable.

A nadie sorprenderíamos (espero) si dijéramos que los grandes monopolios mediáticos constituyen hoy día el partido de la derecha en América latina. Con esto no estamos sugiriendo otra cosa que el hecho de que las derechas latinoamericanas son articuladas por y desde los grandes emporios comunicacionales (los cuales, a su vez, representan lisa y llanamente los intereses de los poderes fácticos, concentrados de la economía. Sean éstos locales o foráneos). Una de las premisas clave en la articulación del discurso mediático-político de la derecha en América latina, consiste en afirmar que los gobiernos populares han provocado, cada uno a su modo y manera, una profunda y, tal vez, irremediable división social. Pero esta premisa es falsa por donde se la mire. O, mejor dicho, es factible de ser falsada si interpretamos conceptos tales como democracia, sociedad, política y conflicto, de un modo distinto a como la derecha se los apropia.

En su libro Las reivindicaciones de la cultura: igualdad y diversidad en la era global, la filósofa y politóloga de origen turco, Seyla Benhabib, aboga por el reconocimiento de la hibridación radical y la polivocalidad de todas las culturas. Según la autora, «ni las culturas ni las sociedades son holísticas, sino que son sistemas de acción y significación polivocales, descentrados y fracturados, que abarcan varios niveles» 1. Como vemos, las sociedades están atravesadas por narraciones en conflicto. No existe, por fortuna, una visión única y armónica que emane, como por arte de magia, del conjunto de la sociedad.

Nuestros intereses, nuestras visiones del mundo y nuestras prácticas morales y políticas son muy diversas (incluso, en ciertos casos, completamente contrarias). Pensar que una sociedad posee un carácter holístico es lo que Benhabib denomina una «sociología reduccionista de la cultura».

¿Qué es lo que defienden, pues, los ideólogos y voceros de la (instalada hasta el hartazgo) falta de unidad?

Primera cuestión a tener en cuenta: esta mirada supone que con anterioridad al arribo de los gobiernos nacional-populares, las sociedades latinoamericanas vivían en una total ausencia de conflictividad social. El segundo supuesto nos dice que fueron estos gobiernos quienes quebraron la paz social, y, en palabras de un eminente lobbista del monopolio argentino Clarín, generaron la grieta.

¿Pero cómo? ¿De cuál grieta nos hablan? ¿Es que acaso no había una grieta en aquella Argentina del 2002, cuando el 56% de los ciudadanos se hallaba por debajo de la línea de pobreza y el 28% de ellos navegaba en la indigencia? ¿De cuál grieta nos hablan? ¿Qué añorada unidad invocan estos heraldos de la concordia, si en aquellos tiempos las tres cuartas partes de los argentinos, por ejemplo, vivía al margen de cualquier entramado simbólico y por fuera de todo circuito de consumo? Y estamos hablando sólo del caso argentino. Pero lo mismo podría invocarse en países como Brasil, Ecuador, Bolivia o Venezuela, donde la indigencia y la pobreza se hallaba en unos niveles intolerables. Cuál es, pues, la grieta que hoy existe y que ayer no estaba.

Tal vez (solo tal vez) lo que añoran aquellos que pregonan el retorno a la (supuesta) unidad de pretéritas décadas, no sea otra cosa que el secuestro de la política. Y podemos entender la política, sencillamente, como la legítima herramienta de transformación social. Esa política había sido robada a nuestros pueblos a través de una brutal represión, desencadenada a partir de los golpes de estado y el conocido Plan Cóndor, y luego fue puesta de rodillas a través del endeudamiento público y la dependencia de nuestros países con los Organismos Internacionales de Crédito (FMI, Banco Mundial, BID, etc.).

Lo que recuperaron figuras como Hugo Chávez, Lula Da Silva o Néstor Kirchner, fue el poder emancipatorio que tiene la política como herramienta transformadora de realidades sociales y culturales. Sin esto, por ejemplo, jamás hubiéramos dicho no al ALCA. Tampoco hubiéramos optado por el desendeudamiento conjunto (tal fue el caso de Argentina y Brasil con el Fondo Monetario Internacional). Ni hubiéramos decidido la eliminación de la moneda extranjera (el dólar estadounidense) en nuestras transacciones comerciales. Ni hubiéramos optado por la integración regional (a través de nuevos organismos como la CELAC y la UNASUR) y la idea de un Banco del Sur. Como vemos, la soberanía fue fruto de una decisión; es decir, de una decisión política.

Como afirma la politóloga Chantal Mouffe, en una entrevista publicada por el diario argentino Página 12 (http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-206036-2012-10-21.html), en la medida en que uno acepta la existencia de diferentes modernidades alternativas (pues no hay, según este enfoque, una modernidad sino muchas trayectorias diferentes de ésta), también es menester aceptar formas múltiples de democracia. El modelo europeo de democracia es producto de la articulación entre dos tradiciones distintas, la tradición liberal (donde priman, por encima de todo, los derechos individuales) y la tradición democrática (donde el énfasis está puesto en la soberanía popular y la igualdad). La tesis que sostiene Mouffe, y que nosotros suscribimos, es que existe una lucha constante entre estas dos tradiciones políticas. Así, por ejemplo, a día de hoy podemos decir que en Europa el elemento liberal (neo-liberal) posee un predominio absoluto y ha barrido, casi completamente, con la idea de soberanía popular e igualdad. Por el contrario, las democracias latinoamericanas han emprendido una articulación absolutamente distinta entre estos dos componentes (fruto, por supuesto, de la sobredosis de neoliberalismo sufrida desde los años setenta en adelante). Es decir, si bien no se ha barrido con la tradición liberal, sí es verdad que se ha subordinado este elemento al democrático.

Cuanto más robusta y profunda es una democracia, mayor es la disputa que, en el seno de la sociedad, se establece por el sentido. La política, como legítima herramienta de cambio, es el espacio de apertura donde la lucha por el sentido es posible (citando a Floreal Gorini, gran luchador y cooperativista argentino, podríamos decir que «la primera batalla es la batalla cultural»). ¿Cuál es, pues, el déficit democrático que, según algunos, aqueja a los gobiernos latinoamericanos? Pues mientras en Europa rige la alternancia y todos, a derecha e izquierda, juegan el mismo juego con las mismas reglas e idénticas fichas, en América latina se vive un momento de verdadero esplendor democrático, dado que la alternativa es posible.

La verdadera grieta, entonces, es que existen -al menos- dos modelos o proyectos distintos en nuestros respectivos países Y eso no está nada mal, salvo por el hecho de que la derecha ha naturalizado su ideología y no entiende que se pueda gobernar de un modo distinto a como ellos los han venido haciendo durante prácticamente nuestros doscientos años de historia. Recuperada la política, el conflicto, que siempre había existido, salió a la luz. Muchos sectores se inquietaron con razón. No entendieron cómo pudo ser posible que dejara de primar esa alternancia sometida a poderes que nadie vota, que operan en la sombra y que relegan a millones y millones de seres humanos a la miseria. El conflicto consiste, por tanto, es que el orden natural se ha vuelto contingente; y será muy difícil que un día retorne tal cual lo conocimos.

Tras el disfraz de la unidad nacional y el Todos queremos lo mismo, lo que muchos políticos de derecha se niegan a decirnos, es hacia dónde pretenden dirigirnos y en qué consiste el camino con el que sueñan volver. Pero cuidado, porque el vacío de ideas no existe. Lo que no se expresa es porque no conviene. Pero eso no significa que no se piense absolutamente nada. Cuidado, pues, con los políticos que nada dicen, con aquellos que se llenan la boca con frases vacías de contenido, con frases atiborradas de buenos augurios y adornadas de fabulosas intenciones. Sería interesante, al menos, que nos dijeran hacia dónde pretenden volver.

Por el contrario, nosotros pensamos, nuevamente siguiendo a Mouffe, que el conflicto es inherente a la política y, sobre todo, a la práctica democrática. Y es inherente porque los antagonismos no han desaparecido, porque la historia no ha terminado. En este contexto, la cuestión está dada en cómo transformar los antagonismos (puesto que es imposible que los sectores enfrentados se pongan racionalmente de acuerdo) en agonismos, es decir, en una lógica en donde la relación amigo-enemigo, en la cual el objetivo es eliminar al otro, se convierta en una relación de adversarios políticos. Aquí la lucha, si bien sigue siendo hegemónica, debe estar dada en el marco de unas instituciones democráticas que permitan la manifestación del conflicto de una manera agonística.

Éste es el desafío que tiene por delante América latina. Construir, entre gobiernos y oposiciones, entre Estados y demás partidos políticos, lo que Mouffe denomina, en contraposición al conflicto violento, un consenso conflictual.

Nota: 

1 Benhabib, S: Las reivindicaciones de la cultura, Buenos Aires, Katz, 2006, pp. 61.

Marcelo Posca. Licenciado en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.