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Uruguay

La revolución fundida en los hierros de los «bandos» y el proyecto de monumento para la reconciliación

Fuentes: La Diaria, Montevideo

«Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa». Con esta frase, al comienzo de El dieciocho brumario de Luis Bonaparte, Karl Marx expone las diferencias entre Napoleón […]

«Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa». Con esta frase, al comienzo de El dieciocho brumario de Luis Bonaparte, Karl Marx expone las diferencias entre Napoleón Bonaparte y su sobrino Luis. Debe ser una de las frases más citadas de Marx, pero no por eso deja de ser pertinente para pensar diversos ciclos históricos. Cuando escuché la iniciativa del ex presidente José Mujica, plasmada luego en un decreto firmado también por el ministro de Defensa Nacional, Eleuterio Fernández Huidobro, acerca de fundir armas utilizadas por el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T) y el Ejército para realizar una escultura que cierre los conflictos del pasado, la frase comenzó a resonar en mis oídos.

La tragedia griega consistía en contar historias de valerosos hombres que se enfrentaban al destino impuesto por los dioses. La farsa consistía en transformar una historia en algo caricaturesco, alejado de la realidad. Las analogías resultan bastante obvias. El sueño revolucionario de los años 60 tuvo algo de tragedia. Los comentarios actuales de Eleuterio Fernández Huidobro y la propuesta de dicho monumento tienen bastante de caricatura de aquel pasado.

Es cierto que en aquellos movimientos de izquierda de los 60 la dimensión militar tuvo un lugar importante. Tales movimientos, que se expandieron por América Latina, el Tercer Mundo e incluso el Primero, pensaron la acción política como guerra revolucionaria. En un tiempo de «guerra fría», el lenguaje militar proveyó herramientas para trascender los límites que la acción política parecía tener. En América Latina, Ernesto Che Guevara expresó esta sensibilidad de una forma muy transparente en su mensaje a la Conferencia Tricontinental, publicado en 1967.

El MLN-T fue parte de dicho movimiento global. Logró traducir con inteligencia y creatividad las maneras en que el lenguaje de la guerra revolucionaria se podía incorporar a un país de sectores medios y mayoritariamente urbanos. Sus documentos fundamentales vieron a la guerra como una continuación de la política. Pero la guerra revolucionaria no era un mero conflicto entre dos bandos de militares profesionales. Era una guerra «entre imperio y nación», cuyo objetivo final era el cambio social, concebido como la liberación nacional y el socialismo. Dicha noción de guerra rev olucionaria tenía dimensiones militares pero implicaba un cambio político radical de la sociedad uruguaya.

Esa estrategia nunca llegó a consolidarse. En 1972, cuando los tupamaros se sentían dispuestos a avanzar en la construcción de su ejército revolucionario, la participación de los militares en la lucha antisubversiva (con su Justicia Militar, sus asesinatos políticos, sus métodos sistemáticos de tortura y su ampliación de la represión al conjunto de la izquierda) llevó a una fuerte derrota militar del MLN-T y a que los militares se entronizaran en la vida política del país. Para fines de ese año, gran parte de los militantes de la organización estaban en la cárcel o en el exilio.

En 1973 llegó el golpe y la represión se incrementó aún más. La dictadura cívico-militar desarrolló sistemáticamente el terrorismo de Estado. Las Fuerzas Armadas asumieron un rol central en los operativos represivos contra toda la izquierda, algunos sectores de los partidos tradicionales y el movimiento social, mientras que los civiles se dedicaron a otras áreas de la vida estatal como la economía y la cultura.

El MLN-T se mantuvo fragmentado entre el exilio, la cárcel y las autocríticas que llevaban a diversas conclusiones sobre la derrota. Recién en 1985, luego de la liberación de los presos, comenzó a reagruparse. En el contexto de los democráticos años 80, cuando la revolución parecía cosa del pasado, uno de los dilemas que tuvieron que afrontar fue el de cómo explicar su opción por la guerra revolucionaria. Las críticas no sólo venían por la derecha sino también, en varios casos, desde la izquierda. En un documento preparatorio del Tercer Congreso del PIT-CNT, realizado en 1985, sectores cercanos al Partido Comunista plantearon que las acciones del MLN-T en 1972 habían acelerado y habilitado la intervención militar. Frente a esto, los recién organizados tupamaros respondieron con un documento llamado «La Historia no se transa», en el que describían el golpe de Estado como resultado de un gran plan ideado desde mediados de los 60 por sectores militares.

Ésa fue la retórica central de los tupamaros durante los 80. La dictadura había sido el resultado de una guerra contra el pueblo en la que los militares habían tenido un papel central. Y de ahí se derivaba un discurso fuertemente antimilitarista que, entre otras cosas, los llevó a tener un activo papel en el movimiento por el referéndum para la derogación de la Ley de Caducidad.

Investigadores, periodistas y ex tupamaros han señalado que a partir de los 90 algunos líderes del MLN-T comenzaron a cambiar su visión y a acercarse a los militares. El desarrollo de una ONG integrada por el general retirado Hugo Medina y el ex dirigente tupamaro Mauricio Rosencof fue uno de los encuentros que tuvieron visibilidad. Estos acercamientos, entre personas que efectivamente sentían que habían vivido una guerra pero tenían voluntad de hablar entre ellos, ocurrieron a espaldas del público. Fernández Huidobro, como líder histórico del MLN-T, senador y por último ministro de Defensa, tuvo un activo rol en las conversaciones. No sabemos qué se discutió en ellas, pero por algunas declaraciones de Fernández Huidobro podemos suponer que se ha ido desarrollando una suerte de idea reconciliatoria, seguramente basada en un discurso nacionalista, donde ambos se ven como combatientes que hicieron lo que creyeron justo para defender la nación.

El último momento de esos encuentros parece estar vinculado con la iniciativa del monumento. Dos cosas resultan llamativas. Por un lado, el secretismo con el que se manejó esta propuesta. El decreto fue firmado en total silencio, tan es así, que el actual presidente Tabaré Vázquez declaró no conocer la iniciativa. La reconciliación que se procura realizar parece ser un acto más privado que público, del que queda por fuera el resto de la sociedad, incluyendo a las víctimas del terrorismo de Estado, pero también varios de aquellos tupamaros, que se han expresado duramente sobre la iniciativa.

Por otro lado, llama la atención el cambio de interpretación del conflicto. Aquella guerra parece haber dejado de ser considerada revolucionaria, para ser evocada de la misma manera en que los partidos tradicionales evocaron los conflictos del siglo XIX cuando, durante el XX, intentaron acercarse. En el camino parece haber quedado la idea de revolución vinculada con el cambio social, la liberación nacional, el socialismo, la lucha contra la pobreza y contra la concentración de la propiedad de la tierra, y tantas otras consignas que caracterizaron a la lucha tupamara en la segunda mitad del siglo XX.

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