Lisboa es una ciudad excepcional, sus miradouros recuerdan los montes de Roma y proporcionan al visitante una emotiva panorámica del conjunto de la ciudad, además del río Tajo en su desembocadura al Atlántico. Una gastronomía perfectamente a la altura, si no más, de la cocina mediterránea puede terminar conquistando al visitante. Y si se aliña el oído con algún fado nocturno difícilmente podrá evitarse que el visitante se rinda completamente a la capital de Portugal. Ahora bien, si los aspectos turísticos de Lisboa son mundialmente conocidos, no se puede decir lo mismo de su situación política. Que esto pase en lejanos lugares se puede entender, pero en el caso de los vecinos ibéricos de Portugal resulta, como mínimo, llamativo. Y esto a pesar de que Portugal ha salido de vez en cuando en la conversación mediática a raíz de la formación de un gobierno progresista, el llamado gobierno de la geringonça.
Así pues, una vez terminado de visitar el Museo do Aljube –Resistência e Liberdade, un museo de memoria democrática contra la dictadura que buena falta que hace en el Estado español-, me dirijo a casa de Francisco Louçã para conocer de primera mano qué se cuece en los debates políticos portugueses; desde las últimas elecciones hasta la opinión sobre la invasión de Ucrania pasando por el evanescente futuro del iberismo.
Louçã es el histórico líder del Bloco de Esquerda, ha sido diputado en varias ocasiones, además de candidato presidenciable en las elecciones de 2006. De joven participó en la lucha contra la dictadura de Salazar y en 1999 fue uno de los fundadores del Bloco, una fuerza que hoy tiene 5 diputados y casi 245.000 votos después del traspié en las elecciones del 30 de enero de este año.
Economista de formación con una trayectoria académica brillante, Louçã ejerce de profesor en la Universidad de Lisboa y ha relucido por una notable actividad editorial que le ha llevado a publicar numerosos ensayos. Buena parte de ellos dedicados a la Revolución de los Claveles, como por ejemplo Ensaio para uma Revolução (1984), pero también sobre el republicanismo, véase Herança Tricolor (1989). Otra de sus obras ha abordado uno de los temas más peliagudos en el sur de Europa, ofreciendo una crítica radical del funcionamiento de la Unión Europea y, por lo tanto, planteando una alternativa al euro, como indica el título A solução Novo Escudo (Lua de papel, 2014). Motivo por el cual, pese a terminar esta entrevista con una conclusión escéptica sobre el papel del iberismo, soluciones como las planteadas en su última obra necesariamente obligan a repensar el papel de «la balsa de piedra» en esta Europa en crisis. Cabe mencionar también su coautoría con Michael Ash de Sombras. El desorden financiero en la era de la globalización, publicado por Sylone y viento sur en 2019
Albert Portillo: La primera pregunta tiene que ver con ciertos debates estratégicos que se han producido en el Estado español a raíz del llamado ejemplo portugués. Viendo los resultados electorales en Portugal que, pese a sus giros a la derecha, han reforzado a la socialdemocracia portuguesa y debilitado al Bloco de Esquerda y al Partido Comunista Portugués, ¿cuál es la valoración que se puede hacer tras este desenlace?
Francisco Louçã: Siempre he considerado que no había ningún modelo portugués por la sencilla razón que los modelos son una ficción, una ficción instrumental para la retórica política y con poca relación con la correlación de fuerzas práctica. La utilización del ejemplo portugués como un indicador de la política española tiene poco sentido. ¡Igual al revés! Utilizar la discusión en España entre las izquierdas no tiene otro contexto que el de España, nada más.
Para nosotros, este debate sobre modelos en sí mismo no es una referencia política. En el mundo de la propaganda todo es muy sencillo, porque todo es igual; en la política real, todo es distinto porque lo interesante es la experiencia práctica. El acuerdo con el Partido Socialista, como también hizo el Partido Comunista, lo decidimos en 2015 y fue muy importante hacerlo porque era la única posibilidad parlamentaria de abrir un nuevo ciclo político e impedir la extensión por un período de cuatro años de un gobierno de derechas.
En 2019, el Partido Socialista ya no quería prolongar el acuerdo, ya había planteado en la campaña electoral que prefería una mayoría absoluta para no depender de las izquierdas. A pesar de eso, el Bloco salió de las elecciones con la misma fuerza, el 10%, el Partido Comunista perdió un poco pero no afectó a su capacidad política. Los dos años siguientes fueron mucho más difíciles porque no había ningún acuerdo y la pandemia cambió el mapa social. Eso implicaba que el Partido Socialista tenía como único punto de la agenda provocar una crisis política para imponerse como partido mayoritario.
Cuando empezó la pandemia, la discusión sobre la salud se transformó en el debate más importante. Por muchas razones. Una de ellas, se debe a que el sistema de salud pública es la gran conquista democrática de la revolución de abril, vinculada a la conquista de la democracia política, el pluralismo, la libertad de prensa, el derecho de organización sindical, etc. Y por ello, el sistema de salud es muy valorado por la gente. El problema es que, a cuarenta años de la revolución del 25 de abril, hemos llegado a un agotamiento: hay miles de personal médico y de enfermería que se están jubilando; después de las huelgas masivas de las y los trabajadores sanitarios, al final del primer año de pandemia teníamos menos médicos en el servicio de salud que al inicio de la pandemia. ¡Y eso era un drama! Como no se ha producido una reformulación del sistema de salud, el sector privado ha crecido destruyendo los hospitales públicos porque contrata a sus médicos y sus enfermeros.
Esta polémica, además de estratégica, es muy importante, porque entraña una discusión sobre cómo se protege el bien público, cómo se organiza y cómo se gestiona. En ese tema la diferencia entre el Bloco y el Partido Socialista fue antagónica y no hubo ninguna posibilidad de llegar a un acuerdo.
Cuando empezó la pandemia el asunto ya no era importante sino dramático. No fue posible el acuerdo a pesar de que la propuesta que planteaba el Bloco la había elaborado junto con el fundador del Partido Socialista, António Arnaut, que justamente había sido el ministro de salud que había creado el sistema nacional de salud en los años setenta. Era una propuesta de convergencia, organizada en conjunto entre él y João Semedo, que ha sido dirigente del Bloco, una iniciativa que no tenía precedente en Portugal.
A pesar de esto, el Partido Socialista la rechazó y eso hizo imposible el acuerdo sobre los presupuestos que deberían financiar ese proyecto. De hecho, el Partido Socialista lo rechazó por el impacto que tendría al afectar al sector de la salud privada, con el que el Partido Socialista tiene muchos vínculos, y porque no quería llegar a un acuerdo con la izquierda. Por su parte, el Partido Comunista votó el presupuesto para 2021 pero ya no lo hizo para 2022 y eso provocó la crisis política.
El Partido Socialista planteó la situación a la población como una cuestión de salvación nacional y ganó esa pelea; obtuvo la mayoría absoluta, la izquierda perdió mucho. Además, presionaba al electorado de izquierdas el hecho de que, por primera vez, la extrema derecha consiguiera una presencia con relieve y la percepción de que el gran partido de la derecha, el PSD, se aliaría con la extrema derecha si podía formar gobierno. Fue una tempestad perfecta para el Partido Socialista y de ahí salió con una victoria aplastante y con una derrota de la izquierda.
A. P.: A nivel económico la crisis de la Covid se ha saldado con un mayor endeudamiento de los países del Sur de Europa. Según los datos del Eurostat, la deuda pública española ha aumentado un 26% entre 2019 y 2021, alcanzando el 122% del PIB, casi tanto como la deuda de Portugal que supera el 130% del PIB. Sin embargo, la denuncia del coste de la deuda ya no está tan presente en las izquierdas del Sur de Europa, ¿por qué?
F. L.: Claro, es natural. Porque el nivel de stock de la deuda tiene importancia, pero no es el factor decisivo. Lo importante es la tasa de interés sobre ese stock. Una parte importante de ese crecimiento reciente de la deuda es por emisiones compradas por el Banco Central Europeo, con una tasa muy baja y además presionando sobre la tasa de mercado, permitiendo que Portugal, y España también, hicieran emisiones de deuda a medio plazo con una tasa negativa. Lo que importa realmente es el peso que la deuda pública tiene sobre los flujos de una economía. Y la deuda privada, que puede ser mucho mayor que la deuda pública.
El Quantitative Easing practicado desde 2014 con la compra
de emisiones por parte del Banco Central Europeo no sólo conducía a un
interés mucho más bajo, sino también a una presión mayor sobre los
mercados financieros que dejaban de poder cobrar una tasa tan
especulativa, como hicieron en 2011. Eso explica por qué la presión ha
sido mucho menor.
Además, que el Banco Central Europeo salvara el euro utilizando otros
mecanismos, llamados no convencionales, que rompían con el dogma
tradicional del monetarismo, probó que era posible no depender
completamente del mercado financiero. Es una situación aún muy inestable
porque se encuentra en los límites de interpretación de los tratados
europeos. Unos tratados que tienen una concepción tradicional
monetarista que presiona a los Estados endeudados a privatizar y a
endeudarse aún más.
Por eso, el problema de la deuda es un problema político a nivel europeo, si bien su presión ahora es menor; pero puede volver. Si el Banco Central Europeo, como la Reserva Federal de los Estados Unidos, cambia de orientación y empieza a subir las tasas de interés o a reducir la compra de emisiones de deuda, este problema volverá a entrar por la puerta como un bulldozer.
A. P.: La negociación de los Fondos Europeos Next Generation ha dejado de lado temas como este, además del fraude fiscal de los paraísos fiscales del norte de Europa, y en cambio ha impuesto fuertes contrapartidas. En España lo hemos visto con la reforma laboral condicionada para la adquisición de dichos fondos. En Portugal, ¿se han impuesto condiciones semejantes para obtener los fondos?
F. L.: Fue algo distinto, porque en Portugal el gobierno rechazó cambiar la ley del trabajo y eso fue, además de la salud, el gran punto de confrontación con el Bloco. El gobierno rechazó cambiar la ley incluso en los puntos en que el Partido Socialista había votado en contra cuando la Troika impuso su reforma laboral. Las instituciones europeas, además de la OCDE, presionan mucho en favor de la flexibilización laboral y la posición del gobierno portugués garantizaba la continuidad neoliberal.
A. P.: Respecto a la invasión de Ucrania, se puede constatar una oleada belicista en Europa mientras que las críticas al militarismo han quedado aparcadas. Llamativa omisión, porque el Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI en sus siglas en inglés) señala a España y a Portugal como séptima y vigésimo quinta economías exportadoras de armas. ¿Se ha tenido en cuenta este aspecto en los debates en Portugal? ¿El Sur de Europa podría jugar un rol diferente?
F. L.: Esta guerra tiene la misma crueldad de todas las guerras. Además, Putin la justificó de una forma totalmente límpida, argumentando que Ucrania no tiene derecho a ser independiente, no es un pueblo, ni una nación y, por lo tanto, debe ser incorporada al imperio ruso. No había ninguna máscara en la justificación de la invasión. Pero hay una diferencia con guerras anteriores: esta es la primera guerra que vemos en prime time a la gente que sufre la invasión. Eso no pasó cuando Israel bombardeó el Líbano o cuando los estadounidenses invadieron Irak. Veíamos la guerra filmada por el ocupante, por el invasor.
Es decir, ahora vemos el sufrimiento de los invadidos y lo vemos en directo todos los días. Eso es mejor así, es mejor que cada guerra se vea por la gente que sufre, habrá más razones para uno de oponerse al exterminio. A pesar de toda la manipulación de la información, se impone la verdad de que hay gente que sufre, que la guerra es la destrucción de la humanidad. Si lo hubiéramos visto en Irak la protesta contra la guerra aún habría sido mayor. Porque eso cambia mucho la percepción que tenemos sobre la guerra, así como el debate político sobre la guerra.
En Portugal, hay una fuerte división. Hay gente que dice que ahora es el momento de la OTAN. Pero hace seis meses la OTAN estaba en la peor situación de su historia, el ejército norteamericano había sufrido su segunda derrota. Sólo en Vietnam y en Afganistán se había visto el ejército estadounidense obligado a retirarse. Esta derrota, y el fracaso político que implica, representó un paso atrás para la OTAN. Pero ahora la invasión de Ucrania les permite recuperar todo: autoridad política y estratégica, así como capacidad de plantar sus fuerzas al este de Europa. Es decir, la OTAN, sin un tiro, ya se ha convertido en el gran vencedor de esta guerra.
Putin es un oligarca, es un conservador religioso, quiere un imperio, tiene las mejores relaciones con la extrema derecha europea, ha favorecido la victoria de Donald Trump… No tiene ningún sentido pensar que ahí hay alguna contraposición estratégica o política al imperialismo de Washington. Tiene razones de potencia regional y eso favorece mucho la compra de armas. No es sorpresa que la prensa internacional haya revelado que Francia, Alemania y otros países vendieron armas a Putin hasta 2021, aun cuando estaba prohibido tras la ocupación de Crimea.
Se puede analizar lo que sea sobre provocaciones o el cambio de actitud de la OTAN a la hora de expandirse, contrariando los acuerdos establecidos, pero hay una invasión de Ucrania por Rusia, no hay ninguna forma de ocultarlo. Y la invasión es para destruir un país, hay que rechazar la invasión, los rusos deben salir, Ucrania tiene derecho a ser independiente.
A. P.: En España y Catalunya el envío de armas ha generado enconadas polémicas. Por un lado, hay quien defiende el apoyo al pueblo ucraniano desde un punto de vista exclusivamente militar y belicista y, por el otro lado, quien defiende la solidaridad con Ucrania con una salida diplomática y pacifista. Pero, aunque Europa podría plantear esta última opción, los países mediadores están siendo otros, ¿cuál es la razón?
F. L.: Macron, más por razones electorales que por convicciones políticas, lo intentó hacer al comienzo, incluso anunció una conferencia que nunca se realizó entre los distintos países; Ucrania, Rusia, Estados Unidos, Francia, etc. Nadie se lo tomó en serio, ni los países en guerra ni Estados Unidos. En el caso de Estados Unidos, porque no quieren que Francia tenga ningún papel, ni siquiera en Europa. De hecho, cuanto más se prolonga la guerra, más gana la OTAN, porque Estados Unidos han impuesto a Europa un cambio de estrategia energética y económica.
El razonamiento de Merkel, que hace dos meses era presentada como la gran figura del siglo XXI en Europa y ahora es prácticamente tratada de traidora, tenía lógica económica, pero fracasó. Para Alemania es más barato importar gas de Rusia que importar gas a través del Atlántico desde Estados Unidos. Esa lógica económica estaba basada en la posibilidad de un acuerdo político. Eso fracasó a causa de la invasión. Si bien el problema de Europa sigue siendo que su seguridad implica paz, implica un acuerdo con Rusia que, por supuesto, conlleva que Rusia no puede invadir Ucrania. Europa debería tomar parte de diálogos para interrumpir la guerra, pero no hay ninguna indicación que lo quiera hacer.
Luego, hay los debates nacionales que son muy distintos en cada país sobre la cuestión de las armas. España tiene una historia concreta, la del movimiento antimilitarista y antiOTAN, tiene historias brillantes de lucha popular por la paz y toda una izquierda influida por esta cultura. Pero el debate es distinto en Portugal. En Portugal no hay debate sobre si se deben enviar o no armas a Ucrania.
A. P.: En Catalunya, y en menor medida, pero también en el conjunto de España, se ha producido un revival del republicanismo de cuño popular. En el caso de Portugal, ¿es posible encontrar unas tradiciones semejantes, y anteriores, a la Revolución de los Claveles?
F. L.: La historia de la República portuguesa es muy distinta de la del Estado español porque una vez derrocada la monarquía en 1910, nunca más ha sido restablecida. El republicanismo tiene cien años como régimen en Portugal. La monarquía estaba tan aislada en ese tiempo, era tan detestada, que la reacción pro-monárquica en los años siguientes fue muy débil. Hubo algunos intentos militares, pero muy marginales. El Ejército, toda la estructura política, de izquierdas y de derechas, estaba de acuerdo con la solución republicana.
La Primera República, que va de 1910 hasta 1926, cuando empieza la Dictadura, fue muy conflictiva desde el punto de vista social y se basó en un republicanismo popular, pero también en un republicanismo institucional de las elites y la burguesía. Incluso durante la Dictadura, al contrario de Franco que mantiene la monarquía a modo de reserva, Salazar nunca quiso que los débiles herederos de la monarquía tuvieran algún rol político. La República se estructuró como una institución a lo largo de ciento doce años como un hecho de la vida, no tiene ninguna posibilidad de retroceso. El monarquismo en Portugal es una ficción.
A. P.: El iberismo parece ahora mismo un tema secundario en el radar de las izquierdas del conjunto de la península. A nivel estratégico, ¿el iberismo podría tener un futuro?
F. L.: No, en la historia política portuguesa sólo recientemente hay algunas expresiones de un iberismo de izquierdas. Saramago, por ejemplo, escribió una novela, La balsa de piedra (1986), una ficción sobre una península que se separa de Europa, sobre un iberismo en contra de la hegemonía de la Unión Europea. Pero eso es una cultura localizada.
Hay que tener en cuenta que Portugal es la única nación de la península ibérica que se independizó del poder de la corte de Madrid. La única frontera terrestre y la amenaza militar de toda la vida es España, no hay otra. Por eso en Portugal la formación de la identidad nacional, y de Estado, se ha forjado mirando con suspicacia a España.
No olvidemos que el trabajo de final de curso de Franco consistía en un plan militar para invadir Portugal. Salazar, que se encontró dos veces en su vida con Franco, tenía miedo de Franco. ¡Y eso en la dictadura! Por supuesto, en la democracia es distinto. Por otra parte, la relación histórica y emocional con Catalunya es muy fuerte porque cuando hubo la ocupación española de Portugal, entre 1580 y 1640, la posibilidad militar de lograr de nuevo la independencia la dio Catalunya con su revuelta simultánea con la portuguesa. Y, por supuesto, Catalunya era más rica y las fuerzas militares del rey fueron hacia Barcelona y no hacia Lisboa. Así se estableció la independencia casi sin guerra. Comprenderás que en esa historia España es un Estado gigante y, por eso, el iberismo no tiene impacto en Portugal, la diferencia es muy marcada entre el pequeño y el grande.
Por eso, el iberismo tiene muy poca capacidad organizadora del pensamiento político portugués. No está presente. Otra cosa es que bajo la dictadura hubiera relaciones políticas, por supuesto, con Comisiones Obreras, con la lucha antifranquista… Pero para la cultura nacional, como sentido común de la vida pública portuguesa, España tan sólo es el otro lado de la frontera.
Albert Portillo es historiador y colaborador de viento sur