La guerra de Ucrania ha permitido a Estados Unidos agrupar más disciplinadamente a todos los miembros de la OTAN, reafirmando que la Alianza es clave para la seguridad de Europa.
Esa es la vulgata atlantista, pero no es así: por el contrario, la OTAN amarra a la Unión Europea y la subordina a las ambiciones imperiales de Washington. La Unión Europea carece de visión estratégica, no se atreve a diseñar una opción independiente para su defensa, y se resigna al papel de socio menor: aunque en posición subordinada, forma parte del mismo bloque imperialista y depredador que dirige Estados Unidos, y pese a sus proclamas pacifistas y solidarias (la mentira de los «valores europeos») ha prescindido de cualquier criterio de solidaridad con los países pobres del resto del mundo, acompañando siempre las rapiñas del imperialismo norteamericano.
Ni siquiera las principales potencias de la Unión Europea (Alemania, Francia) tienen asegurada su soberanía, y su independencia en los principales asuntos internacionales queda siempre hipotecada a las decisiones del gobierno estadounidense. Es una Europa que depende militarmente y admite su subordinación política ante Estados Unidos y que, tras la paralización del gasoducto báltico Nord Stream 2, ha aceptado ahora también depender de Washington para sus suministros energéticos. Hasta la inaudita exigencia de Washington de que sus leyes se apliquen en todo el planeta tiene la complicidad de la Unión Europea. Tampoco la Unión ha querido escuchar las preocupaciones rusas sobre su seguridad.
La guerra de Ucrania amarra ahora con más fuerza al eje atlantista la Unión Europea, que ha cerrado los ojos ante el drama que se desarrolla desde 2014 en el Donbás, con miles de muertos. Rusia pugnaba por la aplicación de los acuerdos de Minsk; prueba: pudiendo hacerlo, Moscú pasó ocho años sin reconocer las repúblicas del Donbás, aceptando que fueran parte de Ucrania. Pero la expansión de la OTAN, el incumplimiento de los acuerdos de Minsk por los gobiernos de Kiev, espoleados por Estados Unidos, el despliegue de armamento en las fronteras rusas, la conversión de Ucrania en una plataforma para acosar a Rusia y, tras el abandono por Estados Unidos del Tratado INF, el riesgo de que se instalen misiles nucleares de corto y medio alcance, dibujaban el perfil de una afilada daga que amenaza la garganta rusa. Moscú no podía resignarse, y Washington y Bruselas lo sabían.
Porque la guerra podía haberse evitado si Estados Unidos hubiera aceptado las garantías de seguridad que pide Rusia. No ha sido así, y la Unión Europea ha optado por apoyar la negativa estadounidense a negociar, y extiende la guerra enviando armamento a Ucrania, colaborando en el acoso estadounidense a Rusia, blanqueando un régimen ucraniano surgido de un golpe de Estado que persigue e ilegaliza a la izquierda, y que ha convertido a Ucrania en el país que más niños «fabrica» por encargo en vergonzosas clínicas-granja para venderlos al resto de Europa. La Unión acepta incluso que sus armas lleguen a batallones de extrema derecha, cerrando los ojos ante la exhibición de grupos nazis en Ucrania. Porque a la Unión Europea no le inquieta el sufrimiento causado por la guerra, y mucho menos le preocupa a Estados Unidos. Ahí están, para recordarlo, las guerras e invasiones en Afganistán, Iraq, Siria, Libia, Yemen y otros países, donde ni Bruselas ni Washington se lamentan por la terrible mortandad causada: más de un millón de personas en los últimos años. La estrategia estadounidense se basa en acosar y desestabilizar a Rusia para romper su alianza con China, en ocupar territorios con regímenes-cliente y en intentar detener su propio declive, y la presión y el espectáculo con que los medios de comunicación han convertido la guerra ucraniana está destinado a desactivar la oposición ciudadana a la OTAN y a facilitar su expansión, ante la ceguera europea.
Como la guerra de Ucrania ha vuelto a poner de manifiesto, la Unión acaba aceptando siempre las decisiones estadounidenses. La «defensa europea» es un eufemismo para ligar la Unión al dispositivo militar estadounidense, aunque algunas voces hayan postulado la creación de una «capacidad militar propia» y una «autonomía estratégica»… siempre dentro de la OTAN. Aunque no dispusiese de la Alianza, Estados Unidos es la potencia militar dominante en el planeta. Y el llamado «paraguas nuclear» norteamericano no es sino una dura hipoteca para todo el continente: no defiende Europa, sino la hegemonía de Washington, y la existencia de armamento nuclear estadounidense en Alemania, Italia, Bélgica y Holanda, añade serios riesgos para el futuro.
Pese a la crueldad de la guerra, Ucrania es un expediente secundario, porque los objetivos estadounidenses son Rusia y China. Pero para la estabilidad mundial es urgente la apertura de negociaciones entre Washington y Moscú. ¿Es posible en este escenario de tensión favorecer un mundo sin la OTAN? La opción de una Unión Europea que opte decididamente por el desarme, que postule la disolución de la Alianza para crear medidas de confianza en el mundo es muy razonable, pero un acuerdo europeo fuera de la órbita de la OTAN y de Estados Unidos es ahora inviable: ni Berlín, ni París, se atreven a lanzar ese desafío, y la guerra de Ucrania ha mostrado su subordinación.
Hoy no existen alternativas viables de seguridad para Europa, y el único y difícil camino es el desmantelamiento de la OTAN, que solo puede llegar cuando sus miembros europeos ejerzan su soberanía abandonando la Alianza e impulsando acuerdos de desarme y confianza con Rusia, China y Estados Unidos: solo así podría asegurarse de manera sensata la paz. Pero con la ambición hegemónica de Washington y una Unión Europea cómplice, dependiente y sumisa, un mundo en paz y con una seguridad compartida es, todavía, un sueño lejano.
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