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La Unión que no existe

Fuentes: Il Manifesto

Traducido para Rebelión por Gorka Larrabeiti

El discurso que pronunció Ferenc Gyurcsany el domingo en Bruselas tal vez no pasará a la historia como un nuevo discurso de Fulton (1), pues la personalidad del primer ministro húngaro es mucho menos influyente en asuntos mundiales que la de Winston Churchill. Sin embargo, la miga del discurso, en la que se perfila un «nuevo telón de acero» que tiende a dividir Europa en dos, refleja la realidad de modo muy serio.

La reunificación del continente, que se hizo mal y pronto, se está mostrando como lo que es: una atrevida operación política de corto aliento que se disfrazó como una «generosa» operación económica. Hoy, veinte años después de la caída del Muro de Berlín, los tapujos económicos han quedado hechos jirones, mostrando sin piedad el completo fracaso de la política que los sustentaba. En estos veinte años, en realidad, no ha habido unificación europea alguna. En 1989 los líderes de los países euro-occidentales, con Alemania al frente, pensaban que sería un proceso fácil, rápido, automático: adiós a los putrefactos regímenes «realsocialistas». Los países de la «nueva» Europa, invadidos con mercancías y capitales de los «hermanos» del oeste, más ricos y expertos, emprenderían de inmediato el camino del bienestar y la democracia. No estaba claro en virtud de qué; menos claros aún quedaban los pasos que los países de la «vieja» Europa habrían de dar para facilitar dicho proceso. De hecho, peor no se pudo comenzar: se alimentaron con ligereza criminal escisiones y guerras étnicas en la ex-Yugoslavia y se siguió actuando de mala manera los años siguientes, ignorando las gravísimas dificultades sociales que provocaba la transición al mercado en la mayor parte de los países implicados, y dando por buena la falsa democracia formal que en ellos se instauraba.

La atención a la compatibilidad financiera y económica que se imponía a los nuevos países era tan rígida cuanto ciega era la mirada hacia los problemas que creaba. Por no hablar de la sistemática ausencia de garantías sociales existentes en el oeste. Es más: el libre desenfreno del «mercado puro» en los nuevos países, con el PIB subiendo como una flecha a la vez que las desigualdades, se veía (también por las presiones y sugerencias de Washington) como modelo a imitar. ¿Cómo asombrarse de que la «nueva» Europa haya terminado acentuando, en lugar de limando, las diferencias políticas con la «vieja»? Era obvio que clases dirigentes débiles, sin preparación y deseosas de tutela ideológica,  consideraran más fácil y útil convertirse en avanzadilla de los EE.UU que hallar una unidad política con los hermanos europeos, mezquinos y atentos sólo a las cifras.

Total que aquí estamos: salta por los aires el «modelo» financiero estadounidense y con él, dentro de la crisis global, las economías que más se habían adecuado a dicho modelo: las de Europa centro-oriental, que piden solidaridad y ayuda a los «hermanos mayores» occidentales, y les responden que nones: «que se las apañe cada uno». Haría falta unidad política, cosa que nadie ha querido de verdad. Haría falta unidad social, se sacrificó en nombre del mercado. Podemos seguir llamándola Unión Europea, pero ya ha quedado claro que de unión no le queda nada, si es que alguna vez lo tuvo.

Fuente: http://mir.it/servizi/ilmanifesto/estestest/ 

Nota del Traductor:
1. El 5 de marzo de 1946 en el Westminster College de Fulton, Missouri, Winston Churchill pronunció un discurso cuya frase más celebre era esta: «Desde Stettin, en el Báltico, a Trieste, en el Adriático, ha caído sobre el continente un telón de acero.»

Gorka Larrabeiti es miembro de Rebelión y Tlaxcala.