El lunes se cumplió un año de la victoria electoral en Guatemala del general retirado Otto Pérez Molina, acusado de genocidio y otros crímenes de lesa humanidad, quien consiguió hacerse con la jefatura del Estado gracias a una campaña electoral plagada de promesas de seguridad en uno de los países más violentos del mundo, donde […]
El lunes se cumplió un año de la victoria electoral en Guatemala del general retirado Otto Pérez Molina, acusado de genocidio y otros crímenes de lesa humanidad, quien consiguió hacerse con la jefatura del Estado gracias a una campaña electoral plagada de promesas de seguridad en uno de los países más violentos del mundo, donde el 98% de los delitos no se investiga. Para analizar este año de polémico mandato entrevistamos a Mercedes Hernández, Secretaria General del Lobbie Europeo de Mujeres Migrantes (LOBBIEMM) y Presidenta de la Asociacion de Mujeres de Guatemala AMG. También es investigadora del feminicidio y de la violencia contra las mujeres en los conflictos armados de diferentes niveles de formalizacion. Nacida en El Quiche, Guatemala, es una superviviente del conflicto armado interno que devasto su pais y su provincia natal.
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¿Ha mejorado en algo, en este primer año de gobierno de Otto Pérez Molina, la situación de violencia que sufren las mujeres en Guatemala?
En términos generales, la tasa de homicidios ha bajado en algunos meses. Ahora bien, las promesas de su campaña electoral, centrada básicamente en temas de seguridad, eran reducir las muertes violentas en un 20 por ciento. Se han logrado reducir en apenas un 2 por ciento y no todos los meses: por ejemplo, en Febrero y Agosto hubo más homicidios que durante los mismos meses de la legislatura de [el ex presidente Álvaro] Colom. Y respecto al tema concreto de las mujeres, Pérez Molina comenzó su mandato colocando al frente de la Secretaría Presidencial de la Mujer a una persona designada por él mismo, cuando siempre esa designación se había hecho por consenso de la sociedad civil organizada.
Una manera polémica de empezar…
Sin duda. Luego es verdad que de las llamadas Fuerzas de Tarea que se crearon, cinco en total, una se dedica a combatir el feminicidio. Pero yo soy muy crítica con el concepto mismo de «fuerza de tarea», pues implica una manera de nombrar una acción de índole y herencia completamente militar. En el tema de seguridad lo que hay es una hipermilitarización de toda la sociedad guatemalteca. De hecho, se han instaurado destacamentos militares en zonas donde ya no los había o donde nunca los ha habido. Es muy característico ver cómo esos destacamentos se han instalado en los departamentos de Guatemala con menor índice de criminalidad ciudadana, que son aquellos con mayoría de población indígena. Todo el mundo sabe, y en Guatemala tenemos una herencia muy reciente, que cuando la militarización se instala, la violencia se incrementa. Y además, éstas son las zonas donde están las grandes hidroeléctricas y donde se hace la explotación minera a cielo abierto.
¿Hasta qué punto está el país «hipermilitarizado»?
Material y simbólicamente se refuerza la idea de la militarización y de una sociedad que necesita, entre comillas, estar militarizada. Desde su entorno han hecho muchos esfuerzos por lavar la imagen de Otto Pérez Molina, quien está sindicado ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) de gravísimas violaciones de Derechos Humanos mientras estuvo al frente de estas operaciones militares. [Días después de la entrevista, el gobierno guatemalteco anunciaba que no reconocería fallos de la Corte sobre casos posteriores a 1987 y, a pesar de que ha intentado lavar su imagen convirtiéndose en el General de la Paz, eso no le ha impedido colocar al mando de importantes ministerios a ex kaibiles (militares de élite del ejército guatemalteco) como él. Entonces, ¿qué se puede esperar de una persona que fue agente activo del conflicto armado y que, pese a estar acusado ante la CIDH, logra llegar a la presidencia a través de un sistema electoral completamente diseñado para que los representantes de la oligarquía más rancia y tradicional sigan instalados en el poder?
Con la reposición y el perdón -expresado a través de los votos- a militares como Pérez Molina, ¿se podría decir que el pueblo de Guatemala, de alguna manera, está perdiendo su Memoria Histórica más reciente?
La sociedad guatemalteca tiene muy presente lo que pasó durante el conflicto armado interno pero el miedo, que la gente aún siente, ha contribuido a colocar otra vez en el poder a una persona cuya promesa de campaña fue «mano dura». Pero creo que, como te decía, todo se corresponde básicamente con ese sistema electoral que está diseñado exclusivamente para que el bien avenido matrimonio entre los militares y los oligarcas se mantenga. Un sistema que no permite que las poblaciones que no han olvidado las masacres de las que fueron víctimas, puedan votar en contra o a otro tipo de partidos. De todas maneras, la oligarquía en Guatemala ha empleado mucho dinero para desprestigiar a líderes que se alzaron en movimientos de oposición. Y luego, fruto de la impunidad del conflicto armado interno con la que hasta hace muy poco tiempo el 100 por 100 de los perpetradores de las violaciones de los DDHH no habían sido llevados ante ningún tribunal, se creó una imagen de un Estado crónicamente débil, con lo que el discurso de la mano dura se hace todavía más potente.
¿Por qué sigue triunfando ese discurso de la «mano dura»?
Nuestras sociedades comparten un imaginario en el que se tienden a resolver los conflictos siempre por la vía violenta. Entonces, no solamente en Guatemala, sino también en Honduras, El Salvador, etc., el discurso hegemónico de la mano dura contra la inseguridad, de la mano dura contra la pobreza inclusive, se asienta perfectamente. Las personas, la sociedad en general, es permeable a este tipo de discurso porque, en su imaginario está la debilidad crónica del Estado por un lado y, por el otro, unas raíces muy profundas de que la violencia es una forma de solucionar el conflicto.
¿Cuánto hay de herencia del conflicto armado y cuánto de violencia estructural, intrínseca a la propia sociedad guatemalteca?
Es verdad que existe una impunidad que es herencia de ese conflicto armado. También es verdad que más de 100.000 mujeres fueron violadas según la comisión de la verdad. Y cuando no se hace justicia a esas más de 100.000 mujeres, pues evidentemente se perpetúa el imaginario de que se puede hacer con los cuerpos de las mujeres lo que a cada perpetrador le dé la gana, porque no va a tener que rendir cuentas. Ahora bien, no es cierto que los feminicidios sean un producto simplemente del estallido de un conflicto armado que alcanzó el rango de genocidio. El machismo es la causa real de la violencia feminicida. Esto está intrínsecamente ligado a que, en acciones genocidas, es absolutamente necesario acabar no solo con las bases materiales de una comunidad sino también con su capacidad de reproducirse.
Y podemos irnos muchos siglos atrás, durante la colonización española, porque ninguna colonización de ningún territorio en el mundo puede cursar si no es por el cuerpo de las mujeres. Durante el conflicto armado de Guatemala hubo oportunidad para que se cruzasen todas esas lógicas: la lógica patriarcal, la lógica de la colonización y la propia razón de ser del conflicto. En definitiva, es verdad que esa impunidad es heredera del conflicto armado, pero no es cierto que sea el conflicto armado el productor de la violencia feminicida que tenemos a día de hoy.
¿Cómo se consigue que las mujeres, pese a todo, mantengan esa identidad colectiva?
Los delitos contra las mujeres, en la actualidad, son una violencia reactiva a la participación social, cada vez más fuerte, de las mujeres. Por ejemplo, es de una carga simbólica muy grande que los cuerpos de las mujeres aparezcan en las calles. Eso quiere decir que las mujeres ocupamos cada vez más el espacio público y las fuerzas patriarcales se resisten a ello e intentan devolver a las mujeres a la domesticidad del espacio privado. En la resolución 1325 de Naciones Unidas se deja muy claro que hay una atentado contra el honor comunitario y contra el honor familiar del cual las mujeres somos el receptáculo. Somos las mujeres las portadoras de las señas de identidad de todos los pueblos, y por eso las violaciones son tan efectivas como arma de guerra.
¿Por qué un país como Guatemala no ocupa un lugar más destacado en la información internacional, en este caso desde el punto de vista de España?
La cuestión es que el genocidio en Guatemala dejó cifras de más de 200.000 personas entre asesinadas y desaparecidas, y sin embargo lo que ocurrió en otros países como Chile o en Argentina es bastante más conocido. Creo que en el fondo, para hacernos eco de una noticia, hay algo muchísimo más importante y es con quién o con quiénes nos identificamos. Resulta que la mayoría de los asesinados durante el genocidio guatemalteco eran indígenas. Es la construcción de la alteridad, del otro, lo que nos permite identificarnos con una noticia y convertirla en duelo social: es decir, traducir la concepción del dolor ajeno en un acto de repudio a esas violencias. Esa es la labor de los medios de comunicación. Y de hecho, de ello hablaremos en unas jornadas próximamente en la Casa Encendida de Madrid: de cómo los medios se conforman como sujetos activos dentro de la estructura bélica-feminicida y cómo conforman la representación de las víctimas.
Borja González Andrés es estudiante de Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid. Ha sido redactor en la Cadena SER y actualmente trabaja para la agencia Reuters.