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Uruguay: Prostitución y consumo de sexo

La voz del que (de)manda

Fuentes: Brecha, Montevideo

Cuando se piensa en la prostitución, inmediatamente se visualiza a quien ofrece su cuerpo por dinero. Pero no a quien lo desea alquilar por placer, por «necesidad» o para hacerse el macho. Un reciente estudio ahonda en esta parte del fenómeno para demostrar que «ir de putas» se relaciona con el ejercicio genital casi mecánico, […]

Cuando se piensa en la prostitución, inmediatamente se visualiza a quien ofrece su cuerpo por dinero. Pero no a quien lo desea alquilar por placer, por «necesidad» o para hacerse el macho. Un reciente estudio ahonda en esta parte del fenómeno para demostrar que «ir de putas» se relaciona con el ejercicio genital casi mecánico, autorreferencial y sin afecto. El sexo como una forma de ejercicio de poder sobre un otro.

«La sexualidad masculina según su definición cultural proporciona la norma (…), los hombres, al hacerse hombres, asumen una posición en ciertas relaciones de poder en la que adquieren la capacidad de definir a las mujeres». Jeffrey Weeks.
Se lo llama el oficio más viejo del mundo. Con la crisis financiera europea, en España hasta se han publicitado clases para aprender a ejercerlo: «Trabaja ya. Curso de prostitución profesional», a un precio de casi cien euros. La prostitución es una práctica naturalizada, entendida por muchos y muchas (algunas feministas también) como un trabajo. El Estado no penaliza su ejercicio e incluso reconoce seguridad social para quienes lo practican.
Siempre que se dice «prostitución» viene a la mente la imagen de la mujer, de su cuerpo exhibido, de una calle oscura y unos tacones resonando. Sin embargo, esta «transacción» de dinero por sexo necesita no sólo de la oferta, sino, fundamentalmente, de alguien que lo demande.
Ese alguien es el objeto de estudio del reciente trabajo de Susana Rostagnol: Consumidores de sexo. Un estudio sobre masculinidad y explotación sexual comercial en Montevideo y área metropolitana. Según la investigación, la sexualidad masculina es entendida por estos hombres como una necesidad de liberar el deseo, más que una búsqueda por la comunicación o el erotismo: «Emir: ‘Como el placer de comer'»; «Claudio: ‘hay una necesidad, una necesidad que te pide el cuerpo'»; «Carlos: ‘Lógico, si te gusta'»; «ves una bombacha colgando y salís corriendo. Un tipo con 30 años, joven, te volvés loco. ‘tas bien comido… no estás cansado en sí, entonces yo qué sé… Cada ciertos momentos sí, que haya… que exista la prostitución (Edgar, 50 años, entrevista individual, camionero)».
Sin culpas
En este último discurso, además de la «naturalización» de las necesidades fisiológicas hay una justificación de la prostitución. «Se lo considera como un intercambio justo entre dos partes, como un trabajo. Pero las personas se reducen a objetos. Tiene un estatus de mercancía para que el otro realice sus deseos», explica Andrea Tuana de la ONG El Faro, que trabaja con situaciones de violencia doméstica y abuso sexual intrafamiliar. Para ella, que la prostitución siempre haya existido, y que la persona es libre para decidir lo que hace con su cuerpo no son argumentos válidos para justificarla: «La prostitución responde a un modelo en que los varones pueden acceder al sexo sin crítica, que los coloca en un lugar de poder y de acceso a los cuerpos de las mujeres. Y si miramos a esas mujeres, siguen siendo putas, y están ubicadas en el escalón más bajo de ser mujer. Es por eso que no se puede considerar un trabajo cuando lo sociedad aún las estigmatiza. Que se repita desde siempre no creo que sea sano, y más allá de la capacidad de decidir de una persona -de las circunstancias de su vida- hay que mirarlo como un sistema social y cultural que trasmite a los varones qué es ser varón».
 
Justamente, en este estudio se sigue viendo cómo los hombres construyen la mirada hacia las mujeres, divididas en «vírgenes» y «putas». La primera, la madre, la esposa, la que sirve para la reproducción; la segunda, la mala, la sucia, la que permite que se hagan actividades sexuales que muchos no osan pedirles a sus mujeres (sexo anal u oral). Claro que en este binomio simple existen otras figuras. La puta que trabaja y es madre sacrificada por sus hijos tiene un respeto -por parte del varón- diferente a las otras: «Qué tema bueno tocaste, porque en el barrio hay una prostituta; todas las mujeres dicen ‘Pa, esa puta de mierda’… pero esa puta que va pasando ahí tiene los hijos bien vestiditos, van a la escuela, y quizás están mejor que lo que yo crié a mis hijos mismo. Bien vestiditos. Ella labura, no molesta a nadie, pero siempre hay uno que dice ‘Ah, esa puta, por algo… Discriminan. (Gerardo, 45 años, obrero)».
A través de ellos…
Aunque es sabido que existe la prostitución de adolescentes y niñas -que para el caso sería más correcto hablar de explotación sexual-, para el común de los hombres la prostituta siempre es mayor de edad y no advierte que, cuando no lo es, ese rato de placer se constituye en delito (ley 17.815) y que él pasa de ser cliente a delincuente. Según Luis Purtscher, director del «Comité nacional para la erradicación de la explotación sexual comercial y no comercial de la niñez y adolescencia» de Uruguay (Conapese): «hay una dificultad de los operadores judiciales tanto a nivel conceptual como práctico para poder tipificar este delito, ya que cuando uno ve los números aparecen las víctimas, los proxenetas, pero los explotantes desaparecen de los fallos judiciales». El año pasado se registraron 40 casos de explotación sexual comercial de menores de edad. Cifra que seguramente padece de subregistro,* ya que resulta muy difícil detectar los hechos.
Pero los clientes no se sienten explotadores. Salvo en los casos de niñas y niños -en que los entrevistados remarcaron su rechazo-, con respecto a las adolescentes justifican su accionar depositando la responsabilidad en la menor de edad. Es la adolescente la que, según esa mirada masculina, seduce y engaña. Los «niveles de tolerancia» se identifican en discursos:»Lo que pasa es que hay mujeres que tienen 12 años y no los aparentan. Aparentan 18, 19 años, ese es el gran tema’ (Mario, 38 años, transportista)».


Ellos dicen

 
Brecha consultó a hombres de distintas edades y ocupaciones sobre la vieja tradición masculina de «ir de putas», sobre qué significa conseguir sexo pagando. Lo que sigue es un extracto de esas opiniones.
? «En mi grupo de amigos nunca fuimos de putas, sólo lo manejamos en el terreno simbólico. Cuando una noche es mala en términos de ‘levante’, no me extrañaría escuchar un ¿tendríamos que ir de putas?, o cuando estás organizando terrible noche de joda decir ‘y después nos vamos de putas’. Es un término anacrónico que evoca al antiguo macho, la figura del viejo putañero. Utilizar ese lenguaje tal vez sea una forma de reivindicar ‘el macho’ que exige la sociedad y el grupo de pares sin caer en él» (estudiante, 21 años).
? «Hay hombres que hablan de ir a un prostíbulo porque se criaron así. Hay toda una generación que se crió con la cultura de ‘hacerse hombre’ con putas. Esto cada vez se da menos, me parece, o por lo menos se dice menos. Por otro lado, cuando se habla de ir de putas es en tono de broma y si alguien realmente consume se mantiene en un secretismo total. Además está mucho la frase ‘yo nunca pagué’. Es una forma de demostrar hombría y no debilidad, el que paga es porque no es lo suficientemente hombre» (marketing/comunicación, 32 años).
? «En ámbitos laborales se habla de ir de putas. Es como algo de reafirmación del ser macho, de hacer lo que con tu pareja no se puede o no se quiere hacer. Hay, creo yo, mucho de doble discurso: ‘yo a mi mujer la respeto y lo diferente lo hago con una puta porque le pago y está para eso’. Otro momento para ir de putas es cuando se juntan hombres, al estilo Club de Tobi, y salen específicamente a un boliche para tener una noche de alcohol y sexo» (periodista, 55 años).
? «Hay estereotipos del macho y vivo criollo que se asocian. Está la cultura del macho ‘vivo’ que se curte una puta para festejar algo, que muchas veces también curte alcohol y otras drogas y comparte estos ‘consumos’, estos ‘objetos’ a modo de lucimiento. Hay otras cosas, más profundas: homosexualidad reprimida, vacío, carencias profundas en la conformación del ser. Se creen hombres que ‘huyen de las brujas’ para juntarse y compartir largas veladas, siempre hombres con hombres, tomando alcohol, tomando merca y terminando en algún cabarute con prostitutas o con travestis, a veces incluso grupalmente. Esto último, con travestis, es más normal de lo que parece, porque en esa cultura del macho, el hombre sexualmente activo, el que penetra, no se considera para sí mismo como puto, siempre y cuando sea él el que somete y no el sometido» (cineasta, 38 años).

Con la antropóloga Susana Rostagnol *
Una fantasía autorreferencial

-¿Cuál es el aporte de esta investigación?
-Poner sobre la mesa que el consumidor de sexo es un actor imprescindible para la existencia de la prostitución. Hay alguien que quiere consumir sexo, entonces hay una chica que se prostituye. El gran aporte es colocar la mirada en ese lugar, porque siempre la explicación es que la prostitución existe porque hay pobreza. Es más, en los propios entrevistados casi no hay conciencia de la responsabilidad del consumidor de sexo, sobre todo del que consume sexo con adolescentes. Y el responsable es el adulto que consume.
-En la investigación se habla de «prostituyente». ¿Decir «cliente» es sacarle responsabilidad al individuo?
-El cliente es cualquiera: de la farmacia, del supermercado, alguien que compra una mercancía cualquiera. De repente se puede hablar de clientes en prostitución adulta; y hasta es cuestionable. Hay teorías y perspectivas que dicen que no, que la mujer es libre con su cuerpo. Pero cuando hablamos de menores de edad decididamente es un prostituyente porque es el que induce al otro a la acción de prostituirse.
-En las entrevistas a los hombres, ¿cómo se autodenominan cuando consumen sexo pago?
-Como prostituyentes no. Algunos como clientes. Como que van y lo hacen. No colocan una figura. Es algo que forma parte de su ser en el mundo, parte de lo que hacen es eso. Es lo natural.
-¿No es un rol?
-No, hay una naturalización del fenómeno. Está ligado a la idea bastante extendida en nuestra sociedad -compartida por hombres y mujeres- de que el hombre tiene necesidades sexuales que no puede contener. Va con una prostituta, como si fuese algo natural, algo que le sale. Es una idea mecánica. Frente al estímulo, zácate. Es así.
 -En la investigación aparecen sorpresivamente dos estereotipos de mujer contrapuestos que relacionamos con el siglo xix: la puta y la virgen. La virgen es la esposa, la hermana, la que reproduce…
-Siguen estando en los grupos que más consumen. De pronto no está en aquellos hombres que logran tramitar su sexualidad con una sola mujer o con un solo tipo de mujer.
-Entonces, una de las razones para «consumir» es que no se busca entablar una comunicación con un otro…
-Cada persona tiene su historia y su porqué lo hace, pero veíamos que en muchos casos era una combinación, por un lado a la mujer con la que consumían sexo pago le decían que le pedían hacer cosas que no se atrevían a pedirle a su compañera por un esquema en que eso no se puede y lo otro se puede. Básicamente todo el que consume sexo está consumiendo una fantasía: «hago acá lo que no puedo hacer, hago lo que quiero, pago y hago lo que quiero». Eso estaba muy presente, el tema del poder ahí estaba muy fuerte: «me hago hacer cualquier dibujo», «pago y hago». Es una fantasía que tiene que ver con un despliegue de poder importante. Por supuesto, no hay afecto, no hay nada. No hay preocupación por el otro, no importa lo que sienta, lo que piense, nada.
Si pensamos que las prácticas sexuales son un encuentro, una forma de diálogo, una manera de comunicación, entre muchas otras cosas, acá no hay comunicación, diálogo, nada, es algo autorreferencial, es una persona a la que se le paga para hacer algo pero no para entrar en contacto con ella. No hablemos de afecto, porque puede haber sexo coital entre dos personas sin que medie el afecto pero media una comunicación, un sentirse bien, compartir eso y después chau.
Pero eso no aparece en el consumo de prostitución, lo que aparece es algo autorreferencial, por eso insisto en la fantasía, es el hombre y su fantasía, no hay un otro, una persona con quien entable algo, sino que es un alguien que se ve reducido a brindarle lo que él quiere para cumplir su fantasía autorreferencial. Es medio hipotético esto, pero me parece que va mucho por ahí, porque si no existe diálogo ni comunicación, tampoco hay un reconocimiento de la otra persona. Creo -o es una utopía- que en una sociedad en que la gente respete a los otros -y respetar es reconocer que la otra persona tiene el derecho a ejercer sus derechos humanos, que son amplísimos- el tratamiento necesariamente va a ser diferente, no puedo usar al otro. Esperemos.
-En esta investigación ustedes marcan una forma de ser hombre, pero hay varias formas de ser hombre, ¿no?
-Sí, marcamos la que aparecía ahí. Y muy vinculada a la masculinidad hegemónica.
-¿Qué es lo hegemónico en estos temas?
-El modelo de masculinidad que sobre todo los más jóvenes ven como el modelo que debe ser: no demostrar afectos, no llorar, no ser emotivo. Puede haber muchas masculinidades que entran en conflicto por ver cuál es la hegemónica, no hay una que yo diga «es ésta», es la que en el momento está como el modelo. Hay algunas decididamente subalternas, otras tal vez no tanto, con otros valores, que también entran en puja por llegar a ser hegemónicas. Nos importó también ver qué pasaba con el consumo de sexo entre homosexuales, y vimos diferencias muy grandes, teníamos la intuición de que era distinto y que era importante entrar a diversificar. Vimos que había una relación mucho más equitativa entre el homosexual que consumía sexo y el que vendía, en la prostitución heterosexual el irrespeto era mayor en general. Y además no existía en aquel que vendía su cuerpo o que vendía servicios sexuales la idea de puta, «es una puta», alguien que no vale nada, alguien que está allá abajo.
-Ustedes tomaron una población en particular, como transportistas, marinos, obreros, entre otros.
-Una aclaración: los grupos que tomamos no necesariamente son de hombres que consumen, la convocatoria para los grupos focales y para las entrevistas era a hombres para hablar sobre la sexualidad masculina incluyendo el consumo de sexo. Era para hablar de eso, algunos consumían, otros no. No nos importaba demasiado, nos importaba más qué era lo que todos pensaban o cómo elaborar el consumo, más allá de que alguien dijera «yo lo hago» o «yo no lo hago». Queríamos saber qué sentido tiene esto en la vida de ellos. Luego, en el trabajo de campo algunos entraron en contacto con algunos hombres que sí formaban parte del mundo de la prostitución. Ahí está el taxista que todo el mundo lo lee y dice «qué horror», el que lleva algunas chiquitas, un tipo medio proxeneta, que le ofrece chicas al investigador. Pero en general tratamos de tomar una gama amplia de sectores populares y medios, un poquito más altos, y hombres que fuesen de los 18-20 años a los 60-70 años. También entrevistamos muchos obreros, albañiles, etcétera. En la Ciudad Vieja encontramos locales específicos para marinos. Los marinos, camioneros, guardas de ómnibus y taxistas hablaban con más conocimiento del tema. Había algo de eso de que en esas profesiones en que los hombres están por un tiempo más o menos prolongado fuera de su entorno, se genera un mayor consumo que entre los que están en su casa con su familia.
-Entre los estratos medios y medios-altos por un lado, y bajos por otro, ¿hubo diferencias?
-Había diferencias sobre todo en la manera en que se referían, pero no en la práctica misma. Te digo esto recordando algunas de las cosas que aparecían en el grupo de docentes, pero también recuerdo que en el grupo de albañiles había un par -se trabajó en una obra- que a cada rato decían «no, ¿no ves que es una nena?, no se puede». O sea: a una mujer no le podés hacer eso.
-¿Se podría hacer una investigación más focalizada en el estrato medio alto para desestigmatizar al obrero?
-Esta fue una investigación cualitativa más que cuantitativa. Pero sería interesante trabajarlo. Tal vez sucede lo mismo con estratos más altos -sería interesante para alguna otra investigación-, con el que viaja, y por eso el turismo sexual. Sería la misma idea: cuando estoy lejos de mi lugar habitual consumo sexo; cuando estoy en mi lugar habitual no consumo. Con respecto a la prostitución vip es más difícil llegar. La gente con dinero tiene posibilidades de poner distancia, de proteger sus acciones de la vista de los otros. Cosa que no tiene la gente con menos poder adquisitivo. En esta investigación sólo tratamos de ver culturalmente por qué los hombres consumían sexo. Pero en otra investigación llegamos a ver redes de las que formaba parte gente que tiene mucho poder; si no, las redes no existen. Tienen que tener socios en el Poder Judicial, en la Policía, en el poder político. Hay un poder económico muy fuerte detrás de eso. ¿Quiénes cubren y encubren?
* Hace varios años que trabaja sobre temas de salud sexual y reproductiva, la fecundidad y los varones, pero es en Historias en el silencio. Prostitución de adolescentes en Montevideo y área metropolitana que profundizó sobre el tema prostitución. Hace unos días presentó Consumidores de sexo. Un estudio sobre masculinidad y explotación sexual comercial en Montevideo y área metropolitana, una investigación que coordinó junto a otros especialistas y fue financiada por la Red Uruguaya de Autonomías (ruda) en el marco de la campaña del secretario general de las Naciones Unidas «Únete Latinoamérica» para poner fin a la violencia contra las mujeres y las niñas.

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