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Cuando el descontento no encuentra a quién dirigirse, se busca sus propios representantes

La xenofobia se asienta en los parlamentos de Europa

Fuentes: Periodismo Humano

«Los populistas daneses combinan el discurso anti-inmigración con el chovinismo caritativo». Demandas como «la liquidación de los gitanos» no son poco frecuentes en Europa del este.

Difícilmente van a poner 50 policías adicionales la libre circulación dentro de la UE en verdadero peligro. Seguramente, a ningún ciudadano europeo se le niegue la entrada en Dinamarca. Y, realmente, nadie cree que los puestos aduaneros que Copenhague mandó reabrir a principios de julio sirvan para combatir el crimen transfronterizo.

Pero todo eso no importa. El medio centenar de agentes daneses tiene otro valor, uno simbólico: le dice a Bruselas que los acuerdos comunitarios pueden cumplirse, o no. Y a los ciudadanos que el gobierno actúa. El efecto colateral es un golpe al Estado de derecho, porque el acto viene a demostrar lo que los expertos constatan desde hace ya algún tiempo: la capacidad en aumento de los partidos de extrema derecha europeos de posicionar sus temas en la agenda política.

El 13,3% de los votos logró el Partido Popular Danés (DF) -antieuropeo, xenófobo y según algunas apreciaciones incluso racista- en las elecciones de 2007. Este resultado le otorgaba 24 cómodos asientos en el Folketing, el Parlamento, y la posibilidad de imponerle exigencias a un Ejecutivo necesitado de su apoyo. La lucha contra la delincuencia que penetra desde el exterior es una de ellas. Si pudieran, obligarían a frenar completamente la inmigración, porque permitir que se asiente en el país «un somalí que no sabe hacer nada, no puede ser», decía Pia Kjaersgaad.

«Cuando Pia Kjaersgaad rompió con el Partido del Progreso y fundó el DF, se llevó consigo parte del programa de su antigua formación. Pero pronto sustituyó el neoliberalismo y la hostilidad a los impuestos por principios clásicos de la socialdemocracia, a los que les unió los sentimientos contrarios a la llegada de inmigrantes», describe el politólogo Jørgen Goul Andersen la receta del éxito: «Los populistas daneses han sido capaces de combinar el discurso anti-inmigración con el chovinismo caritativo«.

Hoy, el electorado del DF es más obrero que el del propio Partido Socialdemócrata. Y éste caso no es único en el Viejo Continente. La globalización, el miedo al descenso social, el individualismo traído por las políticas neoliberales, los resentimientos hacia las minorías o los extranjeros… para estos avatares del siglo XXI parece no recibir parte de la sociedad repuesta satisfactoria de la política tradicional, y «cuando el descontento no encuentra a quién dirigirse en el sistema de partidos», advierte el profesor alemán Richard Stöss, «se busca sus propios representantes».

Representantes como el holandés Geert Wilders. Un «hombre del pueblo» lejos de esos políticos que tan distanciados están ya de la calle; alguien a quien la corrección no le impide «llamar a las cosas por su nombre»; un personaje carismático que conoce los temores de la gente y sabe darles explicaciones sencillas, comprensibles, que acaban casi siempre en un culpable o enemigo, como pueda ser el islam.

List Pim Fortuyn fue el primero en descubrir y explotar para sí la religión musulmana en los Países Bajos, a la que calificaba de «cultura retrasada» y «amenaza para la sociedad liberal». «Antes de 2001/2002, el islam era un tema del que no hablaba ningún partido; eso hizo que Fortuyn ganara seguidores», comenta Paul Lucardie, politólogo de la Universidad de Groninga, la misma en la que en su día impartiera clases el sociólogo Fortuyn.

En enero de 2002, las encuestas le pronosticaban Fortuyn un 15% de los votos. Tres meses después, moría asesinado por un ecologista. El resultado final para el partido que portaba su nombre, el LPF, fue del 17%: el mejor jamás logrado por una formación nueva en Holanda. A esto le siguió la participación en el gobierno, y la debacle: la coalición aguantó sólo 87 días.

El LPF nunca se recuperó y el espacio vacante en el espectro de lo que Lucardie llama el «nacional populismo» vino a ocuparlo Wilders: predicando la prohibición del Corán -libro que compara con Mein Kampf, de Adolf Hitler- su Partido por La Libertad (PVV) recaudó en las elecciones anticipadas de 2010 el 15,5% de las papeletas, fue encumbrado a tercera fuerza y, como el DF danés, a agrupación que «tolera» la acción gubernamental, e influye en ella proporcionalmente.

«Los índices de mortalidad entre los partidos de nueva creación son enormes», dice Goul Andersen. «Muchos fallecen antes de llegar a entrar en un Parlamento», indica Lucardie. A otros los mata la asunción de responsabilidades políticas, cuando se trata de populistas de derechas que de pronto han de llevar a la práctica promesas imposibles. Sin embargo, en la última década un viento parece soplar a su favor.

Según las encuestas, el Frente Nacional que ahora dirige la hija de Jean-Marie Le Pen supera en apoyos al UPM de Nicolas Sarkozy. Las duras acciones del gobierno galo contra la población gitana del pasado verano se interpretan como un intento de los conservadores de acortar distancias con la derecha: otra marcada del ritmo de los extremistas. El pasado abril, los Verdaderos Finlandeses se alzaron con el 19,1% de los votos a tercer partido del país; del Ejecutivo no forman parte porque su antieuropeísmo es incompatible con el visto bueno dado por Helsinki al rescate de Portugal. En los comicios regionales de 2010, la Liga Norte de Umberto Bossi (12,8%) se convirtió en pieza clave de la convulsa política italiana.

También en 2010, los Demócratas Suecos, autodesignados «defensores de la cultura sueca» frente a la inmigración, la islamización y la globalización, obtuvieron por primera vez representación en el Riksdag (5,7%). En 2009, el noruego Partido del Progreso -autoritario, etnocéntrico, antisistema y antisemita- se hizo con el mejor resultado de su historia en unas elecciones parlamentarias, el 23%. En 2007, los suizos de la Unión Democrática de Centro fueron con el 29% la fuerza más votada en los comicios federales, y el año pasado su propuesta de prohibir la construcción de minaretes y acelerar la expulsión de extranjeros que cometan delitos se aprobó vía referéndum.

Y todo esto sin pararse a hacer recuento de las elecciones municipales, regionales o europeas. Por su carácter de «partidos protesta», estas agrupaciones suelen cosechar a gusto en las citas con las urnas que los votantes consideran «poco importantes». Así se llegó en 2009 a la paradoja de que en el Parlamento Europeo aumentó el número de asientos ocupados por antieuropeístas.

La parte oriental del continente tampoco se escapa a la tendencia. Formaciones xenófobas, homófobas, nacionalistas y religiosamente intransigentes superan los porcentajes a partir de los cuales se reciben escaños, empujan hacia la derecha a los conservadores, radicalizan sociedades. Se llamen Ataka en Bulgaria, Jobbik en Hungría o el Partido de la Gran Rumania, están cortados por un patrón similar y no se diferencian tanto como pudiera pensarse de sus hermanos occidentales. La palabrería contra el inmigrante «se sustituye aquí este por los ataques a romaníes u otras minorías», explica Kai Arzheimer, profesor en el Instituto de Ciencias Políticas de Maguncia. Así, demandas como «la liquidación de los gitanos» no son poco frecuentes.

¿Y España y Alemania? «Siguiendo criterios puramente objetivos, también en estos países deberían de tener éxito los partidos de extrema derecha», dice Arzheimer. La Sociedad Austriaca para el Asesoramiento y el Desarrollo Políticos analiza que en España -pero también en Gran Bretaña- los partidos conservadores tradicionales cubren suficientemente el ámbito a la derecha, de manera que el votante no necesita buscar por otros lares. «Y por supuesto, en el caso alemán pesa la herencia del nazismo, como seguramente también en el español la sombra del franquismo», añade Lucardie.

«Es probable que sí», contesta Arzheimer a la pregunta de si en lo sucesivo veremos a más populistas de derechas sentarse en los parlamentos. Las consecuencias para la democracia dependerán de la capacidad de respuesta del sistema, de los partidos establecidos, de la posibilidad que encuentren las minorías y los excluidos de organizarse y hacer valer sus derechos. Pero, en cualquier caso, los expertos tranquilizan: «no hay que olvidar que el potencial de voto también es limitado», recuerda Goul Andersen, «como lo son las posibilidades de crecimiento estructural del nacional populismo», continúa Lucardie, «que yo no creo que tenga muchas opciones de superar la barrera del 25%».

Fuente: http://periodismohumano.com/sociedad/libertad-y-justicia/la-extrema-derecha-en-los-parlamentos-de-europa.html