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Fripur: crónica de una planta ocupada

Las chicas de la línea

Fuentes: Brecha

A través del relato de distintas operarias, Brecha reconstruyó el ambiente de la planta de Fripur que ocupan desde el martes pasado, y el hostigamiento, que no es novedad, pero vuelve a impactar al oírlo. Verborrágicas, reconstruyen los pesares sufridos entre las paredes blancas como los lomos del pescado que manosearon durante años. Hay una […]

A través del relato de distintas operarias, Brecha reconstruyó el ambiente de la planta de Fripur que ocupan desde el martes pasado, y el hostigamiento, que no es novedad, pero vuelve a impactar al oírlo.

Verborrágicas, reconstruyen los pesares sufridos entre las paredes blancas como los lomos del pescado que manosearon durante años. Hay una situación catártica que les permite adueñarse de la planta en la que dejaron horas de vida en la línea de producción. Las sensaciones mezclan el enojo declarado, alguna lágrima, frustraciones tragadas a prepo, y mucho desencanto. También hay movimiento, y muchas se quedan en la calle a la salida del último turno, a las dos de la tarde. Suele terminar a las tres, pero ese martes trabajaron «hasta sacar la producción» con la que la empresa prometió pagar un adelanto de los adeudados jornales de agosto. También les deben tres años de vacaciones. El miércoles les pagaron un adelanto y en ese acto comprobaron que la plata estaba. La empresa no necesitaba realmente de esa última jornada de producción.

Las chicas de la línea son la mayoría. Las hay altas y flacas que gritan por las deudas, jovencitas que transaron 10 mil pesos menos por una liquidación. Las hay de pelo recién lavado que cuentan lo que conversan con su pareja, madres que amamantan en la calle mientras liberan el odio para que no pase al crío: «Por mi parte, que cierre y le pongan una bomba».

En la planta el trabajo se organizaba en torno a una cinta transportadora donde cada trabajador hacía una tarea repetitiva. Se volcaban unos 45 pescados por minuto. El primer trabajador lo acomodaba en las tolvas para que el filetero hiciera un par de cortes a los flancos del pescado. Esos dos solían ser hombres. Luego pasaba al desprendido, «que es la parte peor, porque es una línea con canillas y se trabaja mojado todo el día. Si el desprendido no funciona, no funciona el resto de la línea. Y eso que los que trabajaban en el desprendido, como en la plancha, que es una cinta que desprende la piel, no tienen categoría». Las mujeres explican que «la categoría» es una sola y aumenta un poco el valor del jornal. Ese jornal era de 96 pesos por hora. Las que no tienen categoría, así como los trabajadores nuevos, cobraban menos, 77 pesos la hora. De todas maneras, hay trabajadoras que llevan cinco o diez años en la empresa y no han accedido a la categoría, una distinción discrecional. «De la plancha en adelante estamos todas las mujeres, que trabajamos a cuchillo. La que lo recibe, le saca las manchas, lo limpia, hasta que llega a las moldeadoras. El balancero lo pesa, luego lo empacan para que lo congelen, o vendan o le hagan el proceso que quieran.»

La mano de obra en el sector pesquero está feminizada hace décadas. «En 1984 las mujeres representaban el 75 por ciento de los 4.400 puestos efectivos ocupados dentro de las plantas procesadoras».(1) Fripur tenía en plantilla 960 empleados, pero esta cifra abarca también a los mercantes que trabajan en sus barcos y a toda la plana gerencial, incluyendo a Máximo y Alberto Fernández que, según los trabajadores, tenían un sueldo de 180 mil pesos cada uno. Casi el 80 por ciento de las trabajadoras de planta son mujeres. Su salario fluctuaba según los días trabajados y las horas que les permitieran hacer en cada jornada: «No llegábamos a los 15 días de trabajo al mes. Podías hacer cuatro u ocho horas, o si te pedían que hicieras extra, trabajabas 12. Eso lo sabíamos al momento de llegar. Yo vivo a 26 quilómetros y gasto casi cien pesos en boletos. A veces venía a trabajar cuatro horas, pagando a alguien que se quedara con mis hijos. Sacá la cuenta…».

Las 14 líneas de producción no se usaban desde hacía un buen tiempo. Cuentan las trabajadoras que en el último año apenas funcionaban entre dos y cuatro. «Últimamente había tres encargadas y un capataz de toda la planta. Las encargadas tenían libertad para sancionar. Por más que le reclamaras, él no pasaba sobre la encargada, aunque vos tuvieras razón. Ese es el tema, la sanción te la ibas a comer igual. Te estaban exigiendo una cosa que no podías hacer y querían que te saliera perfecto. Todo dependía del humor de la encargada y de la cara del cliente.»

Lo que brota de todos y cada uno de los relatos es el destrato y la presión psicológica que ejercían los mandos medios. ¿Creen que eso era una directiva de la empresa? «Sí, se ve que el jefe les daba un librito y se memorizaban las palabras, porque siempre era el mismo canto: que no servís para nada, que dónde te van a dar trabajo, que el trabajo lo viniste a pedir vos. Algo que nos decían siempre era: te voy a ver del otro lado de la calle y vas a vivir comiendo arroz blanco.» Otra de las chicas completa el relato: «Desde la empresa siempre le dieron para atrás al sindicato, decían que no servía para nada. Me llegaron a decir: «la cuota que a vos te descuentan, van y se la gastan en vino, ¿qué te pensás?».

No es nuevo lo que cuentan pero impacta cada vez. En 2012 el Ministerio de Trabajo condenó a Fripur a pagar una multa de 80 mil dólares por persecución sindical y por vulnerar los derechos de los trabajadores (Brecha, 24-VIII-12). Fue por la misma época que los inspectores del ministerio descubrían la situación de varias mujeres bolivianas que trabajaban de forma ilegal en la casa de Javier Fernández, hijo de uno de los dueños de Fripur.

Debacle y chanchadas

Hace tres años la pesquera eliminó el turno de la tarde y concentró su producción en la mañana. Desde entonces se olfateaban problemas. Pero lo peor fue el último año. No había jabón, ni alcohol en gel, ni papel higiénico. «La situación siempre fue la misma, siempre nos ocultaron que las cosas estaban mal. Nos decían que había compradores, que había pedidos, que era una falsa alarma del sindicato. Hasta que llegó el día.»

Las fallas siempre estaban en el mismo lado: «Te querían meter que por una espina perdían clientes. Ellos perdieron clientes por las chanchadas que se mandaban. Recuerdo que una vez descongelaron toda una cámara y nos hacían poner todo lo amarillo del pescado en el medio y después taparlo por fuera con pescado fresco».

Pero el punto que más discuten es el de las mejoras a la planta. Improvisan una recorrida por las duchas y los vestuarios nuevos, en los que pueden verse baños clausurados y espesas manchas de humedad. «La plata la invirtieron en otro lado. Si llovía, salías del vestuario mojado. Incluso en el lugar de trabajo, ¿cuántas veces cayó agua en la línea?»

¿Qué fue para ustedes lo que ocasionó esta situación? «¡Máximo se quedó con la plata!», responde un par a coro. «El hombre jugó con nosotros todos estos años, no le importó nada y se guardó la plata en el bolsillo. Tiene 40 molinos de viento en San José, tiene la chacra, tiene una fábrica de bolsas en el Paso de la Arena. Estamos hablando de la persona que tiene más plata del Uruguay…» Las chicas cuentan que una vez que empezaron los problemas de dinero, ni a los Fernández ni a sus hijos se los volvió a ver por allí. «En conclusión, decís, aguantaste todos estos años, ¿y con qué te pagan? El tipo no da la cara.» Pero la pregunta que se hacen todas es cómo puede por un lado deberle tanto a la Ute y por otro proveerla de energía? También se responden: «Máximo Fernández siempre ha estado al lado de los gobiernos».

En el relato cotidiano surge otro detalle del manejo de esta familia de empresarios, bien propios de un conjunto económico: «Me llevaron a limpiar la casa de Máximo en Punta Carretas, también me mandaron a limpiar los barcos de la empresa. Y sabemos de algunos compañeros de mantenimiento, electricistas, que los llevaron a trabajar a sus otras propiedades».

Desde hoy. Jimena Peralta es delegada de la planta en el comité de base del Sindicato del Mar (Suntma). Siempre trabajó en la línea y le tocó experimentar el traslado constante: «Algunas compañeras nos dijeron que teníamos razón, que si no hubiese un sindicato ahí adentro no se hubieran enterado de nada». Las movidas sindicales empezaron a hacerse más frecuentes hace tres años. Hace uno pararon la planta por completo, y la semana pasada, ya con el cierre en el horizonte, cortaron calles, fueron al Parlamento, a la casa de Máximo Fernández, e incluso hasta la puerta de Canal 4. Hay un relato que se repite: «Frente a Canal 4 nos hicieron una nota con la cámara apagada y nunca salió.

Sabemos que los Fernández son amigos de los dueños del 4″. Jimena habla con calma y cuenta que han hecho limpieza durante la ocupación porque la planta es su garantía. La autogestión, increíblemente, fue propuesta por los Fernández en uno de sus primeros acercamientos al gobierno durante este año. Dejarles una fábrica llena de deudas para que gestionen. «Eso está descartado totalmente. Hay que tener un capital grande para mantener la empresa en movimiento, por más que sea una empresa viable y tenga una cartera de clientes.»

Pasado el mediodía del jueves, las que velaban la fábrica y cocinaban guisos y pasteles para sostener la ocupación tomaron la calle Tajes. Al frente, las chicas de la línea desplegaron la pancarta que en letras de colores insistía en el punto fuerte de su denuncia: la plata que se le otorgó a los Fernández no se destinó a realizar mejoras en la planta. Sonreían al reconocerse en las calles las chicas de la línea, que durante un par de días se pasearon con libertad por la planta de paredes blancas como el pescado que manosearon durante años. Y en esa acción, se fueron limpiando de la opresión que les hizo bajar la cabeza y que ya no se las baja más.

Nota

1) Referencia extraída de Un mar de mujeres. Trabajadoras en la industria de la pesca, de Luz López, Beatriz Lovesio, Clara Murguialday y Carmen Varela, Gremcu, Trilce, 1992.

http://brecha.com.uy/