En el Consejo Europeo de Bruselas del 25 de marzo se adoptó un «conjunto global de medidas reforzará la gobernanza económica de la Unión Europea y garantizará la estabilidad duradera de la zona del euro en su conjunto». Se trata del «Pacto del Euro», que en un primer momento se llamaba «Pacto de Competitividad», y […]
En el Consejo Europeo de Bruselas del 25 de marzo se adoptó un «conjunto global de medidas reforzará la gobernanza económica de la Unión Europea y garantizará la estabilidad duradera de la zona del euro en su conjunto». Se trata del «Pacto del Euro», que en un primer momento se llamaba «Pacto de Competitividad», y que, según el observatorio Corporate Europe, significa «el mayor paso hacia un modelo corporativo de gobernanza económica que se traducirá en un ataque masivo a los derechos sociales y los estándares de vida». El Presidente de la Comisión Europea, Barroso, había definido las nuevas medidas sobre gobernanza económica europea como una «revolución silenciosa». Grandes grupos de presión como BusinessEurope o la Mesa Redonda Europea de Industriales, un «fórum informal que reúne a 45 altos ejecutivos y presidentes de las mayores multinacionales europeas» ven cumplidas reivindicaciones que ya habían expresado en el documento Europa en marcha. Una visión para una Europa competitiva en 2025. ¿Qué se aprobó ayer? Oficialmente un compromiso para crear antes de junio un fondo permanente para rescatar a países de la bancarrota, un reforzado Pacto de Estabilidad y Crecimiento y el Pacto por el Euro. En la práctica, retrasos de la edad de jubilación, la «flexibilización» del mercado laboral, armonización de las tasas de interés para corporaciones entre los Estados miembros, límites al déficit y ajustes de los salarios a la productividad. Además, seis países que no pertenecen a la eurozona (Bulgaría, Rumania, Pononia, Letonia, Lituania y Dinamarca) aprobaron un proyecto de inspiración alemana llamado Pacto Euro Plus, que permitirá controlar sus políticas económicas y les dará acceso al fondo de rescate; sin embargo, otros cuatro países (Hungría, República Checa, Suecia y Reino Unido) no aceptaron dicho pacto. Por su parte, España, Francia, Bélgica y Alemania han anunciado nuevos compromisos con el Pacto, o sea, nuevos recortes. Desde que está en marcha el Semestre Europeo, asistimos según Daniel Gros, del Centre of European Policy Studies a una «dictadura de los países acreedores y del Banco Central Europeo». Maria Damanaki, Comisaria Europea de Asuntos Marítimos y Pesca, y miembro del PASOK, se distanció públicamente de las políticas de ajuste que promueve la Comisión Europe diciendo que el excesivo énfasis en el problema de la deuda y en la consolidación presupuestaria podrían generar «degradación social». Pero a esta Cumbre, donde debía seguir afianzándose esa «revolución silenciosa», los asistentes llegaron habiendo tenido que afrontar emergencias bien distintas.
Primero fue Libia. Otra fractura europea. Francia y Gran Bretaña, que en noviembre pasado firmaron un acuerdo histórico de cooperación militar, decidieron ir a la guerra, humanitaria, por supuesto; Alemania se abstuvo; Italia quedó descontenta con el liderazgo de Francia y pidió una gestión OTAN de la crisis (temiendo que Francia luego se llevara más trozo de la tarta de oro negro libio y que su ENI saliera malparada). Al final, después de comenzar con tres mandos distintos (italianos y estadounidenses por un lado, británicos por otro y franceses por otro), parece que el mando de la operación militar en Libia pasará a la OTAN a partir de mañana. Ha molestado en ámbito europeo el liderazgo francés así como la abstención alemana en tan delicada cuestión. El caso es que, desde el Tratado de Lisboa, la UE cuenta con Catherine Ashton como Alta Representante de Asuntos Exteriores y de un Servicio de Acción Exterior, «una verdadera herramienta diplomática de la Unión», compuesto por unas 6.000 personas, 150 embajadas y 50.000 millones de euros hasta 2013, pero durante las revueltas en países árabes, este organismo gracias al cual la Unión Europea tendría por fin una voz única europea se ha quedado misteriosamente mudo, y la Unión Europea ha seguido siendo el gallinero de voces distintas que siempre fue. El último en hablar hasta el momento ha sido el ministro de Exteriores italiano, Frattini, quien ha mencionado una propuesta italo-germana que presentarán en la próxima reunión que se celebrará el martes en Londres.
Luego fue el tsunami nuclear de Fukushima. «Se habla de apocalipsis y creo que es un término particularmente bien escogido», declaró el 15 de marzo el Comisario Europeo de Energía, Günther Oettinger, ante una Comisión del Parlamento Europeo en Bruselas. «Prácticamente todo está fuera de control», agregó el Comisario, afirmando «no excluir lo peor en las próximas horas y días» en Japón. Pasaron diez días y el ministro de Energía francés, Eric Besson, lo reprendió públicamente y manifestó su profunda convicción de que la energía nuclear seguiría existiendo en Europa durante todo el siglo XXI. No es de extrañar la dureza de la intervención francesa: Francia tiene un 76% de dependencia energética nuclear; Bélgica, un 56%. Lo cierto es que el Comisario europeo defendió sus afirmaciones y la idea de realizar tests en una serie de plantas nucleares en peligro que cuentan con reactores VVER440 y que se usan en Hungría, Eslovaquia y la República Checa.
Con Libia y Fukushima sobre la mesa, llegó el rechazo del Parlamento portugués al cuarto plan de austeridad presentado por el Gobierno socialista de José Sócrates. La canciller Merkel avisó: «Todos aquellos que mantienen responsabilidades en Portugal deben comprometerse con los objetivos del ambicioso programa» de ajuste presentado por Sócrates. Dicho de otro modo: o aceptan ulteriores medidas de ajuste o tendrán que aceptar el tercer rescate del FMI y la Unión Europea. Ya han calculado la cifra del coste: 75.000 millones de euros (un tercio lo pondría el FMI y el resto la UE). No parece que Portugal esté por la labor de aceptar el salvamento. Según José Sócrates, primer ministro de Portugal recién dimitido, «la idea de que se defenderá mejor a Europa si Portugal pide ayuda externa es una idea infantil. Porque todos saben que eso perjudica al prestigio de Europa y de la moneda única. Y lo peor es que si Portugal cayera, aumentarían los riesgos para otros países». No parece que haya problemas para rescatar Portugal, ¿pero qué pasaría si se tratara de España?
Para colmo, cuando estaban a punto de abrirse las puertas de la Cumbre, se informó de un ciberataque importante contra la Comisión Europea y el Servicio Exterior Europeo.
Resultado: si la Cumbre de Bruselas de ayer debía ser la puesta en escena comprensible de esa «revolución silenciosa», fue un fracaso. La Unión Europea se ve agrietada por muchos costados: desunión en lo militar, como demuestra Libia y como ha lamentado el presidente del Europarlamento, Buzek; desunión energética, como demuestra Fukushima; desunión fiscal, como demuestran las ventajas de las que han gozado las corporaciones en Irlanda; desunión económica, como demuestra la adhesión al pacto Euro Plus.
El silencio de esta revolución neoliberal que pretenden imponernos lo quebró la sonora protesta de cuatro manifestaciones que convergieron ante la Cumbre de Bruselas. 20.000 trabajadores -en su mayoría belgas- reivindicaron otra vez la «solidaridad» frente a la «austeridad». Protestaron por los bonus escandalosos que siguen ganando los banqueros; se negaron a ser los únicos en pagar por la crisis. En Bruselas resonaron dos palabras molestas para los tecnócratas: salarios y trabajo. Dijo Van Rompuy: «nuestro objetivo último es la creación de puestos de trabajo». Nunca mejor dicho: el último. Antes van el euro, el mecanismo de rescate o la «gobernanza económica». Los trabajadores belgas, un país sin gobierno que demuestra que quien verdaderamente gobierna lo hace desde la sombra y en silencio, protestaron y la policía antidisturbios disparó con cañones de agua y gas pimienta. Ayer las protestas contra los recortes (100.000 millones de euros en los próximos cuatro años) se trasladaron a Londres, donde se manifestaron 400.000 personas. En Alemania,
más de 200.000 manifestantes antinucleares, repartidos por las principales ciudades, salieron a la calle para exigir al gobierno de la canciller Angela Merkel el adiós definitivo y total a la energía nuclear. En Roma 300.000 manifestantes protestaron contra la privatización del agua, contra las nucleares y la nueva guerra por el petróleo. La Confederación de Sindicatos Europeos (ETUC) ha convocado también nuevas protestas para el 9 de abril en Budapest.
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