Es martes de noche y hace frío, pero Claude Enguyen, un afinador de pianos parisino y poeta que reside desde hace seis años en Montevideo, aguarda durante una hora y media en la fila sin hesitar y a cambio obtiene, de manos solidarias, una porción de guiso, un pancito y una naranja.
Mientras espera con la paciencia de un soldado, Claude, de 62 años, afirma que en este país hay grandes músicos y explica que es natural que su trabajo haya descendido durante la pandemia. Ya vendrán tiempos mejores, parece decir su actitud, mientras comenta del libro de un autor francés que ha recibido de obsequio otro día, junto con la cena, en la librería Diomedes, en Parque Rodó.
Una media hora antes de que la camioneta de reparto escolar diera una vuelta por bulevar España y finalmente descargase las aromáticas cajas con comida de esa noche, el francés se ha quitado con delicadeza los guantes de lana y el tapabocas y ha masticado, como todos, el pancito extra que repartió el encargado, para hacer base.
En la misma espera, otros cuatro comensales, que se conocen de antes, conversan acerca de las magras prestaciones sociales del Banco de Previsión Social y de la oferta alimentaria que existe en las cercanías. También husmean en el teléfono de uno de ellos y hacen comentarios respecto a las nalgas de unas chicas que se ofrecen en Facebook a cambio del dinero que ellos no tienen.
Lucio Méndez es un periodista jubilado. En su billetera, donde otros tienen las tarjetas de crédito, guarda con orgullo los carnés que lo acreditan en Torre Ejecutiva (sede de la presidencia de la República) bajo diferentes gobiernos. Algunos colegas lo recuerdan como parte del grupo llamado Los Perejiles, así llamados porque estaban en todas las comidas. Ahora hace la cola como cualquiera, a pesar de sus 88 años, y espera el pollo con arroz y garbanzos que le ofrece la olla que monta martes y jueves el sindicato bancario AEBU y no oculta su condición de blanco herrerista.
En la olla de la esquina de Camacuá y Reconquista, los usuarios son en su mayoría desocupados o personas con empleos precarios, algunos cubanos y venezolanos y población en situación de calle, algunos con adicciones.
Oscar Jesús Martínez Romano tiene 47 años y hace ya bastante que ha decidido ser un hombre libre: no tiene patrón ni familia. Tampoco casa, aunque ha viajado por casi todos los países de América y muchos del mundo.
“Estuve en selvas y desiertos, así que esto no me asusta, ni siquiera en pandemia, aunque la cosa está brava para nosotros”, advierte, mientras espera en la plaza Juan Ramón Gómez del barrio Palermo, que también se conoce como la plaza de los vagos, la llegada de los representantes de la radio comunitaria A Pedal, que desembarcan con cocoa, tortas y bizcochos en un carrito de súper.
Todos rodean a los voluntarios recién llegados y reciben la merienda, bromean un rato, luego agradecen de forma educada y se van, como si tuvieran un plan ya determinado. No falta quien se queje, sin mucho eco, porque también ofrecen comida a los extranjeros.
Gustavo Fernández es uno de los operadores de la olla popular más vieja del país, que existe desde hace 21 años en el Centro Social El Galpón de Villa Española. Los sábados ofrece merienda y los domingos comida. Durante la pandemia pasaron de 50 a 100 usuarios, que llevan unas 250 comidas y, quizás debido a que otras ollas cerraron, en los últimos días tiene más demanda.
Lucía Álvarez tiene 19 años y estudia Educación Física. Aunque no va a las ollas populares de Malvín Norte, su trabajo es muy eficiente: vende tortas fritas los sábados en Rivera y Colombes y suma la ganancia a las donaciones que siguen llegando al comité de base del Frente Amplio ubicado en Solano López y Nancy.
La cercanía de un supermercado ayuda a que muchos vecinos compren comida allí y la donen, aunque también llega dinero, como pasó hace unos días con un adherente que se apareció con 30.000 pesos recolectados en su trabajo, una empresa de ingeniería.
Esta semana, en el comité convertido en centro logístico esperaban un cordero de Cardona (departamento de Soriano), que pensaban dividir entre las cinco ollas que atienden, pero en lugar de eso llegó queso semiduro, chorizos, morcillas, huevos de ganso, acelga, dos bolsas de papas y otros productos del campo. “Terrible donación” comenta en WhatsApp Pedro Varela, un veterano militante en Buceo y Malvín Norte, aunque añora el ovino.
Enfundado en un gorro de lana, en el barrio Lavalleja, no muy lejos de José Batlle y Ordóñez e Instrucciones, Tito enciende el fuego con unos costaneros, mientras sus compañeros arriman la olla de 60 litros a la que se suma una apenas más chica.
Para ese entonces, las cinco de la tarde del miércoles, ya han picado cebolla, morrón, carne de cerdo, gallina, zanahorias y el resto de lo que dos horas más tarde será un potente guiso de cien porciones que los vecinos más necesitados valoran en su justo término.
Tito, de 66 años e integrante de la cooperativa de viviendas Tacuabé, y Denis, uno de los estudiantes de Ciencias Sociales que coopera como voluntario dos días a la semana, forman parte de la recién creada Red Solidaria Barrio Lavalleja, que maneja con orden prusiano un centro de distribución de donaciones de sindicatos, empresas, comerciantes de la zona y vecinos y que ante la demanda instalaron su propia olla.
Además de cocinar y distribuir alimentos crudos y montar una feria de trueque y un taller de plástica, la Red aprovechó el terreno disponible en el teatro de verano del barrio y la experiencia profesional de una voluntaria para plantar lechugas, zanahorias, rabanitos y espinaca.
“No hay fecha de terminar”, responde Denis seguro, sin dejar de trabajar, aunque ya cerraron cinco de las 11 ollas de la zona por falta de gente para atenderlas. Tito insiste en que a pesar de la inexperiencia en manejar comida para tanta gente pudieron avanzar rápido gracias a venir del trabajo cooperativo. “Dar tu tiempo y esfuerzo tiene el premio de la realización personal. No es como cuando das lo que te sobra en casa. Es otra cosa” explica.
Guillermo Pastor, el encargado de la olla de AEBU, uno de los sindicatos que respaldan al barrio Lavalleja, cuenta que, aunque antes hicieron otros trabajos en el territorio, es la primera vez que emprenden la tarea de montar una olla popular propia. Reciben el apoyo de la ONG Idas y Vueltas y la solidaridad no solo de los trabajadores del sistema financiero, afiliados o no, sino también de donantes que van desde la Fundación Zelmar Michelini, que llega cada semana, hasta la fábrica de pastas Los Dos Leones, que un día desembarcó con comida para cien personas.
Límites reales e imaginarios
Sin contar con las canastas y viandas que entrega el sistema de comedores, el Ministerio de Desarrollo Social (Mides), las intendencias y hasta el Ejército, las respuestas ante la emergencia alimentaria surgieron de tres sectores de la sociedad que corren por vías casi siempre paralelas: las iglesias, los sindicatos y otras organizaciones sociales y nuevas ONG como Canastas.uy, Colaborá desde Casa y Unidos para Ayudar, que gestionaron Lorena Ponce de León y Leticia Lateulade, las esposas del presidente Luis Lacalle Pou y del secretario de la Presidencia, Álvaro Delgado, junto con Viviana Robegno, entre otras.
Los sindicatos y las organizaciones sociales, en general, consideran que la solidaridad es algo natural en los trabajadores, pero se cuidan de dejar claro que las ollas también son una denuncia de lo que el Estado no hace. El momento en que lo expresaron más claro fue cuando el 21 de julio montaron dos carpas frente a la Torre Ejecutiva y entregaron la comida allí, para llamar la atención del gobierno y los medios por la demanda, hasta ahora sin éxito, de una renta básica universal.
Los voceros del nuevo gobierno han insistido en la “sorpresa” que representó que tanta gente viviera de trabajos ocasionales sin cobertura social, mientras desde el Frente Amplio se responde que en realidad se bajó del 40% al 24% la informalidad, una de las más bajas del continente.
Para Santiago Otaiben, uno de los creadores del exitoso proyecto solidario Canastas.uy, “hay mucho para hacer” y por eso no se debe perder “energía en quejarse”. La idea original de los tres amigos que comenzaron la tarea en plena pandemia era distribuir 800 canastas, pero ya llegaron a 300.000.
Otaiben, igual que Tito, del barrio Lavalleja, cree que la gratificación está en poder ayudar y eso lo hace “más feliz” que cuando cierra un negocio en su propia empresa.
Sin llegar a tanto, el empresario de la alimentación Daniel Rama, que, junto con su familia de origen gallego, es dueño de la marca El Emigrante, fue uno de los tantos que respondió a las demandas de la sociedad, donando sus propias canastas o vendiendo productos a un precio muy ventajoso.
Tanto Rama como la empresaria del transporte Virginia Staricco (Mirtrans) vivieron la experiencia de que no solo ellos sino sus propios empelados donaron horas de trabajo para la emergencia alimentaria durante la pandemia.
“Mercadeo de la solidaridad” y choripanes
Sin embargo, no todo es tan armonioso. La iniciativa encabezada por Santiago Pérez Gazzano, que llamaron Uruguay Adelante, se vio frenada por una fuerte resistencia presentada por sindicalistas e integrantes de organizaciones sociales.
Entre los frenteamplistas e integrantes del movimiento sindical son mayoría los que piensan que Uruguay Adelante es una iniciativa que busca respaldar al gobierno desde un terreno que hasta ahora fue tradicional de la izquierda.
Pérez Gazzano, aunque reconoce su militancia en el Partido Nacional hasta 2016, insiste en que los principios de su organización dejan afuera cualquier proselitismo político o religioso en relación directa con la entrega de comida.
Sin embargo, no solo este especialista en marketing deportivo, sino también Gabriel Rozman, de la Fundación Senior, son vistos como más cercanos a la coalición multicolor y en otros proyectos los jóvenes voluntarios aparecían con banderas del partido de Manuel Oribe. .
Esteban Corrales, miembro de la olla popular de Palermo, escribió en la diaria que “distintas iniciativas aparecieron con un lenguaje cuidado de marketing” en las cuales empresarios se presentaron para “el mercadeo de la solidaridad” con “sonrisas por doquier y hasta choripanes” (chorizo al pan) e “hicieron fila para aparecer en la foto”? La referencia a los choripanes es una crítica a la iniciativa de Canastas.uy, que organizó una jornada con el respaldo del frigorífico Sarubbi y los vendió para poder aumentar el número de donaciones.
A contrapelo del marketing, a comienzos de agosto, las redes de ollas organizaron su primer encuentro y ya están preparando el segundo para intercambiar experiencias.( https://correspondenciadeprensa.com/2020/08/11/uruguay-encuentro-de-redes-solidarias-de-ollas-populares-puntapie-para-la-creacion-de-una-coordinadora/) “No queremos aplausos desde los balcones, queremos un mundo nuevo, ‘porque llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones’” escribió Corrales, citando al anarquista español del siglo pasado Buenaventura Durruti.
Pérez Gazzano ha contado que fue calificado como “representante del neoliberalismo empresarial explotador” y Otaiben está orgullo de haber apoyado con canastas a los presos, al Ejército, a los municipios con alcaldes de todos los partidos y a ollas populares que funcionan en locales del Frente Amplio.
Durante una entrevista en el programa En la mira (VTV), el economista Gabriel Odonne dijo que subsiste un déficit de alimentación debido a “un problema de coordinación”. En el pequeño proyecto de la librería Diomedes, que entrega 120 comidas, el problema lo tienen resuelto: allí pelan papas juntos frenteamplistas con militantes de Cabildo Abierto en un local de la Orden de Malta.
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Las cifras de la comida solidaria
Alrededor de 40.000 personas comen en unas 220 ollas populares, según una estimación realizada por el grupo de cientistas sociales Solidaridad.uy.
Al 17 de agosto, el Ministerio de Desarrollo Social lleva entregadas 722.443 partidas de $ 1.200 (30 dólares) desde que se declaró la crisis por Covid-19. Un informe presentado al ministro Pablo Bartol (Partido Nacional) el martes 18, al que accedió Búsqueda, indica que los usuarios del sistema de comedores de Montevideo pasaron de 1.700 a 2.700, mientras que, en el resto del país, de 7.800 se pasó a 18.500.
Un convenio con el Ejército permite entregar comida diaria a 1.000 personas en Colonia y Salto, 500 en San José, 200 en Florida y 550 en Rocha, los fines de semana.
Las viandas entregadas pasaron de 45.000 mensuales a 85.000.
El Instituto Nacional de Alimentación (INDA) recibió donaciones que suman unos 216.000 kilos de manzanas, papas, gallinas, azúcar, leche en polvo, harina de maíz y salsa de tomate.
También se entregaron 65.000 canastas de emergencia y otras 30.000 están en proceso, 15.000 de ellas para entregar en setiembre.
La organización Canastas.uy, que llegó a 300.000 entregas y continúa con 2.000 semanales a un valor de $ 250 (6.dólares) cada una, está discutiendo una nueva estrategia. El proyecto Uruguay Adelante, que colabora con 13 ollas, también se propone comenzar con capacitación con el apoyo de la Universidad de la Empresa, un equipo de psicólogos y la Fundación Seniors.