Las tesis que Bertinotti ha presentado durante estos días (cfr. Matteo Bartocci en IlManifesto del 13/11) tratan de superar la colisión entre las dos almas de Refundación Comunista. El escollo con el que éstas se encuentran no es solamente suyo. Es un asunto que ha pasado a ser problemático para todas las izquierdas, moderadas o […]
Las tesis que Bertinotti ha presentado durante estos días (cfr. Matteo Bartocci en IlManifesto del 13/11) tratan de superar la colisión entre las dos almas de Refundación Comunista. El escollo con el que éstas se encuentran no es solamente suyo. Es un asunto que ha pasado a ser problemático para todas las izquierdas, moderadas o radicales, durante los años 70 y 80, y que se ha precipitado con la caída del muro de Berlín: ¿la implosión del «socialismo real» no convierte en obsoleto el paradigma marxiano de la lucha de clases?
Aquel había sido el puntal de todo el movimiento obrero y parecía confirmado por la revolución de 1917. La implosión de la URSS y el hecho de que el capitalismo se convirtiera en el sistema único mundial daban por concluido también al conflicto social. Concluir es palabra cargada de emociones. No aludía a una actual imposibilidad, sino a la insostenibilidad comprobada de un error de concepto que había impulsado la lucha política en Europa durante más de cien años.
«Fin de la historia» proclamaba Francis Fukujama en los Estados Unidos. «Final de una ilusión» escribía François Furet en Europa, final del Siglo Veinte han escrito en muchas ocasiones, y no solo en tanto que «siglo breve», sino refiriéndose a la caducidad de las ideas que lo habían sostenido, y en primer lugar, a la afirmación marxiana según la cual la libertad política de cada ciudadano no es posible mientras sigan siendo desiguales sus condiciones. Por el contrario, no pocos se apresuraron a sostener que la libertad de empresa, lugar de condiciones desiguales por antonomasia, era la única garantía de todas las libertades.
Nunca se insistirá suficientemente sobre la importancia de la influencia que esta perspectiva, a través de formas más o menos sutiles, ha ejercido sobre todas las izquierdas. Tanto más cuanto que la puesta en tela de juicio del conflicto de clases se producía a la par que emergía la percepción de otros conflictos, dos de ellos innovadores: el feminismo que iba más allá de la emancipación, y la ecología, entendida como descubrimiento de la devastación del planeta por obra del desarrollo industrial.
Eran dos percepciones sobre sí y sobre el mundo desde perspectivas por completo distintas, que tenían en común tan solo su contemporaneidad (cosa sobre la cual valdría la pena reflexionar) y su rápido hundimiento grupuscular; repercutían directamente sobre la realidad. Y no se sumaban al movimiento obrero, lo acusaban de haberlas ignorado pretendiendo poseer en exclusiva la centralidad; el uno niega a los otros y viceversa, tendiendo cada uno a considerarse «la» contradicción principal.
Atacadas en su base social por la ofensiva liberalista, inseguras en la comprensión de la evolución de la organización capitalista de la propiedad y del trabajo, culpabilizadas por la acusación de no haber entendido los nuevos conflictos, las subjetividades de origen obrero o se agarrotaron o dudaron de sus propias razones. Todos los filosofemas sobre el siglo Veinte, por diversos que fueran sus ingredientes, afirman el fin de su razón de ser. Paradójicamente, el capitalismo se ha extendido, es el sistema único dominante, las desigualdades dentro de cada sociedad, y entre países dominantes y dominados, norte y sur, jamás habían sido tan grandes y perceptibles, pero ya no existirían motivos para oponérsele. O al menos no los mismos. Adiós al proletariado, escribía ya hace una veintena de años un amigo desaparecido, André Gorz. Algo parecido se puede decir de muchas de las investigaciones sobre las innovaciones que se habrían producido en el capitalismo y que convertían en caduca la lucha de clases; aún recientemente, uno de nuestros más apreciados compañeros, Marcello Cini, ha vuelto a insistir sobre el «lugar» de la acumulación del capital, negando con buenas razones que ésta se produzca ahora sobre todo a partir del tiempo de trabajo, pero olvidando que la insurrección del proletariado industrial creció, no a partir del dilema sobre de dónde se forma la acumulación sino a partir de la mercantilización de la fuerza de trabajo, de su despersonalización y reducción a cosa. Y esta mercantilización se ha extendido como nunca, mucho más que en el siglo pasado y del fordismo, sobre el conjunto de la producción, tanto material como inmaterial, sobre gran parte de la reproducción y sobre el conjunto de las relaciones humanas.
En Italia el problema ha estallado en Refundación Comunista tras el desastre de las elecciones. Había desaparecido ya del horizonte del Partido democrático, que ni tan siquiera se define como «de izquierda» y no, ciertamente porque el término haya pasado a ser equívoco, sino porque alude aún de alguna manera al conflicto social. En relación con el dilema que aún agita a los socialistas franceses, entre aferrarse a la cuestión social o al centro, el PD ha optado por el segundo miembro de la proposición para constituirse. En cambio ha resultado demoledor para Refundación. Y no podía ser de otra manera en un partido que se había propuesto «refundar» el comunismo, recuperando el espacio que había dejado desierto el PCI, pero que no conseguía rebasar un umbral muy minoritario de audiencia , y que de golpe, hablando en términos institucionales, se encontraba con que ya no tenía ninguna.
En el congreso de Chianciano, la antigua poderosa minoría pasó a ser mayoría acusando a la dirección de Bertinotti y también a la moción de Vendola de arrumbar todo tipo de lucha social con la perspectiva de acabar antes o después en el PD; mientras la moción de Vendola acusaba a la línea Ferrero – Grassi de enrocarse en una inútil repetición del pasado. En los artículos de Paolo Ferrero y Nichi Vendola en el último número de «Alternativas para el socialismo» (que, al haber sido escritos en septiembre, no perciben los cambios de la escena internacional, ni la crisis que se ha abierto en el capitalismo) las posiciones permanecen inalteradas. Ferrero, víctima de la angustia, que todos conocemos, por el declive de una subjetividad social confía reconstruirla «desde abajo y desde la izquierda» es decir, como experiencia directa de los individuos ahora atomizados alrededor de una necesidad cercana que hay que afrontar juntos. E insiste sobre los símbolos, nombre del partido y hoz y martillo, como salvavidas que evite precipitarse en el regazo del PD. Vendola en el apasionado mapa de conflictos y sufrimientos del presente -con la singular sensibilidad humana que le valió la victoria en Puglia- logra a duras penas darle un lugar a la lucha de clases, una de las muchas heridas de la sociedad. Y también él insiste, en otra dirección, sobre la prioridad de lo simbólico. Ahora bien, lo simbólico, en la medida en que, a su vez, sea asumido como plano principal o único, puede provocar la devastación de lo «material real». Ambos planos o se mantienen unidos, por así decirlo, para bien y para mal o se mutilan.
Ahora Bertinotti interviene afirmando, con razón, que, sin el conflicto social, no existe izquierda, mientras que el movimiento de los estudiantes le sugiere, lo cual es discutible, que puede darse lo contrario. Niega tanto la autonomía de lo social como la de lo político. La propuesta de Ferrero es pobre, la de Vendola a penas logra individuar los nexos, a juicio de su lector, que había registrado ya, Maria Luisa Boccia en su más amplio análisis sobre la desagregación de la subjetividad (hay también, una síntesis del mismo en «Aternativas para el socialsimo»).
A decir verdad, toda Refundación comunista se debate, desde que existe, tratando de encontrar el cabo que le permita devanar la madeja después de 1989. Y se arriesga a caer en ciertos olvidos: algunas afirmaciones de las que él ahora discute justamente son resultado de su iniciativa. No estoy pensando tanto en la opción de estar o no estar en la mayoría del gobierno como en la de haber apostado por la Izquierda Arcoiris como algo que, más allá de ser una coalición electoral, debía constituir el núcleo de un partido «plural». Que una oposición al berlusconismo y al centro recoja culturas y sensibilidades diferentes me parece obligado, pero que la misma pueda constituir un partido en el cual el conflicto de clases sería opcional, eso es harina de otro costal.
Se han desarrollado reacciones adversas y bastantes dudas, tales como el desenvuelto artículo sobre el comunismo de Rina Gagliari en Liberazione y, en sentido contrario, la acusación de liquidador dirigida contra Vendola.
Las tesis de estos días deberían extraer conclusiones de los golpes recibidos y constituir una reflexión a partir de la cual trabajar. Aquellas deberían actualizarse como consecuencia de la realidad aparecida durante los últimos meses; que modifica los mapas del mundo tal como estos se presentaban hace un año. Dan incluso demasiado la razón a quien se oponía al «final de la historia» y a la autosuficiencia del mercado como ordenador de la economía y de la sociedad.
Pero, nueva paradoja, los apologetas de la una y de la otra, ante cuya arrogancia no se podía abrir el pico sin ser escarnecido, exigen afanosamente auxilio a la intervención pública, en tanto que la izquierda no sabe qué decir ante la crisis, no tan solo «financiera», en la cual se debate el capitalismo. Nosotras, izquierdas críticas, parecemos un gato en mitad de la noche, deslumbrado por los faros de un camión cuya llegada preconizábamos, pero que nos pilla por sorpresa.
Queda mucho por revisar de lo que hay en nuestra caja de herramientas y también en nuestras reivindicaciones. ¿Cómo lograr que se abra camino un proyecto o un partido del «trabajo», cuando es el sistema el que se está tambaleando? Ciertamente no podemos empantanarnos en nuestras disputas entre nosotros. La revolución no está en la orden del día, pero el liberalismo ha cortocircuitado. ¿No tenemos nada que decir? ¿Al menos en lo que hace a las medidas de intervención, cuántas, cómo, destinadas a quién y por parte de qué «público»? Si no lo tenemos, nuestra desaparición corre el peligro de pasar de ser momentánea a convertirse en definitiva.
R ossana Rossanda es una escritora y analista política italiana, cofundadora del cotidiano comunista italiano Il Manifesto. Acaba de aparecer en España la versión castellana de sus muy recomendables memorias políticas: La ragazza del secolo scorso [La muchacha del siglo pasado, Editorial Foca, Madrid, 2008]. Rossana Rossanda es miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO .
Traducción para www.sinpermiso.info : Joaquín Miras
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