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Perú

Las tribulaciones de Castillo en palacio

Fuentes: Rebelión

Hace unos meses, en el Perú, ganó las elecciones un profesor de primaria, de origen muy modesto, y con una estampa bucólica manifiesta, que poseía como principal galardón antes de ser candidato, el haber conducido una gran huelga magisterial el 2017.

No se conocía más de aquel hombre del sombrero de paja que se convirtió en el Presidente de una nación milenaria, con serias contradicciones sociales, políticas y culturales, que ese mismo año cumplía doscientos años de haber logrado su Independencia de España.

El profesor era candidato de una agrupación de izquierda, que muy de acuerdo con los tiempos que corren, ostenta un nombre fácil de aprender: Perú Libre; y un símbolo con el que cualquier ciudadano podría sentirse identificado: un lápiz, lo negativo en un país hiper centralista, donde se glorifica esta condición por propios y extraños, residía en el cimiento provinciano de este partido político de izquierdas.   

La izquierda en el Perú no había logrado levantar la cabeza después de la campaña que llevaba décadas vinculando a esta tendencia, al terrorismo y a la violencia extrema. La izquierda oficial estaba concentrada en el Partido Comunista Peruano que controla la CGTP; y el Partido Comunista del Perú Patria Roja, que controla el SUTEP, así como la Derrama Magisterial, una entidad financiera que maneja los fondos de todos los docentes que laboran en el aparato público. El rol de esta última agrupación, Patria Roja, ha sido bastante escabroso, y ha logrado crear una militancia muy agresiva en defensa de su identidad partidaria, llegando incluso al “terruqueo” (tipo de ataque que acusa al oponente de estar vinculado al terrorismo) y aplicar indiscriminadamente el canibalismo político; actitudes que evitan el debate de ideas, y que generan dinámicas bastante perjudiciales para el desarrollo de alternativas de izquierda en el país andino, así favorecieron la marginalidad del ejercicio político de izquierdas y el exiguo nivel en ambos lados de la contienda. El gremio docente ha sido uno de los más afectados con este modus operandi de esta agrupación que además llegó a depender -y aún lo hace- del control de la “representación” de este sector.  

Esta incompatibilidad entre representados y representantes, ha producido fuertes escisiones al interior del gremio de profesores, al punto que han surgido niveles de representación más democráticas que no gozaron de reconocimiento estatal, pero que si paladearon una y otra vez los ataques furibundos de los dueños del SUTEP y de la Derrama. La huelga del 2017 es la expresión viva de este antagonismo, fue conducida por el gremio paralelo que si representaba a la mayoría de los educadores. Los otros, habían quedado hace buen tiempo en una minoría baladí, pero dueña al fin y al cabo de los medios de representación formal.

Pero la informalidad tiene sus costos, Patria Roja había empujado al aislamiento sistemático desde varios frentes a estos bríos organizacionales, que se habían desarrollado casi en la marginalidad, sus cuadros prescindían de una adecuada formación política, y muchos de ellos solo copiaban discursos ideológicos construidos al azar, y sin mayor cotejo con la realidad.

Por eso el candidato a la presidencia del Perú, el profesor Pedro Castillo no derivaba del debate de ideas, no descendía de la escuela política, no era un cuadro con formación profunda en temas ligados al poder público, al gobierno, o al funcionamiento del Estado. Él emergía del desencuentro fortuito entre divergentes opciones al interior de un gremio donde pululaba la desorientación ideopolítica doctrinaria; y de la noche a la mañana se convirtió en el candidato a la presidencia por un partido de izquierdas provinciano, que en verdad no traía consigo la mejor de las oportunidades para ganar estas justas electorales.

Al interior del cuerpo de educadores sin embargo se habían logrado algunas reivindicaciones concernientes a su formación académica y se les exigió con mayor ahínco capacitarse y especializarse, fue el mejor momento para la propagación de maestrías, diplomados, y cursos de capacitación dirigidos a los pedagogos. Luego sobrevino la pandemia y los docentes se vieron en la obligación inminente e inaplazable de usar los recursos tecnológicos de los que podían echar mano, y se agenciaron de estas aptitudes en el uso las redes sociales, la virtualidad, el manejo de aplicaciones, entre otras tecnologías; así la comunidad instructiva estaba en condiciones idóneas para enfrentar cualquier reto organizativo.   

Fueron los docentes a punta de coraje, decisión personal y compromiso con su colectividad que se echaron encima la tarea de hacerse cargo de la propaganda del profe Pedro Castillo. No les importó que se les impute una y otra vez el mote de terroristas, no les perturbó los datos que apuraban las encuestas, no les afligió el decurso que decían los analistas que deparaba el resultado electoral. Permanecieron incólumes en sus afanes, su tenacidad estaba condenada a mantenerse inquebrantable, pase lo que pase. Pasaron a segunda vuelta, y luego con el apoyo de otras fuerzas se logró el triunfo del Profe.  

Además, la miseria política con la que se maquilló la propuesta de una izquierda edulcorada que prefería el pelo suelto de su candidata a que luzca muy “micaelizada” con una trenza que recordaba a la compañera de Tupac Amaru; donde además se realizaban propuestas vacilantes en varias materias de gobierno, salvo las de género que, para esta agrupación, la contradicción principal social, política y cultural, estaría en esta competencia. Estos excesos de aliño y acicalamiento y su poca conexión con las grandes masas permitió que esta propuesta se ubicara más al centro político, dejando libre el espacio que corresponde generalmente a la izquierda, no pasó mucho tiempo para que esta plaza fuera ocupada por el partido del Lápiz.

En el lado opuesto, la derecha en el Perú es una derecha acostumbrada a delinquir legalmente, a trasgredir todas las normas nacionales e internacionales, porque aquí, el Perú es tierra de pistoleros y gana siempre el más fuerte y el más rico, y esos, los más fuertes y ricos son los que han sido beneficiados toda la etapa republicana, pero especialmente estas últimas décadas por la constitución fujimorista neoliberal.

Acostumbrados como están a ejercer el poder en el Perú a costa de lo que sea, incluso de convocar a fuerzas siniestras, no dudaron un momento en apoyar a la candidata de la familia más nefasta que ha tenido el Perú en el último medio siglo.

Tanto la derecha, como los privilegiados por la constitución del 93, de igual modo la hija del dictador, se negaron a aceptar que castillo ganó las elecciones y ya tenían un guion preparado, libreto que además esta premunido no solo de acciones urgentes, sino también, en caso de que no se logren resultados inmediatos, estos hechos ya se constituyen en precedentes que ellos mismos utilizan en su narrativa para instaurar esa atmósfera de suspenso, que demandan para crear al personaje de horror que ellos precisan para limpiar su desgastada e impresentable imagen: crean un ser mucho más vil, para que su propia vileza pase por agua tibia.

Pero el adversario que ellos tratan a cada momento de demonizar, de satanizar, de convertir en belcebú, en el leviatán, es en realidad un hombre de poca complejidad.

Nacido en un pueblo alejado de la capital, al cuidado de su parcela agrícola que cultiva con fruición, pero además maestro de profesión, y con alguna experiencia mínima en la labor sindical; jamás se pensó a sí mismo como un hombre de poder, el gremio de los docentes en el Perú no ha desarrollado un discurso político ligado a la lucha por el poder, su brega es meramente por reivindicaciones. Por otro lado, el profe es cristiano.

La iglesia católica en el Perú ha tenido sus altas y sus bajas, no todo ha sido la prédica de pastor y de ovejas, en la década del 60 y del 70 se creó un discurso político cristiano muy comprometido con la realidad, que llevaba el nombre de “Teología de la Liberación”, donde una de las figuras más relevantes fue el sacerdote y teólogo Gustavo Gutiérrez, que escribió justamente un libro que llevaba ese nombre en el que expone esta propuesta teológica, y que además compartió amistad con el amauta José maría Arguedas.

La Iglesia apostólica y romana, vio en este movimiento latinoamericano un enemigo del poder omnímodo del Vaticano y combatió férreamente esta corriente, uno de los encargados de esta acometida contra estas inclinaciones insurrectas fue el Papa polaco Karol Wojtyla enemigo acérrimo de todo aquello que podía oler a comunismo o marxismo, y promovió desde la Iglesia un plan para liquidar a la Teología de la Liberación.

La fuerza de este movimiento teológico de liberación llegó hasta la década de 1980, para luego apagarse poco a poco por efectos del porfiado ataque de Wojtyla y sus aliados locales. La iglesia de los pobres, que era así como se denominaba a los que suscribían la Teología de la Liberación propugnaban con fuerza renovadora un ecumenismo dialogante con todas las iglesias, incluidas las evangélicas para compartir el discurso liberador, la proclama cristiana comprometida con su realidad que procuraba la lucha por el poder, para alcanzar desde el poder la tan ansiada transformación de las estructuras y disfrutar del Reino de los Cielos aquí en la tierra. Se ponía en serio cuestionamiento aquella escatología que llamaba a sufrir en este mundo, porque serías dichoso después de muerto en el Reino de los Cielos.

Los agentes conservadores de mundo se pusieron rápidamente en acción, coincidiendo el Vaticano de Wojtyla con la estrategia de Washington, en controlar la influencia de estas ideas de izquierda cristiana, logrando detener esta avalancha que ya no solo era privativa de la iglesia católica, muchas otras iglesias cristianas se estaban apropiando del discurso liberador que partía de leer de otra forma la biblia, descubrían en los diferentes pasajes y libros de este texto venerado, significados ligados a la confrontación con el poder estatuido, y la lucha por la instauración de un nuevo poder. Esto inició la formación de una generación de militantes políticos que nacieron de esta nueva exégesis bíblica y de la práctica que sugería tanto Medellín como Puebla (1).

La estrategia de combatir a esta tendencia religiosa se puso en marcha, entonces se inició una reevangelización de las iglesias, una moderación del discurso de los agentes pastorales de las Comunidades Eclesiales de Base, imponiéndose la posición conservadora; todas las iglesias evangélicas se hicieron de la palabra del señor tal cual la leían; no había razonamiento a la luz de la realidad, sino una especie de interpretación anacrónica y muy ajustada al pie de la letra. Sin criticidad, sin creatividad, sin discernimiento, puro ejercicio de nemotecnia, donde citar de memoria y en retahíla versículos de la biblia se convirtió en el verdadero oficio de estas nuevas ovejas.

Tanto la iglesia católica, como todas las otras iglesias evangélicas mantienen una estructura jerárquica al interior de sus feligreses, que nos recuerda mucho a la constitución monárquica, donde el Papa es rey en el caso de la católica; y en las otras el pastor es su líder natural, todos los demás son ovejas, literalmente, ovejas obedientes y resignadas a su suerte, porque dios así lo quiere.

Hoy por hoy, los cristianos contemporáneos no poseen un discurso impugnatorio, no están armados con las herramientas necesarias que les permita orientarse en la realidad, interpretarla coherentemente, no poseen una visión del poder, ni un sentido crítico que les permita observar objetivamente los acontecimientos que suceden en el mundo y en el país.

La secularización es vista como un pecado por eso hay que volver a la fe pura, a la práctica religiosa exenta de política o de impurezas.  

Uno de estos cristianos practicantes de este dogma religioso es hoy presidente de la nación incaica. Su desorientación es evidente, su falta absoluta de sentido crítico le hace dudar de todo lo que huela a política, se siente intuitivamente cerca de la izquierda, pero le teme al discurso elaborado, porque la iglesia donde él ejerce su fe, le prohíbe tácitamente pensar en estos asuntos, o en el peor de los casos, está tan aislada la religión de la política, que se considera casi un pecado pensar siquiera que existe alguna relación entre cristianismo y compromiso político, por eso su obligación con la realidad es tan ambiguo y atorado de perplejidad.

Un poco de Teología de la Liberación le hubiera brindado algunos elementos que tanto le hacen falta hoy para su ejercicio como presidente.

El poder político público ahora recae en él, no en dios, ni en sus doctrinas de fe, no en la jerarquía de su iglesia o de cualquier otra, el poder público requiere otra perspectiva de las cosas, y otra herramienta para relacionarse: criticidad no fe. El Estado es un ente atiborrado de corrupción, de podredumbre, y ahora él es parte de este Estado, su compromiso de luchar contra la corrupción está en casa. Es decir, él ha recalado sobre un Palacio preñado de inmundicia, deberá perentoriamente enfrentar esta impudicia institucionalizada y emprender una cruzada de desinfección de todo el aparato público. Pero esta tarea requiere tener una mirada política del Perú.  

Por el lado opuesto, la derecha por cientos de años ha manejado este Estado a su regalado antojo, es la extensión de su hacienda privada, de su terreno de dominio, siempre han controlado esta estructura del poder público, lo han usufructuado y a través de este han domeñado a los nadies. Uno de estos nadies es Castillo, que se muestra tan insubordinado a los caprichos de la derecha que lo desconoce desde un inicio, lo acribilla con denuncias de deshonestidad, de corrupción, y están completamente seguros que en algún momento caerá, porque en medio de tanto sedimento de excretas, un plebeyo e ingenuo como Pedro C. se manchará tarde o temprano con esta bascosidad.

Para ejercer el poder, éste debe ser analizado en su naturaleza intrínseca, en las relaciones que este genera, en el Perú estas relaciones de poder son muy evidentes y capitales, el poder privado ha sometido al poder público hace muchos años, pero desde la Constitución del 93 ha consolidado esta relación de una forma escandalosa y retorcida. La cantidad de muertos por Covid 19 es una de las consecuencias funestas de esta relación.

Para una mentalidad cristiana contemporánea, pura, que deslinda con cualquier tipo de secularización, y que se aleja del pecado y la tentación, cuando se habla de poder se le relaciona al poder divino, al poder de dios. Esa gramática le hace mucho daño a nuestro actual mandatario, porque el poder no es inherente, el poder es una forma invisible en la que nos relacionamos con las personas, nos relacionamos con las cosas, interactuamos con la naturaleza, se forman los vínculos entre las instituciones, o entre las diferentes fuerzas que pretenden influir por algún u otro interés. El poder son relaciones que se establecen, y que deben ser transformadas siempre para beneficio de las grandes mayorías, porque casi siempre el poder esta en manos de unos pocos, y eso mismo pasa en el Perú.

Recuerdo haber escuchado en una oportunidad a un agente pastoral muy comprometido con la Teología de la Liberación y muy temido por la jerarquía eclesiástica local, interpretar lo sucedido a Moisés, aquel profeta que es llamado por dios para que libere a su pueblo de la esclavitud y enfrentarse a los faraones. Este suceso es clave para dotar a todos los cristianos de ese elemento político que le brinda la posibilidad de entender que se trata de un compromiso político con la realidad, de una práctica ligada a la lucha por el poder, y claro está poseer la lucidez necesaria para asumir ese reto mayor.

Otra forma en que las iglesias evangélicas han sido vaciadas de contenido político ha sido alejarlas de algunos textos del Viejo Testamento donde uno puede encontrar acontecimientos que demuestran con evidencias claras el compromiso político que se debe tener, no para continuar siendo ovejas o esclavos, sino para liberarnos de estas cadenas.

En el Nuevo Testamento también existe un rico discurso político que debería tomar en cuenta Pedro Castillo a la hora de gobernar. Recuerdo esa canción de Carlos Mejía Godoy, compositor de la misa campesina, que escribió “Creo en ti”, que algunas de sus letras dicen así:

“Creo en ti / Arquitecto, ingeniero / Artesano, carpintero / Albañil y armador

“Creo en ti / Constructor de pensamiento / De la música y el viento / De la paz y del amor

“Yo creo en ti Cristo obrero / Luz de luz y verdadero / Unigénito de Dios / Que para salvar al mundo / En el vientre humilde y puro / De María se encarnó /Creo que fuiste golpeado / Con escarnio torturado / En la cruz martirizado / Siendo Pilatos pretor / El romano imperialista / Puñetero y desalmado / Que lavándose las manos / Quiso borrar el error

“Yo creo en ti compañero / Luz de luz y verdadero / Unigénito de Dios / Con tu sacrificio inmenso / Engendraste al hombre nuevo / Para la liberación / Vos estás resucitando / En cada brazo que se alza / Para defender al pueblo / Del dominio explotador”

No necesitamos un profesor en la presidencia, ni un profeta, ni una oveja, necesitamos un presidente que esté claro, muy claro con respecto a lo que significa el poder público, el poder privado, el poder en el Perú y en el mundo, y esa enorme necesidad de este pueblo que necesita de una vez por todas liberarse de ese yugo que arrastramos siglos, y es mucho más pesado los últimos 30 años.

Precisamos además que Pedro Castillo entienda algo que intuye, pero que no comprende en toda su dimensión política y de relaciones de poder en la patria de Arguedas, el Perú es un país diverso, una nación heterogénea de todas las sangres, somos la expresión por antonomasia de la pluralidad cultural, étnica, lingüística y humana; ésta es una condición que él representa, y por supuesto que éste es o podría ser el único instrumento que requiera para enfrentar a ese Estado burocrático neoliberal y monocorde; y transformarlo en un Estado Pluricultural. Ese tema, sin embargo, lo tocaremos en una próxima entrega.

Nota:

(1)    Medellín y Puebla, nos referimos a la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano celebrada en Medellín, Colombia en 1968 y convocado por Papa Pablo VI; y a la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, acontecido en Puebla, México en 1979, convocado por Juan Pablo II, en esta última conferencia se hacía un llamado a: -Una opción preferencial por los Pobres; -Una opción preferencial por los Jóvenes; -Una Acción de la Iglesia con los constructores de la sociedad pluralista en América Latina.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.