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Fuentes: The Oil Crash (Blog)

¿Qué está pasando en Latinoamérica? Pero no en este fin de año, sino desde el año 2015. ¿Todos los partidos políticos son malos, por eso la gente vota a los opositores? El 2019 termina con 14 años del Frente Amplio en Uruguay. Pero antes en Argentina y Brasil tanto el peronismo (12 años) como el […]

¿Qué está pasando en Latinoamérica?

Pero no en este fin de año, sino desde el año 2015.

¿Todos los partidos políticos son malos, por eso la gente vota a los opositores?

El 2019 termina con 14 años del Frente Amplio en Uruguay.

Pero antes en Argentina y Brasil tanto el peronismo (12 años) como el PT (13 años) cayeron en las elecciones ante pequeños partidos de derecha.

Macri tampoco pudo ser reelecto y Temer (el vice que renegó de su coalición) ni siquiera se atrevió a postularse como candidato.

Perú, Chile y Paraguay también han cambiado sus signos políticos y hasta México se sacó décadas de presidentes neoliberales votando a López Obrador.

Ni hablar de las grandes manifestaciones para sacar a sus gobernantes en Nicaragua, Haití, Puerto Rico y Venezuela.

Y ahora estallidos en Ecuador, Chile, Colombia y para coronarla: un golpe de estado en Bolivia.

Si bien encontraremos respuestas válidas asociadas a la corrupción, la caída del precio de los commodities , injerencia externa, políticas impopulares e incluso cuestiones climáticas, todas válidas según el país en cuestión, ya no se puede ignorar más un tema transversal a toda nuestramérica …

El declive energético

No son casuales la quita de subsidios al gas y la electricidad decididas por Macri en 2016 (que acarreó un aumento del 1000% en dos años), ni el gasolinazo de Peña Nieto al comenzar el 2017, ni el abrupto aumento de todos los combustibles en Haití que le costó el cargo al primer ministro Lafontant o la quita de subsidios en Ecuador que llevó a que se duplique el precio del combustible hasta que las protestas revirtieron la medida y en Chile, un aumento del precio del transporte público (4% aproximadamente pero en uno de los países con el transporte más caro de la región) fue la gota que rebalsó el vaso para que empiecen las manifestaciones más grandes de las últimas décadas.

Todas estas decisiones aluden a un trasfondo energético que tiene su momento de click, en el 2015.

La región depende para toda lo que extrae, produce, construye, transporta y consume de abundante energía.

La producción de energía llegó a su límite. Rondaba los 800 millones de TEP (toneladas equivalentes de petróleo) en el 2000 para subir a 980 millones en 2014. Ese año coincidió el pico de la producción de gas y de carbón, sumándose a una meseta en la producción de petróleo que llevaba para ese entonces 17 años.

Desde 2015 cada año se produce menos energía e incluso con el aumento de las denominadas renovables no se ha podido compensar la caída. Para 2018 se producían 894 millones de TEP, lo cual es una impactante caída del 9% en sólo 4 años.

Pero el desarrollo económico de la región durante este siglo permitió que, a pesar de ello, el consumo siga creciendo y pase de 616 millones de TEP en el 2000 a cantidades semejantes a la producción en 2018.

El resultado del encuentro entre la caída de la producción y un reciente estancamiento del consumo es un cocktail explosivo tanto para los gobernantes y el sector industrial como para las poblaciones.

[Para nuestro reporte estadístico sobre energéticas en Latinoamérica y Caribe leer aquí]

Latinoamérica y Caribe, una región hasta ahora exportadora de hidrocarburos, aún tiene la capacidad de autoabastecimiento pero se encuentra entre la espada y la pared para conseguir los dólares necesarios para las importaciones.

Dentro del capitalismo las opciones parecen ser: a) avanzar con otras actividades extractivas y si es necesario incendiar el Amazonas; b) una más sutil, endeudarse y ajustar.

Para endeudarse hay que conocer el paño y los gobiernos neoliberales se manejan más cómodos que los progresistas (sobre todo para ajustar)… El resultado es que los partidos progresistas que subsistieron a las elecciones después de 2015 se liberalizaron rápidamente (especialmente Dilma Rousseff y Lenin Moreno).

La deuda creció y debido a los préstamos recibidos el PBI de la región se visualiza apenas positivo. Si bien cayó un poco en 2015 y 2016 luego levantó… podría decirse que se mantiene en una meseta desde ese 2014 hasta hoy.

Pero, a pesar de un crecimiento poblacional extremadamente bajo (cerca del 1%), el PBI per cápita no volvió nunca y quizás nunca lo haga, a los valores de 2014.

Subtitulando: cada vez hay menos posibilidad por habitante de acceder a energía o a dinero.  
La deuda externa en nuestra región se ¡duplicó! entre 2009 y 2018. En porcentaje del PBI, pasó de un 22,3% en 2011 a un 37% en 2018.

Resumiendo, nuestro PBI ha aumentado con respecto a 2014 un 0,5% mientras que la deuda externa bruta aumentó, en ese mismo periodo, un 12,5%.

La región tiene que presupuestar cada año más dinero a los pagos de vencimientos de deuda que equivale a menos dinero en inversiones productivas y, sobre todo, para el bienestar social.

Las previsiones de la CEPAL para 2019 son de un crecimiento vertiginoso del 0,1% (en julio el pronóstico era del 0,5% y podría apostar que los números del año que viene van a venir precedidos por el signo «menos»).

Aún está por verse qué límites tiene la economía global para seguir creciendo y cuánto de ese posible crecimiento beneficiará a nuestra región. Durante los últimos dos periodos de estancamiento económico de la región (1981-1990 y 1998-2003) donde el crecimiento de la era menor al 2% anual, la deuda en relación al PBI trepó a valores superiores a los actuales (más del 40%), sin embargo la variable energética tenía un horizonte de crecimiento que hoy ya es hora de ponerla en duda. Podría dejarles un margen de incógnita a corto plazo porque en 2018 los principales hallazgos de petróleo y gas han sido en nuestra región (Guyana y Brasil principalmente), además de existir el potencial de reflotar la producción de petróleo en Venezuela que este año cayó a valores semejantes a los de Colombia o Argentina (un 25% de la producción que venía manteniendo entre 2007 y 2016) ya no por cuestiones geológicas sino político – económicas.

Pero con sólo observar el caos actual podemos darnos cuenta que hubo falta de previsión.

No es raro que nuestra sociedad y los profesionales alrededor de los gobiernos y empresas aún no sepan cómo actuar luego de un siglo y medio de crecimiento económico apenas interrumpido pero de a poco debería dejar de sucederles y quienes investigan e informan a las poblaciones deberían cambiar un poco la óptica.

Esto que habitualmente llamábamos recesión debemos empezar a caracterizarlo como decrecimiento. Un «receso» es un paréntesis o corte a una normalidad (las vacaciones en medio de un año de trabajo por ejemplo) y, por tanto, el término recesión es útil para explicar declives cuando el crecimiento es la norma… Pero ¿qué sucede si deja de serlo?

Desde un punto de vista ambiental el declive energético es más que deseable y desde un punto de vista social más a largo plazo que los cuatro o seis años que dura un presidente, también… siempre y cuando a las personas no las maten por esperar un pedazo de la torta más grande o bien el pedazo que se les ha ido quitando durante años y hasta siglos en algunos casos.

Hay números de muertos, heridos y detenidos que hielan la sangre, hay unos doscientos treinta chilenos que perdieron los ojos por disparos de las fuerzas de seguridad, volvieron las desapariciones y los militares diciendo a un presidente lo que debería hacer, volvieron los EEUU a meter sus narices sin tapujos en Latinoamérica, el FMI volvió con todo en Argentina, Haití y Ecuador, las iglesias cristianas se han encaminado al poder con Maduro, Jimmy Morales, Bolsonaro y Áñez. Volvieron las torturas y violaciones en cárceles. Grupos de poder tradicionales o superconcentrados tratando de rapiñar lo creado, construido y organizado por Estados medianamente democráticos, luego de salir de décadas de dictaduras militares.

La imposibilidad de crecimiento genuino, si es que se convierte en la norma, no implica que las mayorías no dejen de intentar aumentar su bienestar, sobre todo si tenemos claro que la región, a pesar de haber mejorado en términos de equidad durante todo el siglo, mantiene niveles de desigualdad suficientemente altos (sobre todo por concentración de altos niveles de riquezas en muy pocas manos).

Ese conflicto de intereses desearíamos que se desarrolle pacíficamente pero esta es la realidad actual y de ella tendremos que sacar nuestras conclusiones sobre lo que se hizo y lo que se deberá hacer. Cuando debatimos si determinados subsidios a la energía (combustible, luz, gas) son absolutamente aberrantes porque promueven el derroche (o la falta de cuidado) o porque hay que ajustarlas a los costos cada vez más elevados de su producción, tenemos que poner el ojo en cómo se sale del esquema de subsidios para que los nuevos costes de los usuarios se transformen en mejoras para las mayorías y no en simples aportes para las empresas privadas, la elite asociada a los gobiernos de turno u otros sectores concentrados de la economía. Tanto en Argentina como en Ecuador la quita de los subsidios se dio por decreto, sin debate en el congreso, lo que terminó en conflictos donde se tuvo que dar marcha atrás para, más adelante, encontrar una solución acorde a los distintos intereses en pugna. Pero es claro que estos han sido sólo los primeros ejemplos para comprender que estamos en otra fase de relación entre la sociedad y la energía cuya interacción dependerá tanto de cuestiones geológicas y ambientales como de políticas económicas. El puntapié se dio en 2015 y ahora nos metimos un gol en contra (o autogol).